La arquitectura como otra forma de leer

La arquitectura como otra forma de leer
La arquitectura juega un papel tan importante en las obras literarias, que en ocasiones no se entiende una historia si no está presente este elemento.

Imaginemos por un momento que nos encontramos paseando por Uruk, la ciudad más grande del mundo a comienzos del III milenio a. C. Imaginemos que recorremos sus calles, que bordeamos sus edificios, canales y templos. Es posible que nos demos cuenta enseguida de su unicidad en cuanto a la materialidad de sus construcciones; y es que Uruk fue una ciudad enteramente hecha de arcilla. Hasta ahí no hay nada extraordinario, pero la cosa cambia si pensamos que fue en Uruk precisamente donde se escribió la primera obra literaria de la historia. La Épica de Gilgamesh narra las aventuras del rey y, al igual que Uruk, fue plasmada en un soporte enteramente hecho de arcilla. Es fácil entonces establecer asociaciones. Esta epopeya nos habla del nacimiento de la escritura y su materialidad y a la vez nos muestra el desarrollo de otras tecnologías humanas como la construcción y, por ende, la modificación del paisaje.

La arquitectura constituye una variable importante al momento de leer el lugar y entender el movimiento humano dentro del mismo. Marcel Proust, en Sobre la lectura, establece un paralelismo entre el libro y la arquitectura y los presenta como instancias donde el pasado ingresa en el ahora. “Son estas formas anticuadas tomadas de la vida misma del pasado”, dice Proust, “lo que vamos a visitar en la obra de Racine como en una ciudad antigua que permaneciera intacta”. De esta manera, al igual que sucede con los libros, la arquitectura se transforma en un sitio liminal que se despliega, no para que podamos ir al pasado, sino para que tengamos la posibilidad extraordinaria de traer el pasado al presente.

En la literatura, el espacio edificado funge, en general, como la escenografía sobre y a través de la cual los personajes se mueven y establecen sus relaciones, pero sólo en algunas obras adquiere una dimensión más importante. 

En La ventana indiscreta, un cuento de Cornell Woolrich de 1942, el papel que desempeña el espacio arquitectónico es fundamental para entender lo que sucede en la historia. Desde su habitación, Hal Jeffries, un hombre impedido físicamente y con problemas de insomnio, se pasa el tiempo mirando por la ventana, un dispositivo que integra lo interior con lo exterior, que une el ámbito íntimo, funcional de la arquitectura, con el paisaje. En el caso de este cuento, la ventana se configura como un punto de observación mediante el cual el personaje es capaz de ver lo que ocurre en el afuera, siempre limitado por la forma de los edificios y su ubicación en el entorno. De este modo la ventana es transformada en observatorio, pero también en el receptáculo sobre el cual se posa la mirada. Se puede decir que aquí la interacción de los personajes está determinada por el diálogo mudo entre la ventana de Jeffries y la de su vecino Thorwald. Es la ventana la que permite que Jeffries focalice sobre Thorwald, que se mueve al otro extremo de donde él está. Y es la observación de ese movimiento a través del espacio lo que le permite al relato alcanzar su clímax, que viene dado también por cómo la arquitectura se ve alterada al interactuar con quienes la habitan. En el caso de este cuento lo que determina su desenlace es la variación formal de los espacios.

Lo que Jeffries descubre al observar dicha variación espacial en el edificio de enfrente es preciso no contarlo para no arruinar la sorpresa. Pero de la misma manera en que un lector ávido se sumerge en un libro, el personaje utiliza la ventana para leer el espacio delimitado por ella y desentrañar lo ocurrido. Mediante la mirada incisiva de Jeffries descubrimos el potencial de la arquitectura, no únicamente como el telón de fondo o la escenografía que sustenta la historia, sino también como otra forma de leer.

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