Cultura urbana

En el nombre del Padre, del Hijo… y de la Guchita

Ilustración: Manuel Cabrera.

Agustina de Jesús Mateo Jiménez murió “en olor de santidad”, de una “extraña fiebre” —probablemente tifoidea—, en 1976, cuando la comuna de Engunga, del entonces cantón Santa Elena, apenas estaba dejando de elaborar carbón y su gente buscaba en lares lejanos, nuevas y más rentables ocupaciones.

De Agustina Mateo, a quien la gente prefiere llamar cariñosamente la Guchita, lo único que permanece es el recuerdo, no siempre a la mano, de algunos de sus supuestos milagros, todos sucedidos en esa comuna polvorienta, ubicada a 15 kilómetros de la parroquia Chanduy. 

Ese pueblo con cerca de 2.500 habitantes, donde el mar es apenas un lejano rumor de color azul del cual poco o ningún provecho han podido sacar.

Tan escondida se encuentra Engunga que no hay autoridad que ponga coto al excesivo precio del pasaje del bus. 

Para llegar allí, desde la carretera principal, se necesitan 2,10 dólares, y para volver al punto de partida, la misma cantidad. 

Como si eso no fuera suficiente, abordar sus roídos vehículos es exponerse a rasgarse alguna prenda de vestir y tragar todo el polvo que despide la ruta de un camino vecinal, cuyos meandros serpentean entre innumerables boquetes. 

Amén de lo dicho, los riñones lloran cada vez que el vehículo de turno cae en seco en los cráteres que tachonan la vía.  

Al margen del costo de la transportación y de la precaria situación en la que viajan los pobladores, ellos creen que ya es hora de que a su milagrosa le den los honores y el sitio que se merece.

Nelson Amador Eugenio Mateo dice que la Iglesia católica ha sido renuente en reconocer todo el bien que ha hecho, a pesar de haber tantas evidencias a lo largo y ancho de esos territorios ajenos al desarrollo. 

Nelson Amador Eugenio Mateo, presidente del comité pro beatificación de la Guchita. Fotografía: Isabel Hungría.

Nelson es el presidente del comité —formado por cinco personas— que brega por la beatificación de la Guchita. Nadie como él habla con tanto respeto, vehemencia y devoción sobre la santa de Engunga, a quien tuvo el privilegio de conocer cuando era pequeño. 

“Mi papá era panadero y le vendía pan a su familia”, relata desde el taller en el que ejerce su papel de soldador, aunque su verdadera labor, en la que más pasión ha volcado, ha sido —y es— lograr la beatificación de “la niña Agustinita”

Molesto porque algunos medios de comunicación han puesto en entredicho los milagros de la Guchita, advierte que hablar mal de la niña Agustina es ir en contra de la voluntad de Dios, porque si hay algo que tienen claro en Engunga es que ella es milagrosa. 

El mayor anhelo de Nelson es que a la niña Agustinita se le reconozca el don de milagrosa y sea beatificada, sobre todo ahora que, según cuenta, ha salvado a mucha gente de la pandemia. 

—Gracias a ella estamos con vida —dice convencido. 

—¿Cómo era la niña Agustina?

—Físicamente, como la imagen de El Señor de las Aguaspatrono de la comuna de Colonche—, con los dedos de las manos entrelazados, como si estuviera siempre orando. Así nació ella. Y con las piernas recogidas y cruzadas. Como nunca tocó tierra —nació con las piernas encogidas— su papá Eloy la llevaba a la iglesia cargada o en una carreta de madera.

En vida, la Guchita (Agustina Mateo) no podía caminar. Fotografía: Isabel Hungría.

“Me parece que Agustina, quien sufría de una discapacidad que le impedía caminar y, literalmente, topar el suelo —su padre la cargaba—, era percibida como un ser levitante, angelical“, reflexiona Gabriela Montalvo, docente universitaria, máster en Estudios Culturales y especialista en Gestión Cultural y del Patrimonio. 

Observa que en este caso se evidencia esa dicotomía de ver a las personas con discapacidad como monstruos o como una especie de ángeles o seres celestiales

Ni tan famélica ni tan rolliza, Guchita era una niña especial que no podía caminar, de modo que sus padres la sacaban en carretilla y durante esos retazos de recreación no hubo quién la viera en otra posición que no fuera la de rezo.

Así nace la historia de la niña Agustina

Relata el presidente del comité que cuando ella murió —el 28 de noviembre de 1976, a la edad de 34 años— uno de sus devotos colocó un clavo en su tumba para colgar un ramillete de flores y formó un hoyo desde el cual era posible ver imágenes, estampas, número de versículos, e incluso percibir un penetrante olor a rosas. 

Esta noticia se regó por toda la comuna, lo que atrajo la curiosidad de los creyentes y de los escépticos.  

“Así nace la historia de la niña Agustina, pero luego vino lo más trascendental: dentro de la tumba se escuchaban voces“, señala Nelson. 

El 9 de octubre de 1985, por pedido expreso de Guchita, fue sacada del cementerio por tercera ocasión después de nueve años de lucha, “gracias al entonces inspector de Sanidad”, quien también creía en su poder milagroso. 

Historia de la Guchita de Engunga. Video: Isabel Hungría.

“Él dio el permiso para que la niña Agustina venga y se quede estable desde el año 1985 en su capilla. Desde ahí hasta la actualidad ha sido inmóvil. Por eso cada 9 de octubre se la celebra con misas y procesiones”.

Cuenta Nelson que la Guchita se comunicaba desde su bóveda a través de dos intérpretes y aunque estas personas ya no existan, todos saben que lo único que se necesita para que la devenida en santa les conceda milagros es frotarse o beber el agua que ella bendice.

Lo hace desde su urna de cristal, en su santuario. 

Guchita, la vidente

Pero Guchita, según el coro de voces de Engunga, no solo curaba sino que también tenía habilidades para predecir el futuro.

“Su madrina vivía en Anconcito y la niña Agustina sabía cuándo vendría a visitarla, por eso pedía, al vislumbrar la visita, que barrieran la casa”, asegura Nelson. 

“En ese tiempo era difícil trasladarse porque solo había caballos o todo se hacía a pie, de manera que las visitas eran poco frecuentes”.  

Otro de los testimonios de la clarividencia de la niña Agustina tiene que ver con uno de sus hermanos, de quien predijo su muerte.

El hombre trabajaba en la cooperativa General Villamil Playas y un día se enredó con unos cables al ubicarse en el estribo del bus, en el que oficiaba de cobrador, con medio cuerpo afuera.   

“Cuando la niña Guchita les comunicó a sus padres que su hermano había fallecido, ellos se molestaron y dijeron: ‘ya empezaste con tus locuras’, pero en la noche llegó la noticia”.

“En efecto, su hermano había fallecido”, narra Nelson con la sorpresa aún en la garganta, como si hubiera sido testigo del hecho. 

También cuenta que otro día el padre de la cuasipatrona de Engunga, de vocación ganadera, se disparó en un pie accidentalmente y que nadie sabía de su paradero, hasta que Guchita dijo que fueran a buscarlo a una zona específica del campo. Lo encontraron.  

Quieren que la sepultemos

La renuencia de la iglesia a reconocer a la “niña Agustinita” abruma y entristece a Nelson, por eso, aunque desconfiado de lo que pueda publicar la prensa, se deshace en testimonios que avalen su poder milagroso.  

“Vivimos en un dilema, señorita, porque la iglesia solicita, como primer paso para su beatificación, que la sepultemos y que cerremos el santuario, pero nosotros acatamos las disposiciones de sus dos hermanos que aún viven —Leonilda e Isidro Mateo—”.

“La familia es lo primero, ellos dan el último veredicto”, dice Nelson no muy convencido de querer acatar la disposición del clero católico. 

La iglesia también se opone a reconocer sus dones”, agrega, “porque hubo una profanación, esa es la parte más delicada, pero estamos para dialogar porque el sueño que yo tengo es por lo menos dar el primer paso para su beatificación, y ya es hora”.

La Iglesia católica es renuente a la beatificación, pese a los milagros de Agustina. Fotografía: Isabel Hungría.

“Su historia es tan grande que un día o dos nos quedan cortos para contarle, manifiesta como si estuviera haciendo un ejercicio de introspección. Aquí no hay evangélicos ni ateos porque todos creen en la niña Agustinita“, aclara Nelson. 

Hasta verla beatificada, a Guchita le rezan el santo rosario todos los jueves en el santuario que su hermana Leonilda abre diligentemente a diario durante tres horas. 

Nelson agrega que la Guchita ayudó a mucha gente por esos lugares y que pasaba noche y día rezando el santo rosario. 

“Ahí están ellos, pregúnteles a ellos mismos”, evoca, señalando, con boca y mentón una especie de cancha en donde el polvo hace de las suyas y el sol calienta todo lo que se mueve y lo que no, también.

Para que la prensa “diga las cosas como son”, Nelson muestra un libro de más de 300 páginas, elaborado por ellos mismos, con datos precisos y supuestos milagros de la Guchita, del cual han realizado tres copias.

Parte del libro que hizo la comunidad donde se registra la historia de la Guchita. Fotografía: Isabel Hungría.

“Una para la Arquidiócesis de Guayaquil, otra para la parroquia de Chanduy y una tercera para nosotros”, como para que a todos les quede constancia. 

En él se pueden apreciar recortes y testimonios, con fecha y hora, del buen proceder de la Guchita

“La finalidad es que la iglesia acepte de una vez que estamos ante un caso como el de la Narcisita de Jesús”, señala Nelson, quien reconoce que el asunto se encuentra estancado por la mala voluntad de las autoridades eclesiásticas.

Unos cuantos rezos bien dados

Alejo Lino, natural de Engabao, es una de las personas favorecidas por Guchita

El hombre siempre acude a la capilla personal de la santa a agradecerle pues, según dice, le salvó el ojo derecho, el único que le sirve, órgano indispensable para que pueda preparar los helados que vende a los niños de la escuela Eugenio Espejo.

“Hace como 5 años me picó un mosquito en la oreja y eso me infectó la cara y el ojo. Ya me iba a quedar ciego totalmente, a oscuras, pero la santita me curó con unos cuantos rezos bien dados. Es milagrosa de verdad”, cuenta Lino emocionado, como si estuviera en pleno éxtasis religioso. 

La capilla a la que acuden los creyentes. Fotografía: Isabel Hungría.

El heladero se está preparando para la fiesta grande de la Guchita, el 9 de octubre.

Otra persona que no falta a los rezos es Teodora Crespín, quien está convencida de que la Guchita sale por las tardes a recorrer su pueblo en busca de enfermos o necesitados a quien ayudar.

“Personalmente yo no la he visto, pero mis sobrinos aseguran que ven a una mujer igualita a ella, aunque con el pelo blanco —será por los años que han pasado— dando vueltas por los patios de las casas, siempre sonriente, como dicen que era la finadita”. 

“A don Manuel, el de aquí cerca, lo curó de un cáncer que ya se lo llevaba, estaba flaquísimo el pobre, puro hueso y pellejo”. 

Janet Mateo es otra devota agradecida. Pendiente de que sus hijos salgan de la escuela, mientras el polvo no le hace caso a nadie, dice que su fe proviene justamente del hecho que la Guchita siempre está curando a sus críos, Josué y Nazly, de cuatro y ocho años. 

Janet, juntando las manos en actitud de rezo, señala: “Cuando los medicamentos ya no hacen nada, cuando parece que todo está perdido, entonces usted lleva tres velas al santuario, le hace un rezo y santo remedio”.

A María Eugenio, en cambio, la Guchita le hizo el milagro de sanarla cuando la desahuciaron debido a problemas intestinales. 

María relata que tenía tres años cuando aquello, por eso, afligida con la noticia, su madre acudió con inquebrantable fe al domicilio de su santa patrona para pedirle que salvara a su hija. Hoy María tiene 43 años.

“Mi mamá me llevó donde la Guchita y por medio de una intérprete esta le dijo que debía prepararme algunas agüitas de monte. Ahora vivo para contarlo. Yo sí creo en ella porque fui una de las beneficiadas”, dice sin bajar la mirada.

Gelitze Domínguez Mateo es otra de las devotas de la Guchita que asegura haber recibido sus favores. 

“Cuando estuvo enferma mi niña, ella me la curó. Mi hija estaba anémica, yo iba al santuario de la Guchita y le pasaba una velita. Soy testigo de su milagro”, asegura sin un atisbo de duda y con la gratitud en la frente porque ahora su hija, de 11 años, “está sanita”. 

Sobre el don de la Guchita dice que, apenas le rezó, los glóbulos rojos de su hija se elevaron y empezó a comer. 

Explica la experta en cultura popular, Gabriela Montalvo que no es extraño ni difícil que se haya construido e instalado el mito de la Guchita como un ser angelical, etéreo, al que los pobladores atribuyen estos milagros:

“En esa comuna, alejada, precaria, que ha sobrevivido a punta de minas de carbón, no es difícil que surgieran estos mitos para explicar curaciones que, por lo que veo, tienen una explicación médica no muy compleja: una infección que cedió ante los anticuerpos adecuados, una inflamación intestinal que mejora…”, analiza Montalvo desde la rama cultural. 

“Siempre está la tendencia a explicar con mitos, leyendas, cuentos fantásticos, dioses, seres poderosos, aquello que no podemos comprender racionalmente”, reflexiona Gabriela.

La capilla

Consecuencia de los favores recibidos es la pseudocapilla donde está de cuerpo presente la Guchita, justo al lado de la casa de caña y guasango —ya en ruinas—, donde nació y también murió a los 34 años.

La capilla es una construcción en la que unos devotos pusieron el techo, otros los ladrillos, otros los sacos de cemento, los muebles, el altar, la mano de obra y los testimonios necesarios para fortalecerla. 

Decenas de placas llegadas de todas partes del mundo, en especial España y Estados Unidos, confirman la gratitud imperecedera de sus fieles.

Este es el mausoleo donde se encuentra Agustina Mateo. Fotografía: Isabel Hungría.

Allí no hay ni una sola banca que no tenga el nombre de su respectivo donante, de ahí que pueda leerse claramente en el respaldar de algunos de los 22 asientos, dispuestos convenientemente, el nombre de Montalvo González.

Este santuario, aunque espurio ante la iglesia Católica, podría ser la envidia de cualquier templo reconocido debido a la cantidad de personas que convoca y al esmero con el que ha sido diseñado. 

Está pintado de blanco y contiene todos los elementos que debe tener una capilla respetable: altar, retablo, sagrario, velas, agua bendita y las imágenes de Cristo, San Gregorio Hernández, la Narcisa de Jesús y La Dolorosa. 

Pero el principal elemento allí es el cuerpo de la Guchita, en cuya urna hay tal cantidad de flores que se debe aguzar la mirada para poder verla medianamente bien. 

Los restos de la Guchita se encuentran en una urna. Fotografía: Isabel Hungría.

En este sitio el silencio es tal que podría oírse el aletear de una mariposa. 

Es lo bastante grande como para ofrecer los servicios públicos de la Iglesia, así como sus sacramentos. Sin embargo, nada de esto es posible, porque hay asuntos insoslayables que la Iglesia pide resolver. 

La misa es celebrada en la Iglesia católica que queda en el lado opuesto, a unos cuarenta metros de distancia, y hasta donde sí va el párroco de Chanduy.

Hugo Eugenio, un morador de Engunga que siempre le lleva velas a la Guchita, dice que se han cansado de ir a hablar a Guayaquil para que les pongan un cura, como Dios manda, y reconozcan los milagros realizados: “Se ha hablado con todos, la gente ha ido, pero nada… Tal vez poco a poco se dé, habrá que esperar”. 

“No es así porque así”: La Iglesia

Carlos Valencia oficia de párroco desde hace once años en la iglesia San Agustín de Hipona y está al tanto de todas las gestiones que ha realizado el comité pro beatificación de Guchita, no obstante recuerda que cuando él llegó a Chanduy el santuario ya había sido construido. 

“La familia y los amigos lo hicieron antes de que yo llegara y no me corresponde a mí  decirles que lo tumben”, dice, pero además hace una aclaración: “No es un santuario, no es una iglesia, tampoco una capilla, es simplemente una construcción privada que no tiene título ni ha sido reconocida por la iglesia”. 

Agrega además que las personas quisieron hacer una réplica de lo que era el santuario de Nobol, de la parroquia San Juan Bosco, nada más, pero no está construida como un santuario de culto público.  

Engunga es una de las once comunas que están bajo la administración religiosa del padre Carlos Valencia, por eso él conoce bien del tema.

“La comuna tiene su iglesia, que es en la que se dan todos los servicios públicos y se imparten los sacramentos. La capilla de Agustina es privada, nadie ha prohibido que se reúnan y hagan sus oraciones, pueden hacerlo, pero solo eso. Un sacerdote no puede oficiar misa allí”.

Para Valencia, el asunto de la milagrosa de Engunga debe ser resuelto como lo manda la Iglesia católica, no como quieren los moradores, exhiban los milagros que exhiban y dígase lo que se diga.

La casa donde vivió Agustina Mateo. Fotografía; Isabel Hungría.

“Lo primero que tienen que hacer es regresar a su tumba a la hermana Agustina. Ella no puede estar en la capilla, sino en el cementerio. Luego debe formarse una comisión científica que evalúe si las curaciones que se le atribuyen son comprobables. Por ejemplo, si se trataba de enfermedades incurables o terminales. No es así porque así”.

Todo esto es un proceso largo que, según Valencia, los comuneros se han negado a seguir. 

“Es cierto que han hablado desde los tiempos de Bernardino Echeverría, también con monseñor Juan Larrea y monseñor Arregui, pero todos les han dicho lo mismo: deben cumplir lo que pide la iglesia”.

Inexpresivo en gestos pero en tono contundente, el párroco de Chanduy señala que no se opone a que la gente crea en ella, pero reitera que la santa madre iglesia no ha declarado a la Guchita como milagrosa. 

“La cuestión con la iglesia es más compleja, porque la iglesia misma ha construido su santoral con base en mitos y leyendas”, expone Gabriela Montalvo. 

“Pero como no ha querido que la confundan con el pueblo llano, ha dotado a sus mitos de rigurosos procesos que se perciben como si fueran científicos”.

Es decir, se explaya Gabriela, la iglesia es rigurosa en sus formas, pero eso no quiere decir que efectivamente pruebe de modo científico sus dogmas o sus milagros; entonces para darle rigurosidad, tiene el derecho canónico que establece el proceso que se debe seguir para la beatificación y la canonización. 

La experta en temas culturales desgrana el protocolo canónico y dice que primero se debe probar que esa persona murió con “fama de santidad” y probadas virtudes cristianas

“Digamos que hasta ahí puede llegar la Guchita“, porque además debe probarse que por su intermedio —no ella, sino Dios— se recibieron al menos dos milagros, dos hechos, generalmente médicos, que no puedan ser explicados por la ciencia”. 

Luego se pasa al proceso de canonización, en el que deben probarse más milagros, y por último varios comités confirman la vida virtuosa del candidato o candidata.

“Esos procesos son largos y tediosos”, evidencia Montalvo. 

“En mi criterio no es así exclusivamente por rigurosidad, sino también por política. Los santos y sus virtudes nunca son coincidencia, pero el punto es que la iglesia debe mantener su imagen de rigurosidad y por eso no puede aceptar cualquier santo que le propongan”.

Un ataque despiadado

Cuentan los comuneros que hace algunos años, en junio de 1977, un aspirante a párroco de Santa Elena encabezó una comitiva para enterrar a la Guchita a la fuerza. 

Así se hizo, pero la población, enfurecida, la sacó nuevamente y la puso en su capilla. 

Para evitar otro “ataque” contra ella armaron grupos y vigilias durante algunos días. 

En total, la santa ha sido desenterrada tres veces. En una de esas violentas exhumaciones su rostro —el cual habría estado incorrupto— fue orinado por los desalmados y desfigurado con martillos. 

Fue preciso solicitar una máscara de yeso a un escultor de Loja, cuyo molde fue elaborado a imagen y semejanza de Leonilda, hermana de Guchita, para recomponer sus facciones. 

“En este caso, me parece que hay rasgos de otras tradiciones: la máscara de yeso, la negativa al entierro, el hecho de que hablen de premoniciones, porque no solo es una santa que cura, sino que sabe qué va a pasar”, analiza Gabriela Montalvo. 

“Hay algo como de santería ahí, que la población ha insertado en la tradición católica. Porque así se construyen, se reconstruyen y también se inventan tradiciones, unas sobre otras”.

El retrato de la Guchita en una torre para ser venerado. Fotografía: Isabel Hungría.

“Pero la riqueza de este caso está justamente ahí, en la posibilidad de la gente de esta comuna de inventar algo, de ser más fuertes que la iglesia, en el sentido de que se montaron sobre ella y sus tradiciones para tener la suya propia; en la capacidad de generar esa propiedad: es SU santa, y eso no se los quita nadie”, remarca Gabriela.  

En el lugar de la tumba de Guchita, según sus fieles agradecidos, desde siempre se percibió un concentrado olor a rosas. 

Sin embargo, un grupo de abejas asesinas armó su panal, debido a lo cual la población tuvo que echar abajo toda la estructura. 

Así, desde entonces, Agustina de Jesús Mateo, la Guchita, permanece en una urna de cristal, rodeada de velas que nunca se apagan, flores naturales y artificiales, mensajes de gratitud y el respaldo inclaudicable de su gente que aguarda un último milagro: el de su beatificación