El jueves primero de diciembre se presentaron los Premios Municipales a las Artes y Ciencias del 2022, galardones que se entregan cada año a lo mejor de la producción artística y científica local a propósito del Día de la Interculturalidad.
Los autores galardonados llegaron esa noche con sus mejores atuendos, pero a nadie le cupo duda de que quien brillaba con mayor fuerza era ese relámpago maravilloso que se hacía cuerpo en la escritora y activista Purita Pelayo.
Vestida con una chaqueta concho de vino, una falda negra y montada en unos tacones inmensos, recibió el aplauso rabioso del auditorio, que se puso de pie cuando subió al escenario para hacerse con el Premio José Peralta que se otorga a la mejor obra publicada en crónica o testimonio, por: “Los fantasmas se cabrearon”, libro que recoge las vivencias de la comunidad LGBT+ en la época anterior a la despenalización de la homosexualidad en el Ecuador.
“Conmemorar el 27 de noviembre de 1997” reza un comunicado oficial publicado por el Consejo Nacional para la Igualdad de Género “es regresar al momento en que el Ecuador reconoce legalmente que la homosexualidad no es delito y que las personas LGBTI no pueden ser discriminadas por su orientación sexual o su identidad de género”.
Mientras Purita recogía su premio, la presentadora decía que “los fantasmas a los que se hace referencia en el título [de libro], son aquellos que maltrataron en el pasado a las personas trans olvidadas, y que hoy en día ya no pueden hacerlo”. No hace falta decir que esta descripción es una imprecisión por dos motivos: el primero, porque claramente los fantasmas a los que se alude son las y los miembros una comunidad perseguida, acosada, encarcelada y torturada sistemáticamente por la policía nacional durante los nefastos años de gobierno de Febres Cordero, Rodrigo Borja, Durán Ballén y Abdalá Bucarám.
“Los actos de violencia contra la comunidad no tenían bandera política” escribe Purita. Las descripciones de los suplicios a los que eran sometidas las personas LGBT+, en especial las mujeres trans que ejercían el comercio sexual en las noches capitalinas como resultado de la discriminación laboral y la marginalización, están descritos de manera explícita y cruda en las páginas del libro, a tal punto que a ratos es simplemente indigerible.
Narraciones sobre golpizas, vejaciones y muerte en los calabozos a los que eran conducidos los prisioneros en los famosos Escuadrones Volantes, llenan capítulos de una historia de oscuridad y resistencia, que terminó con la derogación del artículo 516 del Código Penal, hace 25 años. Y, sin embargo, la otra imprecisión por parte de la presentadora es que hoy en día ya no se puede maltratar a las personas trans, cuando en realidad todavía se las mata, marginaliza y vulnera. Solo basta recordar el reciente asesinato de Jessica Martínez, mujer trans afrodescendiente, activista y vicepresidenta de la Asociación Trans Nueva Esperanza. Su muerte es el resultado también, de la indiferencia estatal. Este crimen se suma a la lista de transfemicidios de este año.
Volviendo a la noche de la premiación (que además coincidió con el Día Mundial de la Acción contra el VIH/SIDA, otra de las causas de discriminación contra las disidencias sexo-genéricas, cuyo azote, en aquellos años aciagos antes del cambio de siglo, también se cuenta en el libro de Purita), algunos de los presentes no solamente celebrábamos la entrega de un reconocimiento, sino también la supervivencia y la lucha hecha carne en la figura de la mujer que levantaba el trofeo con cierta timidez, ante la mirada de decenas de funcionarios públicos. Se insiste todavía, y se seguirá insistiendo, en la necesidad de reparación para aquellxs que pusieron el cuerpo y entregaron la vida durante los años previos a la despenalización de la homosexualidad y gracias a quienes hoy, los LGBT+ podemos vivir sin ser criminalizados. La lucha continúa. Pero por ahora lo mínimo que resta decir es gracias.
Gracias, Purita Pelayo.