“Me he aferrado a mi justicia, y no la soltaré, mi corazón no se avergüenza de mis días”.
Job 27,6
Para nadie es un secreto que el mundo de Daredevil está marcado por guiños a la religión católica, tanto así que este cómic es una puesta en escena del libro de Job.
El libro de Job junto a Proverbios y Eclesiastés conforman la denominada tríada de la sabiduría. Centremos la atención en este pasaje sacro. Job es un hombre que lo tiene todo: es bueno, disfruta de su familia, además goza de la gracia de Dios; entonces es puesto a prueba (recordemos que a Job es el demonio quien lo castiga). Pierde a su familia, sus bienes, todo cuanto poseía por designio divino.
Así mismo Matt Murdock, Daredevil, al verse descubierto por Wilson Fisk, quien funge la representación del poder divino en esta historia, revocó su licencia de abogado, congela sus cuentas bancarias, lo expone al público, y lo lleva a un estado nervioso máximo hasta hacerlo sucumbir. Esto obliga al Diablo de Hell’s kitchen a embarcarse en un viaje introspectivo de redescubrimiento (muerte espiritual, renacimiento, fe/esperanza, perdón y resurrección) con el afán de dar respuesta a sus nuevas interrogantes. Por aquello de que vivir no es más que arder en preguntas, Daredevil, atraviesa un viacrucis y, como todo viaje de héroe, llega a su iluminación al vencer al villano Kingpin.
A lo largo de toda esta historia seguimos una estela cargada de simbolismos como se ve en los nombres de cada parte del cómic: Apocalipsis, Salvado, Purgatorio, Resurrección. Estos símbolos ocultan significados que el lector puede identificar. En este juego de sombras Daredevil nos lleva de la mano —a manera de Virgilio y Dante de la Divina Comedia— para desentrañar sus dichas representaciones.
De esta forma, Hell’s Kitchen representa el purgatorio donde cada persona purga —valga la redundancia— su penitencia. Algunos encuentran un momento de redención, ese halo que permite creer en la promesa “esperanzada” de algo mejor. Otros se hunden más en los círculos dantescos que nos rodean. Al final, otros, muy pocos, logran combinar ambas vidas.
Abogado de día, justiciero de noche
Matt Murdock debe cumplir un código normativo en su faceta de abogado, y hacer justicia (o buscar justicia) por la noche cuando es Daredevil. Aquí podemos evidenciar el proceso de individuación, un concepto empleado por C. Jung (psicólogo y psiquiatra suizo) para referirse al encuentro consigo mismo; es decir, un proceso introspectivo mediante el cual una persona se convierte en un ser completo, alcanzando así un estado total de integridad e independencia. Un ser indivisible. Esto no es más que una nueva lectura —en el campo de la psicología— para referirse a la sentencia socrática “conócete a ti mismo”.
¿Qué ocurre cuando nos identificamos con un súper héroe?
Cuando logramos empatizar con un personaje es porque este posee elementos similares a nosotros, nos representa o nos vemos reflejados, a manera de espejo o proyección psicológica. Daredevil pone sobre la mesa el viaje del héroe clásico, primero no encuentra respuestas, luego culpa a Wilson Fisk y por último acepta la responsabilidad de sus actos y decisiones, aceptando la sombra que lleva dentro o en palabras de Jung: rompe el espejo para al final renacer.
Frank Miller supo trabajar a la perfección este precepto: tomó a Matt Murdock y por un momento (una historia) tejió el tapiz del destino del hombre sin miedo. Un demonio que cree fielmente en su fe como en su lucha de vigilante. En 2015 Netflix produjo la serie homónima (siendo la tercera temporada de 2018 una adaptación libre de Born Again).
El cómic es considerado el mejor arco de Daredevil. Su fluidez narrativa, gráfica, y el trasfondo que encierra lo demuestran. Desde su título (si seguimos la idea borgeana de que un título es la puerta al mundo de la obra) nos encontramos con una referencia bíblica, elemento que no podemos dejar de lado si deseamos identificarnos con el protagonista.
Tanto dentro del cómic como en la serie siempre encontraremos guiños teológicos: en una escena vemos a Wilson Fisk narrar la parábola del buen samaritano, en donde él se reconoce como el villano. Tanto Daredevil y Kingpin tienen su momento de renacimiento, cada uno acepta quien en verdad es.
Entre lo ético y religioso
Muy a menudo nos encontramos en situaciones en las que debemos elegir hacer “lo correcto”, es ahí donde entra en juego nuestra amalgama de creencias, y prácticas éticas o libre albedrío. Daredevil es un personaje que se mueve entre los imperativos categórico e hipotético (conceptos de la filosofía kantiana), mientras el primero representa una acción por sí misma, necesaria y sin ningún otro fin, el segundo señala que toda acción es buena para un propósito posible o real.
Como abogado Murdock aplica el imperativo categórico al buscar justicia pues esta (la justicia) tiene y cumple un solo fin a través de sus leyes, incluso la condición de invidente es un guiño a la frase: la justicia es ciega (Matt Murdock cuando niño sufrió un accidente que privó su sentido de la vista, otro símbolo que representa la búsqueda de la luz o sea la redención), lo mismo podemos decir sobre su creencia y fe teológica, mientras que al ser un “defensor o justiciero” el imperativo hipotético se manifiesta al ser su deseo o necesidad: impartir justicia. Por ello Matt cree que el acto de confesión lo libera para seguir con su causa.
La segunda temporada de la serie es el mejor ejemplo de este conflicto, entonces la consigna de Daredevil toma sentido cuando dice: “No hay justicia, sin venganza”.
Actualmente la serie se encuentra disponible en Disney Plus y se prepara un nuevo inicio del personaje, a cargo de Marvel Studios.
Para cerrar solo queda admitir que cada uno de nosotros habita un purgatorio, un infierno interno que nos devora o consume con su fuego, nos forja como el acero y luego nos templa con la dosis de sombra exacta. A manera de mantra podemos decir: ¡Soy Daredevil!