“Nunca más vuelvan a eliminar la página del horóscopo”, ordenó a grito pelado el director de un diario guayaquileño a su equipo de redacción al darse cuenta de que uno de los editores había puesto una publicidad en el espacio destinado para la astrología.
Era 2004, año en que había Internet en Ecuador. Pero la venerable banda ancha aún no llegaba. Es decir, el número de lectores de medios impresos no era tan volátil ni una aventura financiera.
El tono de la orden del directivo provocó en la redacción no sólo un cruce disimulado de miradas sino también una que otra risa mal contenida. Esas bocas y esos ojos, sin embargo, se volvieron gélidos cuando, aún con el ceño fruncido, el director matizó: “muchos de nuestros lectores compran el diario exclusivamente por el horóscopo; es una falta de respeto para ellos que prescindamos de esta sección”.

¿Quién a lo largo de su vida no ha escuchado alguna vez, ante cualquier percance, “mercurio está retrógrado”? O a qué persona no le han consultado, en medio de alguna charla profunda o bizantina, ¿qué signo eres?
La tan desdeñada astrología vive una época boyante. Es probable que siempre haya sido así, pero también que pocos de sus adeptos tuvieran los arrestos suficientes para decir, hace algunos lustros: Saturno me está hablando.

Y es que hasta no hace mucho tiempo se creía que la astrología era para personas que tenían problemas mentales o algún pacto con el mismísimo diablo. Incluso hoy muchos individuos lo siguen pensando, pero ya no son legiones, de ahí que astrólogos y seguidores hayan decidido “salir del clóset”.
En Estados Unidos, el 37 % de las mujeres y el 20 % de los hombres manifestaron en 2018 creer en las predicciones, de acuerdo con un estudio del Centro de Investigaciones Pew, un think tank con sede en Washington D. C. que brinda información sobre problemáticas, actitudes y tendencias que caracterizan a los Estados Unidos y el mundo.

Es decir, los movimientos que realizan Escorpio, Virgo o cualquiera de los signos zodiacales han irrumpido en la opinión pública, permeando de exotismo la cultura popular.
Es posible que este florecimiento responda a la masificación de internet —precisamente la maldición de algunos diarios impresos— pero también a un hecho yuxtapuesto a la astrología, según sus discípulos: entre noviembre de 1983 y noviembre de 1995, Plutón estaba en Escorpio. ¿Qué significa esto? Que todos quienes nacieron durante estos años se ven atraídos por las ciencias ocultas.

Ciencia, pseudociencia, o como quiera que sea llamada, la astrología necesita de conocimientos en cálculos trigonométricos, sistema sexagesimal, revoluciones solares, análisis caracterológicos o sinastrías, para ser abordada.
De hecho, en Buenos Aires existe el Centro de Estudios Astrológicos y Parapsicológicos a Distancia que ofrece una licenciatura en Astrología previo al estudio, durante cuatro años, de un pénsum conformado por unas materias cuyos nombres invitan hasta el más entregado lexicógrafo a abrir el diccionario.
En California, en cambio, la International Asociation for Astrological Research otorga a sus estudiantes una certificación internacional como astrólogos profesionales, tras varios cursos y la aprobación de un examen por escrito.

¿Pero qué es la astrología?
La astrología es el estudio del orden planetario cósmico universal. En otras palabras, el análisis de las influencias energéticas que rodean la tierra mediante los cinturones de Van Allen —bandas magnéticas o círculos electromagnéticos que circundan nuestro planeta, lo protegen de la radiación y tienen una influencia directa sobre la Tierra.
El término proviene del griego astrón, “estrella”, y logos, “discurso”. Se trata de una práctica milenaria, compartida por civilizaciones como la china, la hindú o la occidental, que parte de la suposición de que existe una correlación entre la configuración de las estrellas y los eventos que tienen lugar en la Tierra, lo que derivaría en la predicción de eventos futuros y la clasificación de las personalidades humanas.

Hay registros de observaciones de solsticios y equinoccios desde la existencia de civilizaciones tan antiguas —4000 aC.—como la babilónica o la sumeria. Y es que antiguamente, los astrólogos eran hombres de sabiduría: alquimistas, médicos —como Hipócrates—, matemáticos, geógrafos.
Este oficio estaba prohibido para las mujeres, salvo que fueran hijas de algún astrólogo, como Hipatia de Alejandría, cuyo padre, Ptolomeo —astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo y matemático griego— elaboró el tratado Tetrabiblos, una extensa obra en la que habla de los principios que rigen la astrología y los horóscopos.
Según quienes practican la astrología, esta disciplina es interpretativa y al mismo tiempo matemática, porque los ciclos son exactos.

Código deontológico de la astrología
Marcela Noriega, periodista guayaquileña, 44 años, tenía todo lo que cualquier escritor podría anhelar: publicó varios libros, vivió en Argentina y en España, y se alzó con el segundo lugar en la V Bienal de Poesía Ecuatoriana.
Gracias a su talento para la escritura y la prolijidad con la que apelmazó sus trabajos periodísticos se ganó el respeto de sus jefes y sus colegas.

En el año 2012, sin embargo, hubo un punto de inflexión en su vida: abandonó todo lo que había supuesto su consolidación como profesional para marcharse primero al mar —Puerto López— y luego al campo —Vilcabamba— en donde “renació bajo el influjo de la naturaleza”.
—La tierra tiene unos ciclos de los que no te das cuenta cuando estás inmersa en el estrés de la ciudad. Esa vida artificial te obliga a levantarte y a trabajar hasta doce horas. Eso no es natural. Cuando vives en la naturaleza te conectas con el sol, las estrellas, la Luna, y vas entendiendo cosas que no comprendes cuando estás en la ciudad —dice Marcela.

Ese contacto bucólico la orilló a profundizar en la astrología y convertirse en divulgadora. Se apura a aclarar que no se considera astróloga, pues este vocablo, excelso a su modo de ver, lo reserva para los sabios.
Le preguntamos cómo un periodista, cuyas herramientas primordiales en el ejercicio de su profesión deben ser la contrastación y la contextualización, puede decantarse por una rama insondable como es la astrología y responde con solvencia, como si la pregunta estuviera vinculada con el código deontológico del periodista.

—Aplico todas las herramientas del periodismo. Si Júpiter entra en el signo de Tauro analizo cada variante. La astrología se basa en arquetipos, que son energías matrices, como plantillas. La personalidad y el comportamiento de las personas tienen una matriz, como una fuente primaria, pero cada ser es único porque se complementa con estas energías. Allí entra el periodismo, contrasto y contextualizo el pasado, estudiando los patrones. Además escucho a astrólogos y cotejo todo aquello que dicen con mi propia visión del tema.

Desintoxicación y ayuno
Para Marcela, la astrología es como la meteorología; no es una suerte de adivinación sino la respuesta al conocimiento de los ciclos. Es decir, así como los meteorólogos saben cuándo llega el invierno o cuándo se avecina algún fenómeno atmosférico, ella conoce qué día Plutón entrará a Libra o cuándo habrá un eclipse.
Pero todo este conocimiento no llegó a Marcela porque un día chasqueó los dedos. Cuenta que primero debió irse a vivir al campo, luego desintoxicarse y finalmente estudiar. Esta última actividad, matiza, se convirtió en cotidiana.

—Tuve que ayunar de toda la carne que había comido, de todo el alcohol que había bebido, de todo el sexo que había tenido. Con ello pude empezar a trascender.
Su camino —que no es el de los chamanes, el rojo— está desvinculado de la ayahuasca y el cambuy, aunque siente respeto por quienes trabajan con las plantas.
Aprovechamos para preguntarle si estamos sometidos a la tiranía de los planetas y qué vislumbra para este año —2023— a partir de lo que ha estudiado.

Responde que no, que nada de tiranía, que al contrario, que “te puedes dar cuenta del potencial que tienes para que evoluciones, por eso hay que verlo todo en contexto”.
Ese contexto del que habla involucra un plan de vida que viene desde atrás, de vidas pasadas, aclara. Le toma el pulso entonces al cosmos y lanza una noticia: “Júpiter entra en Tauro y eso es bueno.

El 16 de mayo de 2023, por primera vez desde 2012, el planeta Júpiter ingresó a Tauro y va a permanecer un año en este signo. Mercurio se puso directo y todo fluye. Es una buena noticia porque será un año de expansión económica y buena fortuna”. Lo dice con una sonrisa que invita al optimismo.
Luego habla de Tauro, el signo de tierra. “Vamos a bajar a la tierra lo que deseamos: posibilidades laborales, negocios, inversiones”.

“Para Escorpio, sin embargo, esto puede ser desfavorable, pero ahí viene la integración”, disipa. ¿Y qué es la integración? “La preparación. Esa energía que se cree impuesta y que puede ser revertida. ¿Cómo? Meditando, teniendo contacto con la naturaleza, ayunando”.

Abrir la mente
¿Qué papel desempeña la religión en la astrología?, consultamos a Marcela.
Ninguno, dice, y se extiende sin dilaciones en su explicación: la astrología es antirreligión, por eso la iglesia persiguió a los sabios, a los divulgadores del conocimiento.
“¿Cómo puedes ser sabio si no conoces los ciclos del planeta en el que vives”, se pregunta retóricamente.

“Tienes que abrir la mente, ver más allá, hay otras conciencias” remarca. La respuesta abre las compuertas de la materia a la que ahora le entrega su vida, entonces los movimientos de Marte, Urano y Mercurio se vuelven más cercanos con su explicación: “Urano representa los cambios, lo inesperado, la tecnología, lo más vanguardista y futurista”.
Ante la proliferación de charlatanes, le consultamos si internet ha perjudicado la labor de los astrólogos. Dice que la energía de esta herramienta es neutral, expansiva, y que todo depende del polo en el que la persona se ponga.

“Es una herramienta de comunicación que puede llevar a la banalización o a la tergiversación, pero es una bendición para mí porque gracias a ella puedo ir a una reunión y hablar de astrología sin que nadie me tache de bruja o de loca”.
Para Marcela esta expansión es una lucha ganada, de ahí que entre sus anhelos más profundos esté la divulgación de este conocimiento, pues hasta el 2020 tuvo que vivir en el “clóset de las personas raras”.

Recuerda esa experiencia e impulsa a quienes quieren profundizar en la astrología a que lo hagan.
—Así como hay malos astrólogos, hay buenos, solo tienes que escucharlos, ya no tienes que ir a una biblioteca ni buscar libros que antes estaban prohibidos.

Manifiesta que la materia a la que le ha puesto los seis sentidos tiene que ver con el autoconocimiento, “si no te conoces a ti mismo nunca vas a entender el mundo”.
Para ella todo proceso de sanación está basado en el autoconocimiento que busca devolver al ser humano el poder que ha perdido por dejarse llevar por sueños que no son suyos, que no son propios, como tener un carro, una casa, un trabajo fijo.

—Estos no son sueños propios, sino producto de una manipulación mental. Los sueños innatos al ser son tener aventuras, viajar, hacer realidad tu pasión. Esos sueños son únicos e intransferibles.
Marcela ofrece terapias de escritura introspectica, talleres y sesiones individuales. En ellos enseña a las personas a entrar en su ser interior y a escuchar esa voz para que, a partir de allí, se conozcan. Para ello usa la astrología, “una herramienta terapéutica de autoconocimiento”. Además realiza cartas astrales.

Su condición de periodista reverbera todo el tiempo, de ahí que se tome su tiempo para repasar la morfología y la semántica de cada palabra del argot cósmico que pronuncia.
—La astrología es metalenguaje y esoterismo un prefijo que significa interior. La astrología es una herramienta esotérica, porque estudia las energías interiores que componen al ser.

El director del diario del que hablábamos al inicio de este texto, no era aficionado al horóscopo. Pero entendía bastante bien a los lectores de su medio. Marcela, en cambio, se alejó de los diarios para conocerse a sí misma. Ahora comprende que lo suyo es la terapia basada en el autoconocimiento, por ello consagra sus días a la enseñanza de la exploración de la voz interior, a través de la materia que toda su vida ha acariciado: la escritura.