Cultura pop

Pinocho, un personaje sin tiempo

Ilustración: Manuel Cabrera.

Pinocho, el títere de madera que luego de un sinnúmero de aventuras, peligros y aprendizajes, se convierte en humano, es un personaje literario que ha logrado traspasar países, lenguas, continentes y épocas y se ha instalado en el imaginario popular.

Lectores y no lectores, niños y adultos, jóvenes y ancianos, saben quién es. Una categoría privilegiada de la que gozan escasos personajes de la literatura universal. Tal vez un caso similar sea el de Don Quijote de la Mancha, creado por el escritor español Miguel de Cervantes Saavedra a principios del siglo XVII. El de Frankenstein, nacido en el siglo XIX de la imaginación de la inglesa Mary Shelley. O el de El principito, del autor francés Antoine de Saint-Exupéry, que data de 1943.

En popularidad, Pinocho tiene bastante poco que envidiarle al Hidalgo Caballero, al monstruo de Mary Shelley o al pequeño príncipe. Al igual que estos, ha sido llevado al teatro, al cine, la danza, el cómic y más formatos de arte en el mundo entero. El Ballet Nacional del Ecuador, por ejemplo, bajo la dirección de Rubén Guarderas, realizó hace cerca de una década el ballet Pinocho.

En tanto que este año a nivel global se estrenaron dos películas sobre el niño de madera al que le crece la nariz: una realizada por Robert Zemeckis y otra por Guillermo del Toro. La versión de Del Toro ha sido la más esperada, tal vez porque este director siempre se sale de lo convencional.

Pinocho surgió en el siglo XIX, de la pluma de Carlo Collodi —Lorenzini era su apellido y adoptó Collodi como seudónimo en honor al pueblo de origen de su madre—, escritor y periodista nacido en el seno de una familia pobre en 1826 en Italia, la misma patria de Dante Alighieri, el autor de La divina comedia; de Umberto Eco, quien escribió El nombre de la rosa; o de Ítalo Calvino, el autor de El barón rampante.  

Entre 1881 y 1882, Historia de un títere —que fue como se conoció esta obra sobre Pinocho inicialmente— se publicó en Il giornale per i bambini (El periódico para los niños), por entregas, una modalidad en boga en aquel tiempo —buena parte de la literatura llegaba de esa forma—, que en las jóvenes repúblicas latinoamericanas no era desconocida. Ya entonces, en Ecuador, el autor lojano Miguel Riofrío había dado a conocer, también por entregas, La emancipada, obra que hasta ahora se considera la primera novela ecuatoriana.

La narrativa escrita por Collodi, sin edulcoramiento, incluso un tanto cruel para la actualidad, pero con dosis de fantasía y suspenso para persuadir al público que esperaba con interés cada episodio sobre el singular títere, saltó al formato libro en 1883, con el nombre Las aventuras de Pinocho, ilustrado por Enrico Mazzanti, y hoy cuenta con una infinidad de ediciones y adaptaciones en los más diversos idiomas.

Se dice que ha sido publicada en 260 lenguas y que, junto con El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y El principito, es una de las más traducidas, sin contar con la Biblia.

Collodi murió en 1890, de un paro cardíaco, siete años después de haber publicado el que se convertiría en su libro más popular. Es autor también de la novela In vapore, de 1856, con la que alcanzó cierta notoriedad, y de cuentos y relatos satíricos.

Lo que narra Collodi

Pinocho es la historia de un trozo de madera, regalado a Gepetto por un amigo, con el cual el carpintero fabrica un títere. Su ilusión era recorrer lugares con la marioneta y así ganarse el pan, pues era muy pobre. Pero pronto el muñeco que construye con ahínco, comienza a hacer de las suyas, irrespeta a su padre, se aleja del hogar y se enfrenta a una serie de conflictos y aventuras. 

En sus andanzas, Pinocho se muestra holgazán, crédulo muchas veces y mentiroso otras tantas. Cuando pronuncia una mentira, la nariz le crece. Una de las características más señeras del personaje, que ha generado incluso que en el mundo de la psiquiatría se haya bautizado como síndrome de Pinocho a la mentira  patológica. No es el único personaje narigudo de la literatura, pues Cyrano de Bergerac, de finales del siglo XIX, del dramaturgo francés Edmond Rostand, posee una gran nariz, solo que esta es natural y no consecuencia de una mentira. 

La historia de Pinocho es simbólica, y se desgrana en diversos personajes (el Grillo Parlante, el Hada del Cabello Azul, la Zorra, el Gato, el propio Gepetto, entre otros), a través de los cuales se exponen temas como la codicia, la bondad, la gratitud, lo que significa crecer. Lo que se entiende por libertad. O la pobreza, el miedo y más. Pinocho es un ser contradictorio y no inmaculado e inocente como se suele creer. 

Se dice que Collodi en una de las entregas hizo que el títere muriera por ahorcamiento, pero los lectores del periódico protestaron mediante cartas, por lo cual se vio obligado a alargar la historia, agregar capítulos y buscar otro final. Uno menos trágico. Así surgió el que todos conocemos: lo hace humano.

La honestidad, la verdad, que con frecuencia se resaltan como los valores que defiende esta obra, ciertamente están ahí. Sin embargo, no se queda en el tono aleccionador con que generalmente se la piensa, ni en el final feliz del personaje después de haber realizado una sarta de aventuras que se tornan aprendizajes, y de salvar a Gepetto, el amoroso y sacrificado padre. Va más allá. Es alegórica. Permite varios planos de lectura, como toda literatura que se precie de serlo. Hay quienes incluso se preguntan si esta historia fue pensada realmente para niños. Una interrogante que también suele recaer sobre El principito.

“Pinocho es uno de los pocos libros en prosa que por las cualidades de su escritura invita a que uno lo retenga en la memoria palabra por palabra. (…) Desde que comencé a escribir lo he considerado modelo de narración de aventuras, pero creo que su influencia, consciente o aún más a menudo inconsciente, tendría que ser estudiada en cuantos escriben en italiano, dado que este es el primer libro que todos leen después del abecedario (o antes)”, dijo alguna vez el narrador italiano Ítalo Calvino, autor del indispensable texto Por qué leer a los clásicos

En otras lenguas y el cine

La primera traducción al español de Pinocho se realizó en 1900 en Florencia, por encargo del embajador de Argentina en Roma. Y la primera traducción publicada en España fue la de la editorial Calleja, en 1912, con el título Aventuras de Pinocho: historia de un muñeco de madera, que tuvo excelente acogida entre el público de ese país a inicios del siglo XX. 

Pero quizá lo que le generó el empuje definitivo hacia la fama, fue la adaptación cinematográfica, en formato animación, que realizaron los estudios Disney en 1940. El filme, que se estrenó durante la Segunda Guerra Mundial, ganó dos premios Oscar. Se lo considera hoy un referente del género, mediante el cual la creación de Collodi llegó a nuevos públicos, quizá menos interesados en la lectura o en la literatura, pero igualmente ávidos de historias y aventuras. Fue la segunda película de animación de esta empresa, luego de Blancanieves y los siete enanitos, de 1937.

Mucha de la iconografía de Pinocho conocida hoy proviene de esta versión fílmica, puesto que las primeras ilustraciones de la narración, realizadas en Italia por Enrico Mazzanti y luego por Carlo Chiostri, distan bastante de las imágenes de Disney.

“Me encantaba esta historia cuando era niño, por supuesto, mucho, pero me gusta incluso hoy. Me sentí bastante hundido soñando con ella, mirando las formas melancólicas y fantasmales de Carlo Chiostri”, confesó el italiano Federico Fellini, considerado uno de los cineastas más importantes del orbe, quien incluso estuvo tentado a llevar también a la pantalla la historia de Pinocho.

La cinta de Disney de 1940 se conoce como el primer largometraje —aunque se sabe que hubo cintas antecesoras, pero de escaso impacto—, la primera de las muchas versiones cinematográficas –se afirma que alrededor de cuarenta– que de este popular personaje se han efectuado en el trayecto del siglo XX e inicios del XXI. Entre ellas está la de 2002, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni, el premiado actor y director italiano. La de 2019 del realizador Matteo Garrone, en la que Benigni toma parte como actor. Y una producción animada rusa de 2021. Las hay en diversos tonos y formatos: desde ciencia ficción hasta terror.

De las dos versiones fílmicas de Pinocho que se han dado a conocer este año, una cuenta con la actuación de Tom Hanks en el papel de Gepetto. Es la dirigida por Robert Zemeckis, artífice de la recordada Forrest Gump, quien para la historia del títere vuelve a sumar a su elenco al protagonista de Náufrago. La cinta –producida por Disney– mezcla animación y actores reales y es considerada un remake de la película de 1940, aunque con ligeros cambios que buscan adaptarse a estos tiempos de diversidades y corrección política, o que inyectan una pizca de novedad.

La otra película, que es dirigida por Guillermo del Toro, es una versión libre de la historia de Collodi, en stop motion, en la que el realizador ahonda en temas que son de su interés, como la guerra o la muerte, y le insufla su particular estética, ya que este director, quizá como Tim Burton, tiene una impronta que lo torna sui géneris. Su nombre es sinónimo de inquietantes búsquedas, pues filmes como El laberinto del fauno y La forma del agua, por citar solo dos, lo corroboran.

“Era fundamental que la vida y la muerte fueran hermanas y tuvieran un diálogo a través de Pinocho, (…) la vida sin la muerte no tiene sentido, si algo no acaba, nunca empezó”, ha dicho Del Toro, quien conforma el trío más célebre de cineastas mexicanos de la actualidad, junto con Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu.

Las críticas sobre estas cintas recientes no se han hecho esperar. Hay quienes vapulean la versión de Zemeckis y elogian la de Del Toro. Otros, aunque en menor medida, adoran la obra de Zemeckis y se extrañan con la propuesta de Del Toro. Lo cierto es que hay un Pinocho para cada gusto. Algo así como un Pinocho a la carta. Y por si el cine y el libro no fueran suficientes, a este personaje lo pueden encontrar diseminado en videojuegos, en anime, en parques temáticos e incluso en emojis.

El títere que intentó sembrar monedas para que se le multiplicaran y que fracasó en esta empresa es hoy un personaje que genera mucho dinero e inspira nuevas creaciones a partir de su legado. Tras su historia, aparentemente sencilla, guarda, para quien lo persiga, un cúmulo de nuevas significaciones. 

Las emociones humanizan

Jorge Bucay, médico y escritor argentino, dice que los mensajes obvios de Pinocho son los que más han trascendido, como aquel de que hay que portarse bien y que si te portas bien el Hada Madrina te concede los deseos. “Lo que convierte a Pinocho en un ser vivo de verdad no es el Hada Madrina, no es el premio por haber salvado a su padre, ni por volverse obediente. Lo que lo convierte en un niño de verdad es empezar a sentir, conectarse con sus verdaderas emociones, porque cuando se conecta con sus emociones, dentro de su pecho empieza a nacer un corazón y cuando Pinocho tiene un corazón se vuelve un niño de verdad”, comenta en uno de sus videos en YouTube, Bucay, quien ha leído la novela de Collodi.

Ítalo Calvino, coterráneo de Collodi, ha dicho que “los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad”. Y esa frase le calza a la perfección a la obra Las aventuras de Pinocho. De manera que tal vez sea hora de sumergirse en sus páginas y de redescubrir o reinterpretar a este personaje que nació hace 141 años, gracias a aquella mentira verdadera que es la literatura y que se volvió un referente sin tiempo a través de la palabra escrita y de otros lenguajes, como el cine.