Cultura urbana

Trinitaria Club Femenino: “El fútbol me saca de donde vivo”

Trinitaria club femenino
Ilustración: Manuel Cabrera.

“Vayan a lavar los platos” les gritaban los “dueños” de la cancha en la que ellas querían desahogarse, marcar, gambetear. 

Las ofensas, sin embargo, no taladraban el amor propio de las jóvenes. Al contrario, eran un incentivo para que defendieran su derecho a solazarse en esa parcela que también les pertenecía. 

¿Cómo no hacerlo cuando se ha nacido en un territorio en donde pisar una cancha sintética es como hacer un recorrido por Universal Studios?

¿Cómo transigir cuando se ha crecido en un sector cuyo nombre, Isla Trinitaria, evoca exclusión y plomo?

En la isla Trinitaria viven cerca de noventa mil personas.  

En ese recodo del sur de Guayaquil, habitado mayormente por afroecuatorianos, se desparraman cincuenta y ocho barrios, entre cooperativas y precooperativas: Esmeraldas Chiquito, Andrés Quiñones, Nigeria, Nelson Mandela, Vencer o Morir… 

Son nombres que recuerdan a un líder; son denominaciones que evocan añoranza; son nomenclaturas que gritan guerra.   

Nombres que han mutado, por obra y gracia de pandillas, sicarios y traficantes, en sobrenombres tales como “Cenepa”, “Los chinos”, “Popeye” o “El Puerto”. 

“El Puerto”, uno de los  sitios más peligrosos de la zona, colinda con un ramal del Salado, el estero macilento que recorre los peligrosos meandros del suroeste de Guayaquil. 

A siete cuadras, en la cooperativa Nigeria, precooperativa Desarrollo Comunal 1, el grupo de jóvenes logró imponerse a las miradas desdeñosas y a las frases impronunciables. Seis años tuvieron que pasar para que empezaran a mirarlas con respeto. 

Según reportes del Distrito Estero de la Policía Nacional, entre enero y noviembre de 2022, en el Circuito Trinitaria Norte —que comprende solamente una parte de la Trinitaria, precisamente en donde está situada la cancha— se han reportado 193 robos, 22 asesinatos —15 por tráfico interno de drogas— y 33 tentativas de asesinato.

La cancha múltiple construida por el Municipio de Guayaquil en 2016, conocida como cancha de arena, pero oficialmente inaugurada como Liga Generación 2000, ahora también es de ellas. 

Ellas que la pelearon; ellas que hoy lucen con orgullo la camiseta de Trinitaria Club Femenino.  

En la cancha

Las chicas de Trinitaria Club Femenino al finalizar el entrenamiento de la tarde. La mayoría vive en los alrededores de la cancha sintética Liga Generación 2000, de ahí que lleguen y se marchen en chancletas. Fotografía: Isabel Hungría.

Son las dos de la tarde y el calor arrecia, pero a las muchachas parece no importarles. Corren, patean, caen, se reponen. Pisan una tajada de ese oasis verde de 86 por 46 metros que se ha convertido para ellas en una suerte de revulsivo y al mismo tiempo de catapulta. 

Evaden los conos, acarician los platillos y zigzaguean. Realizan trabajos de coordinación con camisetas azules o buzos negros y unos pupos en los que no caben todos sus sueños. A las órdenes de Alberto Pineda, el entrenador que las cultiva a diario desde hace cinco años, de 13:30 a 15:30. 

Son sesenta entre volantes, defensas y arqueras, pero allí no se encuentran todas. Las que faltan —otras treinta chicas— entrenan por la mañana, de 09:30 a 11:30. 

Con esos dos horarios, fijados deliberadamente por la directiva, se anhela que no abandonen los estudios. Es más, las puertas del club se cierran para las que dejan de ir al colegio. 

—Zavala, no te distraigas —le grita el Profe a la más inquieta del grupo de la tarde. 

Zavala lo mira, le sonríe y vuelve a lo suyo. 

Alberto Pineda, entrenador de Trinitaria Club Femenino, confía plenamente en la capacidad de sus alumnas. Hace seis años empezó a entrenar a un grupo pequeño de niñas en un parque; hoy algunas han sido convocadas por la Tri femenina. Fotografía: Lente Verde.

“Las quiero como si fueran parte de mi familia”, dice Pineda con la mirada fija en cada movimiento que sus pupilas realizan. Sabe que la disciplina no es un asunto tangencial. Lo sabe porque hace varios inviernos él también jugó fútbol. Debió retirarse a causa de una lesión que se infligió cuando dejaba sus talones en el césped. 

Hace cinco años, vio desde su casa —también ubicada en la Isla Trinitaria— a un grupo de niñas que jugaba con una pelotita y el amor por la número cinco reverberó en sus piernas. Se puso los Venus y empezó a enseñarles ese deporte con el que también a él le hubiera gustado brillar. A sus 32 años ha empezado a cosechar lo que sembró, no con sus pies sino con su cabeza, con su garganta, con su experiencia.

Aquel encuentro providencial con las niñas, en 2015, lo acercó unos meses después al proyecto salesiano Juanito Bosco, afincado en el sector, que lo contrató a través del padre Marcos Paredes.  

—Les enseñaba en el terreno de arcilla de Juanito Bosco, pero cuando el Municipio inauguró esta cancha de césped sintético —la señala con el mentón— las traje para acá.  

Conseguir un espacio allí no fue fácil; todo estaba cooptado por los muchachos del barrio.  

Mientras Pineda conversa con la revista digital Bagre, las jóvenes se aplican como si fueran observadas por algún reclutador. 

—Son de una revista —se filtra la información, y las chicas, que tienen entre 12 y 24 años, distienden las comisuras de sus labios y dejan al viento sus blanquísimas dentaduras.  

Gran parte de ellas lleva el cabello apiñado hacia arriba; y las que no, pañuelos o cintillos con los que aquietan sus traviesos rizos. 

Nadie se cansa. Las chicas de Trinitaria Fútbol Club evaden los platillos con los que entrenan diariamente a las órdenes del profesor Pineda y de su asistente, Santo Rodríguez. Fotografía: Lente Verde.

Rompiendo clichés

¿Es difícil entrenar a mujeres?, le consultamos al Profe, y él responde que no, pero que la tarea se duplica cuando recién empiezan. 

—Las mujeres aprenden más lento porque cuando se caen o reciben un balonazo se asustan; en cambio los hombres se golpean y siguen. 

Con todo lo que las jóvenes han aprendido, ahora Pineda no tiene que gritar tanto desde la banca.

—Cuando jugábamos en algún torneo quedaba ronco. Pero ahora saben cómo moverse —matiza. 

El Profe expresa además que las chicas han jugado contra la sub-16 de varones y que el rendimiento ha sido el mismo. 

Hay resultados: la mejor cosecha de Trinitaria Club Femenino es Ángela Suárez, quien viajó con la sub-17 a Uruguay. También están Cindy Medina, Génesis Cabeza, Melanie Orobio. Y la nueva promesa: Yarani Preciado. Este año ganaron los torneos Richard Borja y El Pedregal, de la liga del sur, y están en semifinales del campeonato de verano del Richard Borja. 

Aunque hay chicas que destacan más que otras para Pineda no existen malas jugadoras:

—Todo radica en la motivación.

Mientras charlamos con el profe, su asistente, Santo Rodríguez, lleva a cabo el entrenamiento. Hace una actividad que llama reducido. Con esta logra que las chicas cuiden la pelota y aprendan a dar pases dentro del campo. 

—El objetivo es que cuando las chicas se acerquen al arco sepan dónde colocar la pelota —dice Pineda. 

La camaradería entre las jóvenes es una de las piezas fundamentales en la consolidación del equipo. Acompaña a las chicas de Trinitaria Club Femenino, el profesor Alberto Pineda. Fotografía: Etna Alvarado.

Si bien la mayoría de las jóvenes vive en la Isla Trinitaria, hay algunas que habitan en zonas aledañas, como el Guasmo o Fertisa, otros dos sectores calientes del sur.  

Es el caso de Estéfani Naomi Zavala Chancay, quien reside en el Guasmo. 

Naomi, como prefiere que la llamen, juega desde hace cuatro años en equipos de mujeres, pero empezó en Cristo Te Ama, un conjunto de varones del Guasmo en el que jugó durante tres años. Luego ingresó a El Pedregal, también del Guasmo, y posteriormente al Pablo Neruda, de la misma zona. 

 —Estamos contentos  —dice el entrenador Pineda con el pecho henchido de orgullo. 

Cindy Medina —su otrora discípula— está jugando en Independiente del Valle, en Quito, y Génesis Cabezas en el Barcelona de Guayaquil.

—Durante el último paro —que empezó el 13 de junio y duró tres semanas— Cindy vino a entrenar con nosotros e incluso jugó la final del interbarrial —comenta Pineda emocionado. 

La enjundia de Trinitaria Club Femenino se resume en diecinueve copas —10 adjudicadas por haber logrado un primer lugar y nueve por haber conseguido el segundo—. Es decir, las jóvenes han sido diecinueve veces campeonas o vicecampeonas. 

—¿Qué sueña con este equipo, Profe? —le preguntamos. 

—Me vinculé con las chicas porque allá en el fondo —se refiere a El Puerto— el consumo de drogas es altísimo y las jóvenes salen embarazadas a los 13 o 14 años. Ahora los resultados que estamos obteniendo me empujan a soñar con una superliga.  

—¿Y cuál es la mejor jugadora?

—Todas son mejores. 

Entre el racismo y la violencia

Franchesca Mina ama el fútbol. Cuenta que desde pequeña tapaba; ahora juega de volante de contención en Trinitaria Club Femenino. Fotografía: Lente Verde.

Franchesca Mina sonríe como si le pagaran por ello. Hija de esmeraldeños, como casi todas las chicas de Trinitaria Club Femenino, nació en Guayaquil hace 26 años. 

Su ingreso al fútbol no pudo ser más auspicioso. Se dio por sugerencia expresa de unos amigos suyos que vieron cómo jugaba en una polvorienta calle de su barrio, cuando tenía 18.  

Sin embargo, desde que era niña Franchesca se colocaba entre unas estacas que hacían de arco. Allí atajaba balones. 

—Me apasiona el fútbol —dice mientras se seca el sudor que resbala copioso sobre su frente. 

Actualmente juega en Trinitaria Club Femenino de número cinco, volante de contención, pero también jugó en Fedeguayas, Barcelona y Emelec. 

El fútbol le ha traído grandes alegrías pero asimismo grandes desengaños: en 2015, antes de que Trinitaria Club Femenino existiera, viajó hasta la mismísima tierra de Lionel Messi para jugar un torneo, en representación de Barrio de Paz, fundación auspiciada por el Municipio que trabaja por los niños de la calle. Su equipo quedó en cuarto lugar, de los veinte que participaron. 

—¿Cuál es tu mayor sueño? 

—Llegar a la selección de fútbol femenino —responde. 

—¿Y por qué te gusta el fútbol? 

Se queda en silencio un rato, baja la mirada, aclara la garganta y responde: 

—Me saca de donde vivo; allí matan bastante, roban, fuman, entonces como que me saca de ahí y me trae a conocer nuevas cosas, nuevas personas, nuevos lugares… 

(Unos meses atrás, cuando volvía del entrenamiento, le quisieron robar, pero uno de los delincuentes —vecino suyo— la reconoció y le dijo a su compañero que no le hiciera nada). 

Luego de esa pregunta su mirada se pierde; sus respuestas se achican, se hacen una sola interjección.

—¿Están matando mucho por allí?

—Ahá.  

—¿Estar aquí te relaja?

—Ahá.  

—¿Tu familia también está preocupada por la delincuencia? 

—Ahá. 

Pero a Franchesca no solo le lastima el ambiente en el que vive. 

En marzo de este año fue a probarse en un equipo de Quito con dos compañeras de la Trinitaria. Llegaron, les dieron de comer y cuando fueron al entrenamiento para que el director técnico las probara quedó fuera. En realidad nunca la probaron, cuenta: separaron a todas las afroecuatorianas y les dijeron muchas gracias. De su grupo entró solo una de sus compañeras, “la única que no era negra”. 

Franchesca recuerda lo sucedido con amargura. Fue un 8 de marzo, Día de la Mujer. 

—A todas les dieron una flor, menos a nosotras; esa fue la experiencia más fea que he vivido en el fútbol. 

—¿A qué distancia vives de aquí? —le preguntamos para cambiar de tema.

—Al fondo, a unas veinte cuadras; hay que buscar las calles para caminar por zonas menos peligrosas. 

Preguntamos por su gol más memorable y sale raudamente de la indignación y la pena: fue un golazo de tiro libre, cuando jugamos en El Pedregal, casi de media cancha, la patee al ángulo. 

Un sueño que parece una quimera

Inti Alvarado no solo tiene un compromiso con las jóvenes de Trinitaria Fútbol Club, sino también un anhelo que no tiene precio: verlas felices. Fotografía: Etna Alvarado.

Inti Alvarado tiene 36 años, doce de ellos vinculados a los derechos humanos. Conoció a las niñas —cada vez que habla de las integrantes de Trinitaria Club Femenino les llama así— en 2017, cuando por su trabajo en una organización internacional debió encarar proyectos relacionados con la protección de la niñez, la adolescencia y la juventud. 

Su primer contacto con el equipo original, conformado en ese tiempo por doce chicas, fue de forma fortuita. Había una adolescente colombiana con estatus de refugiada en el plantel: Dayanara Cortés, arquera. 

Inti iba a visitarla como parte del seguimiento que debía hacer a su caso y fue así que conoció el entonces proyecto en ciernes de Alberto Pineda.  

(El número de refugiados en Ecuador hasta agosto del presente año es de 73 632; de ellos 58 549 están registrados como activos en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados). 

Al cabo de seis meses, Dayanara volvió a Colombia, pero Inti —quien había bregado para que en su colegio hubiera un equipo femenino de fútbol en el cual jugaría luego— ya se había enamorado de la idea de apoyar a las jóvenes. 

—El profesor no tenía a nadie; era el único que hacía algo por las niñas, en las condiciones que podía. Él se comprometió con ellas y ha cumplido, por eso lo admiro. Aunque hubiera podido elegir otras opciones, está decidido a seguir formando —dice Inti. 

Inti vela por el club junto a su hermana Etna Alvarado y su cuñado Juan José Tamayo. Los tres son básicamente quienes sostienen económicamente la escuela, con los sueldos que perciben en sus trabajos. 

—Es importante enfatizar que no somos gente buena que quiere hacer caridad; somos pares, nos vemos iguales, aunque reconocemos que tenemos privilegios —dice Inti.

La joven experta en derechos humanos comenta que el proceso con las chicas ha sido difícil porque hay muchísima discriminación hacia las mujeres en el mundo deportivo. 

—Las niñas primero tuvieron que luchar por su cancha, en donde no eran bienvenidas. Tampoco tenían implementos sanitarios ni sujetadores para poder entrenar. Hay algunas necesidades específicas, propias de las niñas y adolescentes, que no habían sido tomadas en cuenta por los entrenadores, no por mala fe, sino porque no existía ese enfoque diferenciado en el deporte. 

Inti remarca también que no hay suficientes torneos oficiales en el fútbol femenino que le permitan al club subir en el ranking y obtener recursos; al contrario de lo que sucede con el fútbol masculino.

—El fútbol femenino no es tan competitivo, no por falta de talento sino porque vive al margen de la oficialidad y de las clasificaciones, salvo en las categorías A y B.

A pesar de esta situación, el número de clubes femeninos va en aumento. A Emelec, Barcelona, Patria, Nueve de Octubre y Guayaquil City —de la Superliga o serie A— se suman Drimi, Alianza, Real Fortaleza —serie B—. 

Etna Alvarado también se encarga de velar por el bienestar de las jóvenes; sin embargo, su foco de atención está en la salud. Consiguió que una deportóloga, con la misma sensibilidad que todos los médicos debieran tener, se encargue de chequear al equipo.

—Las chicas nunca antes se habían hecho chequeos médicos completos. Los valores nutricionales que arrojaron los resultados de los exámenes no fueron estimulantes en algunas de las chicas, de modo que se instruyó a cada mamá sobre cómo deben alimentarlas.

Juan José Tamayo se preocupa de la parte técnica porque conoce de fútbol. —Es un pilar importante porque contribuye técnicamente al club —dice Inti.

La cosecha de Trinitaria Club Femenino tiene sabor a copas y medallas. Fotografía: Etna Alvarado.

Gastos en grado superlativo

Como experta en derechos humanos, Inti conoce que los equipos formativos pueden coadyuvar a la prevención de riesgos. 

—Lamentablemente, el Estado no tiene entre sus planes invertir en el desarrollo del fútbol femenino, pese a que la Isla Trinitaria es probablemente uno de los puntos más inseguros de todo el país. Por otro lado, el Municipio realiza obras puntuales; no procesos sociales —enfatiza. 

Actualmente la directiva del club, conformada por Inti, Etna y Juan José, realiza los trámites para que Trinitaria Club Femenino sea un club legalmente reconocido. 

El camino ha sido largo y sinuoso. La documentación fue entregada en 2020 a la Federación Deportiva del Guayas pero los estatutos de conformación fueron reformados, de modo que el papeleo volvió a fojas cero. 

En mayo de este año, el club consiguió finalmente la personería jurídica pero no puede hacer uso de este estatus porque el Ministerio de Deporte, en donde se encuentra estancado el trámite, rechazó la directiva toda vez que esta debía convocar a asamblea a través de un medio impreso para poder conformarse, pero por desconocimiento lo hizo a través de llamadas telefónicas.  

—Cuando se trata de clubes reconocidos, con trayectoria, las instituciones deportivas se ponen a las órdenes, pero cuando se trata de un club pequeño ni siquiera entregan la información precisa —lamenta Etna. 

La frustración se duplica porque el Ministerio del Deporte otorga sesenta días, después de haber sido aprobada la personería jurídica, para conformar la directiva; sin embargo, debido a la convocatoria fallida esta no se ha podido constituir y han pasado más de ocho meses. La cartera de Estado no se ha vuelto a pronunciar.  

Lo preocupante es que mientras el directorio no sea aprobado, Trinitaria Club Femenino no puede sacar su RUC ni emitir facturas, lo que impide al equipo recibir las subvenciones que entrega la Federación Ecuatoriana de Fútbol para la Copa Conmebol, en la cual las chicas han participado varios años.

Pero el club no solo se ve perjudicado por su falta de reconocimiento sino también porque no puede recibir donaciones. Si no puede emitir facturas es como si no existiera. 

Trinitaria Club Femenino festejando otro logro más. Fotografía: Etna Alvarado.

Trinitaria Club Femenino clasifica todos los años y eso implica transportación, alojamiento y comida. Lo más caro que deben asumir Inti, Etna y Juan José son los costos logísticos, el transporte y las pitadas —cada una cuesta 30 dólares—. 

—Hay muchas necesidades, por ejemplo, hasta ahora el club no ha podido reconocerle al profesor —Pineda— un sueldo. Él recibe lo que podemos darle.

Los pupos más baratos tienen un costo de cuarenta dólares, pero para llegar a ellos hay que quemar suela en la Bahía de Guayaquil (centro de comercio paradigma de la ropa y los zapatos falsificados). 

La idea que tiene la directiva de Trinitaria Club Femenino para obtener ingresos es conseguir sponsors

—Muchas veces las niñas no llegan desayunando y entrenan toda la mañana; les brindamos leche y guineo, porque no tenemos para más, y eso no es suficiente para una deportista de alto rendimiento. Trinitaria Club Femenino no pretende ser un club de fútbol que gane torneos a nivel nacional o internacional, como lo haría normalmente un club de carácter privado, con fines de lucro, lo que busca es convertirse en una escuela formativa para que las jóvenes estén seguras y felices —menciona Inti. 

En el caso de las jóvenes de la Trinitaria, las jefas de familia son las madres, con un solo sueldo y, si acaso son los padres, la mayoría son recicladores. 

—¿Por qué las apoyas a ellas, Inti? —le preguntamos. 

—Las niñas se encuentran en un sector de alto riesgo, probablemente la mayoría de ellas no logre salir de la Trinitaria por el resto de su vida, lo que va a mermar sus oportunidades en el futuro. Todo lo que viven, todo, se debe a que son mujeres, pobres y afrodescendientes.

Melanie Orobio tiene 16 años y es la actual goleadora del equipo. Fotografía: Lente Verde.

Y la goleadora es… 

Melanie Orobio parece una gacela. La velocidad que le imprime a sus piernas es inversamente proporcional a la velocidad que le imprime a sus palabras. A ratos, mueve las piernas como si estuviera calentando para encarar un partido. Además, suele contestar con monosílabos, pero no de manera displicente. 

—Entrenaba en Barcelona Ciudad Deportiva, pero me cambié porque estudiaba en la tarde y no podía pedir permiso todos los días —responde al preguntarle por sus inicios. 

Tiene 16 años, lleva el número 10 en su espalda, es la goleadora del club, junto con Madelein Ladines, y vive “en el fondo”, un sector en el que el olor a pólvora y marihuana se mezcla con el de las aguas del estero.  

—¿Harta pelota, Melanie? —le preguntamos para diluir el témpano; ella responde con una sonrisa discreta. 

Ha perdido la cuenta del número de goles que ha realizado. 

—Creo que hice dieciocho en esta última temporada —dice con la sencillez de quien cree no haber hecho nada. 

Todos la llaman el ratón Orobito porque se escabulle con facilidad entre sus rivales, pero de lo que no puede escabullirse es de su memoria. Su padre y su madre se separaron cuando tenía cuatro años, por eso relata que su mamá es padre y madre para ella.

—No tengo papá; él no es mi papá porque yo tengo los dos apellidos de mi mamá; ella es la que me da para el colegio y para entrenar. 

Mientras conversa con Bagre, las demás chicas entrenan sobre un cuarto de cancha. 

A este entrenamiento le llaman trabajo de definición, una actividad que realizan a diario y que involucra pases entre callejones, centros hacia el área y remates al arco. 

Las chicas se colocan en grupos de cuatro: la que da el pase, la que lo recibe, la que entra al callejón y la que remata.

Poco aficionada a fiestas y estudiante del colegio Provincia del Azuay, Melanie termina su día viendo videos de motivación y de sus ídolos Neymar (78 millones de dólares, Paris Saint-Germain) y Phil Foden (196 millones de dólares, Manchester City). También admira a Alex Morgan (89 millones de dólares, San Diego Wafe FC), la mejor jugadora de la selección femenina de Estados Unidos.  

Los ojos de Melanie se convierten en faros cuando le preguntamos por el sueño que más anhela: 

—Llegar a Europa, jugar en el Barcelona de España. 

El asistente Santo Rodríguez, mientras tanto, continúa con sus enseñanzas:

—Tienen que golpear la pelota con el interior del pie, trazando una línea recta imaginaria que vaya del pie derecho de ustedes al pie izquierdo de sus compañeras. 

Su mandato se hace norma en las chicas, en este barrio guayaquileño del país de la línea imaginaria.

Trinitaria Club Femenino, campeón de la copa de verano Richard Borja. Fotografía: Etna Alvarado.