A veces me cuesta un poco creer en fantasmas y en cosas sobrenaturales. Las películas de terror no suelen asustarme con facilidad.
Siempre he pensado que lo que realmente le descoloca a uno cuando está mirando una película de este tipo, es la música. El sonido puede convertir una escena inocua en algo trepidante o perturbador.
Un ejemplo perfecto de esto es la manera en la que las escenas de The killing of a sacred deer, del griego Yorgos Lanthimos, mantienen la tensión a partir de la música.
No es necesaria la oscuridad ni la noche; al comienzo del filme todo se desarrolla en el día, en espacios abiertos y limpios. Y sin embargo, la música va dotando lo que estamos viendo de una densidad pesada y oscura. Sabemos que algo terrible va a suceder, pero no sabemos qué, ni cuándo.
Hace algunos años, el youtuber venezolano Dross Rotzank creó una lista con las —a su criterio— siete canciones más aterradoras de la historia.
Fue así como llegué al mundo de Lustmord y su música ambiental ligada al horror cósmico. Su álbum Alter, junto con otros discos como Henosis del holandés Joep Beving, o Revival Renaissance Rebirth de SymphoCat, ambientaron gran parte de mi lectura de libros como “Miles de ojos”, del boliviano Maximiliano Barrientos, o “Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez.
Si bien Lustmord aparecía en lo más alto de la lista junto con Gyorgy Ligeti y su pieza Jupiter and Beyond —parte de la banda sonora de 2001: A Space Oddysey—, la canción del tercer lugar fue la única de todas que logró ponerme paranoico. La escuché una noche, en la oscuridad de mi cuarto y luego de un par de días, cosas raras comenzaron a ocurrir.
Wild woman with steak knives (Mujeres salvajes con cuchillos de carne) es parte del primer álbum de la artista norteamericana Diamanda Galás, titulado The Litanies of Satan (Las Letanías de Satanás). Es una canción de doce minutos de duración que, francamente, es imposible de escuchar completa. Lo he intentado en varias ocasiones, pero no he conseguido pasar de los dos minutos. La primera vez que la escuché fue en 2014, luego de haber visto el video de Dross.
No sé de qué habla la letra, tampoco he intentado descifrar su contenido. Lo que sí he hecho es investigar un poco más sobre su autora. De Diamanda Galás se ha dicho que se siente atraída por el ocultismo, que los temas recurrentes en su obra son el sufrimiento, lo inmoral, y que su música critica constantemente a la Iglesia católica. Que su registro vocal es prodigioso.
Para escribir este texto intenté escuchar la canción una vez más. Los cambios abruptos, los sonidos guturales, las acrobacias vocales entre graves y agudos asombran, pero la canción como tal no deja de resultar increíblemente perturbadora.
Cuando la escuché por primera vez, pensé que se trataba de una misa negra o algo parecido. Aún hoy no estoy convencido de estar equivocado del todo.
En 2014 tuve un novio con el que escuché la canción después de que un par de situaciones extrañas sucedieran en mi casa. Primero, espasmos inexplicables a la hora de dormir. Luego, sonidos como de respiraciones raras bajo la cama.
Probablemente me encontraba sugestionado por lo que había escuchado y todo lo que sucedía no era más que alguna jugarreta de mi imaginación. Lo cierto es que no podía dormir bien. Así que decidimos visitar a uno de los sobrinos de mi ex, que era músico de una banda en ese entonces y tocaba la batería.
Carlos vivía en un departamento pequeño con su gato. Esa tarde escuchamos la canción en su habitación. Marco, mi pareja de entonces, me llamó por teléfono en la noche. Me contó que el gato de su sobrino, que usualmente dormía en la cama con él, se negaba a entrar en el dormitorio. Todavía, hoy, no sé cómo interpretar todo esto…