Queer, la re-evolución de la moda

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Ilustración: Manuel Cabrera.
Cierro los ojos y recuerdo, como si escuchará a todo volumen, una vieja canción en un vinilo desgastado por el uso y el tiempo, en el antiguo y ya casi obsoleto tocadiscos manual de mi padre.

Masculine Women, Feminine Men,
which is the rooster which is the hen?
It’s hard to tell ’em apart today.
And say…
Sister is busy learning to shave.

Irving Kaufman, 1925

Es el inicio del siglo XXI y, como toda niña, me siento atrapada por el curioso y alegre ritmo que sale del tocadiscos manual de mi padre, invitándome a la danza.

Mientras el disco de vinilo inunda el ambiente con la música de Irving Kaufman, tomo entre mis manos el estuche de cartón con su portada. Los colores —en un inicio de gama de naranjas— en la actualidad son de tonalidades que evocan al otoño. Esto, debido al inexorable paso del tiempo.

La imagen de esta portada queda grabada en mi memoria: Un hombre vestido con un ridículo y cinematográfico sombrero alto, blazer clásico, chaleco blanco de botones cruzados, camisa de cuello ópera, adornada con un foulard azabache que hace resaltar una rosa blanca en la solapa, cuya delicadeza va en conjunto con el labial, delineador de ojos y falda recatada de estampado tartán hasta la rodilla.

La composición finaliza con zapatos lustrados de punta redonda, hechos en cuero negro, con un tacón discreto de no más de cinco centímetros, similares a los que toda abuela posee, como parte de la estética de su generación.

Es así como surgen en mí, por primera vez, cuestionamientos sobre los límites en la vestimenta: ¿La ropa debe responder a un código binario? ¿Por qué el modo de vestir debe definir a los géneros?

Vestimenta y paradigmas sociales

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El acto de vestir con el fin de determinar a un género, responde a un paradigma, a una construcción y convención social. Para comprenderlo, es necesario revisar la historia.

Pensemos, por ejemplo, en la época clásica. Hércules y Onfalia se seducían mutuamente, intercambiando vestimentas y roles de género.

Tetis vestía como doncella a Aquiles para cambiar su rol en la sociedad y evitar que asista al campo de batalla.

Y hay más ejemplos: los relatos de la Metamorfosis de Ovidio, plasmados en la escultura de mármol del Hermafrodito Durmiente de Bernini; los hijras en la India; los eunucos de la antigua Sumeria; los castrati en el Imperio Romano.

Incluso, las santas Tecla y Pelagia, que siendo parte de la Iglesia Católica, se travistieron, siguiendo el ejemplo de la Papisa Juana, que fingió ser hombre para poder llegar a la cabeza de la institución religiosa. 

Por su parte, Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII comparó el travestismo con el bestialismo y la antropofagia. Para castigarlo, puso en vigencia la triata pecata.

A inicios del siglo XX , en 1910, Magnus Hirschfeld investigando las conductas sexuales humanas  creó la palabra “travestido”, definiéndola como “el acto de vestirse con ropas del sexo contrario” y lo consideró una aberración clínica.

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No es “sólo ropa”

Entonces, ¿por qué las instituciones regentes tienen tanto temor de algo que, a lo largo de los tiempos, se ha definido como “sólo ropa”? Porque ropa devela la esencia de las personas y es capaz de poner de manifiesto la identidad de género o la identidad ideológica. La vestimenta, al igual que el arte, es una manera poco ortodoxa de cuestionar los discursos hegemónicos, políticos y/o sociales.

La indumentaria que elegimos para mostrarnos a la sociedad, está ligada a nuestra decisión personal de cómo nos presentamos ante ella. Porque nos autodefinimos desde nuestra apariencia. No se trata simplemente vestir un “uniforme”. El concepto va más allá. Incluso, con nuestra vestimenta, expresamos aquello que ¡no nos atrevemos a pronunciar!

Y no. No es “sólo ropa”. Porque cuando el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría excluyó el travestismo de las patologías, fue posible retomar la lucha contra los discursos intolerantes de los años 20’s y 30’s del siglo XX. Progresivamente, la sociedad empezó a bajar las barreras impuestas, y muchas personas se atrevieron a expresarse a través de su aspecto y vestimenta.

Entonces, ¿no crees que es pertinente la ruptura del paradigma de vestimenta bajo un código de género, porque se basa en un sistema de creencias obsoleto y caduco? La historia no puede ser interpretada desde los eufemismos.

Gracias a la re-evolución queer, ¡puedes ser tú!

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Hoy por hoy, cómo nos vestimos, aunque no lo percibamos porque lo vemos con normalidad, es altamente queer.

Entendamos el sentido del término queer como ilegítimo, extraño o poco usual. Cada vez su uso es considerado más mainstream (mayoriatario o convencional), gracias a las nuevas comunicaciones, al fast fashion, al ultra fast fashion y al pensamiento hipermoderno.

Traigamos a nuestra mente algunas prendas y estilos que, en la actualidad, es “muy normal” que los usen de manera indistinta varios géneros, grupos sociales o culturales. Cuando en el pasado no fue así.

Por ejemplo, al apretado zapato de tacón, creado y reservado para hombres jinetes del siglo XVII.

O la comodidad de unos bumster pants, ideados por Alexander McQueen para destacar a gente de todo género, mostrando lo que para él, representa la parte más erótica y sensual del cuerpo humano.

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¿Y qué tal una camisa oversize, antes marginada, por su vinculación a las pandillas y los grupos delictivos? Hoy es habitual usarla. Hacerlo significa, además, validar la lucha por un nuevo paradigma: “No nos vestimos para complacer tus ojos ni tu morbo. Lo hacemos porque deseamos estar cómodxs”.

Hoy, con los ojos humedecidos pienso en la historia pasada. Siento un peso en mi pecho y profeso un infinito y profundo respeto a todos los colectivos que han luchado y que luchan contra los roles privilegiados en todos los sentidos posibles, ya que sin ellos nuestro presente sería, sin lugar a dudas, un espacio más injusto, más intolerante, más normativo. Y, definitivamente, mucho menos estético.  

La próxima vez que elijas una prenda, recuerda que hubo gente valiente ¡que se atrevió! y levantó su voz para que hoy tengas la libertad de lucir lo que desees. Personas hoy reconocidas, que han pasado a ser parte de la historia. Como Alexander McQueen, que incorporó las plumas a la vestimenta diaria y el ya mencionado pantalón de tiro bajo (bumster pants), que sigue causando la misma controversia de sus inicios, en la década de los 90’s del siglo pasado. Visionarios como Thierry Mugler, responsable de incorporar las transparencias y el estilo cut out a sus exclusivas colecciones, que más tarde saltaron al fast fashion.

Excéntricos como John Galliano, Jan Paul Gotier o Vivian Westwood.

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Cómo no mencionar a Patricia Field, la creadora de los icónicos vestuarios de los personajes de “Sex and the City” y “The Devil Wears Prada”.

Más allá de su incomparable talento y vidas un tanto tormentosas —que tiene la ventaja de acercales a la resiliencia y la empatía—, todos estos personajes tienen algo en común. Tuvieron la sensibilidad para nutrirse visualmente de los sectores invisibilizados y estigmatizados de la sociedad.

Por ello, no es casualidad que hayan encontrado inspiración en los club kids, la cultura drag, el teatro kabuki, el vodevil, o el burlesque.

Sus vidas, sensibilidad y talento son un llamado a la reflexión. Porque “solo ropa” es mucho más que “solo ropa”. Porque la ropa encarna nuestros pensamientos, deseos, o miedos. Lo que queremos decir y también lo que queremos ocultar, incluyendo la carga histórica que está presente en nuestra memoria colectiva.

Gracias a la re-evolución queer, en la actualidad puedes expresar y sostener la estética que has elegido, lejos de prejuicios y paradigmas impuestos.

Gracias a la re-evolución queer, hoy tienes el privilegio de expresarte desde tu individualidad, ¡con objetividad, autenticidad y conciencia!

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