De Pujilí a Zumbahua: la soledad de los perros de páramo

PERROS DE PÁRAMO
Ilustración: Gabo Cedeño.
En la vía que une Pujilí y Zumbahua hay más perros que kilómetros. Los hay de todos los tamaños y color. Eso sí: no hay uno solo que no esté prácticamente en los huesos.

Detengo la marcha del motor y me acerco a un perro parado en media vía, su aspecto me llama la atención, le calculo entre tres y cuatro años. Atrevido, más que curioso, enfila marcha hacia mi moto, me queda viendo, batiendo su hocico de arriba hacia abajo, me pide comida, no me ladra y en lo mínimo le interesa olfatearme, solo se para y me mira fijamente con sus ojos semiabiertos (o semicerrados) llenos de lagañas como si pensara: ¿Hasta qué hora espero a que me arroje un pan? Pero no traigo nada que pueda ofrecerle, por lo tanto se marcha a seguir esperando desde el fondo de su cuneta en medio del páramo a otro humano más solidario que sí le dé algo con qué engañar al hambre.

Conducir en las carreteras del páramo es una mezcla de frío y espectáculo visual, y esta vez no es la excepción. Hoy decidí subir hasta la laguna del Quilotoa, pero antes debo atravesar el cantón Pujilí, en la Sierra centro ecuatoriana. Entre tanto paisaje hermoso y kilómetros devorados con la motocicleta algo empieza a llamar mi atención, algo que al principio parecía normal, pero conforme avanzo empieza a inquietarme: en tramos cada vez más cortos encuentro perros tras perros tendidos a un lado de la carretera, y es entonces cuando caigo en cuenta de que algo no está bien.

Páramo andino, retratado desde un tramo de la carretera Pujilí-Zumbahua. Fotografías: Sebastián Ortiz.
Pocas veces se ve a los perros de páramo acompañados o en manada, por lo general están solos, separados por pequeñas distancias, cada uno probando mejor suerte que el anterior.

Pujilí se encuentra ubicado en la provincia de Cotopaxi, a una altura de 2.961 metros sobre el nivel del mar. Con un área total de 1.502 kilómetros cuadrados y una población estimada de setenta mil habitantes, este cantón es cuna de artistas y alfareros. A treinta minutos de Pujilí y aproximadamente a quince minutos de Zumbahua se asienta una comunidad habitada principalmente por indígenas, la comunidad de Tigua. 

Tigua es reconocida particularmente por sus artesanías en madera y pintura acrílica; sus obras están basadas en el diario vivir de los comuneros y en la flora y fauna del sector. 

En la entrada a Tigua nos encontramos con el taller del maestro Julio Toaquiza Tigasi, conocido como el primer pintor de Tigua, con un amplio letrero construido en madera donde reza “Welcome” en letras amarillas. Sus obras expuestas en la fachada son principalmente máscaras de diablos y animales con sonrisas un poco escalofriantes; sus colores brillantes me obligan a detenerme para conseguir una foto. 

Me detengo para capturar la imagen del colorido local y al verme parado afuera, la puerta de cristal se abre. Un pequeño hombre con poncho rojo me invita a pasar; le pregunto si él es el maestro Julio, a lo que con genuino orgullo dice que sí. Le prometo que al regreso pasaré por su local ya que en ese momento no podía detener la marcha por más tiempo. 

Fachada principal del taller del maestro Julio Toaquiza Tigasi.

El tramo de carretera que separa Pujilí de Zumbahua tiene un total de 52,1 kilómetros, lo cual toma casi cuarenta y cinco minutos en vehículo particular. Este cantón ubicado al este de Latacunga se caracteriza por su abundante vida silvestre. Allí es posible ver venados, conejos, curiquingues y el emblemático cóndor andino; sin embargo, estas especies se ven amenazadas por una en particular, los perros ferales. 

Según la Real Academia de la Lengua, el término feral viene del latín ferālis y se traduce como fiera, cruel, sangriento. Pero para Paúl Monar, coordinador de proyectos de la Fundación Cóndor Andino (FCA), el término está mal empleado para referirnos a los perros que encontramos en este tramo de carretera, ya que, según me explica cuidadosamente, no cumplen con ese criterio, pues no se trata de perros salvajes y sin dueño, sino de animales mal cuidados que “salen a merodear los páramos en la mañana y al caer la noche regresan a sus casas”.   

La FCA es una oenegé que no recibe recursos del Estado o del Municipio, ellos se financian mediante la empresa privada y aportes voluntarios. Esta fundación trabaja en el monitoreo y cuidado del ave emblemática de los Andes desde 2012, y en 2018 logró obtener la personería jurídica. Entre sus diferentes funciones están la concientización acerca de la tenencia responsable de animales de compañía y su esterilización, con el propósito de combatir uno de los problemas que existe en la zona: 

“Los perros empezaron a cazar al ganado y matar a otro tipo de animales del sector —cuenta Monar—, así que los comuneros tomaron medidas extremas y empezaron a arrojar carroña envenenada para intentar solucionar su problema, pero esto tuvo un impacto contrario al que buscaban puesto que en su mayoría eran los cóndores los que terminaban consumiendo esta carroña y a la larga morían envenenados”.

Perros atacando ganado vacuno. Foto: cortesía de la Unidad de Bienestar Animal.

—¿Cuántos cóndores murieron por esta práctica?

—Entre 2019 y 2020 detectamos veinte cóndores muertos, tomando en cuenta que, según el último censo poblacional de la especie, se determinó una población de 150 aves. Que hayan muerto veinte equivaldría al 30 % de la especie, lo que es muy peligroso y puede generar una prematura extinción.

Monar cuenta además que la fundación ha marcado a diecinueve cóndores para poder rastrear su actividad y protegerlos de este tipo de amenazas. 

—Actualmente ha reducido el número de muertes —añade—, pero esto no quiere decir que se haya eliminado por completo esta práctica. 

Cóndor marcado por la FCA. Foto: cortesía de la Fundación Cóndor Andino.

“Mendigos del páramo”

Los casi cincuenta y tres kilómetros que separan Pujilí de Zumbahua guardan muchos secretos, entre roídos anuncios de “Se vende gasolina”, carteles de “Reduzca la velocidad” o “Precaución en la vía”, sendos paisajes cuando la niebla permite apreciarlos, motociclistas con escapes bullangueros, sin casco ni algún otro implemento de seguridad, extensiones interminables de pajonales…

En medio de todo este collage variado que entretiene nuestras miradas hay algo que salta a la vista incluso de los menos observadores, los seres que habitan en las cunetas de la conocida “ruta de los perros”. 

Los perros del páramo, conocidos por los turistas que recorren estas vías como “mendigos del páramo”, han desarrollado una fisonomía común: cuerpos esqueléticos, caras despeinadas por el viento, un caminar lento como si sus huesos estuvieran casi congelados por la helada de la montaña. Es común verlos echados panza al suelo con sus patas entrecruzadas sirviendo de apoyo a sus hocicos sobre las cunetas o en el borde de la carretera. Sus miradas curiosas siguen la trayectoria de los vehículos que recorren a diario el asfalto. Perezosos y hambrientos se acercan curiosos cuando algún turista se detiene. 

En el tramo que separa a Pujilí de Zumbahua es común ver a este tipo de perros paseándose por la carretera.

Según Paúl Monar, no hay una cifra oficial, pero se estima que en los páramos ecuatorianos aproximadamente existen cincuenta mil perros deambulando por las carreteras. 

Monar resalta en varias ocasiones que la esterilización es una de las principales causas del problema. Con esto coincide la doctora Gianinna Holguín, directora ejecutiva de la Unidad de Bienestar Animal (UBA), entidad municipal de Quito encargada, entre otras cosas, de la concienciación y esterilización de animales en situación de abandono, particularmente en sectores de escasos recursos económicos. 

La UBA ejecuta sus funciones bajo ordenanza municipal dando prioridad a animales en situación de vulnerabilidad. Sus ejes de acción son: manejo de fauna urbana, sensibilización a través de charlas educomunicacionales, manejo de denuncias por maltrato, mala tenencia o mordeduras dentro del Distrito Metropolitano de Quito, vigilancia e investigación censales.

Le pregunto a la doctora sobre la importancia de la esterilización en animales en estado de vulnerabilidad y me comenta que “es básico, porque al realizar la esterilización estamos evitando nuevas crías que podrían estar deambulando en el espacio público. El principal beneficio en las hembras es evitar camadas indeseables y piometras (la piometra es una infección del útero que puede producirse en perras y gatas, y provoca que la mascota se ponga muy enferma; en los machos se evita que los animales marquen territorio, tumores de próstata, y demás)”.

La UBA, dice Holguín, tienen como objetivo para 2023 alcanzar un promedio de cincuenta y cinco mil animales esterilizados, superando así la cifra de 2022 que fue de 35.791, en donde al menos 70 % de casos fueron hembras. Para esto cuentan con tres Centros de Atención Veterinaria, Rescate y Acogida Temporal (CAVRAT), ubicados en Quito Sur, Los Chillos y Calderón.

Además, “hay que tomar en cuenta algo que es muy importante: los animales que se encuentran en la calle no son necesariamente animales sin tutor o que nacieron en ella”, añade Holguín, y explica que el Municipio de Quito no puede actuar sin corresponsabilidad ciudadana: “La responsabilidad no es solo de nosotros como ente ejecutor de política en tema de fauna, debemos entender que no vamos a lograr nada si nosotros como ciudadanos no somos responsables de nuestros animales de compañía”, finaliza la representante de la entidad que ha trabajado en conjunto con la Fundación Cóndor Andino en campañas de esterilización a nivel nacional. 

Campaña de esterilización ejecutada por la UBA. Foto: cortesía de la Unidad de Bienestar Animal.

Prácticamente en los huesos

Regreso a la ruta. Las curvas cerradas, el ronroneo del motor con su constante “brrrrr” y el juego de clutch (embrague), cambio, acelerador y frenos me ayudan a no perder la concentración sobre la carretera, cuya extensión puede hipnotizarte si la has consumido durante varios kilómetros. 

Me detengo una vez más en la vía a Zumbahua frente a dos perros de color madera que caminan juntos, se acercan lentamente mientras configuro la cámara para sacarles una foto; un camión que circula por el lugar los sorprende en medio de la carretera y corren hacia la orilla de la vía para esquivarlo, lo que imposibilita mi intento de conseguir un buen retrato. Antes ya he entrevistado a personas y sé que normalmente es fácil pedirles que contesten preguntas, lo mismo que cuando les pides permiso para una foto: hasta posan frente a la cámara; cosa que no es similar con los perros de páramo que se escabullen fácilmente. 

Algunos van de a dos, pero la mayoría reposa en solitario, pensativos e inmóviles esperando una mano amiga que les brinde un poco de alimento. No se sienten atraídos por los neumáticos y no les interesa en lo más mínimo correr detrás de ellos, como si su única razón de vida fuera la contemplación y esperar por algo que quizá no llegará.

Si Bolaño hubiera nacido en el páramo ecuatoriano tal vez habría escrito: “Estoy aquí, dije, con los perros mendigos y aquí me voy a quedar”. 

Es común ver a perros echados en cunetas a lo largo de la carretera; nada los inmuta a menos que sea un trozo de pan.

Pocas veces se los ve acompañados o en manada, por lo general están separados por pequeñas distancias, cada uno probando mejor suerte que el anterior.

De pelaje blindado contra el frío, estos amiguitos no le temen a la mano humana, se han acostumbrado a la inclemencia del páramo, de ahí para allá, el resto no es más que ladridos que nunca o casi nunca interrumpen el silencio y la quietud del páramo. 

Alguien ya lo dijo alguna vez con respecto a estas carreteras: “hay más perros que kilómetros” y qué acertado fue. Los hay de todos los tamaños y colores: negros, blancos, amarillos, marrones, bicolores; grandes, pequeños, jóvenes, viejos, pero, eso sí, no hay uno solo que no esté prácticamente en los huesos. 

Cae la tarde y con ella la neblina en la carretera pujilense, es hora de volver. El paisaje natural deja de ser el mismo, ya casi no se ven las montañas ni los pajonales. Los perros siguen exactamente en la misma posición en la que los encontré de ida, y en pocos minutos empezarán a retornar a sus hogares después de una larga jornada. Poco o nada satisfechos, aún olfateando el piso en busca de algo que no van a encontrar, regresan a paso lento con su característico caminar, como si quisieran esquivar la llegada de la noche.

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