Cultura urbana

Los juguetes no son solo para niños (los kidults lo sabemos)

Ilustración: Manuel Cabrera.

Imaginemos que nuestra memoria es un museo en el que vamos colocando los juguetes que recuperamos mientras viajamos al pasado. Aquellos objetos guardan olores, texturas y colores que van desapareciendo con el paso del tiempo, pero que no nos atrevemos a abandonar nunca. 

Los juguetes que han poblado nuestra infancia son determinantes al momento de relacionarnos con nuestra vida adulta. Son artefactos dinámicos que no solo obedecen al espíritu infantil, sino que además contribuyen directamente a la construcción de la sociedad ya que de niños nos ayudaron a formarnos. Estos objetos no desaparecieron, siguen ahí, solo que en algún punto nos empezaron a ser indiferentes y, para muchos, ahora que hemos crecido, es grato retornar al diálogo mudo, personal, que tenemos con ellos.

¿Dónde inicia el periplo de los juguetes en la historia de la humanidad? En realidad, es complicado rastrear cuándo y dónde se originaron los primeros. Hay que señalar, además, que sería arbitrario señalar que existe una sola historia del juguete, cuando la diversidad cultural y técnica de las diferentes sociedades apunta a múltiples desarrollos esencialmente asimétricos y heterogéneos.

Dicho esto, hay evidencia arqueológica que sitúa en Babilonia, hace alrededor de cinco mil años, trompos esculpidos con formas de animales. En Egipto, tabas, canicas y otros artículos fueron hallados en las tumbas de niños. Juegos de mesa como el Go se utilizaban hace más de 2500 años en China. Las canicas fueron muy populares durante el Imperio Romano. El mismo emperador César Augusto tenía un hábito curioso: no podía resistirse a jugar con los chicos que practicaban este juego en las calles.

Posteriormente, en la Edad Media occidental, se popularizaron los dados, las ruletas, los teatrillos, los bloques de construcción y otros artículos de confección artesanal. En esas coordenadas históricas, los caballitos de madera (uno de los más representados en la iconografía medieval), las espadas y muñecas, empezaron a cumplir una labor de instrumentos para la imitación del mundo adulto, separando roles y géneros.

Por ejemplo, se presume que la primera casa de muñecas data del siglo XVI, cuando el duque Alberto de Baviera ordenó replicar una de sus residencias reales para su hija. Esta práctica se extendió en Europa (en especial en Alemania, Francia y en lo que hoy es Países Bajos) siendo exclusiva de las clases altas por su complejidad técnica, y en un primer momento, más que un artículo lúdico eran obras de arte destinadas a la exhibición y demostración de prestigio. Hoy, muchas de estas casitas están expuestas en museos o son artículos de colección muy costosos.

Casa Nuremberg, encargada en 1558 por Alberto de Baviera.

Esa también fue la época de los juegos de estrategia: el ajedrez (que conocemos hoy en día), el Rithmomachia o batalla de los números (también conocido como el juego de los filósofos) y los naipes, por mencionar algunos.

Luego llegaría la Revolución Industrial, desplazando el carácter único, especial y delicado de los juguetes para, a partir de ese punto, producirlos en masa, lo que democratizó la posibilidad de que las clases medias e, incluso, los estratos populares tuvieran acceso a algún juguete. Además, se empezaron a fabricar juguetes con un carácter claramente instructivo y pedagógico.

Desde una perspectiva comercial y técnica, la utilización de nuevos materiales como la hojalata litografiada y la apertura de las rutas comerciales en Europa, ya en los albores del siglo XX, tuvieron un gran impacto en la industria juguetera. Soldaditos de plomo, juguetes mecánicos, carros, barcos, aviones de colores y cientos de artículos dedicados al ocio y entretenimiento eran vendidos en ferias y mostrados en exhibiciones.

Juguete de hojalata de origen alemán.

La industria juguetera fue evolucionando hasta nuestros días. A partir de la década de los cincuenta el plástico cambiaría para siempre las reglas del juego. La masificación del juguete ha alcanzado cifras escandalosas de producción, hecho que ha generado una segmentación del mercado, dependiendo del tipo de juguete, de su país de fabricación, de su relación con la cultura de los medios masivos, etcétera.

Incluso los artículos coleccionables se han visto afectados por políticas de producción de empresas como Hasbro, que sacan al mercado cientos de productos al año, generando ansiedad en los compradores porque terminan siendo muy caros y a veces hasta resulta casi imposible completar una colección. Un solo personaje puede tener decenas de variaciones que en muchas ocasiones se basan, solamente, en un cambio de color sobre un mismo molde o en el diseño del empaque. 

Dice el filósofo Johan Huizinga, en su libro Homo Ludens, que “el juego no es la vida corriente o la vida propiamente dicha”, sino más bien algo que “consiste en escaparse de ella a una esfera temporera de actividad que posee su tendencia propia”. Por eso, cuando de mayores contamos con capacidad adquisitiva, nos permitimos comprar, conservar o coleccionar objetos apelando a la nostalgia de aquellos momentos que alguna vez constituyeron un lugar seguro. 

Ya sea la figura de una Tortuga Ninja que nos obsesionaba de chicos o cualquier otro juguete, los juguetes construyen aquella esfera temporera, en la que el presente y el pasado juegan juntos.

Kidults o coleccionistas

Se denomina kidult (kid + adults, niño y adulto) a todos aquellos que sentimos arraigo a la infancia y recordamos con cariño animaciones, personajes, juegos y actividades más ligadas a la niñez. El término proviene del marketing y resulta apropiado para definir a quienes nos negamos a crecer totalmente, a abandonar nuestro niño o niña interior.

Los legos son de los juguetes más populares entre los Kidults.

En algunos casos, este comportamiento suele ser confundido con el síndrome de Peter Pan (rasgos personales que muestran gran inmadurez emocional) o simplemente atribuido a un temor subyacente a envejecer, ya que no es raro encontrarnos en nuestra época con adultos que se niegan a crecer y pretenden vidas fáciles y sin objetivos, evadiendo responsabilidades y huyendo de la adultez de manera permanente.

Sin embargo, somos muchos los que vivimos la “kidultez” de manera saludable, amamos la cultura popular y estamos repletos de realidad y responsabilidades, por lo que se nos hace necesario y positivo mantener latente nuestro espíritu lúdico. No en vano los juguetes considerados “retro” han vuelto a venderse y grandes empresas como Hasbro o Mattel han creado líneas de productos específicamente para público adulto. De la misma manera, cada vez son más y más concurridos los espacios y convenciones donde nos reunimos con gente con intereses comunes.

El coleccionista, un historiador

Los coleccionistas pueden o no considerarse kidults, ya que estos mantienen una relación con estos objetos que es, en primer lugar, lúdica. Elegimos artículos para entretenernos (a veces de manera muy pasajera), jugar y socializar con otros con los que compartimos gustos. Juegos de rol, juegos de video, juegos de mesa, juguetes de construcción, ensamblaje y otros, son de manera casi obligatoria atravesados por nuestra corporalidad, pues necesitan ser manipulados de alguna manera para generar ese ansiado espacio de escape mediante el entretenimiento. En contraparte, el coleccionista lleva la “necesidad” de tener un juguete a otro nivel.

En su libro Juguetes, el filósofo Walter Benjamin nos dice: “para el coleccionista el mundo está presente en cada una de sus piezas”. No son meros acumuladores. Hay algo de maravilloso en saber el pasado de cada objeto, en la búsqueda y la espera del artículo que se requiere para completar una colección. Para Benjamin, “la dialéctica del coleccionista es combinar con la fidelidad a un objeto único, protegido por él, la porfiada y subversiva protesta contra lo típico, lo clasificable”.

Muñecos rusos coleccionados por Walter Benjamin.

Es necesario reiterar que el coleccionista no adquiere artículos con un fin lúdico, pues este se pierde en la contemplación de sus objetos: los muestra, se siente orgulloso y acompañado junto a su colección. Los coleccionistas además suelen ser mucho menos propensos a dejarse llevar de manera frenética por el consumo: “son fisionomistas del mundo de los objetos. Es suficiente observar a uno de ellos mientras manipula los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en la mano, parece inspirado por ellos, como un mago que viera a través de ellos su lejanía”, continúa Benjamin. 

A diferencia de los coleccionistas, en la siguiente escena de The Big Bang Theory podemos ver un poco de este frenesí del kidult del que muchas veces somos presa, adquiriendo artículos que no necesitamos, que tampoco pueden considerarse tan especiales por ser “edición limitada” y que probablemente terminen olvidados en algún rincón. 

Reparar un juguete, reparar nuestro niño interno

En el mundo de los juguetes no todo son marcas grandes y mundialmente conocidas con números altos en ventas. Cada región tiene una relación íntima con los juguetes que se fabrican de manera más artesanal o a menor escala. Hay juguetes que se venden en pequeños puestos, en las calles y que a menudo son olvidados en los grandes recuentos. En México, por ejemplo, existe una colección enorme dedicada a estos artículos repletos de historia e identidad en el Museo del Juguete Antiguo Mexicano.

Juguetes mexicanos del actor Mario Moreno Cantinflas.

Cada vez son más las personas que se dedican a recuperar, reparar o adaptar juguetes antiguos para darles un sentido más contemporáneo, o simplemente a coleccionar juguetes de técnica vintage (basados en madera, trapo o metal). Ambas actividades nacen como políticas y economías de la memoria que, en varios aspectos, son también políticas de la perduración y la angustia por encontrar un sentido al paso del tiempo. 

Mediante dichos gestos no solamente se interactúa con el objeto desde la nostalgia, sino que podrían entenderse como un acto de protesta y rebeldía en contra del consumo excesivo que promueve el capitalismo avanzado. Bajo esa búsqueda de lo duradero y lo singular, miles de figuras son personalizadas y “mejoradas” por las manos de sus propios dueños. Incluso hay propuestas que permiten desafiar a los gigantes de los mercados imprimiendo en 3D versiones “piratas” y potencialmente únicas de juguetes serializados.

Recordemos la escena de Toy Story 2 (1999) en la que reparan a Woody y le otorgan, de esa manera, una nueva oportunidad al juguete:

Y es que un juguete que amamos se vuelve un artículo interminable, inconmensurable, infinito. Por ejemplo, el sonido de un balón que golpea de forma insistente una pared nos saca del ensimismamiento, nos invita a irrumpir en el acto solitario de alguien quien, sin decirlo, nos invita a jugar. Un barrilete puede ser el centro de las miradas de quienes, de otra manera, no coincidirían nunca en un mismo momento. La casa de muñecas de una exhibición nos traslada a los pasillos de una historia que inventamos hace años con personajes ficticios que reflejan nuestra forma de entender e interactuar con la vida.

La serie animada El laboratorio de Dexter dedicó un episodio íntegro a ver cómo es la fantasía de jugar a la casita.

Ya sea por diversión o por el mero acto de perderse en la contemplación de un objeto como si fuera una obra de arte, los juguetes nos permiten a los adultos dar el salto a “ese otro tiempo”, recuperar por momentos la inocencia y la capacidad de maravillarnos. Incluso algunos tenemos la ilusión de que nuestra juguetera cobre vida y que cualquiera de los objetos ahí atesorados caminen, bailen (como Pinocchio) o nos dirijan ingenuamente la palabra.