Sirenas

El sexo no es broma

Sirenas Revista Bagre
Ilustración: Natalia Álvarez

Flavio tiene 37 años, dizque estudió periodismo, pero logra algo con la fotografía; es más, el bálsamo del dolor lo tiene entre sus ojos. Nieto bastardo de Daniel Santos, barcelonista de medio tiempo, juega a veces al tres en raya y la biela es la rubia que siempre le acompaña. Ama a las putas.

—Estoy llegando a tu oficina.

—Ok, Tatiana, te espero.

Solo hay una cosa en mi mente.

Nerviosa, con traje de trabajo y una mochila pesada como la conciencia de noches bohemias, estoy cerca del calor. Debo arrepentirme, pero no lo hago. Ya está hecho. Soy una mujer de palabra (en mi mente solo hay una cosa) y así como es herejía regar la cerveza, así mismo es tomar en broma el sexo.

El sol de lluvia justifica los cuarenta grados. Las calles Colón y Capitán Nájera —casi centro, casi sur— son el punto caliente.

Cuatro de la tarde. Los vigilantes contaminan el ambiente con el ruido que sale de sus pitos, un par de borrachos boxean el aire y los comerciantes gritan como si vendieran piedras y nadie quisiera comprarles.  Humo negrísimo.

Subo las escaleras, un extraño sentimiento hace temblar mis manos.

Flavio sale de sorpresa, me besa, coge mi inexistente culo y tropezamos con el amor.

—Tatiana, te he pensado tanto.

—Igual yo, estoy famélica de saber que esto pasaría.

El mundo sigue dando la vuelta, se escucha un ruido de platos, abajo una pareja discute por alguna vaina, el calor continúa, pero se concentra aún más entre mis piernas, en el Sancta Sanctorum.

Nos adentramos en una oficina deshabitada, no hay luz, ni una sola mesa, solo un baño y una ventana que arroja algo de claridad. Sentados en el piso hablamos de nuestras historias pasadas, de ese dolor añejado, de la mierda que son algunos artistas de Guayaquil, de los miedos pendejos y los hijos que heredarán nuestros errores, porque plata no hay.

Flavio habla sin detenerse, se acerca y toca mi vagina sin bajarme el pantalón. “Está caliente”, dice.

Masajea eso, mi pequeña y transitada cueva, detengo su mano como si se pudiera jugar a no querer, pero es falso, deseo que ingrese desde que ambos destrozamos nuestras almas. Nos faltan lenguas para saborear nuestras bocas, nos falta tiempo para lo que viene.

Su sexo me excita, baja mi pantalón, saco su camisa, todo va quedando atrás. Me coloca de espaldas contra la pared, abro las piernas, introduce sus dedos, palpa que el río que se viene es abundante, me penetra sin dudar una y otra vez…

Entra y sale como dueño de ese lugar. En medio de gritos, zarpazos y éxtasis, un líquido acuoso y abundante sale de mí.

—¿Acabaste adentro?

—¡Nada que ver!, te viniste a chorros.

—Jamás me había pasado eso.

Él, orgulloso de lo que provoca, me abraza.

Somos sudor, lágrimas, gritos, olores. Casi son las seis de la tarde, saca un libro de su mochila y me lo entrega.

—No debo amarte Tatiana, pero lo estoy haciendo

—Flavio, no dañemos esto.

—¿Puedes hacerme un favor?

—Claro, dime.

—Escucha Lucha de gigantes, de Antonio Vega.

Nos besamos por enésima vez, cojo mi mochila que ya no es tan pesada como mi conciencia. Camino entre el gentío. Me dirijo al Bar el cangrejo; tengo sed. Pido una biela, una rubia muy helada, de esas que ama Flavio, y de fondo musical me acompaña Virgen de media noche.

El sexo no es broma me repito para mis adentros.

Tatiana - Revista Bagre
Tatiana Mendoza, #BagreSirena. Ilustración: Natalia Álvarez. Dirección: Alicia Galarraga