Mi niña interior y mi padre

mi niña interior y mi padre
Ilustración: Manuel Cabrera
Hace poco mi niña interior conoció una nueva versión del miedo: se enfrentó a la muerte de su padre. Ahora, otra vez, siente abandono, soledad e incertidumbre...

Hace como un año, mi niña interior me dijo que ya había superado todos sus miedos: el miedo al bullying de sus compañeras y maestras; y el miedo a no ser lo suficientemente “buena” para que los demás la aceptaran sin ser juzgada.

Pero mi niña interior olvidó que la vida y sus experiencias son como el agua: siempre están en movimiento. Y así debe ser, porque de lo contrario el agua estancada se convierte en lodo y termina por inmovilizarnos.

Hace poco, mi niña interior conoció una nueva versión del miedo: tuvo que enfrentar el fallecimiento de su padre, mi padre. Ahora, otra vez, siente abandono, soledad e incertidumbre. Debe seguir la vida sin su acompañamiento, sin la relación que construyeron, sin la seguridad de lo que dio por sentado y tal vez no valoró: a su padre noble, poco apegado a las cosas materiales, sensible y respetuoso con las decisiones de mi niña interior.

A veces los miedos llegan en sueños que despiertan a mi niña interior en medio de la noche; la sumergen en un remolino de emociones que se hacen grandes como monstruos marinos, se burlan de ella y le dicen a gritos:

—¡No vas a poder!

Mi niña interior se coloca en posición fetal, se tapa los oídos y llora. Quiere gritar pero de su garganta trémula solo escapan voces ahogadas.

De pronto, aparece su padre, mi padre, parado en una gran ola. Lleva su boina de paño, sus zapatos gastados y su chaqueta café de bolsillos raídos. La ola es inmensa y está enfurecida, pero su padre, mi padre, luce impasible, como si sus pies pisaran tierra firme. Entonces él mira con bondad a mi niña interior y le habla:

Yo confío en ti y estoy tranquilo. Sé que podrás enfrentar estas olas como antes has enfrentado otras más grandes y peligrosas.

El padre, mi padre, hace un gesto a mi niña interior para que se acerque y suba con él a la ola. Ella tiene miedo de subir a ese cuerpo de agua que no conoce. Pero su padre, mi padre, la sigue invitando. Así, mi niña interior cierra los ojos y se deja llevar. Se acerca a la ola que bajo sus pies parece un terremoto. Toca la mano de su padre: rugosa, gruesa y suave a la vez; la estrecha con confianza y poco a poco siente que el miedo se hace chiquito, como un globo que se desinfla.

Su padre mi padre y la ola desaparecen. Mi niña interior está parada en la arena. Su rostro luce tranquilo. Ya no tiene miedo. Ya no tengo miedo. Su padre, mi padre, se lo llevó, como lo hacía antes. Como lo hará siempre.

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