Cultura digital

El sexo (sin sexo) en internet

Ilustración: Manuel Cabrera.

Hay un dato: los jóvenes de hoy tienen menos sexo. Mucho menos que los jóvenes de antaño, y los menos jóvenes que estudian la incidencia de las tecnologías digitales en las relaciones humanas le echan la culpa sobre todo, aunque hay otros factores, a internet. ¿Una tecnología que facilita la comunicación y la interacción humana puede llevarnos a eso? Contra todo pronóstico, parece que sí.

Para entrar en materia quizá lo primero sea recordar que lo que llamamos popularmente internet no es una tecnología de comunicación cualquiera. Es además un lugar en el que, plataformas y sitios web mediante, nos relacionamos en varios niveles, nos entretenemos, nos informamos, procrastinamos, aprendemos, compramos, trabajamos, cortejamos, nos comunicamos, estamos: un lugar en el que, más o menos como en el mundo físico, también somos. Y eso influye o, mejor, moldea nuestras experiencias de vida. Entre ellas, el sexo.

Ilustración: Natalia Álvarez.

Antes de la pandemia, por ejemplo, un grupo de investigadores de tres universidades determinó que la actividad sexual decayó entre 2009 y 2018 en Estados Unidos, como se muestra en un artículo publicado en la revista Archives of Sexual Behavior, desde la masturbación en solitario y en pareja hasta el sexo oral, el sexo pene-vaginal, el sexo anal, y así. Y puso como responsables de aquella “recesión sexual” (así la llamaron algunos medios e investigadores) a los jóvenes.

Pero, ¿en serio hoy en día los jóvenes tienen menos sexo? A diferencia de la generación X, o personas que nacieron entre 1965 y 1981, y de los baby boomers, que llegaron al mundo después de la Segunda Guerra Mundial y habrían sido bastante más activos, se casaron generalmente jóvenes y aumentaron las tasas de natalidad, los estadounidenses que estaban entre 18 y 29 años cuando fueron consultados dijeron que no habían tenido sexo en el último año y los adolescentes, incluso, que se masturban menos.

Los baby boomers se casaron generalmente jóvenes y aumentaron las tasas de natalidad. Imagen: James Vaughan / Flickr.

La recesión sexual, sin embargo, no parece ser algo propio de ese país. En Reino Unido solo cuatro de cada diez hombres y mujeres de 16 a 44 años aseguraron que tuvieron sexo al menos una vez por semana, según datos de la revista especializada British Medical Journal. Los neerlandeses que en promedio se estrenaban sexualmente a los 17 años, ahora lo hacen a los 19; en Finlandia se ha constatado un deseo sexual femenino a la baja; y en Japón (ay, Japón) 43 % de los jóvenes de entre 18 y 34 años revelaron que aún no han tenido sexo en su vida, de acuerdo con un reporte de la revista The Atlantic

Si se considera que, además de buenas economías y desarrollo tecnológico, los jóvenes en esos países pasan buena parte de su tiempo en línea, ¿se puede decir que aquello es algo exclusivo del primer mundo o podemos hablar de una tendencia que se ha extendido a los países tecnológicamente menos prósperos? 

La vida en línea

El chiste es viejo y teledirigido a las parejas que tienen (o tuvieron) muchos hijos: “es que no había televisión”. Se puede plantear como pregunta o con asombro. Y se ha convertido en un clásico, digamos, de las bromas sobre padres con familias numerosas debido a que guarda algo de verdad: las tecnologías de comunicación consumen una parte importante de nuestra atención, de nuestras vidas y, por ende, de nuestro tiempo en pareja; incluso tecnologías del siglo anterior como la TV.

Imagen de la película Sex and the Single Girl, de 1964. Crédito: James Vaughan / Flickr.

Es cierto que el promedio global del tiempo que pasamos en la red ha aumentado con los años, de 369 minutos al día en 2013 a 418 minutos en 2021, conforme al reporte de 2021 del portal especializado Statista. Pero tal vez no sea algo para alarmarse si se toma en cuenta que la tendencia ha estado por debajo de siete horas diarias desde hace casi una década. O quizá sí, si consideramos que dormimos más o menos ocho horas y que hay que trabajar o estudiar o hacer otras cosas durante más o menos otras ocho: lo que da dieciséis, creo. Del tiempo libre que nos queda, es decir, de casi un tercio de nuestros días, casi siete horas la humanidad las pasa en línea.

Algo que también ha aumentado en los últimos diez años, según cifras del mismo portal, es la cantidad de vida que dedicamos a las redes sociales. En 2012 la media global era noventa minutos por día; en 2021, 2,3 horas. Sin embargo, hubo una pequeña variación de tres minutos menos con respecto a los primeros años de la pandemia, 2019 y 2020, cuando nos tocó empezar a hacer casi todo de manera virtual. O un estancamiento, si se quiere, que ha llevado a especular sobre un posible final de la época dorada de las plataformas tradicionales, empezando por la decadencia de Facebook y, del otro lado, sobre el auge de plataformas más basadas en contenido pegajoso que en conectar personas, pongamos Tiktok.

Ya, pero… ¿y el sexo?, seguramente te preguntarás a estas alturas, lectora o lector. Y a eso vamos. Aunque posiblemente ya te habrás dado cuenta de que el tiempo promedio que pasamos en línea nos deja menos horas para actividades que no requieren estar mirando un teléfono o una computadora. 

De Tinder a OnlyFans y el sexting

Dos cambios habrían sido los más importantes con respecto a la formación de parejas desde que existen los humanos. El primero, según le dijo a CNN el biólogo evolutivo e investigador sexual de la Universidad de Indiana, Justin García, es la agricultura, y el otro, internet. Cuando aprendimos a cultivar la tierra, hace unos doce mil años, nos establecimos, formamos familias, sociedades. Con internet, pese a los dos mil millones de resultados que me ofrece Google al escribir la palabra sexo, estaríamos teniendo menos relaciones sexuales.

La imagen de una pareja en la cama, mirando cada uno su teléfono durante los ratos de ocio o antes de dormir, es quizá la mejor ilustración de cómo internet y su fiel amigo el smartphone nos distraen del amor y el sexo. Se reduce de esa manera no solo la conversación que, lo sabemos, suele servir como preámbulo, sino además el contacto visual y físico. Y el tacto es el sentido que mejor utilizamos para compartir calor, expresar afectos y deseo. 

Si lo anterior pasa más en matrimonios o relaciones largas que ya han conocido la monotonía, ¿qué ocurre con los solteros? Eso nos lleva a la versión 2.0 de las viejas páginas impresas de corazones solitarios y otros mecanismos que otrora servían para concretar romances. En palabras modernas, las apps de citas. 

Aunque no es la única ni la primera de su tipo, la app más popular en ese barrio es Tinder. Y se sostiene, como las demás parecidas, en la promesa de un atajo. Me explico: previo a las apps de citas normalmente había que salir, relacionarse cara a cara con gente, tratar de conocerla, atreverse a ser rechazado o rechazada y, con algo de suerte y tiempo, empezar una relación que, si todo iba bien, seguía entre las sábanas. Las aplicaciones de citas nos ahorran todo lo anterior al cara a cara y, por si acaso, nos hacen creer que tenemos muchas más opciones.

Lo que muchos no saben es que su porcentaje de efectividad es de apenas 1,62 %, de acuerdo con el último reporte que Tinder hizo público en 2014. Y ojo que no hablamos de citas reales, sino de matchs que no suelen pasar de flirteos (antes, coqueteos) o conversaciones más o menos interesantes por chat. Así que no te sientas mal si no has concretado algo en esa app o Bumble o en cualquier otra. Su bajo nivel de efectividad, de hecho, suele llevar a frustraciones o, en el caso de quienes sí reciben bastantes likes, sirve para reafirmar egos.

¿Se podría decir que esa forma de relacionarnos está atrofiando nuestras habilidades para el cortejo cara a cara o, al menos, que las cambia? Lo que sí está claro es que, además de sus resultados poco certeros, esas apps y otras plataformas como Instagram y compañía estarían haciendo más exigentes a quienes al tener, a una pantalla de distancia, gente linda en demasía y en apariencia disponible elevan sus expectativas.

Además de que, según dijo en una entrevista para la cadena CNN la psicóloga clínica Francie L. Stone, los hombres y mujeres jóvenes a veces utilizan apps de citas como sustituto del sexo real: “las mujeres en particular dicen que usan estas aplicaciones cuando están borrachas o aburridas. No tienen la intención de hacerlo, sino que simplemente disfrutan de la broma sexual”. Y exploran su sexualidad sin exponerse mucho, en un entorno tecnológicamente controlado. Aunque hay otros riesgos, claro, como el ciberacoso, la pérdida de control del contenido compartido, el chantaje, y esas cosas.

A falta de contacto físico, lo que sí ha proliferado en internet es la pornografía, el envío de nudes (antes, desnudos) o el sexteo. Con respecto a lo primero, la psicóloga e investigadora Marie-France Merlyn dice que, sin una buena educación sexual en casa y las instituciones educativas, la pornografía es el gran educador de los jóvenes en materia de sexualidad. Y lo dice con base en uno de los estudios que ella y otras investigadoras de la Universidad Católica hicieron en jóvenes universitarios de 18 a 25 años. 

Las chicas y chicos encuestados dijeron que pasan una media de casi tres horas semanales en línea, dedicados a cuestiones relacionadas con su sexualidad: el flirteo, la búsqueda de pareja y el envío de fotos y videos sexuales suyos o de otras personas. La edad en que los adolescentes empiezan a ver pornografía está entre 12 y 14 años, recuerda la investigadora. De modo que, además de instaurar estereotipos sobre el rol del hombre y la mujer durante las relaciones sexuales y la exageración del acto (es como ver Fast & Furious y creer que eso es manejar, pongamos), altera la forma en que los jóvenes perciben el sexo. 

La pornografía además es visual, apunta Merlyn, y en una relación sexual hay también olores, sudores, sabores…, “por eso cuando las personas se han moldeado tempranamente con la pornografía a veces se sienten asqueados o no les gusta la relación sexual”. Y pasa parecido cuando a través de la pornografía se ha moldeado el deseo. Por ejemplo: un adolescente al que le gustan las asiáticas, las europeas rubias o demás etiquetas del porno seguramente “no va a encontrar alguien con esas características aquí (en Ecuador) y si es que tuviera que relacionarse con una mujer de nuestro contexto se va a ver impedido, porque no le va a excitar (tanto) esa mujer”.

Un nombre cool para la pornografía moderna, interactiva y bajo suscripción es OnlyFans, al punto de que se sabe lo mismo de influenciadores que de famosos y famosas de las viejas pantallas que ofrecen contenido propio en esa plataforma.

Se ha convertido además en un chiste socialmente aceptado: “voy a abrir una cuenta en OnlyFans”, para hablar del deseo de superación económica. Y ha puesto en auge una modalidad de “pornografía amateur 2.0” apoyada en el no contacto obligatorio y la virtualidad que se disparó en esta última pandemia. 

Ya sea que hablemos de erotismo o pornografía, fotos y videos de ese tipo, propios o de otras personas, se envían durante el sexteo. Un intercambio caliente a través de mensajes por chat que se ha vuelto popular y suele terminar en la masturbación masculina o femenina: en un sexo carente del tacto ajeno, sin contacto físico, mediante tecnologías digitales. O cibersexo.

Otros factores que, se supone, favorecen la escasez sexual en los países ricos y tecnológicamente más avanzados son lo caro de la vida que por lo general lleva a más horas de trabajo y no poder dejar pronto la casa de los padres, el exceso de responsabilidades, el estrés, la ansiedad, la depresión, el aislamiento que durante la pandemia aceleró la transformación digital en casi todos los ámbitos de la vida, y cosas de ese tipo. 

La psicóloga Marie-France Merlyn recuerda, no obstante, que la edad promedio en la que los jóvenes tienen su primera relación sexual en otros contextos no es la misma: “la cifra en Ecuador es 15 años, pero en el estudio que nosotros hicimos no encontramos eso: encontramos 17 años”. Dos años de diferencia que atribuye al entorno en el que ella y sus colegas se enfocaron: jóvenes universitarios. Es decir que el contexto también influye en el sexo. 

Que las generaciones jóvenes, más educadas o con mayor acceso a tecnologías digitales se inicien más tarde tampoco es algo necesariamente malo. Al contrario, a mayor edad, las personas suelen ser más maduras y pueden empezar su vida sexual con una identidad mejor formada, dice Merlyn. Lo mismo que el hecho de que exploren su sexualidad de otras formas no tiene por qué ser negativo o significa que ha disminuido el deseo.

Lo que pasa es que la “trampa de la naturaleza para no extinguirnos” de la que hablaba el dueño del bigote más famoso de la filosofía, también conocido como Friedrich Nietzsche, ha encontrado otros menos efectivos pero quizá igual de estimulantes caminos, en función de la realidad tecnológica. O tal vez la trampa ya no sea exclusiva de la naturaleza. A fin de cuentas, si el sexo vende lo raro hubiese sido que no pase lo mismo en su versión digital.

Imagen: Hippopx.