Opinión

Me cuidan mis amigas

amigas
Ilustración: Manuel Cabrera.

La situación de violencia que enfrentamos las mujeres en el Ecuador es un tema lacerante. Hasta el 3 de septiembre de este año, la Alianza Feminista para el Mapeo de los Femi(ni)cidios en el Ecuador, registró 206 femicidios.

En el 53% de los casos, los femicidas tuvieron una relación sentimental con la víctima. Por otro lado, 32 de las 206 víctimas denunciaron a sus agresores; 8 de ellas tenían boleta de auxilio y 13 sufrieron abuso sexual.

Sin embargo, la otra cara de la moneda la ponen las redes de solidaridad y cuidado, que cada día son más fuertes. Son esas mismas redes que no dudan en demandar, en exigir, a través de toda red social, que se busque a las desaparecidas; incluso, realizan plantones para demandar justicia.

Estos hechos me llevan a reflexionar respecto del valor de la amistad en estos tiempos. 

Amigas de la infancia o de toda la vida, amigas que siempre están allí, pase lo que pase; otras con quienes no hablas muy seguido, pero cuyos vínculos siguen intactos, compañeras de trabajo o de estudio; y hay algo que las identifica a todas (o a casi todas): te extenderán su mano si la necesitas.

Yo soy afortunada. He tenido lindas experiencias al respecto: mis amistades recogieron mis pedacitos cuando me quebré; han sido y son mis referentes en muchos ámbitos. Por ello, me declaro militante de la amistad. 

Es hermoso constatar cómo, nuestras redes, alcanzan otras realidades, fronteras y geografías; ejemplo, la lucha de las mujeres en Irán: verlas salir a las calles, pese a que esta acción pueda costarles la vida, nos estremece a todas, nos muestra una hermandad maravillosa.

El grito “¡mujeres, vida y libertad!”, ya es nuestro también. 

Creo que es pertinente incluir en nuestros relatos y memorias esos afectos que se dan de forma casual y natural: ya sea en un baño público, en una fiesta, un bar o cuando vemos que alguna de nosotras está en peligro; a pesar de ser completas desconocidas, ahí estamos, ahí están.

Rostros anónimos que tienden su mano bondadosa y que no volveremos a ver, que nos prestaron un lápiz labial, que nos pidieron un Uber y nuestro número telefónico para que les avisemos cuando lleguemos a casa, las que espantaron al patán, las que salieron con un cartel que decía: “si mañana me toca a mí, quiero ser la última”

Cuando escucho comentarios como “la peor enemiga de una mujer es otra mujer”, con claridad les digo que no saben lo que dicen. Las mujeres siempre hemos estado en espacios de apoyo; a menudo, disfrazados de círculos de bordado, lectura o de cocina.

Ni qué decir de las maravillosas olas feministas que en su constante búsqueda de la igualdad han ido transformando nuestras realidades.  

A mí me cuidan mis amigas y yo las cuido a ellas. ¡Lo repito a viva voz!