Sirenas

Te espero en mi habitación

Ilustración: Natalia Álvarez.


El bar estaba a reventar. Parejas que bailaban y se entregaban frenéticas al momento, como si no hubiera un mañana.  

Lo miré. Imposible no hacerlo. Era alto, como a mí me gustan los hombres. Su cabello, negro y algo ensortijado, le llegaba a los hombros. El cuerpo atlético estaba enfundado en una camiseta negra llana, jeans también negros y botines de punta de acero. Estaba sentado en la orilla de la barra. Sostenía un shot de tequila en una mano y un cigarrillo en la otra. Miraba con indiferencia. 

Lo observé un poco más para cerciorarme de que no estuviera acompañado. Pasaron los minutos y nadie se acercó. Confirmé que estaba solo. 

Pero cómo acercarme, qué pretexto usar. Pedí un tequila, me lo zampé de un solo trago y exprimí sobre mis labios un limón salpicado de sal.

Un tequila más y me animo, dije para mis adentros.

El alcohol bajó por mi garganta y se extendió por mi sangre. Empecé a sentirme liviana, mi ropa formó una sola película con mi cuerpo. Una voz en mi cabeza me decía: “es tan varonil, debe coger riquísimo, no te quedes con las ganas…acércate”. Me llené de valor.

Él seguía sentado impasible: ese lugar no representaba nada importante, como si estar allí fuera solo un pretexto para pasar las horas.

Pedí un par de tequilas más. Cuando me los bebí, todas las dudas e indecisiones habían desaparecido.

Me acerqué con paso decidido, como si detrás de mí viniera alguien persiguiéndome.

—¡Hola! ¿Puedes invitarme a un trago?

—Hola, claro— dijo, mientras movía su mano para llamar al barman. 

—Nunca te había visto acá, ¿es la primera vez que vienes, verdad?

—Sí, es que no soy de Quito, vivo en Bogotá. Mi vuelo sale a las siete de la mañana y vine a este bar para no quedarme en la habitación del hotel.

Había demasiado ruido: la música de discoteca a todo volumen, la gente coreando las canciones, sus conversaciones. Era imposible mantener una plática. Nos dedicamos a emborracharnos; él me miraba mientras levantaba su shot de tequila. Yo jugaba con el limón y la sal; a ratos me mojaba los labios y le lanzaba miradas chispeantes, como el magma que emana de un volcán en erupción. 

Me sentí mareada y mi piel se volvió maleable e infinita, como niebla en una noche de octubre. Pedí un vaso de agua helada que me lo bebí con premura: “necesito enfriarme un poco”, pensé. Se acercó a mi oído:

—Te espero en mi habitación. Quiero cogerte con fuerza, salvaje.

No dije nada. Le sostuve la mirada con lascivia y me pegué un trago más de tequila. Apreté el vaso con fuerza.

Me tomó de la mano y salimos del bar. Nos subimos en un taxi. En el asiento de atrás me acarició. Yo abrí más las piernas. Tocó mis senos y mi vagina mientras su boca me envolvía y atrapaba. El taxista subió el volumen de la radio. Imagino, para no escuchar mis gemidos. Sonó Take on me

Ya en la habitación de su hotel nos desnudamos con prisa, las ropas se convirtieron en estorbo. Sus manos eran grandes; los dedos, delgados, recorrían mi cuerpo:

—Me encanta tu piel, es tan suave y tersa, pareces de seda— murmuraba, mientras jadeaba y pellizcaba mis senos. 

Tomé su rostro con mis manos. Luego acaricié su cabello. Siempre he sentido debilidad por los hombres de cabello largo y ensortijado. Estar a su lado era hacer realidad un deseo anhelado hace mucho. 

Su olor, el de un semental excitado y alborotado, hacía juego con el aroma de un perfume costoso de notas amaderadas y almizcladas. Eso me excitó aún más. Sus manos recorrieron mi vulva, la abrieron con suavidad y empecé a gemir. Creo que terminé solo con percibir su olor. 

Me llevó a la cama. Me penetró con fuerza: se movía dentro de mí y mi vagina lo recibía estrechándose alrededor de su miembro. Terminó. Chupó mis senos que respondieron con rigidez.

Una vez nos saciamos, me abrazó con sus grandes y fornidos brazos. Recorrió con sus manos la línea de mi escote mientras me miraba a los ojos con ternura. Me sentí frágil, como un arcoíris que en cualquier momento puede desaparecer del cielo. 

Después de esa noche no volví a verlo. Platicábamos por teléfono de vez en cuando. El tiempo hizo que nos olvidáramos, aunque yo lo recuerdo a menudo. Fue un buen polvo.

#BagreSirena: Machángara´s Lilith. Ilustración: Natalia Álvarez.