Opinión

La gastronomía teje lazos de amor en Navidad

Desde sus inicios diciembre es una temporada llena de trabajo, estrés, cansancio y también alegrías y sobre todo reencuentros.

Como proveedora del servicio de catering y coordinadora de eventos sé que el trabajo en la temporada navideña es extenuante.

Quienes trabajamos en alimentos y bebidas entregamos todo nuestro conocimiento, profesionalismo, paciencia y empatía para hacer felices a otros. Muchos incluso sacrificando nuestro tiempo en familia para atender a clientes y hacer de la Navidad una fecha especial.

Cada 24 de diciembre tengo una agenda familiar apretada. En la mañana suelo desayunar con una querida amiga.

A las 14:00 almuerzo con la familia materna; somos unas 50 personas y cada año se suman más; también hay un pequeño grupo fuera del país que se conecta, gracias a la maravilla de la tecnología.

En esta familia, extrañamente, la comida no es muy importante: el menú suele ser el mismo, muy rico siempre, pero de lo que realmente disfrutamos es de la reunión familiar.

A los 6 años, mi mamá quedó huérfana de madre y a los 12 de padre; eran 6 hermanos que vivían con tías diferentes, por eso en Navidad empezaron a reunirse a la hora del almuerzo, y luego cada uno partía a la casa donde vivía. Luego se fueron casando y los primos retomamos la tradición del almuerzo navideño. Esa costumbre sigue vigente.

Creo que anhelamos cada año seguir con la tradición para que los hijos sientan que, aunque no siempre estemos juntos, contamos los unos con los otros. 

A las 18:00 voy a misa. Nací y crecí en una comunidad católica en la que, con mucho entusiasmo, participábamos unas 10 familias. Creía que todas las misas eran como las que yo había vivido allí, participativas… No podía estar más lejos de la realidad, pero eso es algo que les contaré con más detalle en otro momento.

A las 20:00 me reúno con la familia paterna. La mayor parte de mis recuerdos gastronómicos de infancia y adolescencia están ligados a mi familia paterna y a mi querida cuidadora Eugenia.

Cuando era pequeña, en casa de mi abuelita Mago las tradiciones eran importantes: cenábamos a las 24:00, compartíamos con esta otra parte de la familia, a la que veía poco ya que mis padres se divorciaron, pero guardo hermosos recuerdos de mis primos queridos, y de mis tías Rojas, tan amorosas como las y los Betancourt.

Este año le pedí a mi tía paterna, la receta del relleno que preparaba mi abuelita. Tengo 45 años, estudié gastronomía a los 19 y desde ahí he me he dedicado al arte de la comida.

En los años de mayor auge de mi emprendimiento llegué a producir y vender hasta 70 kilos de relleno y 20 pavos, pero eso fue hace más de diez años, antes de que me trasladara a Salinas, donde actualmente vivo.

Hoy, al leer la receta de mi abuelita, noto que no es tan distinta a la mía, lo que me alegra  porque inconscientemente recogí los sabores de mi niñez y lo que aprendí, de alguna forma, con ella.

La cena de Navidad en nuestro país es como la de muchos otros, una amalgama de representaciones culturales.

El pavo es originario de América del Norte y en México se consumía desde antes de la llegada de los españoles, en el solsticio de invierno, que era el inicio del nuevo ciclo (este año fue el 21 de diciembre).

En esta celebración prehispánica de los aztecas, el consumo del pavo o guajalote (originario de México, con predominio inglés durante la conquista) era parte de la tradición.

El pavo fue llevado a Europa por los jesuitas españoles con el nombre de gallina de indias. Luego, la realeza británica asumiría su consumo como una tradición en la cena navideña, motivo de ostentación, opulencia y estatus.

Según los historiadores, a mediados del siglo XX se inició la reproducción de esta ave en grandes cantidades y a mediados de los años cuarenta se popularizó, dejando de ser consumido exclusivamente por las familias más pudientes. Es así como América aporta con sabores prehispánicos a la cena de Navidad que hoy se celebra alrededor del mundo. 

En Ecuador, como en Colombia, Venezuela y México, existe la tradición de preparar, además, guarniciones para acompañar el pavo, como tamales y hayacas, ambos elaborados a base de maíz, también originario de América.

El relleno navideño, que apenas tiene ochenta años acompañándonos en la mesa, proviene de una mezcla cultural contemporánea. Pero no olvidemos que nuestro país tiene una amplia variedad gastronómica y que en Guayas, por ejemplo, es parte de la tradición culinaria consumir pernil (pierna de cerdo) más que pavo.

En Ambato, una guarnición importante es el tamal; en Esmeraldas y Manabí no faltan el pescado y los mariscos; el rompope y los bizcochos. En Quito, los higos con queso, los pristiños y los buñuelos, elaborados con trigo. Son parte de una tradición que llegó a nuestro país luego de la Colonia.

Hoy, que los países van teniendo más mezclas culturales, en una de las mesas navideñas de mi familia comeremos hayacas, pan de jamón y bollitos venezolanos. Es así como se van estableciendo nuevas costumbres porque la gastronomía teje lazos a partir del amor. ¡Felices fiestas!