Conversábamos a diario. Desde el inicio él me dejó claro que buscaba un “folli-amigo”. Le dije que no, entonces me propuso que le quitáramos el acto de follar y mantuviésemos nuestra amistad.
Me resultó imposible decirle que no.
Un gran amigo mío -nada de folli- dice que las relaciones entre hombres y mujeres son la simulación de una guerra.
Creo que tener sexo sin compromiso y disfrutar el momento es algo que las mujeres aprendemos a ratos. Sosteniéndonos entre nosotras cuando las cosas nos salen mal. Considero que la relación entre sexo y amor es la gran inquietud de nuestro tiempo y espacio. Una duda de la clase media guayaquileña, profesional, treintañera, progresista que coquetea con el feminismo y la deconstrucción.
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Hice una amistad con una mujer lesbiana, que me enseñó en una fiestita, verbalmente, lo que significa el squirt.
Ella me preguntó si yo había tenido un orgasmo, presumí notablemente, respondí que varios, sí.
—¿Has visto salir de tu vagina un líquido blanco, a chorros, como si abrieras la llave del grifo, para que el placer de tu cuerpo se active como los ojos de un adicto a la heroína, calentando una cuchara?
Tuve que responder que no:
—Pero eso solo sucede en la pornografía y es mentira, le deben poner un tubo, algún truco…
Mi amiga, más experimentada en la anatomía femenina que yo, me dijo: no…
La curiosidad de investigadora profesional me llevó a recorrer todas las páginas disponibles en internet.
Después de leer 18 artículos entendí que mi vida sexual era más aburrida de lo que yo pensaba. En uno de nuestros innumerables chats, le conté a él, que quería experimentar ese placer desconocido.
Él, que me llevaba treinta y cinco años de ventaja, recorriendo cuerpos desnudos, enamorando mujeres y conquistando lo que podía del mundo, me dijo que llegar allí era bastante sencillo.
Accedí a visitarlo con la condición de irme al siguiente día.
Le pedí que me buscara un hotel que, por cierto, nunca usamos. Obviamente, pasé la noche en su habitación.
Fui a Montañita, y debo aceptar que la perspectiva de conocer el squirt fue una de las motivaciones que me empujaron hacia la aventura.
Estacioné mi carro junto al restaurante donde me esperaba.
A las nueve de la noche, “La Punta” de Montañita parece un teatro negro, recortado por el océano que trincha todas las voces, con unas pocas luces doradas interrumpiendo la noche.
Él, delgadísimo, blanco, de inmensas manos, cabello negro y ojos sinuosos de color celeste, me invitó dos tragos de whisky costoso —buena jugada—, pensé, para alguien que no tiene ni dónde caerse muerto.
Conversamos un buen rato sobre los grupos extremistas que abundan en Estados Unidos y Ecuador, todo aquello en lo que nosotros creemos: el aborto, el respeto a la diversidad sexual, la ciencia…
Una hora después se acercó a mí, como un lince mezclado en un laboratorio con una mariposa negra, tornasol, azul y marina; así lo inventé en mi memoria.
Me invitó a su departamento y subimos…a “cocinar”.
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No tengo muy claros los recuerdos, pero el contemplar a un hombre tan hermoso, lejos de mi aburrido lugar de residencia que todos los días se enciende en llamas, frente a la perspectiva de perder cualquier límite, me hizo llegar a un estado de placer desconocido.
Él tenía tan bien calculada la escena de nuestro teatro, que hasta colocó una toalla debajo de mis caderas para que no se mojen sus sábanas, sus almohadas, sus dos colchones.
No encontré el amor en Montañita, aunque durante dos meses él me siguió la corriente. Tampoco puedo decir que el éxtasis tenga que ver con presionar un botón de la vagina o no.
Yo creo que el squirt nace o empieza a existir cuando, como mujeres, hemos perdido todo miedo y represión.
