Hispanoamericano, ñamericano, español o castellano. ¿Qué idioma hablamos los latinoamericanos?

lengua española o castellano
Ilustración: Gabo Cedeño.
En el último Congreso Internacional de la Lengua Española se habló, entre otras cosas, sobre cómo debería llamarse eso con lo que nos comunicamos 500 millones de hablantes. ¿Cuáles fueron las propuestas?
Juan Villoro, Martín Caparrós, Carme Riera, Ángel López García y Alonso Cueto en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Cádiz, España, del 27 al 30 de marzo.

La cita celebrada el 28 de marzo de este año en Cádiz fue una suerte de guerra fría en la que el escritor y periodista argentino Martín Caparrós y el lingüista y catedrático español Ángel López García-Molins se pusieron los guantes. 

No hubo zarpazos, piñas, quiños ni contrarréplicas, dada la mecánica de sus intervenciones, pero lo que cada uno expuso dejó en evidencia los históricos desencuentros entre los nativos de la Abya Yala y quienes nacieron en territorios de ultramar. 

Les acompañaron los escritores Alonso Cueto (de Perú) y Juan Villoro (de México), a propósito del IX Congreso Internacional de la Lengua Española, en donde todos abordaron una materia que les es palpitante: “El español, lengua común. Mestizaje e interculturalidad en la comunidad hispanohablante”.

El lugar de la cita no podía ser más propicio: Cádiz. En este puerto, de gran relevancia en procesos como las guerras púnicas, la romanización de Iberia o la instauración del régimen liberal, estaba situada la Casa de la Contratación, institución que controlaba el tráfico de embarcaciones, pasajeros y mercancías entre la península y las Indias. 

¿Qué palabras amerindias habrán ingresado por ese pedazo de mar a España? ¿Cuántas? Una, dos, diez, treinta…  ¿Cuáles? ¿Cacao, chocolate, coca, ají, tabaco, potosí…?

La académica española Carme Riera fue la moderadora de la plenaria desarrollada el 28 de marzo, en Cádiz.

La sesión, dirigida por la española Carme Riera, de vocación escritora e inquilina de la silla “n” de la Real Academia Española, duró exactamente una hora. 

En su intervención, Riera tendió puentes entre ambas orillas, como era de suponerse. Y en consonancia con el título de la plenaria, habló de La Malinche, de quien ponderó su función como traductora -náhuatl/español- y como madre del mestizaje al haber compartido caricias, y fluidos, con Hernán Cortés. 

“La lengua española mantiene a lo largo de los años su unidad y respeta los matices de sus 500 millones de hablantes y sus mundos anchos pero nunca ajenos”, manifestó. 

Luego hizo mención a algo más concreto, dos artículos de la Constitución española de 1812: “la comunidad panhispánica es la reunión de todos los hablantes de español en ambos hemisferios”; y, “el español es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de ningún país ni familia ni persona”. 

Minutos más tarde se puso a tono con las disonancias de una lengua sobre la cual aún germinan llagas.  

-España no impuso la lengua de Castilla en América sino hasta el siglo XVIII y fue a petición del obispo de México, Francisco Antonio de Lorenzana y Butrón, quien expuso a Carlos Tercero la necesidad de que se enseñe castellano a los indígenas y de que estos abandonen el uso de sus lenguas-. 

Con ello la escritora intentó endilgar a la Nueva España la imposición del castellano como lengua común, ¿pero Lorenzana y Butrón era acaso mexicano? Este obispo, además de ser español, era el representante de un país y de una religión que logró la conversión de los indígenas, en perjuicio de sus antiguas creencias. 

Luego matizó que fue a partir de la independencia que el castellano se convirtió en hegemónico en las jóvenes repúblicas y que no fueron los líderes americanos los más interesados en aprender las lenguas autóctonas sino los frailes que llegaron del Viejo Continente. 

Lo que a la Premio Nacional de Narrativa (1995) y Premio de las Letras Españolas (2015) se le olvidó decir fue que ese interés no fue gratuito. Dominicos y franciscanos buscaban otro tipo de conquista: la espiritual. 

Los misioneros españoles tuvieron que aprender las lenguas que hablaban los habitantes de Hispanoamérica para poder evangelizarlos.

Caparrós se sube al ring 

El micrófono entonces llegó a manos de Caparrós, quien dio a conocer su postura sobre eso que llamamos “español” en Hispanoamérica. 

“Me interesa preguntar si la lengua común que nos une es realmente el español. ¿Cómo se llama el idioma en el que hablo? Yo siempre creí que se llamaba castellano porque cuando era chico en la escuela me enseñaron Lengua y Literatura Castellanas, no españolas. Estudiábamos más a Sarmiento, José Martí o Sor Juana que a Unamuno o Rosalía de Castro. Más a Neruda, a Rulfo y a Borges que a Jiménez o Pérez Galdós. Y teníamos claro que Cervantes, Quevedo y Lope habían escrito en castellano, no en una lengua que todavía no existía con otro nombre”.

Asimismo, el autor argentino dijo que en Hispanoamérica muy pocos hablaban español porque esta no fue conquistada por España sino por el reino de Castilla. 

Y matizó, sin un atisbo de rubor: “Por bandas donde habían muchachotes armados de todos los rincones en una época en que su idioma terminaba de armarse con la gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija, tan saludada por los reyes de Castilla”.

Detractor febril de la palabra “español”, Caparrós adujo que “castellano” es el nombre del dialecto de una región que se extendió pero que no alude a ningún estado nacional. Y que “español”, por el contrario, es el gentilicio y adjetivo de lo que pertenece al reino de España. 

“Puede ser una tontería, o una pelotudez, o una gilipollez, o una huevada, o incluso un surmenage, pero quizá llegó la hora de pensar en un nombre para esa lengua que no sea el del reino que le impuso, a sangre y cruces, un nombre común. Yo propondría ‘ñamericano’, donde la ‘ñ’ es estandarte de nuestro idioma al modificar la noción de americano para volverla nuestra”.  

Tras exponer su propuesta, el conspicuo cronista reflexionó sobre algunas peculiaridades de nuestro idioma. Por ejemplo, “la zeta de lengua contra dientes -interdental fricativa sorda- no existe en ñamericano”.  

“La ‘zeta’ es el mejor ejemplo de este raro chantaje cultural en el que 35 millones de habitantes convencieron a 435 millones de que los que se equivocan son ellos, la enorme mayoría”, aseveró. 

En ese mismo sentido, habló de la segunda persona del plural -vosotros- cuyo uso en “ñamericano”, aunque necesario, es minúsculo. 

Los escritores Juan Villoro y Martín Caparrós pusieron sobre la mesa sus propuestas para renombrar al español.

“‘Ñamericano’ puede ser una opción mala, seguramente puede haber mejores, no pretendo que la encontremos ahora, lo que sí me gustaría es que empezáramos a ponernos de acuerdo sobre la necesidad de buscarla, y así sabremos algún día qué idioma hablamos, cómo se llama nuestra lengua”.

El autor del ensayo “El hambre”, la crónica “Ñamérica”, y premio de periodismo Rey de España y Ortega y Gasset, atribuyó el uso generalizado del término “español” al impulso de los norteamericanos, “que dicen ‘spanish’ porque su idioma desdeña de la palabra Castillan”. 

Y apostilló lo dicho con una frase arrolladora: “La palabra ‘español’ en ‘Ñamérica’ es casi un anglicismo”. 

En ese momento la moderadora, visiblemente sorprendida ante lo que acababa de escuchar, esbozó una sonrisa sardónica. 

Aunque lo dicho por Caparrós, dentro de su práctica revisionista, fue corrosivo, fue un llamado a la reflexión. 

“El crecimiento del castellano en Estados Unidos es el símbolo del fracaso latinoamericano, nada de qué jactarse”, advirtió luego ante el hecho de que en este país más de 62 millones de personas hablan español como lengua materna.   

Esta cifra convierte a Estados Unidos en el segundo país con más hispanohablantes del mundo, después de México, y hay estudios que aseguran que se convertirá en el país con más hispanohablantes en 2060.

Estados Unidos es el segundo país con más hispanohablantes del mundo.

Del culebrón al ninguneo 

Luego de que concluyera la intervención de Caparrós, tomó la palabra el escritor peruano Alonso Cueto, quien habló de lo sorprendido que quedó cuando, al llegar a España hace algunas décadas, se percató de que a Chita, personaje de Tarzán, le llamaban Concepción. 

“Hoy no podemos imaginar cómo serían los libros de Rulfo o de Cortázar si algún editor español los hubiera buscado traducir a la lengua madrileña”, remarcó el autor de novelas policíacas. 

Cueto también dijo que la palabra española “culebrón” no es infrecuente en América Latina; así como tampoco lo es el término mexicano “ninguneo”, en España. 

La polinización de la lengua no existiría sin la inmigración, destacó, por tanto aseguró que defender el español del inglés es tan absurdo como haberlo querido defender del árabe. Por ello citó una palabra que está desde hace siglos incardinada en nuestro idioma: “acequia”.

Lamentó eso sí que mientras el español se sigue integrando como lengua común, muchas lenguas nativas de América sigan desapareciendo. 

“En Perú han desaparecido 37 lenguas originarias y hay otras 21 en peligro. Felizmente el quechua, que tiene más de diez millones de hablantes en siete países, parece resistir esa marea”.

El escritor peruano Alonso Cueto expuso su preocupación ante la desaparición de 37 lenguas originarias de Perú.

Ante la extinción de estas lenguas apeló a la incorporación de términos de diferentes idiomas al español como un antídoto contra la fugacidad. 

“La lengua nunca fue pura, porque la vida y la sociedad que la alimentan no lo son ni lo fueron ni lo serán nunca. Seremos siempre orgullosamente impuros, mestizos, abiertos al mundo”, destacó. 

Finalmente parafraseó el famoso cuento -más corto de la historia- del incombustible Augusto Monterroso (+), pero reemplazó la palabra “dinosaurio” por “diccionario”. 

“Y cuando despertó el ‘diccionario’ aún seguía allí“. 

López García-Molins recoge el guante 

Luego vino el turno del lingüista español Ángel López García-Molins, quien aclaró que a pesar de que España no tuvo ningún interés en difundir el español por América, fueron favorecidas algunas lenguas indígenas, como el quechua, el maya, el guaraní y el muisca (extinta y hablada principalmente en Tunja y Bogotá, por cuyo número de hablantes fue declarada en 1580 Lengua General del Nuevo Reino de Granada). 

Ese desinterés, en detrimento del idioma europeo, tenía detrás un motivo nada noble: evitar la competencia de los nuevos súbditos de la corona en el acceso a los cargos públicos. 

Es decir, se obstaculizaba en la Nueva España toda posible expansión del español. 

López García-Molins encasquetó la dispersión del español a los líderes de la independencia. “Cuando se producen las independencias de las naciones americanas todas ellas reclaman la condición de lengua nacional para el español en sus constituciones. Precisamente el español, la lengua de los odiados españoles, acreedores de la detestación universal, como decía Simón Bolívar”, matizó. 

El lingüista Ángel López García-Molins manifestó en el encuentro que “el español surgió por los mestizos y no para los mestizos”.

¿Español o castellano? ¿Castellano o español?

“El español surgió del latín como lengua de intercambio entre gentes de variadas procedencias a lo largo del Camino de Santiago, entre el siglo X y el XIII. No era una lengua nacional. A partir del siglo XV fue adoptado por gallegos y catalanes. Antes lo hicieron suyo otros mestizos culturales que se repartían por las urbes de casi toda España, por ejemplo los judíos que tenían problemas de integración con la cultura hispánica por motivos religiosos en su lengua propia, la judeo-español”.

Según López García-Molins, el español vino antes; el castellano, que no es sino un español elaborado, después. 

En cuanto a la expansión del español en Estados Unidos celebró su convivencia con el inglés, a veces problemática pero fecunda “porque a nadie se le escapa que el hecho de que las dos lenguas globales de Occidente aumenten progresivamente sus espacios de coexistencia esté dando lugar a una nueva cultura idiomática que recuerda a la cultura clásica grecolatina”.  

Eso sí, fue enfático en señalar que la condición mestiza del español quedará en entredicho si no mejora sus condiciones de convivencia con el catalán, el vasco, el gallego, en España; y con el quechua, el náhuatl, el guaraní, el aymara, el mixteco o el mapuche en América. 

Recalcó que el mestizaje lingüístico soportado por una lengua común era ya una tradición del mundo indígena, el cual funcionaba siguiendo patrones prehispánicos. 

“Se suele decir que el quechua era la lengua del imperio de los incas, aunque los aristócratas incas no hablaban familiarmente quechua sino puquina, su lengua secreta” (de la nobleza inca 1200 d. C al 1572 d. C., mientras el “runa simi” o quechua era la lengua del pueblo en su etapa imperial del Tahuantinsuyo). 

Valoró que el español sea un idioma que cuente con la curiosidad de “haber sido promovido siempre por los mezclados. Surgió por los mestizos y no para los mestizos”. 

La conquista española trajo a Hispanoamérica algunos elementos que ocasionaron profundos cambios, como la lengua y el mestizaje.

El término español ¿es un arcaísmo?

El periodista mexicano Juan Villoro comenzó su intervención con una frase contundente: “Estamos condenados a entendernos”.

El autor de El Testigo opinó que el término ‘español’ es un arcaísmo, de ahí que propusiera la palabra “hispanoamericano” para darle un nuevo nombre a nuestro idioma. Aunque conservadora, su propuesta es menos polémica.

“Todo idioma puede ser un recurso de dominio o liberación”, reflexionó, de ahí que “si la lengua ha dejado en el camino otras lenguas, también puede ser una oportunidad para volver a ellas”. 

Villoro quebró una lanza por “la aventura de la inclusión” y en esa tesitura dio importancia a la creatividad en la ficción para el enriquecimiento de la lengua. 

El también periodista lamentó además la pérdida de las lenguas originarias. “Antes de la independencia de México, más del 60 % de los habitantes dominaba una lengua vernácula, hoy solo el 6,6 %. La destrucción de ese patrimonio ha sido obra del México independiente”.

Con ello dejó entrever que España no ha sido siempre quien ha puesto en el cadalso las lenguas originarias. 

Es probable que las propuestas de Caparrós y Villoro (Ñamericano/Hispanoamericano) no tengan asidero, tal como sucediera con la que formulara el escritor Gabriel García Márquez en el primer congreso de este tipo, celebrado en 1997 en Zacatecas, México: “Jubilar la ortografía”, pero lo que sí está claro es que las cuestiones de mestizaje e interculturalidad asociadas al español son temas complejos, frecuentemente controvertidos, por ello deben ser abordados con conocimiento de causa, sensibilidad y tacto. Muchísimo tacto. 

Comparte en tus redes sociales
Scroll al inicio