Opinión

Mirar con desconfianza

mirar con desconfianza. Kim Kardashian
Ilustración: Manuel Cabrera

El origen de todo está en la curiosidad.
Elena Poniatowska.

Un vestido de Marilyn Monroe sobre la piel de Kim Kardashian y el mural de Pikachu en Quito, nos ofrecen por estos días algunas claves para pensar el rumbo que la representación simbólica ha tomado en el siglo XXI. Kim saltó la barrera del sonido para convertirse en un simulacro de Marilyn Monroe en la MET Gala del año en curso. En el intersticio de lo que la influencer le muestra sobre sí misma al mundo y lo que Monroe pidió a gritos en vida, subyace el vaciamiento de sentido. 

En los primeros segundos en que Kim Kardashian aparece en la MET Gala 2022, no sabemos a ciencia cierta si se trata de ella o de Lady Gaga. ¿Quién plagia a quién? Una duda similar me asalta cuando escucho a Carla Morrison cantar Disfruto y me cuesta creer que no se trata de Natalia Lafourcade. Y mientras suena la melodía de la mexicana, Facebook me muestra el mural que el artista español Okuda San Miguel ha pintado en la capital ecuatoriana. Inmediatamente mi memoria se transporta hacia aquellos años cuando viví en Nueva York, donde pude ver al menos ocho paredes pintadas en un estilo formal y cromático similar. Me pregunto, asimismo, ¿quién copió a quién?

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El debate sobre la originalidad en el arte ha sido superado con creces desde el ejercicio de pensar la representación en toda su dimensión. Acción necesaria para una aproximación más orgánica hacia Kardashian cuando pide que la amemos por quién es y no por cómo se ve; a las letras de Lafourcade, Sariñana, Morrison y Laferte que nos llaman a explorar la raíz; o a la buenaondez de Okuda, que tomó contacto con las bordadoras de la Comuna Llano Grande antes de “inmortalizarlas”. De modo que, el terror atávico que me atraviesa ante estos acontecimientos éticos y estéticos del mundo contemporáneo es la sensación de que entre más exageradas y rimbombantes son las ganas de que el constructo cultural tenga sentido, más cerca está de eclipsarse y carecer al cien por ciento de alguno. Pánico ancestral, cómo no, si consideramos a esas miles de jóvenes mujeres que están dispuestas a tener una cita con El Estafador de Tinder con tal de salir en la serie. Y es justamente ahí donde radica el rotundo logro de la espectacularización inmersa en el simulacro: la capacidad de naturalizar la violencia. 

Enhorabuena por ese pensamiento crítico que se resiste a tragar el bocado completo de la publicidad y de los medios de comunicación. Como el de Sara Scaturro, exjefa de conservadores del Metropolitan Museum of the Art (MET), quien ha sido enfática al afirmar que en el acto de entregar a Kim Kardashian el vestido de Marilyn Monroe prevalece una imperdonable inopia sobre lo que significa preservar durante años un objeto, cuyo propósito es contar una historia a las nuevas generaciones. Como el de Verónica Montesdeoca, bordadora de Llano Grande, quien suscribe la inclusión de la figura de Pikachu en el mural de San Miguel como una posibilidad de acercarse a las pulsiones de los nuevos tiempos; no obstante, ante el revuelo social que aquello produjo en el Ecuador, la artesana echa en falta el interés de la gente sobre su trabajo de bordado, representado también en la polémica pared quiteña. 

Ante la arrolladora cantidad de imágenes y palabras que se ponen delante de nuestros ojos a cada segundo, es ciertamente revolucionario mirarlos a todos con desconfianza… hasta que se demuestre lo contrario. Y para eso estoy aquí, para invitarles, lectores y lectoras de este flamante espacio, a que juntos, cada domingo, le proveamos a nuestro ser y estar de algún sentido. No de uno moralizante, claro está; de uno más bien muy bagre.

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