Bagreando

El color de los sueños, amarillo como un calzón

Calzón amarillo
Ilustración: Natalia Álvarez.

Con sueño o sin sueño, durante toda mi niñez debía acostarme el 31 de diciembre, a las seis de la tarde. 

La alegría de sentirme millonaria, gracias a los sucres que había recogido a lo largo de ese día en mi cuadra y un poco más allá, de la mano de algún año viejo recién envejecido que suspiraba caridad, impedía que pudiera cerrar los ojos. 

Mi cabeza entonces era como una pistola que escaneaba el código de barras de todo tipo de juguetes y golosinas. Finalmente, el cansancio de la jornada acusaba rendición y me dormía. 

Los ojos inquisidores de mi mamá no admitían evasivas, simplemente me arrastraban hasta la cama, después de que me diera un baño, y se quedaban allí atornillados, como dos francotiradores que querían asegurarse de que no me moviera.

Mi madre insistía  en que durmiera un rato para que resistiera la mala noche y pudiera cenar a las 12:00 pm con toda la familia. 

El más importante de sus rituales, sin embargo, era entregarme el calzón amarillo que religiosamente compraba en esta fecha —junto con el suyo y el de mi hermana— para que la prosperidad me acompañara en el año venidero. 

Yo no sabía qué significaba prosperidad y mucho menos qué era una cábala pero tenía claro que al menos todos los 1 de enero era millonaria. 

Ahora comprendo que ser millonaria es que tu mamá pueda regalarte un calzón amarillo y que a través de esa prenda te desee fortuna. 

Hace un par de años leí en algún sitio que la cábala solamente funcionaba si el calzón era obsequiado, pero yo no he dejado de comprarlo ni ponérmelo los 31 de diciembre como si los ojos de mi mamá despertaran ese día, se  clavaran sobre mí y me obligaran a seguir soñando.