Hoy es primer día de diciembre.
Me siento en la mecedora que era de mi abuela, ahora ocupa un rincón de la terraza de mi casa. En la distancia cintilan las montañas bajo el sol de la Mitad del Mundo, como si estuvieran hechas de vidrio. A ratos un destello. Luego desaparición.
Desde hace años, cuando llega este día, recuerdo las escrituras luminosas de David Wojnarowicz, de Randy Shilts, de Larry Kramer, del magnífico y amado Lemebel. Escrituras que fueron y siguen siendo, faros brillantes en medio de una oscuridad que poco a poco, durante las últimas décadas, se ha ido despejando, aunque con una lentitud exasperante.
El primero de diciembre se celebra el Día Mundial de la Acción contra el VIH/SIDA. Antes era el Día Mundial de la Lucha contra el VIH/SIDA, pero debido a que la palabra “lucha” tiene una connotación bélica, y en ese sentido pienso en Susan Sontag y sus metáforas militares y en la importancia que tiene alejar este tipo de construcciones lingüísticas de una condición tan estigmatizada como el VIH, el nombre se cambió finalmente. En todo caso, es imposible para mí no pensar en esos cuerpos martirizados, al inicio de los 80’s, cuando se desató la crisis del SIDA.
Cuando la enfermedad era conocida como GRID, o Inmunodeficiencia Asociada a los Gays, por sus siglas en inglés.
La famosa “peste rosa”.
No puedo dejar de pensar en todos esos nombres que surgen de las páginas de And the band played on, quizá uno de los documentos periodísticos más importantes de finales de los 80’s, que registra con claridad y crudeza aquellos primeros años, cuando se pensaba que la enfermedad era exclusivamente de maricones y que, por lo tanto, había poca gloria o prestigio en trabajar para resolver el misterio de qué era lo que la provocaba. Ahora veo The Normal Heart, esa estremecedora película basada en la obra de teatro del mismo nombre, escrita por Larry Kramer, y siento un hueco profundo y frío en medio del cuerpo.
Los medios de comunicación se negaban a alertar a la población sobre la nueva epidemia, fondos gubernamentales no se asignaban a la investigación relacionada al GRID.
Solo afecta a los maricones, decían.
Se forjó un relato moralizante que ha hecho del VIH/SIDA una condición que no solamente se vive en el cuerpo, sino que va devastando de a poco la salud mental. El eterno relato que nadie con verdadero poder mediático se ha tomado la molestia de actualizar y que todavía espanta, que lo único que logra es provocar más muerte.
Existía solamente una razón que explicara la falta de interés de los medios de comunicación, y todo el mundo lo sabía: las víctimas eran homosexuales.
Es un castigo.
La “plaga gay” solamente recibió cobertura mediática porque finalmente había golpeado a personas que importaban, personas que no eran homosexuales.
Por viciosos.
Uno de tus seres queridos ha muerto por culpa del sida. El gobierno de tu país lleva más de diez años riéndose de tu perdida.
Las estadísticas que cuentan el número de personas viviendo con VIH/SIDA no son ni pueden ser exactas en sociedades donde la gente no se realiza pruebas preventivas por miedo o por desidia. Donde no existe verdadera educación sexual. Donde la desigualdad es rampante y obscena.
Cuarenta años han pasado desde la crisis del VIH/SIDA en el mundo. Aún no existe una cura. Pero siempre que llega el primero de diciembre pienso indefectiblemente en esos cuerpos, en aquellas personas valientes que habitaron esa oscuridad densísima. En el desamparo, en la intemperie que, de alguna manera, se parece a la que vivimos hoy en día en el Ecuador. Esa que genera formas terribles de violencia.
¿Me abrazarán todos los que se han marchado antes que yo?
David Wojnarowicz