Un hombre le dijo al pasar “muñequita”. Con su mata de cabello crespo rojizo y la vestimenta colorida que usaba por entonces –y que aún le gusta– el piropo pudo pasar por una mera descripción. Pero Diana Gardeneira tenía razones para reclamar y se detuvo un momento para increpar al tipo. ¿Quién le había pedido (al hombre) su “opinión”? ¿Qué le daba derecho a entrometerse en plena calle en la vida de una desconocida?, le preguntó.
Aún recuerda la frase de un señor mayor que caminaba por la plaza: “Niña, no le preste atención; no se amargue por gusto”. Claro, de nuevo era ella quien “exageraba”. Pero a Diana le habían dicho en la calle cosas tan duras como “te quiero clavar la verga”, le habían dicho al pasar “qué culote” o “mamita rica”. Y se había propuesto, siempre que pudiera, no aceptar un “piropo” más; ni un “mi amor” o un “mi cielo”, nada de eso.
“El piropo no existe como lo quieren entender algunos hombres. Cuando una va por la calle lo que quieres es que no te digan absolutamente nada. Quieres pasear sintiéndote libre, tranquila y respetada”, explica Gardeneira. “Es un poder que tienen los hombres y lo están reclamando. En esa lógica machista, el espacio público es para ellos y las mujeres tenemos que estar relegadas a otros lugares, como al hogar”.
Como la escena del “muñequita” tiene lugar en los exteriores del Palacio Municipal, en el centro de Guayaquil, la artista se sintió segura como para reclamar. Era julio de 2019 y Diana se dirigía a una entrevista. Porque lo curioso es que había ganado por entonces el primer premio y los USD 10.000 del Salón de Julio Pintura Fundación de Guayaquil. La pintura ganadora –al igual que gran parte de su obra– gira justamente en torno al acoso callejero y a la violencia de género. “Llevo demasiado tiempo de mi vida callada. Estoy harta, no pienso seguir aceptando este tipo de violencia y voy a reclamar, siempre que me sienta en un sitio seguro”, dice. El arte ha sido una forma de tomar acción y de ser incisiva ante un cúmulo de inconformidades.
‘Cojuda, acepta mi halago’
Artista visual, ilustradora, diseñadora publicitaria y ahora también cantante de rock (de punk), Diana Gardeneira es el nombre con el que firma sus obras y con el que se dio a conocer en el ámbito artístico. Pero nació en Guayaquil en 1981 como Diana García Correa. Es tecnóloga del ITAE (Instituto de Artes del Ecuador) y licenciada en Artes Visuales de la Universidad de las Artes (UArtes), graduada con honores (summa cum laude).
Los insultos que reciben a diario las mujeres en las calles le prestan título a sus pinturas, objetos e instalaciones. ‘Cojuda, acepta mi halago’ es la obra con la que ganó el Salón de Julio y la que puso su trabajo en la palestra pública. Y el título es otro insulto que recogió en una encuesta sobre frases que le dicen a las mujeres en la calle.
La obra está elaborada a partir de una composición digital de sesenta piezas de ropa femenina impresas en lienzo y luego superpuestas unas sobre otras e intervenidas con pintura acrílica y pintura textil. El soporte son ocho coloridos paneles, cada uno cubierto de fondo con textiles de uso doméstico: telas de cortinas, manteles, tapiz de muebles o vestidos.
Los colores bordean la fluorescencia y las prendas abarcan una multiplicidad de personalidades e identidades. ¿Con tantas capas, pliegues y repliegues, acaso puede la obra también representar una vulva encendida?
La premisa que plantea la pieza es la siguiente: si una mujer se pusiera toda esa ropa encima, ¿dejaría de recibir acoso en la calle? El jurado del Salón destacó la fuerza expresiva formal y las reflexiones sociales críticas de la pieza. Hernán Pacurucu, el director del certamen ese año, ponderó el tono recalcitrante de una pieza que se rebela ante el sistema. “Gardeneira ataca un sistema falocéntrico y machista, que vive en nosotros”, dijo.
La serie de estas obras lleva por título Tácticas Inútiles de Empoderamiento Femenino. Y con una de estas pinturas, titulada ‘Probar tu mango’, la artista obtuvo también el segundo premio del Salón de Octubre 2018.
Ella realizó una encuesta de las peores cosas que le dicen a las mujeres en las calles, insultos que pretenden pasar como piropos, y con ellos titula sus obras. La frase que le da título a la pieza del Salón de Octubre se desprende de un burdo “quiero probar tú mango”, dicho al pasar.
¿Por qué son tácticas inútiles? La idea de las obras es que son como corazas de ropa que protegen contra el machismo. “El chiste, la ironía, es que creo que aún poniéndome todo mi closet encima, ropa sobre ropa, aún así puede continuar el acoso callejero”, dice ella.
Una armadura feminista
La Diana postpandémica es más ruda, pero el desparpajo de su risa sigue indemne. Llega a la entrevista en la Biblioteca de la UArtes con el mismo afro indomable y un top negro sin mangas que deja ver el tatuaje que domina todo su hombro derecho. Se lo hizo hace un año, cuenta.
El rostro de la mujer del tatuaje tiene los párpados en blanco y su torso desnudo surge de las llamas con un corazón descarnado, levitando entre sus manos. Se trata de una versión “oscura” de sí misma.

Gardeneira se confiesa como una suerte de “ñoña” o nerd. Y dice que si pudiera se pasaría estudiando toda la vida. Ahora cursa una maestría en artes visuales y nuevos medios en la UArtes. Y el siguiente paso de su obra es que las armaduras feministas de sus pinturas salten a la escultura. O que las corazas contra el machismo se conviertan en piezas que puedan usar modelos en un desfile de moda esperpéntico.
¿De dónde viene su pasión por el arte textil y el diseño de modas? Ella no lo sabe, una de sus tías tenía una máquina de coser y poco más… Pero pronto descubrió que tenía una noción de la moda alejada de los convencionalismos y que ha hecho parte de su experimentación artística.
Sus colores fluctúan de lo estridente y oscuro a los tonos pastel. Le gustan los collares de colores y los aretes grandes; la ropa “exótica, exuberante y exagerada”. Y suele usar tres colores de delineador –a tono con su nueva imagen de cantante de punk–, incluso tres puntitos de delineador blanco en el extremo inferior externo de los ojos.
“Hubo épocas en las que dudaba de ponerme tanto color. Luego entendí que esa es mi personalidad, así soy. Es el barroco guayaco como dice el maestro Hernán Zuñiga”, sonríe.
Mientras que el descubrimiento temprano de su inclinación artística se lo debe a su abuela materna, Nelly Correa. Diana se ve a los cinco o seis años recibiendo una caja de lápices de colores acuarelables con los que pasaba horas en su cuarto experimentando. Su abuela siempre le estaba llevando material para pintar. Y en otra ocasión desplegó ante sus ojos ávidos una maleta entera de materiales, entre lápices de colores, crayolas y óleo pastel.
En esos años aprendió de forma autodidacta “como la realidad se podía transformar a través del color”. A los diez años de edad, sus obras abstractas y sus pequeños paisajes de playa se cotizaban en el entorno familiar. Sus tíos y primos comenzaron a comprarlos. “Voy a casa de ciertos familiares y todavía encuentro obras que pinté de niña”, apunta.
De Gallina Malcriada a Dulces Sueños
El colectivo feminista La Gallina Malcriada nació en 2018 con Diana como una de sus fundadoras e impulsoras. El grupo, activo hasta la pandemia de covid-19, surgió como lugar de apoyo entre mujeres artistas locales, que generaban sus “propios espacios de validación” en un medio el que aún latía la discriminación.
La Gallina Malcriada proponía reuniones en los talleres para descubrir el trabajo de otras mujeres, ofrecerles retroalimentación y compartir información sobre los procesos creativos, además de visibilizar el arte femenino. Surgido de la Academia en la que impera “la crítica”, el colectivo buscaba reafirmar el comentario constructivo y consolidar redes de apoyo.
Tres de las principales “gallinas” integraron hace un año, en marzo del 2022, la banda de punk rock Dulces Sueños. Diana es la voz principal. Y el pasado viernes 3 de marzo el grupo lanzó su primer sencillo, “Pablo, le hago a tu prima”, como parte de un EP de seis canciones que esperan publicar a lo largo del mes.
El punk es el carácter crudo y rebelde de la banda pero las canciones incluyen pasajes de perreo, reguetón o surf rock. Y en el primer sencillo la base es el pop. Ana Cristina Vásquez, guitarrista y segunda voz del grupo, estudió con Gardeneira en el ITAE e iniciaron juntas La Gallina Malcriada.
En este video podemos escuchar a Gardenira como cantante en el primer sencillo de la banda Dulces Sueños, “Pablo, le hago a tu prima”.
“La letra de ‘Pablo, le hago a tu prima’, de hecho, surgió de una idea de Diana. El objetivo es molestar y divertirnos, lo veo como un himno a la bisexualidad”, dice Vásquez.
A su amiga la define como “una persona con un corazón muy grande, alguien resiliente y dispuesta siempre a aprender”.
También dice que su colega ha pasado por situaciones muy duras y admira la fortaleza con las que las ha enfrentado. “Definitivamente el arte le sostiene a Diana emocionalmente, ha utilizado la pintura o la música como catarsis”, agrega Vásquez.
El grupo también hace suyos en los shows en vivo los cánticos y las canciones de las marchas y protestas feministas. Entre las canciones de las Dulces Sueños también está “Verga violadora a la licuadora”, más punkera. Diana se sube al escenario con una licuadora en la mano. “En el punk lo que vale es el grito de denuncia, que viene de adentro”, dice.
Los años costarricenses
La familia de Diana también sufrió las consecuencias del feriado bancario de 1998 y 1999 en Ecuador. Y tras la crisis económica y migratoria subsiguiente sus padres con sus dos hermanos tuvieron que migrar en el 2000 a Costa Rica, a donde trasladaron una empresa de implementos fabricados con plástico reciclado.
Sus padres vivieron en San José cuatro años, pero ella y su hermana volvieron a Ecuador luego de ocho años. Es más, obtuvieron la nacionalidad costarricense. En Costa Rica, Gardeneira estudió diseño publicitario. Ella quería estudiar arte pero tuvo con sus padres la “típica charla” de la incertidumbre económica de una carrera artística. Y les hizo caso, aún “no era rebelde”. Trabajó en una agencia de publicidad y luego en una editorial de revistas, incluso pasó una corta temporada laborando en Nicaragua.
En Centroamérica comenzó a buscar su verdadero sueño en el arte, se inscribió un año en la Universidad, antes de volver a Guayaquil y de ingresar al ITAE en 2009.
En Costa Rica también inició un largo y tortuoso proceso de rompimiento con sus convicciones religiosas, en especial con el Catolicismo. Había asistido incluso a cursos con el Opus Dei y en el movimiento católico Schoenstatt. Pero dice que, a pesar de que la religión la constituía, no podía seguir comulgando con la corrupción, la violencia, la homofobia, la pedofilia y el machismo de la Iglesia. Ahora se declara agnóstica.
Mientras que su conversión al feminismo, que según dice le significó quitarse una venda de los ojos, está estrechamente ligada a sus búsquedas artísticas. Tras graduarse del ITAE en el 2014 comenzó a buscar direcciones en las cuales volcar su vocación. Y abundaban en Brasil como en España los ataques sexuales en manada a mujeres vulnerables.
“La víctima siempre es la culpable, por la ropa, por la hora, por con quién estaba o por dónde estaba, incluso por como miraste a una persona…”, reflexiona la artista.
Una brigada de dibujantes
En 2014, Diana Gardeneira hizo parte de los alumnos y profesores del ITAE (luego adscrito a la UArtes) que trasladaron sus andanzas y experiencias en el barrio Cuba (al sur de Guayaquil) al formato del collage y el dibujo.
El proyecto Brigada de Dibujantes, de vinculación con la comunidad, se extendió por cinco años hasta la publicación del libro Nacido y criado y una exposición. Dibujos, ilustraciones, collages o fotos intervenidas con anotaciones hicieron parte de las caminatas por el barrio. Gardeneira junto a Jorge Velarde, Ilich Castillo, Marcos Restrepo entablaron por largo tiempo relaciones con los vecinos, dibujaron memorias, escenas y tradiciones del lugar. Se trata de un enclave popular a orillas del río Guayas, de clase trabajadora y con un sector lleno de tercenas –expendio de carnes y vísceras de res– alrededor del camal de la ciudad.

Ella ilustró por ejemplo la escalera de descenso al muelle informal del mercado de la Caraguay, con canoas de madera atadas aquí y allá, a partir de colores primarios. También realizó collages a partir de fotografías, materiales y apuntes de mujeres del barrio.
Lupe Álvarez, curadora y crítica de arte, quien trabajó con los artistas de Brigada de Dibujantes, recuerda que desde temprano la autora de ‘Cojuda, acepta mi halago’ demostró una inclinación hacia el “artivismo”. En específico, “una orientación feminista del activismo”.
Álvarez fue además profesora de Gardeneira en el ITAE y la UArtes. “Fue la graduada más destacada. Siempre una estudiante atenta, interesada en tener un criterio propio y contribuir a las discusiones sociales que el mundo del arte tiene en la mira”, señaló la crítica.
En Brigadas de Dibujantes, la artista sostuvo su vinculación con el barrio hasta el final del proyecto.
En el barrio Cuba, Diana se dedicó a resaltar el papel de la mujer en un sector de bajos recursos, en donde las mujeres vinculadas a los mercados tuvieron un importante rol
en la lucha por la regularización y legalización de sus predios, agrega Álvarez. “Creo que su labor de vinculación con el barrio marcó muchísimo su trabajo posterior, ya directamente vinculado al activismo feminista”.
Además, la curadora ve una gran maduración de la carrera de la artista en su búsqueda de “tratar de sanar cuestiones traumáticas del tejido social” a través del arte. “Ha sabido congeniar el activismo con una obra como artista independiente”, añade.
‘Yo sí te hago todo’
En las conversaciones con otras mujeres, todas tenían una historia que contar, apunta la artista, con lo que el acoso y la violencia de género surgieron como tema ineludible de su trabajo. Se trataba de exorcizar ya no solo un trauma personal, sino colectivo. Y comenzar a ser un agente de cambio desde su obra. En 2016 abrazó de forma oficial el feminismo.
De hecho, aborda también la arteterapia en el proyecto ‘Yo sí te hago todo’ –otro insulto machista callejero–, iniciado un año después. Se trata de un proyecto de arte participativo textil en donde habla con otras mujeres de historias de violencia de género mientras van colocando con imperdibles pedacitos pequeños de telas multicolores en telares más grandes con los diferentes tonos de piel.
Cada pedacito de tela representa una historia. Y la idea es llegar a representar las cifras de la violencia de género en Guayaquil. Si nos atenemos a que 60,6 % de las mujeres ha sido víctima de algún tipo de violencia, según Estadística y Censos (del año 2011, cifras utilizadas cuando se empezó el proyecto), tendrían que ser 772.772 retazos de tela en representación de las mujeres violentadas solo en la ciudad.
Son 60 metros de grandes telas y hasta el momento ‘Yo si te hago todo’ alcanza 16 metros. Mientras cuelgan los retazos con imperdibles sobreviene el desahogo. “Una señora que al principio dijo que nunca le pasó nada luego se pasó dos horas hablando”. En el siguiente Clip vemos a Diana Gardeneira durante la exposición de su obra en Córdoba (Argentina) en el marco de Bienalsur 2019.
La instalación de telas coloridas se exhibió en Bienalsur 2019. Y Diana Gardenia fue la única ecuatoriana seleccionada de una convocatoria a la que aplicaron 5.200 proyectos. En Córdoba se exhibieron 25 telares vaporosos de 40 centímetros de ancho por 2,50 de largo, dispuestos uno al lado de otro como ropa tendida en una gran instalación.
En el Centro de Infractores Adolescentes Femenino de Guayaquil las chicas le pidieron a la artista que les dejara dos de los telares para terminarlos y cuando fue a recogerlos estaban llenos de coloridos retazos con un corazón rojo en el centro.