Cultura pop

Shingeki no kyojin: la libertad de convertirse en villano

Ataque de titanes
Ilustración: Juan Fernando Suárez.

Estas jaulas que llamamos muros 

Un día, luego de cien años de aparente paz, un enorme titán de sesenta metros de altura rompió las murallas que mantenían encerrados y “seguros” a los eldianos en la isla de Paradis. A partir de ese suceso empezó una batalla entre el mundo fuera de las murallas y los habitantes de una isla en la que, como diría Armin, uno de los personajes centrales del anime Ataque de los titanes, “estando encerrados no son libres, solo olvidan que no lo son”.

Aquella lucha escala a la par que los personajes principales (y muchísimos secundarios que serán comidos por titanes), Eren, Armin y Mikasa, empiezan a entender sobre estos seres y su origen, sobre el mundo más allá de las murallas en el que, por prohibición del rey, no deben mostrar interés, pero también sobre ellos mismos. 

Guerra y belicismo, la incansable búsqueda de la libertad, experimentación en humanos, geopolítica (mucha), bucles temporales, titanes de diversos tamaños, capacidades y personalidades y sobre todo muchas escenas violentas son algunos de los ingredientes que componen el universo de Shingeki no Kyojin (traducido al español como Ataque de los titanes). El anime en cuestión está basado en el manga homónimo creado por Hajime Isayama, el mismo que en la actualidad ha finalizado su historia en el manga, mientras que en su animación solo resta esperar el capítulo final anunciado para el presente año.

Lo que en un principio parecía ser una historia sobre vencer y matar hasta el último de los titanes, con el paso de los capítulos se fue convirtiendo en una obra en la que la lucha que sostienen los habitantes de la isla de Paradis contra aquellos descomunales seres representa la necesidad que tienen algunos de los personajes principales (unos en mayor medida que otros), para triunfar sobre aquello que los aprisiona. 

Portada del anime, capítulo final.

Eren Yeager en el manga Shingeki no Kyojin.

El héroe imperfecto 

El protagonista de la historia es Eren Yeager, quien desde los primeros capítulos parece estar obsesionado con la idea de obtener la libertad tanto para él como para sus seres amados. Una libertad que no solo signifique poder salir al mundo exterior —aquel que existe fuera de las murallas— sino del estigma que representa ser eldiano (recordemos que el poder de convertirse en titanes es exclusivo de los ellos, el pueblo “escogido”, por lo que el resto de la humanidad los ve como “los demonios de la isla”). 

Desde siempre la consigna de Eren fue acabar con los titanes y, aunque esto al final se consigue (de la forma más retorcida que podríamos imaginar), en un primer momento se nos otorgaba a los espectadores el desarrollo de un personaje típico del género shonen (anime dirigido especialmente a hombres jóvenes), aquel protagonista que no se rinde, que lo da todo y que entrena de manera incansable para volverse aquel que algún día, luego de millones de golpizas, salva a todos. 

Eren luchando contra un titán colosal.

La idea que Eren tiene sobre la libertad es ejercerla o vivirla sin condiciones y con reglas determinadas por él mismo. Finalmente se vuelve un personaje que no se rige por limitaciones éticas o morales cuando se trata de defender aquello que considera como el leitmotiv de su propia existencia. 

Esa perspectiva sobre la libertad encaja directamente con la ética del personaje de Meursault en El extranjero, de Albert Camus. Si existe una infinita disponibilidad de decisiones a nuestro alcance (y no hay Dios lo suficientemente real, ni ley lo suficientemente legítima), matar a alguien no tiene un significado moral más allá del que yo (la persona) quiera asignarle, dicho a breves rasgos no hay una ética atávica que necesite enmarcar, modular, regular o explicar nuestras conductas ni nuestras responsabilidades hacia los demás. 

La idea de libertad individual vino de la mano del ateísmo de Nietzsche, adquirió entidad con el primer Sartre y tiene como punto de interés la puesta en crisis de sistemas de valores que creemos preternaturales: la piedad cristiana o el ahimsa del jainismo (que sugiere a los seres humanos una compasión radical incluso con los insectos). La idea de dañar a otro humano u otro ser vivo podría no tener esencialmente consecuencias éticas de ningún tipo, más allá de las que la sociedad arbitrariamente decida sobre las personas.

Así, Yeager termina poniendo a prueba los límites de nuestra ética que, indudablemente, está atada a un núcleo emocional que nos lleva a constantes disonancias cognitivas. Termina convirtiéndose en ese antihéroe que se vuelve todo lo que juró destruir, es decir, en el titán que está detrás de la muerte de más del 80 % de la población mundial: el genocidio más grande que nos ha dado el anime y que es una decisión que se toma en pos de la determinación inquebrantable del protagonista de conseguir aquello que anhela. 

Su libertad radica en haber perdido el miedo a morir y a vivir según sus propias elecciones. Esto se relaciona con la perspectiva del filósofo francés Jean Paul Sartre, para quien la existencia precede a la esencia, es decir “que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y después se define”.  

A propósito de esto, cuando a Hajime Isayama le preguntaron sobre el perfil de su personaje principal, esto fue lo que contestó: “Soy más bien optimista, creo que los seres humanos nos formamos cometiendo errores. Me dije que un héroe perfecto no sería interesante. Este personaje refleja la parte mala de mí, y toda la historia trata de matar esas partes malas de mí”.


Hajime Isayama con dos volúmenes de Shingeki no Kyojin.

El dolor de ser libre

La libertad idealizada de aquel Eren Yeager niño es algo inalcanzable, por lo que solo queda continuar de acuerdo con lo planeado y, por ello, la evolución del personaje es un buen reflejo de la vida misma, ningún ideal se mantiene puro e inmutable. Paradójicamente, ese deseo de libertad se convierte en esclavitud. 

En la escena siguiente, Eren se comunica con su pueblo anunciando que toda vida fuera de la isla se extinguirá, de acuerdo con su plan. 

Diría Sartre “el ser humano está condenado a ser libre” y con esto nos quiere decir que, al negar la existencia de una fuerza superior, el destino o la suerte, el ser humano es quien determina el sentido de su existencia, es responsable de sí mismo y está ligado a sus propias decisiones. El protagonista está totalmente consciente de ser quien construye su propio camino y de que los resultados no serán, precisamente, los más felices. 

Al ser la libertad algo inherente al ser humano, el protagonista no puede simplemente detenerse: proseguir es algo inevitable. Parafraseando a Yeager, en un diálogo con Falco en la temporada cuatro: “el infierno al que uno mismo se empuja es diferente, más allá de él puede haber esperanza o un nuevo infierno, eso solo lo descubre quien sigue avanzando”. 

La idealización de la libertad con la que empatizamos al inicio del anime se nos torna totalmente ajena —dadas las particularidades del caso— y nos conduce a la pregunta: ¿es realmente esta tu libertad, Eren?

Por otra parte, Sartre también señala que, además de la libertad individual, existe la libertad social, es decir, aquella en la que el individuo se vuelve consciente del otro. “Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera”. 

No obstante, en lugar de ver esto como una de las limitaciones que menciona el filósofo francés para aquel que vive la libertad individual en conciencia, en todo momento Eren también alienta a los demás a encontrar determinación en su propia búsqueda: él es libre de ejercer su libertad a su antojo, pero, de la misma manera, la humanidad (incluyendo a otros eldianos y sus amigos) es libre de intentar detenerlo. 

Aquellos que lo rescataron y apoyaron cientos de veces deberán sufrir este mismo peso de cada decisión tomada hasta detener el retumbar de la tierra y acabar, así, con la vida del titán de ataque y los 2000 años de existencia de los titanes sobre la Tierra. 

En la siguiente escena se nos revela, de la manera más cruda, que todo aquel recorrido ha llevado a Eren a este inevitable y devastador resultado: el retumbar de la Tierra ha sido activado y todo lo que para él signifique una muralla, cualquier cosa o persona que se interponga entre él y su deseo de libertad, debe desaparecer bajo el avance de los cientos de titanes colosales por él comandados. 

Derrumbar las murallas

Shingeki no kyojin nos permite reflexionar sobre aquello que nos aprisiona: vicios, apegos, necesidades de poder. Un anime con personajes grises bajo un contexto bélico que da pie a situaciones extremas en donde las libertades individuales y sociales son mermadas más que en cualquier otro contexto (debemos tener en cuenta que desde el inicio los titanes fueron usados como armas de conquista y sometimiento) y, finalmente, Eren logra mediante su sacrificio librar al mundo de los titanes. 

Armin, Mikasa, Levi y los demás miembros de la alianza intentando detener a Eren durante el retumbar.

Las murallas no son otra cosa que una alegoría medieval que el autor utiliza para establecer el lindero entre los propios y ajenos. A lo largo de la serie esa separación se vuelve difusa, tortuosa, barroca, abigarrada. El miedo al intruso se vuelve progresivamente el miedo a ser uno mismo el intruso. 

La decisión de Isayama de inventar naciones “ghetto” (como los eldianos, cuya pureza étnica parece definir el sentido y devenir de su humanidad o monstruosidad), recuerda inquietantemente los peligros de cualquier clase de esencialismo social o ideológico, pues bajo la bandera del bien se han realizado toda clase de crueles despropósitos: desde las masacres de cristianos en los coliseos, pasando por la muerte de hugonotes a manos de católicos, hasta el exterminio de judíos a manos de alemanes, de armenios a manos de turcos, de socialdemócratas a manos de bolcheviques, de tutsis a manos de hutus, de latinos o negros a manos de supremacistas blancos, etcétera. 

La libertad que Eren parece suscribir está más cerca del héroe nacionalista delirante (que puede abarcar desde los kamikazes japoneses hasta El Che Guevara o Donald Trump) que de cualquier líder medianamente democrático. Incluso, puede encajar con la ética del filósofo alemán Max Stirner que propugnaba la ética del egoísmo que apuesta por la primacía de los deseos personales sobre cualquier otra circunstancia. Incluso si ese deseo es un apocalipsis tan desquiciado como caprichoso.  

Este y otros motivos son los que hacen del anime y el manga un buen reflejo de los conflictos humanos. Incluso podemos vernos en sus personajes. Cada uno tiene un titán que dormita en nuestro interior y solo espera el momento adecuado para salir y causar un estruendo en la Tierra.