Cultura urbana

Confesiones de un conductor de ambulancia

ambulancia emergencia guayaquil
Ilustración: Juan Fernando Suárez.

La paráfrasis del adagio “la calle es la mejor escuela de la vida” parece embonar perfectamente en el alma de Raúl, quien habla desde su taxi Chevrolet Aveo de una infinidad de temas como si tuviera una bola de cristal al frente suyo. 

Son las diez de la mañana y el hombre conversa con serenidad y contundencia sobre la situación económica del país, los problemas de inseguridad, el tránsito vehicular y cuanto tema se ponga sobre el volante de su auto, mientras embraga, mete cambio, frena, gira… 

A sus 52 años, dice haberlo visto todo, quizá por eso narre algunos hechos sobrecogedores de los que ha sido testigo con una frialdad que haría palidecer de celos a la Antártida. 

—Veía morir por lo menos a dos personas al año —dice con total sosiego. 

La licencia especial que tramitó hace más de tres décadas, cuando decidió convertirse en taxista, le permitió conocer toda la ciudad. Esa experiencia, más tarde, le sirvió para convertirse en conductor de ambulancia, una labor que cumplió durante quince años con el rigor que el puesto le exigía.

“Recién llegas, hijueputa” le espetaban a menudo durante su andadura en ese trabajo, en el que aprendió a dominar sus impulsos y a entender el dolor de los tristes e iracundos que se encontraba en cada parada. 

Hoy nadie menta ya a la madre de Raúl ni se remanga la camisa para partirlo a golpes por llegar cuando ya no hay vidas que socorrer. Pero la calle sigue siendo para él un territorio hostil y, por eso, a pesar de haber sido por mucho tiempo pata brava, conduce su automóvil con educación y finura, con ínfulas de conductor de limusina. 

Raúl, que aceptó contestar estas preguntas a cambio de que obviáramos su apellido, observa entonces el retrovisor y recuerda esos días en los que la vida de mucha gente dependió de su acelerador. 

Las ambulancias tienen permitido el paso de los semáforos en rojo, sin embargo, para este tipo de maniobras es necesaria la precaución. Fotografía: Ministerio de Salud Pública.

—¿Por qué cuando la ciudadanía llama a una ambulancia siempre (o casi siempre) llega tarde?

—Eso es responsabilidad del 911 que se encarga de llamarte y pedirte que vayas a algún sitio, pero muchas veces la gente llama y no entrega los datos completos. También hay personas que llaman por un desmayo, por eso en el 911 esperan dos o tres llamadas de la misma persona para ponerse en contacto con nosotros. A veces alguien se desmaya y como sus familiares no tienen dinero para el taxi llaman a la ambulancia. Hay tanta gente que en realidad necesita una ambulancia, pero no es la mayoría.

—¿Qué condiciones debe tener el chofer de una ambulancia?

Anualmente te preparan sicológicamente. Usted ve cosas que no se imagina. El chofer de una ambulancia no solo conduce, sino que debe saber muchas cosas, como primeros auxilios y conocer toda la ciudad. Además aprendes a reaccionar frente a ciertos hechos. Cualquiera no es chofer de ambulancia; hay criaturas, mujeres embarazadas, baleados, desmembrados. 

—¿Mete hombro para subir una camilla?

—Eso siempre. Hay que hacer de camillero, de auxiliar, y sobre todo calmar a las personas porque cuando se trata de accidentes se alteran; o por algún choque te jalan o te golpean. Muchas personas se cierran y te quieren agredir, por eso el Ministerio de Salud te guía. 

—¿Qué fue lo peor que vio en su vida de chofer de ambulancia?

—Hace unos diez años fuimos, el paramédico y yo, a ver a un baleado al Guasmo, lo traíamos al hospital Guayaquil en la ambulancia y unos motorizados se atravesaron para que nos detuviéramos. Desenvainaron sus armas y gritaron: “Abre la puerta hijueputa”; lo hicimos y “bumm, bumm, bumm, bummm” terminaron de matar al herido que llevábamos. Ese día volvimos a nacer. Nunca antes la ambulancia se llenó tanto de sangre. Los fines de semana (y creo que sigue siendo así) las llamadas estaban relacionadas con los motorizados. Una vez me tocó ir a la Perimetral y ver a una pareja que se accidentó en su moto. Cuando llegué él estaba muerto, enredado en las llantas de atrás, y la muchacha se había desmembrado las piernas, pero todavía respiraba. Ella falleció en la ambulancia. 

Raúl cuenta además que trabajaba siete días de corrido y luego tenía tres días libres. Su sueldo era entonces de 920 dólares, pero sentía que no compensaba lo que debía ver y sentir. Trabajó en varias casas de salud, pero, sobre todo, dice, en el Hospital Guayaquil. 

Raúl mira en retrospectiva su paso como chofer de ambulancia. Conocer la ciudad es condición sine qua non para ejercer esta actividad, no exenta de peligros. Fotografía: Relatos amarillos (imagen referencial).

—¿Qué se hace cuando alguien fallece en la ambulancia?

—Llevamos a la persona directamente al hospital, y ahí viene el forense de la Policía Nacional. Ellos hacen el parte y los familiares deben retirar el cuerpo en la PJ. Criminalística se encarga de entregar el cuerpo cuando la muerte es por atropellamiento o fallecimiento en casa. Cuando se trata de una muerte en el hospital, usted retira el cuerpo en la morgue de la institución. Cuando alguien muere en casa la funeraria se encarga. Aquí con dinero todo se puede. La funeraria hace los trámites con los doctores. Ellos tienen contactos. Puede tratarse de un ahorcado, pero la funeraria te da el documento como si se tratara de un fallecimiento por causas naturales. Eso se salía (sale) de nuestras manos, ahí el Ministerio ni la ambulancia ni los doctores intervienen. 

—¿Sufrió alguna vez un choque?

—Gracias a Dios nunca. Tomamos muchas precauciones.

—¿A qué velocidad se conduce una ambulancia?

—A la que se pueda. Hay que conocer las calles. Te aceptan rápidamente en el Ministerio de Salud para este puesto cuando has sido taxista. Si me dicen “vamos a Bastión, bloque no sé cuantito” me pierdo, pero conozco la ciudad a pesar de que Guayaquil ha crecido. 

—¿Lo agredieron alguna vez?

—Te quieren hasta linchar cuando llegas y la persona ya ha muerto. Me insultaron y me empujaron muchas veces. 

—¿Había algún sector desde el que más llamaban? 

—Batallón del Suburbio y Perimetral. También de los callejoncitos después de la 29, porque es el sector donde más accidentes en moto y baleados hay.

—¿Cuántas personas murieron en su ambulancia? 

—Unas dos por año. Personas que se infartaban o motorizados. Una vez mi hijo me dijo: “voy a comprarme una moto”. Y yo le respondí: “no mijito, cómprese un carro mejor. Si se compra una moto, de una vez cómprese la caja (el ataúd)”. 

—¿Qué sintió la primera vez que vio morir a alguien en su ambulancia?

—Estaba preparado, no hubo mayor impacto. Te preparan sicológicamente en el Ministerio. Tú ingresas, estás a prueba dos años y pasas una serie de entrevistas. A los dos años me vino el nombramiento desde Quito. Cuando estás a prueba, cometes una fallita y te botan. 

Los sonidos de las unidades deben ser altos, hasta 120 decibeles, para advertir de la emergencia y la posible velocidad del automóvil a larga distancia. Fotografía: Coordinación Zonal 4, Santo Domingo.

—El sonido de la sirena es inaguantable, ¿llegó a molestarle dado el tiempo que debía llevar encendida la baliza? 

—Al salir fastidiaba al principio, pero luego te acostumbras porque vas con los vidrios arriba y casi no se escucha.

—Según el protocolo, ¿a quién se debe atender primero, a una embarazada, al presidente de la República o a un niño? 

—Primero al presidente, luego a la criatura y después a la mujer embarazada. 

—¿Los conductores le dan paso a la ambulancia en las calles?

—Nooooo. Es más, la gente te obstaculiza el tráfico; muy poca gente colabora. 

Va terminando el recorrido que hemos hecho durante menos de una hora en su Aveo y Raúl llega al destino pactado como si fuera un vecino más. El sentido de orientación y la reacción rápida que desarrolló no lo abandonan. Entonces mira el retrovisor de su auto, embraga y se marcha con la parsimonia de un auténtico burócrata.