La secta de la ayahuasca

La Secta de la Ayahuasca
Ilustración: Manuel Cabrera
Pavel buscaba la redención en una secta que usa ayahuasca en sus ritos. Pero encontró el infierno y no el reino de los cielos.

Cuando Pavel Almeida viaja en autobús se sienta erguido, mira al frente, está pendiente de llegar a su parada. Ya no tiene miedo de que su mente se nuble. Han pasado dos años, en los que Pavel —32 años, delgado, 1.60 de estatura, tez palidísima, vigoroso bigote y una frondosa barba— controló los desórdenes neurológicos. Los ejercicios diarios de respiración y la dieta con base a verduras sin azúcares, arroz blanco ni pastas, le ayudaron a superar el estrés postraumático severo. Su desorden fue a causa del alto consumo de sustancias psicóticas y antidepresivas que afectaron su sistema nervioso periférico (neuronas sensoriales, ganglios y nervios).  

En noviembre de 2020, Pavel viajó a La Unión (parroquia rural del cantón Babahoyo, en la provincia de Los Ríos) para buscar sustento económico en labores de agricultura: poda de cacao, corona de maracuyá, fumigación de bananera y guardianía. Quería de esta forma pagar la manutención de su hijo, Juan. Sin embargo, cada vez que iniciaba la labor sufría ataques de pánico.

“Sentía que estaba en peligro. Me daba miedo trabajar, entraba en pánico”, refiere siempre empuñando sus manos, sin dejar de mirar hacia abajo.

Sentado en el comedor de su domicilio, ubicado en un mirador del sector de La Vicentina, al oriente de Quito, Pavel reitera que siempre le gustó trabajar, pero que en esa ocasión su cuerpo no acataba órdenes.

“Sentía que estaba en peligro”, repite.

Su mecanismo de defensa se activaba al iniciar la jornada laboral. Pavel llegó a esa parroquia de la Costa para despejar su mente de una pesadilla que vivió durante tres años. Pero la desazón que sufrió en esos días pasaba por su cabeza una y otra vez.

Pavel, músico empedernido, amante del cine y actor consumado, como se define, dejó a un lado las creaciones audiovisuales por integrarse a una agrupación espiritual, en donde pensó que alcanzaría la redención. Sin embargo, tocó fondo: en lugar de encontrarse con el reino de los cielos, habitó en el infierno.

Triunfos vacíos

En 2017, cumplió 27 años y estaba a punto de culminar sus estudios en el Tecnológico Universitario de Cine y Actuación (INCINE), en La Floresta, atravesó dos conflictos: primero terminó una relación de tres años, “desgastante y dependiente”, recuerda. Esa tensión incrementó su trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que desencadenó comportamientos impulsivos.

Fue una época de incertidumbre. Pavel no sabía qué hacer con su vida al terminar la Especialización de Arte en Cine y Fotografía, a pesar de que era una promesa entre los productores quiteños: colaboró en la filmación de videos para bandas musicales como Los Morrison Tranvía, Música Indi y otras; participó en la película Cenizas, dirigida por Juan Sebastián Jácome, e incluso trabajó con la actriz Juana Guarderas; en 2015, el Incine le otorgó un reconocimiento en la categoría Mejor Actuación Protagónica Masculina por el cortometraje Más que cinco dedos, dirigido por Camilo Mancero. Y en 2016 fue ganador de la categoría Mejor Actuación Masculina por su trabajo en El Tercer Pasajero, a cargo de Salvatore Delpi.

La buena racha laboral incluso le abrió la posibilidad de independizarse. Soñaba con viajar a Argentina e inscribirse en la Universidad de Palermo, para especializarse en Diseño. Sin embargo, todos esos logros no lo llenaron.

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Los premios se volvieron recuerdos y las placas de reconocimiento plasmadas en una imitación de claqueta fueron guardadas en bolsas de plástico, que se llenaron de polvo en la gaveta del dormitorio de su madre, Alexandra Quezada.

Pavel. La secta de la ayahuasca 1-Revista Bagre
Pavel Almeida tras superar el estrés postraumático severo. Su desorden fue a causa del alto consumo de sustancias psicóticas y antidepresivas que afectaron su sistema nervioso periférico. Fotos: Gabriela Castillo.

Sintió paz. Por fin

Las ocupaciones no impidieron a Pavel construir una estrecha relación con su familia. Su hermano menor, Juan José (31 años, también músico) vive en Brasil, pero siempre están en contacto. Y aunque sus padres se divorciaron cuando Pavel tenía siete años, él mantiene un fuerte lazo con su papá, Pablo Almeida, comerciante de plásticos industriales. Por ello acudió a él para contarle sobre su apatía por la vida.

Pablo no dudó en hablarle de un lugar de sanación donde practicaban un ritual en el que probaría una sustancia conocida como ayahuasca. No fue difícil convencerlo.

“Eso es lo que necesitas. Con ese ritual descubrí muchas cosas sobre mí”, lo animó.

En septiembre de 2016 Pavel y Pablo viajaron durante 18 horas hacia El Resguardo de Buenavista. Tomaron un bus desde Lago Agrio (provincia de Sucumbíos), luego recorrieron otro trayecto pasando por el río Putumayo, cerca de la frontera Ecuador-Colombia. Llegaron a la zona de los indígenas Siona de Buenavista, afincados en el departamento de Putumayo, una comunidad que cuenta con cuatro mil 500 hectáreas reconocidas y 52 mil 029 hectáreas de territorio ancestral.

Los Siona viven de la caza y la pesca. También cultivan yuca, ñame, maíz y frutas. Además, se dedican a actividades complementarias como elaboración de artesanías y explotación forestal. En esa zona, se los considera los “duros de la madera”.

Al llegar a su destino, el músico conoció al Taita Sandro Pilaguaje, la más alta autoridad de la comunidad, un hombre de recio físico con una imagen impecable. El día del encuentro este llevaba una camisa formal, un pantalón de vestir; uñas bien cortadas y el pelo recién lavado. “Humildes, pero bien aseados”, los describe Pavel.

Padre e hijo se instalaron en la casa de los taitas, en una vivienda de tendido alto con estructura de madera. Antes de que iniciara la ceremonia, Pablo le dijo a su hijo que él pagaría por el ritual. El costo por cada uno de ellos fue de 60 dólares. Sin embargo, Pavel notó que su padre no canceló en efectivo, sino con trabajo. Fue el chofer de la comunidad.

La ceremonia se inició a la medianoche. El ritual duró cuatro horas. El chamán repartió la ayahuasca, también conocida como yagé. Se trata de una bebida empleada en la medicina tradicional por pueblos amazónicos de Ecuador, Bolivia, Brasil, Colombia, Perú y Venezuela.

El brebaje es una mezcla de dos plantas: la enredadera de ayahuasca (Banisteriopsis caapi) y un arbusto llamado chacruna (Psychotria viridis), que contiene el alucinógeno dimetiltriptamina (DMT). La sustancia surte efecto sobre el córtex cerebral. Puede provocar un cuadro psicótico agudo, en algunas personas, pero en otras, puede causar efectos irreversibles. Los ancestros relataron que la toman para reencontrarse con su pasado, para analizar su presente y visualizar el futuro.

Pavel ignoraba las secuelas que podrían acarrear el consumo excesivo del brebaje. Al probar la sustancia sintió los efectos de “la chuma” (sensaciones que deja el brebaje).

“Uno no sabe si ir al baño para cagar o para vomitar, pero uno tiene que aguantar”, cuenta.

Acto seguido, sufrió un malestar, pero después experimentó alivio.  

“Por fin sentí paz”.

Cabaña. La secta de la ayahuasca. Revista Bagre
Cabaña en la hacienda ubicada en Chiviquí, donde la secta Comunidad PACTO realizaba sus rituales. Foto: cortesía Pavel Almeida.

Redención 

Tras su experiencia en el ritual, Pavel viajó a Quito como si fuera un hombre nuevo, pero la renovación duró poco. Cinco días después regresó a su cuadro depresivo. Le vino a la memoria que después del ritual conoció a Óscar Darío F. U., líder de la secta Comunidad PACTO, oriundo del departamento de Tolima, ubicado en el centro-oeste de Colombia. Lo recordó como “un tipo con pose de hombre sabio”.

El hombre fue conocido en esa comunidad al presentarse como investigador y gestor de problemas sociales complejos, gestor cultural y “reeducador para la experiencia vital”. Entre 2008 y 2009 escribió el libro “En Pos de Morada: Módulo formativo para fomentar la reflexión y la acción propositiva en movilidad humana y derechos humanos”, lo que le ayudó a llegar a comunidades de la frontera norte. También cumplió varias funciones en la Organización alemana GTZ. Se desempeñó como asesor principal del Programa de Modernización y Descentralización Promode-GT, así como responsable de contribuciones.

Óscar Darío explicó a Pavel que para alcanzar la paz que buscaba tenía que volver a beber el cocimiento de la ayahuasca. El líder realizaba entre dos o tres ceremonias al mes, en una hacienda de Chiviquí, un barrio ubicado en las faldas del Volcán Ilaló, en Tumbaco, a 23 kilómetros de la ciudad de Quito (Pichincha). De hecho, Pablo trasladaba a los taitas (de ida y vuelta) para cumplir con los rituales que duraban dos días seguidos. Pero nunca le pagaron por sus servicios.

“Mi papá les estaba sirviendo gratis. Ellos alegaron que era el precio para alcanzar el proceso de la nueva humanidad”, recuerda Pavel.

Poco tiempo después, Pablo renunció a la secta porque no le pagaron por su labor como chofer de las autoridades de la organización. Eso no le importó a Pavel. Decidió formar parte de la organización que le ofrecía una redención divina, luego de probar la ayahuasca.

“Solo sentía alivio cuando acudía al ritual. Lo demás no me importaba”, advierte.

Pavel no se dio cuenta de que quedó “pactado”.

Comunidad PACTO

Pavel se unió a la secta Comunidad PACTO en 2017, a los 27 años, luego de que el líder les ofreciera a sus seguidores alcanzar la paz interna que buscaban.  La vida del joven quedó atrás. Incluso abandonó un proyecto artístico: era vocalista, compositor y guitarrista de la banda Bastardo Minkstu.

Cuando Pavel ingresó a la comunidad, no conocía a fondo a su líder. En ese momento no sabía que Óscar Darío fue señalado por un supuesto intento de estafa a una ejecutiva de la organización GTZ y que habría estafado a familiares del Taita Pilaguaje, razón por la cual la comunidad lo expulsó de Siona de Buenavista.

El origen de la Comunidad PACTO no es muy claro. En internet no hay información de su ubicación ni personería jurídica; el único referente que hay sobre la organización son los testimonios que dan algunos de sus miembros en la página de Linked In de Óscar Darío. Lo mismo ocurre en el canal de YouTube del colectivo, donde se ofrecen testimonios con “experiencias, reflexiones y metodologías para la gestión de problemas sociales complejos desde la transformación personal”, bajo la guía de Zio Bain. Aunque se informa que Comunidad PACTO tiene una sucursal en Colombia, tampoco hay nada sobre su origen, ubicación, contactos, mucho menos su conformación ni organización.

Miembro de la secta Comunidad Pacto trabajando. La Secta de la ayahuasca. Revista Bagre
Un adepto de Corporación PACTO trabajando como jornalero. Era obligado a laborar hasta 14 horas diarias. Foto: cortesía Pavel Almeida.

Una secta destructiva

De acuerdo a la especialista Verónica Arboleda, la religión es un conjunto de creencias y dogmas marcados por normas que rigen el comportamiento social e individual. “Incluye la práctica de rituales y el respeto por determinadas reglas presentes en la vida de los creyentes”, aclara.

Mientras que una secta  es un movimiento adorador minoritario que normalmente surge a raíz de la independencia de otra religión. Ahí radica la diferencia entre estos dos fenómenos. 

Arboleda observa que, en los últimos 30 años, organismos de derechos humanos han definido a las sectas como “organizaciones religiosas negativas y dañinas con una finalidad violenta”.

“En una secta destructiva los creyentes siguen un movimiento ideológico donde se practica el control mental de sus miembros”, explica la especialista en temas de Medicina Ancestral.

Entre el placer y la explotación

Óscar Darío F. U. líder de Corporación PACTO, sometía a sus adeptos bajo el lema “La Nueva Humanidad”. Les decía que la vieja humanidad se acabó y aseguraba que a través de la ayahuasca tenía visiones (o pintas, como las llamaba) que le mostraban que él podía llevar a sus seguidores a una mejor vida. Todo esto, decía, era posible con el poder de la Medicina Siona, de la comunidad indígena Zio-Bain.

Los iniciados de la comunidad se instalaron en un terreno ubicado en el barrio La Victoria de la parroquia de Pintag (localidad agraria a 27.5 kilómetros al sureste de Quito). La propiedad estaba conformada por dos casas grandes, una pequeña y un terreno para sembrar. Lo que parecía una granja de integración, en realidad era un espacio de trabajos forzados y deshumanización sistemática.

Las mujeres cumplían con lo que ellos llamaron los “roles de la vida”: cocina, cuidado de niños, lavandería, limpieza de las casas, etcétera. Los hombres se ocupaban de la construcción de una chanchera, la siembra de abono líquido y emprendimientos agroecológicos. También trabajaban en un biofiltro para el tratamiento de las aguas servidas en piscinas. Los cálculos realizados por un técnico, determinaron que los materiales y los filtros estaban mal ejecutados.

“Prácticamente estábamos respirando el agua de mierda”, repudia Pavel.

Las 17 personas que atareaban tenían que llevar el pelo rapado. No había uniformes para trabajar. Al principio emplearon overoles, pero se desgastaron. Por ello, se vieron en la necesidad de llevar ropa de donación o  prendas que dejaban algunas personas después del ritual de la ayahuasca.

La explotación era evidente. Los jornaleros trabajaban 14 horas diarias. Su rutina empezaba a las 04:30. Solo detenían sus labores para servirse tres comidas, cuyos platillos incluían animales que ellos mismos criaron: pollos, cuyes, pavos y chanchos. Además, preparaban ensaladas con las verduras que sembraban, pero también compraban hortalizas de rechazo en el Mercado Mayorista, en el sur de Quito. Cocinaban los vegetales que estaban en buenas condiciones y con el resto alimentaban a los animales. Óscar Darío, por su lado, solo consumía los mejores productos de las cosechas.

En la media mañana a los trabajadores les servían kéfir, un lácteo parecido al yogur líquido, fermentado a través de la acción de un conjunto de levaduras y bacterias. Pavel notó que el producto tenía cierto grado de alcohol.

“A veces sentíamos una especie de borrachera”, recuerda.

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Adeptos de Corporación PACTO trabajando la tierra. Foto: cortesía Pavel Almeida.

El despertar

Durante su estancia en Corporación PACTO, Pavel se hizo amigo de David F., sobrino de Óscar Darío. Entre los pasillos se corrió la voz de que entró a la secta escapando de la justicia colombiana. Tres meses después, David renunció, luego de trabajar sin paga. Pavel no; él seguía aferrado a los rituales para tomar la ayahuasca, después volvía a trabajar cargando bultos, labrando la tierra y recorriendo cuestas con quintales de abono.

En una reunión, Óscar Darío anunció a sus seguidores que no les iba a pagar por las labores que realizaban, pero les prometió que el próximo año les cancelarían sus haberes, siempre y cuando trabajaran la tierra. Esta situación indignó a los labradores. No solo por el anuncio, sino porque, además, tenían que entregar contribuciones a las que llamaban “aportes”.

Los miembros de la secta dijeron a Pavel que esa no era una dinámica agrícola, porque Gabriela F., hija del líder, y su yerno Santiago M. C., dirigían una secta similar desde hace 10 años en la comunidad de Cundinamarca, en la localidad de Cogua (Colombia), en donde trabajaban con la tierra.

Aunque Pavel estaba molesto porque no reconocían su trabajo, no podía salir de la secta por dos razones: su pareja María Isabel E. S. y su hijo, que nació durante los trabajos forzosos. Sin embargo, el cariño de padre lo hizo darse cuenta de que estaba siendo explotado y no quería que le pasara lo mismo a su vástago. Por ello, le dijo a su pareja que salieran de ese lugar. Ella se negó.

La realidad

En enero de 2020, durante una ceremonia, el músico presentó un reclamo a Óscar Darío. “¡Esto que construimos lo hicimos nosotros! ¡Tú no colaboraste en las construcciones! ¡Regresa a tu casa!”, le expresó delante de los adeptos.

Después de ese impasse, el joven pasó dos días en cama. Sufrió alucinaciones. Le dijeron que la ayahuasca estaba ayudando a limpiar su ser. Cuando despertó y desaparecieron los efectos del brebaje, descubrió que su pareja estaba haciendo “tonterías”:

“La vi en cuclillas al frente de un hombre que puso su pene en su cara, como si le estuviera haciendo sexo oral”, relata. 

Fue suficiente. El músico salió de la secta el 10 de noviembre de 2020, a los 30 años. Aunque dos días después, intentó reintegrarse. Las consignas de la comunidad advertían que abandonar la secta era un pecado muy grave y quien lo hiciera tendría castigos divinos. Además, los miembros de la comunidad no aceptaron de nuevo a Pavel porque Pablo, su padre, presentó una denuncia en contra de la secta.

La queja se realizó ante la Fiscalía de Rumiñahui, en septiembre de ese año (2020), bajo la figura de trata de personas con fines de explotación laboral, en contra de Óscar Darío F., el líder de Corporación PACTO, y otros cuatro colaboradores, quienes están libres, pues no tienen orden de captura. Entre ellos fue vinculada María Isabel E.S, la madre del hijo de Pavel, quien formó parte del equipo financiero e integra Pacto desde 2018. 

La causa se encuentra en indagación previa. Pablo y Pavel conocieron que la secta no tiene papeles de funcionamiento. Tras una queja por explotación a menores de edad, la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen) inspeccionó la hacienda; días después, el lugar fue abandonado.

Gina Gómez, abogada de la familia Almeida, detalló que se realizaron las primeras pericias. Entre ellas, solicitud de información del Ministerio de Relaciones Exteriores, Servicio de Rentas Internas (SRI), Ministerio de Cultura, entre otras entidades.

Pavel está convencido de que fue víctima de control mental, a través del uso de la ayahuasca e incluso de otras sustancias. Sin embargo, no existen sanciones legales por el uso inadecuado de yagé, según refiere Pablo Andrade, abogado en libre ejercicio.

El jurista explica que el artículo 57 de la Constitución (inciso 12) establece que el Estado debe proteger y desarrollar los conocimientos colectivos y saberes ancestrales, así como sus medicinas y prácticas de medicina tradicional, con inclusión del derecho a recuperar, promover y proteger los lugares rituales y sagrados.

Buscamos la versión de las personas señaladas por la familia Almeida, pero no encontró a nadie en la localidad de Chiviquí, tampoco aparecen los números de contactos o correos electrónicos de los líderes de la organización.

Pablo y Pavel están convencidos de que tienen que alcanzar sanciones para el líder de la secta y sus cómplices, incluida su expareja. Mientras tanto, Pavel cuida de su salud, para sacar del organismo todo el daño que sufrió por los alucinógenos. En lo laboral, imparte clases de guitarra y pintura y alista proyectos para dirigir producciones audiovisuales.

Además trata de recuperar la tenencia de su hijo, a quien no ve desde hace dos años y medio. En la actualidad, el niño vive con su madre en La Merced, en Los Valles (Pichincha), por eso Pavel intenta emplear recursos legales para obtener la tenencia compartida.

“Quiero que esa gente tenga la decencia de pagarme los tres años y medio que trabajé para ellos”, manifiesta. Y exige a voz en cuello: “No me rendiré hasta volver a ver a mi hijo”. 

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