La última novela turca protagonizada por el número dos de la Revolución Ciudadana, Jorge Glas, refleja lo que sucede en la mayoría de partidos, movimientos y organizaciones políticas del Ecuador.
En estos espacios, el patriarcado está arraigado y es parte de sus entrañas.
Como consecuencia, la violencia de género —en sus múltiples y abominables formas— se constituye en práctica común y está normalizada. (En sociología, este término se utiliza para referirse a comportamientos cuestionables, sin embargo de lo cual, se consideran “normales” y poco a poco, van convirtiéndose en parte de la cultura dominante).
En los partidos, movimientos y organizaciones políticas, la mujer suele ser tratada como un ser invisible. O una figura que se utiliza para tareas secundarias, como visitar a los presos o “pasar” documentos.
Los patriarcas también la utilizan de títere político y figura decorativa, encarnando a la candidata obediente y sumisa —como su único y gran mérito— en las elecciones de turno.
A la mujer se le asignan, además, roles relacionados con “la “caridad y beneficencia”; o funciones financieras durante las campañas políticas.
Bajo este esquema, la visibilidad femenina aumenta a conveniencia. Por ejemplo, durante las movilizaciones sociales.
Así se evidenció en los paros nacionales del 2019 y 2022. Los dirigentes del movimiento indígena utilizaron a las mujeres de sus comunidades como carne de cañón, situándolas en las primeras filas de las marchas y de los enfrentamientos con las fuerzas del orden. Esto, a pesar del inminente peligro que corrían.
Retrocediendo en el tiempo, en octubre del 2013, previo a la votación para despenalizar el aborto, las asambleístas de la Revolución Ciudadana dejaron de ser invisibles cuando fueron presionadas para votar en contra de esta ley. Y obedecieron. Incluso, pisoteando sus convicciones personales.
Todo en aras de priorizar “el Proyecto Político”, y claro está, obedecer sin chistar el “viserazo” del “Máximo Líder”.
Estas prácticas funestas y retrógradas anulan avances conseguidos por las mujeres —como la paridad—, cuyo fin es afianzar la participación femenina en aspectos clave, como la toma de decisiones, el reconocimiento de la diversidad y la promoción.
Por lo visto, la utilización de las mujeres a manos de los jerarcas de los movimientos y partidos políticos no son hechos aislados, sino que reflejan que la política no ha logrado desvincularse de la maquinaria patriarcal y las consecuencias negativas que involucra.
Es hora de que las mujeres gocemos de las mismas oportunidades, garantías y derechos que los hombres. No sólo en política. Sino en todas las esferas de la sociedad.
Urge un cambio de timón que permita avances reales en justicia e igualdad. Y que logros como la paridad, no sean sólo formalismos legales que caen en letra muerta.
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