Desliz en la noche eterna

Sirenas sexo
Ilustración: Natalia Álvarez.
Se acercó, me invitó a bailar. Yo tomé la mano que me ofrecía. Sentir su mano de dedos largos, después de tanto tiempo, me hacía estremecer.

Me había divorciado hace tres meses.  El matrimonio apenas duró año y medio.

Los problemas eran de todo tipo. Él, con frecuencia, regresaba a casa al otro día, porque se emborrachaba con sus amigos. En otra ocasión vi polvo blanco en su nariz. Sus ojos estaban desorbitados, la mirada ausente.  No le reclamé.

La gota que derramó el vaso fue verlo con una chica, abrazados y besándose.

***

Qué extraño resultaba  ponerse como prioridad y amarse sobre todo y sobre todos. En mí no existía la materia prima para hacerlo.

Pero esto, ¡no! ¡No pude soportar su engaño ! Algo en mí se rompió y explotó como el trueno en medio de una tormenta:

—¡Eso no le puedes perdonar! Esta no será la última vez. Vendrán muchas más. 

Le dije que se vaya de la casa y no vuelva más.

Sus ruegos y pataletas duraron casi un día entero. Pero no cedí.

Lloré hasta que me abandonaron las fuerzas, como un títere al que le sueltan los hilos. Me quedé dormida sobre la  baldosa del suelo de la cocina. Desperté, porque el frío se coló por todas las partes de mi cuerpo, haciéndome  tiritar. “¡Ah, vaya. Todavía estoy viva!”, pensé con ironía.

Decir que me recuperé, sería mentir. Vivía como un autómata. Hacía las cosas de forma mecánica. ¿Y qué más?

Ya no sentía dolor. Solo indiferencia y hastío. Mi vida era una noche eterna, como si pasara un invierno en el Polo Norte.

***

Una amiga me invitó a tomar unos tragos en la casa de su novio. Él y mi exesposo habían trabado amistad.

Mi amiga me abrió la puerta. Entré y ¡oh, sorpresa! En la sala estaban su novio y mi ex, tomando cerveza.

Quise salir corriendo. Pero mis piernas no respondieron. Me quedé estática e inmóvil, como si mis pies estuvieran pegados al piso con barniz.

Ellos me miraron con cara de complicidad, como dos niños que habían cometido una travesura:

—¡Hola!

—Hola—contesté.

Me senté frente a él. Al comienzo bebía pequeños sorbos de cerveza. En la cuarta botella, me zampé el líquido burbujeante en dos tragos. Mi cuerpo empezó a sentirse liviano, desinhibido, como la hoja que cae de un árbol sin miedo. Mi vagina quería decirme algo. Pero no tenía tiempo para escucharla.

El novio de mi amiga y mi ex ponían música. Esa noche era de salsa. Héctor Lavoe y Willie Colón fueron  los elegidos. Recuerdo que sonó Gitana.

Él se acercó, me invitó a bailar. Yo tomé la mano que me ofrecía y le seguí el juego. Sentir su mano delgada y de dedos largos estrechando mi cintura, después de tanto tiempo, me hacía estremecer.

Puse mi cabeza sobre su hombro y el perfume de su cabello me embriagó. O no sé si fue la cerveza.

Alguien apagó algunas luces y el lugar quedó a medio iluminar. La música sonaba y los dos seguimos bailando.

Nos quedamos solos. Me besó. Era como si a una tierra árida en mi interior, la regaban con agua y volvía a estar fértil.

Su lengua penetró a mi boca, se topó con la mía y las dos se estrecharon largamente. Sentí que mis pezones se pusieron rígidos. “¿Con tan poco?”, alcancé a pensar.

Sus manos recorrieron mis senos. Me estremecí. Luego bajaron al pubis. Había sido vencida por el deseo y me lancé a satisfacerlo, sin inhibiciones ni culpas. Pensé que me resistiría, que después de la separación estaría indiferente, furiosa.

Le sonreí con lascivia y cuando él tocó mi sexo lo encontró húmedo.

Me  tomó con furia, sobre la alfombra de la sala. Respondí de la misma forma. Éramos dos animales salvajes que, por los momentos que dura el orgasmo, se convirtieron en uno solo.

 Su semen bañó mi vulva, luego se deslizó por el interior de mis piernas y las mojaron. Volví a sentir el olor de su semen, de su hombría.

Los recuerdos y el dolor se agolparon en mi corazón roto. Pero no volvió a latir.  Sonó “En el último trago”.

Me alcanzó una botella de cerveza. Tomamos los dos de ella, sentados frente a frente y mirándonos. No nos dijimos nada.

Afuera, ya casi amanecía. El sol empezó a salir y a regar sus primeros rayos sobre las tímidas nubes. Unos arreboles naranjas y violetas, como pintados con acuarela, regaron el cielo. Típico paisaje en Quito. Alguna vez escuché que cuando se forman, traen esperanza. Pero en mí no había alguna. Ni expectativas. 

Sentí sueño, nos acostamos en la alfombra de la sala. Me abrazó, dejó caer su mano izquierda sobre mi seno, como antes, como en el pasado. Nos quedamos dormidos. Mi corazón seguía inerte. Una voz en mi interior me dijo: 

—Olvídalo. Nunca más volverá a latir.

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#BagreSirena: Machángara’s Lilith. Ilustración: Natalia Álvarez.
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