¡A llorar por las pelotas!

A los hombres se les está permitido llorar, pero solo en contados sitios y ante ciertas circunstancias; por ejemplo, en una cancha de fútbol.

Hace algunos meses veíamos al tenista Rafael Nadal con el rostro apesadumbrado y los ojos de náufrago en un acontecimiento mundial no menor: la despedida del tenista Roger Federer del tenis profesional. 

La postal, captada el 23 de septiembre de 2022, en Londres, es de antología. En ella ambos tenistas, Nadal y Federer, lloran como si tuvieran delante de sí una historia clínica desalentadora. O si se quiere, dadas las cascadas en que se convirtieron sus retinas, varios kilos de cebolla recién picada. 

¿Son acaso este tipo de escenas una bofetada contra la cultura patriarcal? ¿Estamos recogiendo los dividendos de las nuevas masculinidades? 

Aunque nos guste la idea, debemos decir que no. 

A los hombres se les está permitido llorar, pero solo en contados sitios y ante ciertas circunstancias; por ejemplo, en una cancha de arcilla. O de fútbol

Por eso, cuando la selección ecuatoriana fue eliminada del Mundial Catar 2022, y el «niño Moi» (Moisés Caicedo) se deshizo en llanto, a ningún hombre, por muy machista que fuera, se le ocurrió bosquejar media sonrisa. Tampoco cuando lo hicieron Neymar (Brasil), Luis Suárez (Uruguay) o Cristiano Ronaldo (Portugal).

¡Ya ven! A los hombres se les está permitido llorar. Cuando no alcanzan el éxito que se espera de ellos, o cuando se retiran de alguna actividad que les ha granjeado el respeto de su clan. 

Pero, que lloren por una cuestión romántica, filial o fraternal, no consta en el catálogo de licencias que el mandato de masculinidad les ha impuesto con crueldad.  

No perdamos de vista que para los hombres el estadio es una extensión de la calle, por tanto, al hallarse en ese espacio se sienten en una zona segura, y, por consiguiente, pueden desbordar esas emociones que son representativas de lo que para ellos es importante: la afirmación de su masculinidad. 

En ese terreno se permiten ciertas «vulnerabilidades» porque el objetivo es altamente masculino, de modo que en nada se ven miminizados.

¡Los hombres no lloran!, ¡son valientes!, ¡son intrépidos!, ¡son de la calle! Todas estas expresiones, interiorizadas desde que son niños, los obliga a destacar en cualquier clan, lo que produce en ellos una serie de frustraciones que no saben cómo evacuar. Y el césped es un canal digno para esos menesteres. 

Sabemos que llorar no es una debilidad para nadie. En los hombres, sin embargo, tiene esa connotación porque la sociedad les ha hecho creer que para ser respetados y convertirse en líderes, deben ser fuertes. 

Y es que la represión que impone a los hombres el patriarcado es el precio que deben pagar por el poder y los privilegios que ostentan. 

Dicho esto, no pretendemos soslayar el significado que tiene para la sociedad ver a los hombres llorar —en un  medio además en donde las patadas, los golpes y el lanzamiento de raquetas son habituales— más aún cuando se trata de deportistas de élite y todavía más, cuando pueden ser observados por niños. 

Aunque Rafa Nadal, el «niño Moi», Hernán Galíndez, Neymar y Cristiano Ronaldo hayan mojado el césped con infinita ternura, estas escenas no son suficientes. Pero sí inmensamente necesarias.

Comparte en tus redes sociales
Scroll al inicio