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Jaramijó: la fe en San Pedro y San Pablo, a más de las caderas, mueve montañas

Ilustración: Equipo Bagre
En Jaramijó, de junio a agosto, sus habitantes abandonan por unas semanas la cotidianidad de sus labores de pesca y se dedican en cuerpo y alma, a celebrar a sus santos patronos: Pedro y Pablo
Autor: Redacción Bagre
Quito - 30 Sep 2024

En la provincia de Manabí, en la bahía de Manta, se ubica Jaramijó. Hasta el año 2022 tenía 28.397 habitantes, según cifras del INEC. Jaramijó es una pequeña ciudad pesquera llena de tradiciones y cultura popular. De estas tradiciones destaca la fiesta de San Pedro y San Pablo, que se celebra todos los años entre junio y agosto

Hay fiesta en Jaramijó. Hay baile en las calles, algarabía en los barrios, olor a comida en las casas. ¿El motivo? La celebración a sus santos patronos de la pesca: San Pedro y San Pablo.

Durante los meses de junio, julio y agosto de todos los años en Jaramijó se celebra a San Pedro y San Pablo. Zumba la cerveza, el whisky, la música. Zumban las caderas. Zumba la fe. 

En Jaramijó es la una y media de la tarde del mes de agosto. Una procesión encabezada por San Pedro y San Pablo recorre sus calles centrales. Los priostes y sus acompañantes avanzan cantando, vestidos con sus tradicionales trajes en colores amarillo y marrón. 

La tradición dice que ellos forman parte de uno de los “palacios”. Los palacios son las fiestas que los habitantes de Jaramijó ofrecen a los santos en cada uno de los barrios de Jaramijó. Quienes los organizan, llevan gorros de los santos San Pedro y San Pablo, banderas y camisetas.

Un hombre que es parte de esta procesión, salta y baila al ritmo de la música de una banda de pueblo. Agita una bandera roja y verde. Los asistentes aplauden y cantan. 

Jaramijó es una pequeña ciudad pesquera (hasta el año 2022, según el INEC, su población era de 28. 397 habitantes) ubicada a orillas del Océano Pacífico, en la provincia ecuatoriana de Manabí. Apenas diez kilómetros la separan de Manta, el gran puerto ubicado en la misma provincia. 

Durante las fiestas de San Pedro y San Pablo, pocos habitantes de Jaramijó se dedican a las labores de pesca. Casi nadie ha salido al mar. La mayoría celebra a sus patronos, San Pedro y San Pablo:

«¡Vivan Pedro y Pablo!», proclaman desde una casa. 

¡Vivan!, responde la gente en las calles de Jaramijó.

La procesión ha llegado al lugar conocido como “La Pista”. 

Quienes participan, ingresan a “La Pista” al son de la música de una banda de pueblo. Saludan a quienes los esperan sentados, vestidos de azul. Ellos son los miembros de otro palacio. “Este año hay seis, cada uno con un color característico”, cuenta José Anchundia, del “Palacio de los Blancos”. 

La banda de pueblo deja de tocar. Cesan los tambores y las trompetas para darle paso al disco móvil. 

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Sobre una tarima, el animador saluda a los asistentes. 

En los parlantes se escucha una cumbia de Gerardo Moran: 

«Ahora que estoy vivo, dime que me quieres, dime que me amas». 

La gente se anima, baila, toma a su pareja de la cintura, sacude las manos, las agitan. Zapatea. 

«Que viva San Pedro y San Pablo», dice don Cristóbal, uno de los asistentes, mientras agarra por la cintura a su pareja, doña Janeth. 

«Qué vivan los novios», grita el animador. 

José Hernández, habitante de Jaramijó, dice, a gritos, en medio del ruido de la música y la algarabía, que las fiestas de San Pedro y San Pablo se celebran hace 50 años. 

Para quienes viven en Jaramijó, estas festividades populares son un agradecimiento a San Pedro y San Pablo, los santos de la pesca. 

Durante ocho días los pescadores dejan sus redes y sus lanchas para dedicarse a bailar, comer y beber en honor a sus santos. Arman palacios para ofrecer baile, comida y bebidas alcohólicas a los miembros de los otros palacios. 

Este año 2024, las fiestas iniciaron el 16 de agosto y terminaron el 24. 

Ese día, los presidentes de los palacios, proclamaron a los anfitriones de la celebración del próximo año. 

La tarde está soleada en Jaramijó. Corre una brisa de verano y la temperatura no llega a los 30 grados. 

Las calles de Jaramijó son angostas y empinadas, como calles de pueblo pequeño. 

En el barrio Honduras suena una orquesta. A lo lejos se escucha la pirotecnia.

“Hoy, el banquete en Jaramijó en honor a San Pedro y San Pablo, es en el barrio Honduras”

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«Vaya para el barrio Honduras, que hoy es el banquete en ese palacio. Hoy le toca ofrecer baile y comida a su presidente», me dice José Hernández.

En el lugar, el ambiente de fiesta y algarabía es general. Los adultos comen y bailan. Los jóvenes bailan. Los niños comen. Las señoras y los ancianos apenas se distinguen en medio de la masa de gente. 

Los hombres dividen su tiempo entre la música, la cerveza y el whisky: llenan sus vasos y beben en honor a San Pedro y San Pablo. 

Llega el momento de presentar a la orquesta contratada por el palacio del barrio Honduras: una cantante y tres bailarines se encargan de poner el ritmo entre los asistentes, al ritmo de la «niña tonta», una de las tecnocumbias de moda.  

Poco a poco, los moradores del barrio Honduras y sus invitados “entran en calor”. En la pista (que está en su momento de clímax máximo) se disputan territorio:

«Pero mi pobre alma es una niña tonta que te sigue amando…», canta la muchacha de la orquesta desde la tarima.

En la pista algunas mujeres, ya con tragos, cantan esas líneas con ímpetu, con dolor. Se golpean el pecho, levantan la cerveza, brindan entre ellas. 

«Y a pesar de todo, a pesar de todo, ya te perdoné», gritan las despechadas, alegres, festivas; luego ríen a carcajadas. Ese día, nadie les quita la alegría.

Pedro Mero, camisa blanca, pantalón azul, cerveza en mano, dice que hay comida para todos:

“Hay pollo con arroz, o arroz con pescado, con lo que usted quiera que le preparen”, me dice, y ríe con la alegría de la gente sencilla. 

Pedro es uno de los organizadores de las fiestas de este año. Cuenta que su devoción en «Pedrito y Pablito no tiene límites”. 

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Él me explica que una de las creencias de los habitantes en Jaramijó, es que si un año no se hace la fiesta a los santos patronos de la pesca, se aparece la culebra.

Pedro participa de manera activa en la organización de las celebraciones, no por “miedo”, sino porque ha pedido favores a San Pedro y San Pablo y nunca le han fallado. 

De manera intempestiva, Pedro deja la conversación. Se dirige a sus invitados y los  arenga a bailar. “Hay que celebrar a lo grande”, dice. 

La orquesta invita a la pista. Los músicos bailan como cheerleaders. La «Cumbiambera», esa canción de Máximo Escaleras que a nadie deja sentado, está sonando en los parlantes. La gente mueve la cintura, salta, come. Nadie se queda sentado. También bebe, porque lo que más hay, es whisky y cerveza. 

«Baila, baila, baila la cumbiambera, vamos a mover todos las caderas», dice la letra de la canción de Escaleras y todos la mueven.

A los habitantes de Jaramijó los mueve la fe en sus santos patronos de la pesca:

“La fe mueve montañas”, dicen convencidos. 

Es que en Jaramijó, la fe, a más de mover caderas, mueve montañas.

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