No había visto pornografía últimamente, aunque sabía que tenía un trabajo por delante. Y llegué así, irresponsablemente, sin prepararme sobre el terreno en el que iba a andar a través del vilipendiado (por cómodo o facilón) y al mismo tiempo vigente género de la entrevista.
Pero tenía alguna experiencia previa con la que defenderme, como todos, quién no, y eso sí: algo había leído. De investigaciones, digo, por si acaso. Notas de prensa. Y un par de artículos científicos. Sobre todo uno con un título larguísimo: Consumo de pornografía y su impacto en actitudes y conductas en estudiantes universitarios ecuatorianos. Firmado también por bastantes investigadores de la Universidad Católica de Quito: Marie-France Merlyn, Liliana Jayo, Doris Ortiz y Rodrigo Moreta.
Me esperaba, en su oficina, la profesora Marie-France Merlyn. Conversamos de todo lo que pudimos antes de entrar en la dinámica pregunta-repuesta, entre otros motivos porque, creo yo, no es de buena educación ni bien saludas con alguien empezar a preguntarle sobre pornografía, aunque te cites para eso. Hasta que rompí el hielo periodístico con un, más que pregunta, comentario sobre por qué yo creía que, si se resuelve todo lo malo que hay detrás de la industria de la pornografía (trata, organizaciones criminales, violencia, abuso de drogas y demás), esta no tiene que ser necesariamente negativa.
La profesora Merlyn me miraba, mientras yo abogaba por la pornografía de la que, por las dudas, aclaré que no era consumidor asiduo, y rematé con un ejemplo sobre el que, sin ser experto, concluí que no se basa en la imposición de roles de género o el dominio a través del sexo, ni en la humillación, el maltrato o prácticas como la pedofilia, el incesto, la violencia, el machismo, la violación y esas cosas. Dije, en resumidas cuentas, que un porno inclusivo es posible. Y que eso es lo que se supone que intenta la pornografía feminista.

La profesora, que es psicóloga y ha investigado bastante en su área, respondió, para mi asombro, que sí. Pero que ese tipo de pornografía puede ser aburridísima para los adeptos.
—Es como en todo producto cultural —fue lo que dijo—. Como en la música, por ejemplo, también tienes música que es buena y otra que no. Pero el asunto está, efectivamente, en preguntarnos qué es lo que se consume en la sociedad. Si los consumidores se orientan más hacia un tipo de pornografía (porque a eso les acostumbró la misma industria), que es patriarcal, heteronormada, en la que se objetiviza a la mujer, en donde se sexualiza con brutalidad, obviamente lo que más se va a ofertar es esa pornografía.
Ahora el que la miraba con atención era yo, mientras revisaba de vez en cuando los datos que llevé apuntados. Muchos de ellos correspondientes al estudio ya citado, en el que Merlyn y sus colegas entrevistaron a 242 mujeres y hombres de 18 a 25 años y encuestaron a otros 590, también universitarios de las mismas edades. El 78 % de esos jóvenes aceptó que había visto pornografía al menos una vez en su vida y que, según la mayoría, aquello pasó por primera vez cuando tenía entre 12 y 14 años.
La principal fuente para ver pornografía es internet, con un 94,6 %. Más o menos la mitad de los encuestados (44,6 %) dijo que seguía viéndola. Y de esos jóvenes, 58,9 % eran hombres y 41,1 % mujeres.
Hasta ahí nada raro. Sin embargo, esa misma investigación reveló actitudes y comportamientos sexuales distintos entre los hombres y mujeres jóvenes que consumen pornografía y los que no.
Por ejemplo, muchos de los que sí ven creen que es normal jalar el pelo o dar nalgadas durante el sexo, seguramente porque hay mucho de eso en los videos porno. A más hombres y mujeres jóvenes que ven pornografía les excita decir (o que les digan) obscenidades mientras tienen sexo, al contrario de los que no ven. Y con respecto a conductas sexuales sin consentimiento, los usuarios de pornografía aceptaron, más que los que dicen no verla, que jalan el pelo, tapan la boca, dan cachetadas, asfixian o han agredido físicamente a su pareja durante el sexo, y así.
—Además, los escenarios generalmente están orientados solo al placer y el deseo masculino —agregó la investigadora—. O sea, en la pornografía se ve mucho más a la mujer, es cierto, pero ella está ahí para el deseo del hombre. Porque el énfasis está en ese objeto (la mujer), de manera que los varones puedan proyectarse en el actor que ven. Y ahí te encuentras con mujeres que aceptan todo tipo de penetraciones, de una persona, dos, tres…, que son como de alto rendimiento también. Y disculparás que sea tan gráfica…
Le respondí que el tema daba.
—Le jalan, le dan la vuelta, le ponen patas arriba… y esa mujer aguanta, todo le gusta. Nunca propone algo ella. Y eso en los videos menos fuertes, porque tienes otra pornografía más violenta en la que se le trata mal, se le grita, se le cachetea, se le asfixia y, en un tipo de pornografía mucho más fuerte, se viola a las mujeres. Además (en cuanto a locaciones), yo veo muchas que pueden ser cuestionables. Por ejemplo, de pronto una mujer se sube al bus, se encuentra con un desconocido y tiene un encuentro sexual en un lugar público… Y en la sociedad puedes ver que hay agresiones de ese tipo. De hecho, la semana pasada hubo un caso de un hombre que agredió sexualmente a una chica en un bus interprovincial aquí, en nuestro país. Ahí se ve cómo algunos escenarios se presentan como “justificables” al varón en la pornografía. Hay mucha agresividad contra las mujeres, y por eso tal vez hay quienes piensan que la mujer tiene algún deseo de ese tipo. Y no solo los hombres, sino también las mujeres que ven pornografía comienzan a normalizar ciertas cosas.
—¿Por ejemplo?
—“Ah, es normal que (mi pareja) me dé nalgadas durante el acto sexual”, “es normal que me asfixie”, “es normal que me amarre”, “es normal que me insulte”, toda una construcción del deseo en función de los escenarios pornográficos que desgraciadamente son los primeros a los que acceden los adolescentes. No hay muchas más propuestas que involucren (el sexo) con la parte relacional, la parte más erótica del deseo con la afectividad. Las propuestas sociales son sobre todo pornografía y, por otro lado, el amor romántico (del tipo): “tengo que encontrar a mi media naranja”, “el amor lo aguanta todo”, “cuando ya encuentro a alguna persona, es el amor de mi vida y nunca voy a volver a encontrar a nadie más”. Ninguna de esas propuestas es sana.
—¿Y está mal morder a tu pareja o dar nalgadas? Es decir, puede que haya cosas que antes quizá no eran tan comunes, pero el sexo es también una construcción cultural y, como tal, cambia.
—No, para nada. Hay cosas que puedes hacer o explorar con tu pareja. Eso es súper normal. Pero tiene que haber un consentimiento mutuo y respeto, porque tal vez él o ella sí consienta una mordida, pero le mordiste muy duro y entonces debe poder decirte “oye, pero no tan fuerte” o “sí quería que me dijeras puta, pero no todo el tiempo”. Debe haber una comunicación todo el tiempo.

Para hacerme entender que no se trata solo de una cuestión cultural que cambia en función de las narrativas sociales que nos llegan por distintos medios (que hay algo más), la investigadora me contó una experiencia con un grupo de estudio de sexualidad conformado por jóvenes universitarios, en el cual ella y otra profesora colaboraban.
En ese grupo leían a Foucault y otros autores, pero también hablaban sobre experiencias sexuales: allí, “una chica contó que su pareja le había eyaculado en la cara y se comenzó a reír”, al igual que sus compañeras, pues el ambiente de esas reuniones era ameno. Marie-France y la otra profesora le preguntaron si le había gustado lo que ese chico hizo con ella, y su respuesta dejó ver que no lo tenía muy claro.
—Si ves, a eso voy —me dijo la investigadora—. La pornografía te ofrece cosas como “normales”, hasta el punto de que te sientes medio obligado a aceptar, sin saber si en verdad te gusta o no. Y eso pasa porque capaz piensas que si no aceptas algo “normal” tu pareja o la otra persona te va a juzgar.
Entonces comprendí, pero la profesora Merlyn insistió, ¿por si acaso?
—Hay cosas que ya están como preaceptadas, que es muy común que pasen. Entonces, si es algo “normal”, pensamos: “por qué me voy a negar”, “por qué no voy a dejar que me dé nalgadas”, “por qué no voy a dejar que me diga que soy una puta”, si así les tratan en esos videos a las mujeres. Y ni siquiera estoy hablando de una pornografía hard. El tema me parece que está en reflexionar sobre esas cosas que muchas veces ya están normalizadas.
Y eso es algo que se nota además en la aceptación de plataformas sociales como OnlyFans o en el envío de imágenes pornográficas propias o ajenas durante el sexting. Aunque tampoco es que haya nada de malo en el sexteo, a criterio de la profesora, siempre que sea algo consensuado y se use solo entre la pareja: “Si a tu pareja le prende o le excita que le regales flores, es como regalarle una flor. Obviamente hablamos de algo más sexual que una flor, pero funciona más o menos en ese sentido”.
—Más bien el problema que veo —siguió— es que esa pornografía artesanal o amateur muchas veces se encuentra en la red, y eso hace que uno se pregunte cuál es el afán de esas parejas en mostrarse.
—Si no es por dinero, desquite o por hacer daño, ¿cuál puede ser ese afán?
—Creo que ahí entra en juego esa idea de mostrarnos que hay en la sociedad posmoderna: “(incluso) ya no es que me muestro solo yo, como persona, sacándome fotos en el baño, sino en pareja, para que vean cómo nos va en ese plano, para que vean nuestro performance”. Todo tiene que estar en vitrina. Es como un show.
Y ya que hablábamos de posmodernidad y hace un rato nombramos a Foucault, traté de hacerme el pilas y le dije que sí, que efectivamente las narrativas son súper importantes porque moldean nuestra visión del mundo (incluso de nuestro mundo interior, dije), pero que el discurso de la pornografía mainstream, por no decirle hegemónica, no está solo (vea eso): compite con las visiones del amor y la sexualidad que encontramos en el cine y la televisión, en los medios impresos y digitales, en la publicidad, la religión, la familia, las instituciones educativas, y así. Y entonces, al fin, pregunté.
—¿Por qué se impone el porno (frente a otras narrativas) en la idea de la sexualidad que se hacen los jóvenes?
La investigadora respondió que eso pasa porque, en realidad, no hay otra narrativa, “por usar esa palabra”, sobre el acto sexual. Dijo:
—No tienes cursos de sexualidad en los que se enseñe a los chicos qué es sano y qué no, en donde aprendan a reconocer su propio deseo. No hay una clase de sexualidad en los colegios en la que te digan, por ejemplo, “arranca masturbándote para que entiendas primero cómo es tu cuerpo, cómo funciona, para saber qué pedirle al otro (durante el sexo)”. Es decir, no tienes ninguna más educación sexual que aquella que te proporciona la pornografía y que, además, es de muy fácil acceso. Porque no sé si tú te acuerdas antes…
—Me acuerdo.
—En mi época para ver pornografía tenías que ir a comprarla o alquilarla (en un videoclub). Y por lo general no es que iba todo el grupo a eso, sino generalmente un varón y luego se veía entre todos. Las mujeres que veían pornografía generalmente lo hacían porque veían sus primos, sus hermanos. Además, la pornografía que se producía en esa época no era tan explícita. Ahora, con la tecnología, con la calidad de las imágenes, tienes una pornografía con unos planos gigantescos de los genitales. Es una pornografía mucho más visual y que, claro, es también mucho más excitante en términos biológicos, creo yo, porque va directo al acto sexual.

No hay preliminares en la pornografía, agregó la profesora Merlyn. “Cinco minutos de preliminares, la gente se aburre y hace fast forward. No hay toda esa parte del encuentro con el otro, a través del ‘me gusta, no me gusta’, de esa especie de negociación que hay en la vida real”. Y eso complica la vida diaria, porque “los jóvenes que se formaron mediante la pornografía no saben cómo actuar en la parte relacional, aparte de que están condicionados por una sociedad altamente sexualizada, que les propone música sexualizada, publicidad sexualizada…”.
Entonces aproveché e insistí con mi “tesis” de que, si la pornografía es la que en verdad está educando sexualmente a los jóvenes y, nos guste o no, tampoco es que sea algo nuevo ni parece que desaparecerá, sí es necesario otro tipo de pornografía.
Y la investigadora aprovechó e insistió con su tesis de que “lo que debería haber en la base es educación sexual. Una visión de la sexualidad como inherente al ser humano (o sea no solo una clase de educación sexual), mediante la que se entienda que somos seres sexuados desde antes del nacimiento, y que desde ahí se va construyendo un ser en función de una sexualidad, en la que intervienen los roles de género de tu cultura, estereotipos, y un montón de cosas más que te van definiendo”.

—Se trata entonces —siguió— de ir entendiendo que somos seres que tienen un lado biológico asociado también al placer, al deseo, y que tenemos derecho a eso. Pero la sociedad lo que hace es reprimir. Los niños, por ejemplo, tienen una etapa por ahí a los cinco años en la que se masturban. Y los padres reaccionan mal frente a eso. Pero lo que está haciendo en realidad ese niño es descubrir que tiene un cuerpo sexuado y que de ese cuerpo proviene también placer.
—¿Y qué se debe hacer entonces?
—En lugar de reprimir, lo mejor es explicarles que su cuerpo puede generarles placer pero que hay lugares y momentos para eso. Pero lo que se hace es ver a ese niño como un ser asexuado. Y de repente a ese niño, en la adolescencia, le coge todo el brote de hormonas y siente culpa porque le han dicho que no tiene que hacer “cosas” con su cuerpo. Además, está la religión que te dice que es pecado. Y los papás no te dicen tampoco “sí mira nomás, hijo, pornografía, porque eso te puede causar placer” o “ten sexo con tu novio o con tu novia en la adolescencia”. Los padres te saltan al cuello si les dices “pero déjele nomás tener algo con su pareja”. ¿Entonces, cuáles son las salidas que tienen los adolescentes para el deseo? No sé si se tiene que producir otro tipo de pornografía, lo que creo es que tiene que haber una visión crítica sobre la pornografía.
Y para explicar esa visión, Merlyn utilizó la metáfora de una hamburguesa.
—Cuando te comes una hamburguesa —dijo—, debes saber que tiene un montón de grasa, sal, que te subirá el colesterol y enriqueces a alguna trasnacional. ¿Quieres comerte esa hamburguesa? Bueno, pero ten conciencia de lo que tiene. De igual manera, los adolescentes deben saber que hay detrás de la pornografía, que se trata de una industria, que la sexualidad no es eso y que no se puede tratar a la mujer como un objeto o hacer con ella lo que te dé la gana, solo porque eso se ve en la pornografía.

Se estima, de hecho, que esa industria es la quinta que más dinero mueve en el mundo: unos 100 mil millones de dólares al año, según el medio especializado en economía La República, de Colombia, y que, solo en Estados Unidos, los ingresos por pornografía llegan al 10 % del porcentaje global. Es decir, entre 10 mil y 14 mil millones de dólares cada año.
—Pero, a diferencia de lo que pasa con otras ficciones, ¿por qué hay quienes no diferencian que la pornografía es eso, una ficción producida por una gran industria?
—Tal vez por lo que te decía hace un momento, porque no hay otros modelos para decirte que es lo real. Para distinguir entre lo real y lo ficticio, necesitas comparar: ves que en la vida real la gente no vuela, sabes que Superman es un relato de ficción. Pero en la sexualidad qué tienes para comparar.
Y entonces dije ahora sí, y contraataqué.
—O sea que sí se necesita pornografía inclusiva o, por decirlo de alguna manera, una que sea menos nociva.
—Tal vez sí. Y de hecho el “problema” de la pornografía feminista es que, en realidad, es una pornografía que tiene más relato, que no es tan explícita, por eso a algunas personas que están acostumbradas a ver otro tipo de pornografía no les gusta. Yo no sé si, en mi manera de ver las cosas, eso califica como pornografía, porque es una propuesta diferente, más construida, en la que se ve el acto sexual también, por supuesto, pero no tan explícito. Es algo súper soft en comparación con otro tipo de pornografía. Pero no puedes recetar pornografía —dijo, como esperando la próxima pregunta, y pregunté:
—¿El erotismo que se ve sobre todo en plataformas como Instagram aporta al discurso de la pornografía?
—Claro que aporta. Porque ahí lo que ves son cuerpos perfectos, hipersexualizados, con poca ropa. Y no hablo solo de mujeres. En los perfiles de hombres también vas a ver que salen ahí, en calzoncillos, sacándose fotos en el baño. Ahí se ve cómo se ha normalizado la exposición del cuerpo, los mismos tipos de cuerpos súper arreglados, inflados: hombres súper musculosos, versiones de mujeres con mucha nalga, mucho seno, como los que ves en la pornografía. Y, claro, eso contribuye a esa lógica del cuerpo para el sexo, del cuerpo para la mirada del otro, para que me desee.
Antes de salir de su oficina, le pregunté a la profesora Merlyn qué pasa con los adultos que moldearon su sexualidad viendo pornografía, si hay, después de la adolescencia, algún efecto negativo. A lo que ella contestó, “basada en la teoría”, que eso puede generar expectativas muy elevadas sobre el acto sexual y, luego, insatisfacción y frustración, por lo que “hay casos en los que prefieren quedarse en ese mundo ficticio, masturbándose”.
Habló además de adicción, para lo cual uno de los criterios principales sería la pérdida de control que se expresa en comportamientos como: desesperación por consumir pornografía cada cierto tiempo, no poder dejar de verla, dependencia a ese tipo de contenidos para conseguir una erección o excitarse.
—¿Eso pasa realmente?
—Sí, y muchas veces ya no les excita otro tipo de comportamientos sexuales, como tener sexo con su pareja o su esposa.
Y entonces ya no dije nada, y así terminamos la entrevista.