Derechos humanos

Y la sensibilidad de los médicos, ¿por qué se pierde?

Emergencia Bagre
Ilustración: Manuel Cabrera.

En la sala de Emergencia del Teodoro Maldonado Carbo, la calma es tal que nadie sospecharía que se trata de un hospital de nivel III o de alta especialidad si no fuera por las preguntas que formula la doctora de triaje, a las tres de la mañana, a una paciente cuyo semblante cariacontecido la delata indispuesta.  

—¿Qué siente? 

—No soporto el dolor de espalda y creo que se me ha bajado la presión —balbucea la consultada. 

—Tómele la presión —conmina la doctora a la enfermera que la acompaña. 

La enfermera pide a la paciente que estire el brazo izquierdo para colocarle la bolsa de goma. En seguida empieza a insuflar la pera. 

—Shiiiifff, shiiiff, shiifff, shhhiiiffff, shiiifff.

Con cada soplo manual que acomete, el manguito gana volumen y las arterias de la doliente mujer se ven atenazadas. Al cabo de unos segundos desinfla el brazalete flotador —shuuuuuuuuuu— y el manómetro arroja un resultado.  

—110/70, normal —reporta la enfermera.

La doctora regresa al interrogatorio: 

—¿Se ahoga? ¿Está mareada? ¿Puede orinar?

La sucesión de respuestas negativas orilla a la doctora a colocar a la paciente una pulsera de color azul que dice “no urgente” y a exhortarla a que acuda a un centro médico nivel II, donde hay médicos de medicina general.  

—Vaya al Efrén Jurado —interviene una joven doctora que presencia el drama de la paciente.

La sala de Emergencia queda prácticamente vacía, de modo que revista digital Bagre pide a la doctora que le conceda una entrevista.  

Denisse, nombre protegido de la profesional de la salud, se extiende en la explicación del porqué en esa sala de Emergencia solamente atienden casos de urgencia.

—No es indolencia, tampoco negligencia ni pereza. Simplemente, hay reglas.

Denisse deseaba ser abogada pero se vinculó con la medicina por imposición de sus padres. No obstante, agradece la presión a la que fue sometida para que eligiera una carrera —los padres de la Sierra son así, dice—, que empezó a amar cuando recién cursaba el tercer año. 

Como hija de padres docentes vio de cerca la falta de acceso a la salud y las carencias que sufren los habitantes de la Amazonía, en donde su madre ejercía. Por eso eligió la provincia de Zamora Chinchipe cuando hizo las prácticas obligatorias que debe realizar todo estudiante de medicina al egresar, también conocidas como “la rural ”.

 Allí terminó de formarse no solo en cuestiones médicas.

—En una ciudad por lo menos puedes ir al área de Emergencia de un hospital, pero allá no hay nada de eso —cuenta Denisse—. En un centro de salud suelen darte tres ampollas de diclofenaco para un mes y una caja con treinta pastillas de paracetamol, porque te entregan medicación según el número de habitantes de la zona. La rural fue mi mejor experiencia. Y otra cosa que observé en la Amazonía es que la gente que menos tiene es la que más da.  

Denisse, de veinte y ocho años, oriunda de Loja, tiene tanta experiencia como si tuviera el doble de su edad biológica.  

Ella fue una de las profesionales que respondió al grito de auxilio que lanzó el Colegio de Médicos del Guayas cuando por efectos de la covid, en 2020, las morgues colapsaron, las cajas fúnebres se agotaron y los médicos debían debatirse entre atender a sus pacientes y firmar partidas de defunción.   

Me preparé para salvar vidas, manifiesta. Esa férrea convicción la obligó a alistarse para ir a Guayaquil. Llegó el 9 de abril, y enseguida fue enrolada en el área de Emergencia de un hospital público. 

 El lugar estaba repleto de pacientes. 

 —Imagínate una película de zombis, toda la gente se veía así: demacrada, deshidratada y con oxígeno. Yo solo dije en mi mente: ¿en qué me metí? 

 Además de la incertidumbre que sentía debido a todo lo que observaba, Denisse se sentía impotente ante la falta de medicamentos. 

—Para intubar necesitas propofol o rocuronio, que son medicamentos para dormir a un paciente, pero había midazolam, una medicación que sirve solo para relajar. Muchas veces el paciente se estaba ahogando y debías intubarlo despierto. Él veía cuando lo intubabas; eso es traumático, pero debíamos hacerlo para que no muriera.  

Los días de mayor movimiento en la sala de Emergencia son los que preceden a un feriado: domingo o lunes. Fotografía: Revista Digital Bagre.

 Arréglate como puedas

Denisse es de esas doctoras que explica con minucia cada cosa que menciona. A lo largo de la conversación que sostuvo con revista digital Bagre lloró, se indignó, rio. 

Por la sensibilidad que rezuma y por su escasa inclinación al laconismo podría pensarse que no ejerce la medicina. ¿O esa percepción de que el médico es insensible es un cliché?

No lo sabemos, pero podría adivinarse que Denisse ama su profesión. 

El que no haya presupuesto para contratar personal médico ni de enfermería, pero sí plazas de trabajo en el área de Talento Humano es uno de los temas que le irritan. 

También que no haya tomógrafo —en época de covid nunca fue apagado y se quemó—. A este inventario se suma que los equipos para realizar electrocardiogramas —que tendría que haber en Emergencia porque llegan pacientes con dolores precordiales, o infartándose— se consiguieran por gestión propia de un colega suyo. De medicamentos ni hablar…  

Le enfurece, además, la mediocridad de los funcionarios públicos, de ahí que pondere el profesionalismo de sus jóvenes colegas.

—Hoy vas a entregar un documento a una institución pública que trabaja hasta las cinco de la tarde y a las cuatro y media el funcionario ya ha apagado su computadora porque siente que cumplió con su horario.

La joven doctora, en cambio, tiene un horario escrito en cenizas; sabe a qué hora ingresa, no a qué hora sale. Muchas veces, justo a la una de la tarde, cuando debería ir a almorzar, llega algún paciente descompensado y no puede postergar su obligación de atenderlo. 

Hasta hacer el ingreso y ordenar los exámenes de laboratorio pasan dos horas, relata. Y cuando ve el reloj, dos horas más tarde, el comedor del hospital ya está cerrado.

Como hospital de tercer nivel, en su área atiende a pacientes cuya vida está en riesgo. Pacientes diabéticos, oncológicos, con presión alta, insuficiencia renal, con eventos cerebrovasculares, desorientados, inconscientes. 

—A un paciente con crisis hipertensiva 200/100, taquicardia de 125, desaturando 87/90, no tienes que dejarlo ir hasta someterlo a exámenes —explica. 

En contraparte, hay pacientes que no reúnen los criterios para que les brinden atención en un hospital de tercer nivel y se fastidian cuando los derivan.

—Yo no te puedo atender porque me caíste bien; mi paciente es el que está infartándose, no el que tiene una infección urinaria —dice Denisse.

En Emergencia no hay un límite de tiempo para atender a los pacientes debido a que los problemas que presentan son de complejidad; no obstante, cuando Denisse tiene una guardia pesada atiende entre diez y doce pacientes; en cambio en Consulta Externa, los médicos de medicina general brindan atención a treinta y seis pacientes diariamente, en un lapso de quince minutos, cada uno. 

—Los días de más trabajo en Emergencia son siempre después de un feriado: lunes y domingo —matiza la doctora.

El gélido clima de la sala de Emergencia se apropia de los pasillos. No hay pacientes en la sala de espera, por tanto el calor humano se disipa. Fotografía: Revista Bagre.

La sensibilidad es un tema recurrente en su conversación, como si este sentimiento tuviera vida propia y asomara discreto para encarrilar el cauce de las palabras. 

En esa tesitura, le preguntamos qué opina de lo que la lingüista argentina Ivonne Bordelois dice sobre el lenguaje de los médicos: “la jerga médica que aprenden los estudiantes de medicina los deshumaniza”. Y ejemplificamos: no es lo mismo decir adenocarcinoma que cáncer. 

Denisse responde que se trata de códigos que tienen una razón de ser. 

—Las personas que padecen VIH son identificadas como pacientes con código amarillo.

Y agrega que la intención es evitar que otros pacientes se enteren de un diagnóstico que no les pertenece. También expresa que un diagnóstico de cáncer tiene que darse en su momento, no en el área de Emergencia. 

—Lo correcto es que el médico tratante explique bien al paciente lo que tiene, en un lenguaje adecuado, y durante la consulta.  

La pregunta sobre el lenguaje queda resuelta, pero, ¿qué pasa con la sensibilidad?

Denisse no responde directamente, sin embargo deja entrever que a cada quien su traje, y sigue: 

—Hace poco me tocó dar un diagnóstico de cáncer a un paciente joven. Yo solo lo vi y dije “esto es cáncer”. El paciente tiene derecho a saber su diagnóstico. Trabajé en Solca (Sociedad de Lucha contra el Cáncer) de Loja con pacientes oncológicos. Ese es otro mundo; hablar desde la experiencia médica con un paciente de Solca es tocar muchos puntos sensibles. ¿Cómo le dices que el esquema de quimioterapia falló, que le quedan pocos días de vida? Pasar visita por oncopediatría y ver a niños de dos años con cáncer te golpea, más aún cuando con su mirada te dicen ya no, por favor. Créeme, yo iba a llorar al baño (las lágrimas se le escapan). 

Asegura que de esa experiencia aprendió mucho y que, si bien la oncología clínica le gusta, le sería muy difícil volver a dicha área.

—Y cuáles son los síntomas inequívocos del cáncer —le consultamos.

 —Pérdida súbita de peso. Tú estás al inicio del mes con ochenta kilos y terminas el mes con sesenta. Adoptas una apariencia caquéxica (pérdida de peso, de fuerza, debilidad, fatiga).



Palpar, siempre palpar… 

Revista Bagre.
El área de Emergencia de pediatría congrega a un número pequeño de padres preocupados por la salud de de sus hijos. Fotografía: Revista Bagre.

La premura con la que algunos médicos atienden a sus pacientes, ya sea por desidia o exceso de trabajo, puede cobrar vidas. En este sentido Denisse recuerda lo importante que es palpar a los pacientes. Entonces narra una experiencia que recuerda vívidamente.   

—Un paciente al que atiendo por Consulta Externa me escribe una noche para decirme que tiene un dolor de estómago terrible. Le digo que vaya al Efrén Jurado (hospital de segundo nivel), en donde le suministran algo para el dolor y lo mandan a la casa. Al siguiente día viene a verme y tenía dieciocho mil de leucos (los leucocitos son unas células de glóbulos blancos que indican un proceso infeccioso, lo normal son diez mil, mientras que doce o trece mil indican una infección leve), es decir, este paciente tenía una infección tan fuerte que podría estar séptico (infección generalizada que requiere atención médica inmediata porque ocasiona insuficiencia orgánica y caída de la presión sanguínea a niveles peligrosos). No se dejaba tocar el estómago porque no soportaba el dolor. Tenía una apendicitis que progresó a peritonitis. ¿Dónde está la valoración de otros médicos? 

Denisse remarca que todo dolor abdominal es apendicitis hasta que se demuestre lo contrario. Habla en segunda persona y recomienda puntualmente: analízalo, estúdialo, pálpalo. Se expresa como si estuviera dando una cátedra de medicina. 

A través del tacto se pueden descubrir masas tumorales, apendicitis, inflamaciones.

—En apendicitis hay signos característicos: Murphy positivo (cuando presionas el punto que te queda entre la fosa iliaca y el ombligo, y el paciente no tolera el dolor); blumberg (cuando aplastas, sueltas y el paciente se queja de dolor por el rebote); y signo de talón (cuando comprimes la pierna contra el abdomen y el paciente no resiste el dolor).

Vuelve a decir que el tiempo de un médico para atender a un paciente es importante. 

De acuerdo con el informe de Recursos y Actividades de Salud (RAS), presentado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos, el país tenía 40 230 médicos hasta 2019, lo que daba un promedio de 23,3 doctores por cada diez mil habitantes.

Según este informe, Ecuador cumple con los parámetros que dispone la Organización Mundial de la Salud: 23 médicos por cada diez mil habitantes. Sin embargo hay un desequilibrio toda vez que hay provincias que tienen exceso de profesionales, en unos casos, o escasez, en otros. 

Pastaza es la provincia que más profesionales de la salud tiene: 38,8 por cada diez mil habitantes, frente a Los Ríos, que apenas registra 15,25; Esmeraldas, 15,43, y Santa Elena, 15,77. 

La conversación sobrepasa largamente la hora y no asoma un alma por los pasillos del gélido hospital. Son las cuatro de la mañana. El silencio se ha enseñoreado en los pasillos. Solamente los pulmones del aire acondicionado sibilan sin reposo, como si padecieran bronquitis.



Todos trabajamos por necesidad

Empieza a rayar el día y el sosiego en la sala de Emergencia ha cooptado todas las áreas. Fotografía: Revista Bagre.

—¿El gobierno les está pagando puntualmente? —le preguntamos. 

—Sí, estamos al día. 

—¿Y a los enfermeros? Hace poco detuvieron su labor. 

—No tengo idea, pero a los prestadores externos de salud del IESS no les están pagando; yo trabajo en una clínica que es prestadora de servicio y allá me deben dos meses de sueldo. Imagínate qué pasa con los médicos que trabajan solamente allí. Todos trabajamos por necesidad, no por hobby.

Denisse empieza entonces a bostezar, como si sutilmente dijera que necesita descansar porque todavía le faltan cuatro horas para colgar la bata, o quizá más. Todo dependerá del movimiento que haya esta madrugada en Emergencia.