“Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas…”, plasma en su libro dedicado a la lexicografía, La seducción de las palabras, el escritor y periodista español Álex Grijelmo.
El poeta Pablo Neruda es más impetuoso y cercano cuando habla de ellas. No las describe, las pone en el asador: “Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto…”.
Exactas o infumables, científicas o burdas, ampulosas o sencillas, eufemísticas o abyectas, la Academia de la Lengua Española las recoge, las interpreta, las sacraliza y las presume.
La versión electrónica del Diccionario de la lengua española (DLE), cuyas visitas anualmente suman la nada despreciable cifra de mil millones, hoy contiene alrededor de cien mil entradas.
Cien mil. Una cifra pequeña en un universo de seiscientos millones de hispanohablantes pero colosal en función del uso que les damos: se dice que un intelectual puede llegar a utilizar hasta veinte mil palabras en toda su vida, mientras que un individuo con menos estudios, mil quinientas.
Para Paz Battaner, directora del Diccionario de la lengua española, todo esfuerzo por sacramentar vocablos vale la pena.
Lo dijo hace dos meses junto a Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, durante la presentación de las novedades de la actualización 23.6 del Diccionario de la lengua española: “El Diccionario tiene un número de consultas por internet que nos emociona”.
Esa emoción ha orillado a Battaner a precisar que la gente ahora es más consciente de la lengua (hay menos analfabetismo) y que la expansión de la tecnología ha generado un incremento en el número de personas que escriben.
La ocupante de la silla “S” de la RAE incluso compara la presentación de las novedades con un acontecimiento anual, natural e ineludible: la llegada de las golondrinas, o de las cigüeñas.
Lexicografía 3.0
Hablando en esos mismos términos podría decirse entonces que el 20 de diciembre de 2022 el Diccionario parió 280 palabras, aunque entre “adición de artículo”, “adición de forma compleja”, “enmienda de acepción”, “supresión de acepción” y “enmienda de etimología” las modificaciones sumaron 3.152.
Para ilustrar la importancia de las actualizaciones, Battaner puso como ejemplo la palabra “muac”, onomatopeya que emula el sonido de un beso incorporada en 2021, que en abril del año pasado tuvo siete mil búsquedas.
Otro hecho que Battaner ponderó en su intervención fue la consulta sostenida de la palabra “haiga”, conjugación incorrecta del verbo haber —la norma culta reconoce “haya”— aunque el vulgarismo provenga de la España del siglo XVI.
“Haiga”, a saber, pasó al inventario del Diccionario de la lengua española hace algunos años, pero no como un verbo sino como un sustantivo: “automóvil muy grande y ostentoso, normalmente de origen norteamericano”.
En la nueva actualización “haiga” aparece con una adición de etimología: “forma incorrecta de la tercera persona del singular del presente de subjuntivo de haber, frase atribuida a los dueños de estos coches, a los que se consideraba personas adineradas y poco cultivadas”.
Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, tuvo una participación discreta en la presentación de la versión 23.6 del diccionario que actualiza año a año la institución española.
En su intervención destacó que no había ninguna tendencia marcada en las modificaciones y que algunas palabras tuvieron que esperar entre dos y tres años para ser incorporadas.
Dijo también que, extrañamente, dos adjetivos que no son nuevos han sido consultados permanentemente en los últimos tiempos: “vulnerable” y “sostenible”.
Estas búsquedas podrían estar relacionadas, elucubró, con la pandemia y la guerra de Ucrania toda vez que la covid dejó al mundo “vulnerable” y el uso del carbón no es “sostenible” para generar energía.
En su brevísima exposición, Muñoz Machado fue un poco punzante cuando habló de la reciente incorporación de la palabra “mamitis”.
En este sentido dijo que “se ha incluido una palabra que tal vez haga pensar a algún usuario malévolo que la Academia siga insistiendo en ser más masculina que femenina”.
“Hemos incorporado ‘mamitis’ y no ‘papitis’, no porque una exista y otra no. No hay ningún reflejo de género en esta documentación, simplemente ‘mamitis’ está documentada”, aclaró.
Con esa puntualización Muñoz Machado quiso curarse en salud y evadir los dardos que el feminismo permanentemente lanza contra él al considerarlo un detractor insufrible del lenguaje inclusivo.
“El masculino genérico es lenguaje inclusivo”, dijo el año pasado en un congreso celebrado en Lima, ratificando así su nada laxa postura.
“Puntocom”, “panetone”, “panetón”, “videojugador”, “micromachismo”, “monodosis”, “mantarraya”, “bariatra”, “levantar” (entablar relaciones amorosas o sexuales pasajeras con alguien), y expresiones como “vida útil”, “materia oscura”, “sesión golfa” u “obsolescencia programada” son algunas de las modificaciones presentadas en el diccionario.
La lista, aunque larga, es más interesante de lo que pareciera.
Por ejemplo, llama la atención la incorporación de entradas como “vesre” (procedimiento de creación de palabras mediante la alteración intencionada del orden de las sílabas o de los sonidos silábicos, como en chepo por pecho); “tanatosis” (ardid de algunos animales que consiste en simular la muerte como táctica de defensa o ataque), “ruralizar” (dar carácter rural a algo o a alguien) y “portuñol” (fusión de portugués y español).
Aunque se han usado comúnmente desde hace varios años, en esta edición recién fueron incorporadas “sobrepesca”, “sacagrapas”, “referenciar”, “microplástico”, “precanceroso”, “glifosato”, “curatorial”, “desquiciante”, “habemus” o “direccionar”.
Entre las palabras fonéticamente espantosas agregadas figuran: “pajarear” (observar pájaros en su ambiente natural, como afición) y “pajarero” (dicho de una persona: Aficionada a los pájaros, especialmente a su observación en su ambiente natural).
Siguiendo con la lista de vocablos destemplados aparecen “grasitud” (presencia o exceso de grasa), “encriptación” (acción y efecto de encriptar) o “desespinar” (quitar las espinas).
Ecuatorianismos en el Diccionario de la RAE
A los ecuatorianismos que recoge el DLE, como “guayaco”, “chulla”, “yapa”, “púchicas”, “cucayo”, “pipón”, “pana”, “chapa”, “sapo”, “ñaño”, “guacho”, “jumarse” o “ñeque”, se suman este año palabras que Ecuador reconoce como de uso habitual entre su gente: “cuero”, “sacagrapas”, “pelotero”, “ma”, “pa” y “levantar”.
En este mismo contexto, en la versión 23.5, correspondiente al año 2021, fueron incorporadas: “careto”, “ñanga”, “hisopado”, “dribleador”, “madre” (valer), “hisopo”. En la versión 23.4, de 2020: “candidatizar”, “wantán”, “prebendarismo” y “marquetear”. Mientras que en la versión 23.3, del año 2019, fueron admitidas: “casito”, “sánduche”, “masterado”, “juete”, “juetazo”, “crepa” y “corso”.
Y ya que nos referimos a Ecuador, por cierto: las palabras “ecuatorianos” y “aeronáuticos” poseen las mismas letras, pero en diferente orden. A esto se le llama anagrama.
Palabras para todos los gustos
Volviendo al ámbito internacional, los acrónimos “garciamarquiano” y “cortazariano”, que rinden homenajes a los autores de Cien años de soledad y Rayuela también han sido reconocidos, acompañando así al célebre “kafkiano”, que consta en el Diccionario desde hace algunos años.
Hay palabras para todos los gustos, pero “edadismo” (discriminación por razón de edad de personas mayores), “elitizar” (hacer elitista algo), “ciberpunk” (perteneciente o relativo al ciberpunk) y “cuarentañero” (dicho de una persona que tiene entre 40 y 49 años de edad) son, a juicio de esta servidora, las más encantadoras.
Javier Marías, escritor y miembro de la RAE recientemente fallecido —el 11 de septiembre del año pasado—, dejó una huella indeleble en el Diccionario. Sus tres últimas propuestas fueron acogidas por el pleno de la institución que norma y documenta la lengua española: “hagioscopio” (abertura o pequeña ventana hecha en la pared de una iglesia); “traslaticio” (adición al término) relativo a la traducción, y “sobrevenido” (nueva acepción como adjetivo de impostado o artificial).
Es digno resaltar que en los últimos quinientos años no se ha inventado ninguna preposición o nueva conjugación verbal. Es decir, las vértebras del español se orean incorruptas.
¿Qué dicen las academias?
Mientras tanto, la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) prepara la Vigésima cuarta edición del Diccionario de la lengua española para el año 2026. Hasta que llegue ese día, la RAE seguirá lanzando cada diciembre una nueva versión electrónica actualizada.
“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito…” escribe el poeta chileno Pablo Neruda en otra parte de su poesía dedicada a las palabras.
La escritora española Elvira Sastre, en cambio, no las deglute; las anida, como si fueran las golondrinas de las que habla emocionada Paz Battaner:
“Las palabras son un bien. Las palabras son un espejo, una caricia entre los dedos, un pulso que domina el aire y un eco que nos repite lo que puede ser que nunca sea. Las palabras son un intento. Las palabras me hacen sentirme capaz de todo aunque todo sea nada. Y yo las abrazo, a veces con prisa y otras sin fuerzas, porque cuando todo se apaga, ellas son las únicas que pueden dar luz”.