Cultura digital

Internet o el riesgo de igualarlo todo

Que es internet
Ilustración: Gabo Cedeño.

En una viñeta del español José Torres Criado un personaje le dice a otro: “Internet nos ha hecho más libres que nunca: ahora puedes ser quién verdaderamente tú quieras ser”, a lo que el interlocutor contesta: “Sí: las opciones son infinitas”.

Sin embargo, todos los personajes (hay al menos cinco) llevan el mismo modelo de gafas. Y de eso va este texto: de la aparente libertad y posibilidades infinitas de internet que, no obstante, quizá no son tantas.

Pero para eso primero hay que hablar de McLuhan. De Marshall, el visionario, que en la década del sesenta del siglo pasado ya alcanzó a ver lo que ahora es internet, cuando hablaba, entre otras cosas, de una aldea global: era también bueno para las metáforas, sí.

De ese contacto abrasivo entre sociedades y culturas que hicieron del mundo un lugar más chico, a partir de comunicaciones electrónicas (de la radio y la TV, en su momento), en el que “el Este correrá en dirección de Occidente y éste abrazará el orientalismo, todo en un intento desesperado para poder soportarse (…)”.

¿En qué se ha convertido la aldea global de McLuhan con internet y las plataformas digitales? Medio en broma, a algunos nos gusta hablar de una parroquia (de un barrio de barrios) digital, en donde los usuarios del vecindario globalizado son cada vez más similares, según parece, en cada vez más cosas.

Plataformas como Pinterest y Airbnb ya estarían imponiendo, en ese sentido, una estética común en la decoración de interiores y alojamientos turísticos, ya decíamos en un artículo, y lo propio estarían haciendo Instagram y sus filtros con respecto a la estética humana.

El discurso político que otrora respondía a la lógica del caudillo que proclamaba, elocuente, desde una cabina de radio, ahora se piensa además en términos de viralidad en Twitter y de viralidad y “buena onda” en TikTok.

Hay memes con los que nos reímos en medio mundo, como el del chico que va en pareja por la calle y mira a otra chica con ganas, y su versión femenina, que se usan para chistes sobre desplantes de todo tipo. El que se hizo popular a partir del videoclip del rapero canadiense Drake y refleja desaprobación/aprobación. O el del húngaro András Arató y su sonrisa amarga, por nombrar algunos de los muchos que han superado diferencias idiomáticas y culturales.

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Esta fotografía de stock, elevada a la categoría de meme en internet, fue producida por el español Antonio Guillem, en 2015.

En la parroquia digital miles de millones usamos además los mismos emojis, gifs, stickers… a través de los mismos servicios de mensajería instantánea o chats, matamos el tiempo (o lo invertimos bien) en Facebook, YouTube, Instagram, TikTok, Twitter…  y lo mismo a través de Google, Bing o cualquier otro buscador.

Las fronteras son difusas si uno navega en Google Earth o asiste por videollamada a un evento, pongamos, en Milán. Los algoritmos son intermediarios de la información y la cultura: los gustos se moldean en Spotify o Apple Music, en HBO, Netflix o Disney+ (incluso a través de canales y plataformas de porno digital, si hablamos de sexualidad) y las noticias se permean a través de Twitter, Facebook y demás.

Los vecinos del vecindario global compran, asimismo, por medio de Amazon o Alibaba, buscan trabajo a través de LinkedIn, amor en Tinder, Bumble y otras apps, y así. Y es por eso que todos los personajes usan el mismo modelo de gafas en la viñeta de Torres Criado.

¿Un libro es un libro es un libro? —La repetición es deliberada—.

Bueno sí, pero tal vez ya no tanto. Los diferentes formatos y plataformas del libro digital, los audiolibros, la lectura en internet e hipermedia han ampliado los conceptos de libro y lectura: ya no alcanzan sus versiones impresas para definirlos.

Al cambiar el soporte, de papel a bytes, se ha alterado también la experiencia de lectura e, incluso, se han creado marcos de representación distintos que condicionan o tienen repercusiones en el contenido.

“El medio es el mensaje”, diría McLuhan. Era bueno también para los aforismos, sí. Me explico: ver una película en el cine, por dar un ejemplo, supone salir de casa, entrar a un cuarto oscuro y fijar la atención en una pantalla horizontal más grande que la que entraría en tu cuarto o la sala de tu casa, durante más o menos dos horas.

La serialización, mediante episodios breves, a veces independientes unos de otros y en los que no se disimulan los cortes para hacerle espacio a la publicidad, es herencia de la televisión. Y el audiovisual en la web es mucho más diverso en cuanto a todo: duración, formato, realizadores, contenido… (una serie en Netflix no es lo mismo que un video musical en YouTube o un reel en Instagram), igual que los relatos para cine o TV no son los mismos que las narrativas en formato vertical para smartphones.

“El medio es el mensaje” se nota también en las adaptaciones de una historia, pongamos, a teatro o pódcast, a medios digitales, muestras o exposiciones, canciones, tiktoks, posts o hilos… Y las experiencias de consumo, querida lectora o lector, están atadas a la memoria: por eso hay quienes recuerdan con menos facilidad lo leído en digital que en papel, porque la memoria es también sensorial y, por ende, táctil: un libro (impreso) es un objeto, decía el teórico de la oralidad y la escritura Walter J. Ong.

Pero la memoria además es gustativa, olfativa, no solo visual y acústica, y emocional: de ahí que se pueda olvidar el hecho específico que causó, por ejemplo, una fobia pero frente circunstancias o estímulos parecidos la emoción original se activa en las personas que la padecen. Las narrativas que operan en el terreno de las emociones son, en ese sentido, antídotos contra el olvido. O al menos eso nos gusta pensar a algunos.

¿Y qué pasa con los dispositivos actuales, influyen en la experiencia de consumo? Pues claro, y, de hecho, ni siquiera importa tanto el contenido, formato o recurso expresivo (visual, sonoro, texto), puesto que, independientemente de eso, si gran parte de la información y la cultura que consumimos llega a través de teléfonos o computadoras, ya podemos decir que internet está igualando las experiencias de consumo, ya sean estas multimedia, esencialmente escritas, visuales, acústicas o lo que fuera.

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El llamado meme del novio distraído tiene por supuesto, su versión femenina. 

No olvidemos que en el ciberespacio todo es digital (ceros y unos) y se consume a través de las mismas pantallas. Un ejemplo: en cuanto a forma, todos los medios digitales son más o menos lo mismo si se leen en celulares.

Los semiólogos tienen lo anterior bastante claro. Todos los recursos expresivos de la comunicación forman parte de lo que en ese campo se entiende por “texto”: el lugar donde se produce semiosis, de donde se obtiene significado a través de signos (de todos los signos, no solo verbales o escritos). De modo que, ya entrados en materia, no estaría mal actualizar la célebre tautología del libro, y empezar a decir, más bien: un texto es un texto es un texto.

¿Se puede ser original en un mundo culturalmente viejo y digital?

Cuando el autor del libro Cultura de la convergencia, el profesor Henry Jenkins, hablaba sobre culturas participativas e inteligencia colectiva se refería a la forma en que, en el ecosistema de comunicación actual, intervienen ya no solo los viejos medios (la prensa, la radio y la TV) en la creación de contenidos, sino sobre todo los usuarios y, entre todos, en mayor o menor medida, vamos creando el conocimiento que se encuentra disponible en la web.

Pero hay que decir también que si algo caracteriza al proceso creativo en internet es la apropiación, y eso puede darse en el campo de las ideas, el conocimiento, la información escrita, acústica, visual (la viñeta de Torres Criado en este texto, por ejemplo, y todas las demás referencias), lo cual no es nuevo; de hecho, la ciencia y la cultura son esencialmente acumulativas.

La apropiación se da otras veces mediante la interpretación de textos ajenos con palabras propias (o paráfrasis) y sin mencionar la fuente, lo cual tampoco es novedad, y en el segundo caso constituiría plagio. Y otras tantas por medio de la función copy and paste, ídem, con la diferencia de que ahora es más fácil y hay más de donde copiar.

La inteligencia artificial aplicada a la creación de lenguaje natural o espontáneo va hasta ahora por el mismo camino: sabemos que el chatbot más popular del momento, ChatGPT, se alimenta de bases de datos e información que se halla disponible en la web, pero ya hay quejas de que no es transparente en cuanto a las fuentes, ideas…, al trabajo de otros, pues.

El lingüista y filósofo Noam Chomsky lo calificó, por eso, como “plagio de alta tecnología”, y hay también medios que, más allá del carácter noticioso de la herramienta creada por OpenAI, opinan igual, después de enterarse de que para entrenar al artificialmente inteligente chat se usaron (se usan) sus contenidos, sin que eso signifique para ellos algún tipo de acuerdo previo o compensación.

Dadas las facilidades actuales para crear no es raro que se incremente además la producción de basura digital que resulta de nuestras acciones diarias en línea, lo cual preocupa, claro.

Pero, con independencia de eso, ¿qué pasa con el pensamiento propio o individual y el pensamiento divergente, ese que se supone es la antesala de la creatividad, en un entorno donde cada vez más personas estamos expuestas a una cultura tecnológicamente globalizada o, como aquí hemos llamado, en la parroquia digital?

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Para conocer el origen de este meme basta ver el videoclip Hotline Bling, del rapero Drake, de donde fueron extraídas las imágenes. 

El semiólogo y escritor Umberto Eco decía que “la originalidad y la creatividad no son más que el resultado del manejo inteligente de las combinaciones”, de modo que, suponiendo que estaba en lo cierto, se podría decir que ahora, gracias a la cultura y comunicación digital, somos potencialmente más creativos y originales.

Accedemos a innumerables fuentes de consulta e información en la web, es cierto, sin embargo también a visiones, conceptos, contenidos populares e incluso frases o lugares comunes que ahora llevan la etiqueta de “viral” y, a diferencia de la información de calidad, no hay que esforzarse mucho para encontrar.

Aunque divertido, dinámico y de fácil adaptación (o quizá por eso mismo), el meme es casi por definición uno de esos “lugares”. Los algoritmos se empeñan generalmente en conseguir viralidad, más allá de criterios como la relevancia, veracidad o calidad. Y guiados de esa manera nos hacemos visiones cercanas a nuestros puntos de vista o sistemas de creencias sobre diferentes ámbitos de la realidad.

¿Cuántas de esas ideas o temas, enfoques, preocupaciones, perspectivas… han motivado noticias, entrevistas, reseñas o cualquier otro género en periodismo? ¿Qué tanto sirven a la ficción o la cultura, en general? ¿De qué manera afectan a las visiones de la administración privada o pública?

El lenguaje es posiblemente el ámbito en donde más fácil se percibe el lugar común, las ideas o frases hechas, términos o expresiones cotidianas que se usan en los más informales ambientes de la parroquia digital.

En esos barrios, muchos no muestran acuerdo mutuo con palabras de ese estilo, sino X2, no tienen un amor platónico sino un “crush”, la pinta o atuendo se llama oficialmente outfit y el antes viejo rabo verde ahora es sugar daddy, “Así o más claro” se utiliza para concluir una opinión contundente y frontal, y qué mejor que un “Así de old” para algún chiste que aluda a la nostalgia y la edad.

Son apenas ejemplos superficiales derivados del uso de las tecnologías digitales, lo sé, pero además instrumentos mediante los cuales, inocentemente casi, articulamos pensamiento.

Si el lenguaje “es pensamiento en sí mismo”, como decía Michel Foucault, las palabras son herramientas, y la creatividad dependerá, en ese sentido, no necesariamente de evitar frases hechas o, por el contrario, de usar palabras rebuscadas, sino de las combinaciones, experiencias, actitudes y emociones que pongamos en marcha en lo que sea que nos toque hacer o crear.

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El protagonista de este meme es el húngaro András Arató. La imagen corresponde a una foto de stock hecha hace más de una década.

Y quizá no haya algo más importante que eso, ya sea porque la singularidad, el espíritu creativo e, incluso, la excentricidad, por citar al artista visual Jaime Serra, nos alejan de la norma y hacen avanzar la cultura y a la sociedad, o porque aquellos son nombres menos utópicos de lo que algunos, con gafas posiblemente más realistas, entendemos por libertad.