Mi afición por el cine nace en Esmeraldas, mi ciudad natal, concretamente en el Cine Esmeraldas, ubicado en las calles Bolívar y 10 de agosto. Fueron mis padres los que me llevaron la primera vez a esa sala que ya desapareció. Las sillas eran de madera clara y bastante cómodas aunque no lo parecieran; las películas que frecuentemente presentaban eran las que todos querían ver porque estaban protagonizadas por Sylvester Stallone u otra estrella hollywoodense del momento. Sin embargo, el dueño del cine también lograba proyectar cintas inolvidables, que hicieron crecer mi interés por el séptimo arte y que se convirtiera, hasta el día de hoy, en uno de los mejores planes para pasar en familia, con amistades e incluso sola. Un ejemplo fue Amadeus (1984), una gloria para mis sentidos, hoy convertida en un filme de culto.
Esta experiencia casi siempre la compartía con mi hermano Vladimir, mi compañero de aventuras. Hace poco fuimos juntos a ver con Top Gun – Maverick (2022) y en las escenas más nostálgicas, como la del juego en la playa o la conversación con Iceman, entre otras, yo solo lo miraba y sabía que él entendía que mi corazón latía más fuerte. Cabe anotar que por la época en que vimos la primera entrega de Top Gun (1986), éramos conscientes de toda la propaganda que venía implícita en este tipo de películas, ya que la industria promovía ese espíritu de “supremacía” norteamericana, la Guerra Fría y todo ese rollo; pero eso jamás disminuyó la emoción que provocaban en dos adolescentes las escenas cargadas de adrenalina, así como la espectacular banda sonora.
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En aquellos tiempos, en mi casa se respiraba un ambiente que era propicio para disfrutar del arte: mi madre siempre ponía música y bien podía hacernos disfrutar de los acordes de la Danza Macabra de Camille Saint-Saëns o de los músicos cubanos Celina y Reutilio. Por su parte, mi padre escribía poesía todo el tiempo y nos leía sus piezas para escuchar nuestras opiniones. En alguna ocasión compartió una sobre el Apartheid, que me marcó durante mucho tiempo:
“Esa tromba gigantesca,
donde fulgen los Mandela, Bikos
y demás estrellas
van a estrujar esa tierra
van a apretar al racismo
renegado de la ciencia
que utilizan los colores
para oprimir la belleza”.
Esta atmósfera que se vivía en nuestro hogar fue clave para hablar de cine y tener sobremesas en las que desmenuzábamos las películas y hablábamos de su contenido y mensaje. Aún mantenemos esas charlas, solo que ahora se han sumado mis tres hijos y mi sobrina.
Con el paso del tiempo, el cine se ha convertido en un refugio y un lugar seguro para mí. Ya sean dramas, ficciones, comedias o documentales, cuando estoy disfrutando de una película me siento a salvo y me conecto con la historia, la fotografía, los personajes. Así vuelvo a la tierra que me vio nacer, a ese pequeñito cine en la ciudad de Esmeraldas del que guardo hermosos recuerdos. Son estos temas, entre otros, los que quiero compartir con ustedes.