La actriz Monserrath Astudillo cree que desde el teatro se puede acompañar a las mujeres que llaman locas o menopáusicas. Es que la polifacética cuencana es el epítome de la deconstrucción: en algún momento de su juventud pensó en hacerse monja. Y de la sindéresis que exige el periodismo saltó alborozada al histrionismo que encarna el teatro.
Por eso hoy se regodea en el escenario pellizcando pudores y empleando el sarcasmo para decir aquello que la mojigatería y el puritanismo ha proscrito… per secula seculorum.
Con más de veinticinco años de carrera, ha producido una docena de monólogos —comedia del arte, grotesco, burlesque—, y ha sido parte del elenco de varias series y telenovelas. A saber:
- “Monserrath Astudillo y las Chiquititas de la Cumbia”.
- “A la voz del carnaval”.
- “María la diabla”.
- “¿Vieja yo o millennials ustedes?”.
- “La tía Cuquita”.
- “El cadáver de mi ex”.
- “La muy señora Navidad”.
- “Miss tetas lo dicen todo”.
- “Les juro que es mi primera vez”.
- “El exitoso licenciado Cardoso”.
- “El secreto de Toño Palomino”.
- “Las Zuquillo».
Revista Bagre conversó con la actriz Monserrath sobre sus inicios en las tablas, los mitos de la maternidad, la censura, los clichés y la doble moral.
Monserrath Astudillo: «Venimos al mundo a servir»

La ristra de frases desopilantes que va soltando Montserrath Astudillo podría hacer creer a cualquier despistado que su oficio se ciñe exclusivamente al humor, no obstante, lo suyo es también un apostolado con objetivos muchos más amplios y profundos: despertar conciencias.
Lo hace yuxtaponiendo la hilaridad con temas tabúes, dos elementos que articulados con agudeza convocan a la rudimentaria carcajada y más tarde al silencio introspectivo, de ahí que conversar con la actriz cuencana que ama a Quito —se declara enamorada de la capital— es más que una experiencia divertida un ejercicio lúdico.
—Soy tímida, no pudorosa, sin embargo jamás digo un hijuepé si no tengo contexto. Lo que pasa es que a los hombres se les deja pasar una mala palabra; a las mujeres, no— dice al referirse a los términos altisonantes que sazonan sus presentaciones.
Como periodista, dramaturga, actriz, comediante, mujer, e “impúdica” sabe que disparar palabrotas granjea detractores por doquier. En Guayaquil, por ejemplo, un teatro privado le ha dicho en dos ocasiones —ante su genuino interés por ofrecer allí funciones— que no presenta comedia, que llame después, que vuelva a llamar. Todavía espera.
De cualquier forma, a Montserrath no le hace mella la gazmoñería del medioevo, por lo menos no profesionalmente, porque sigue llenando auditorios.
Dueña de un poder de convocatoria envidiable, asegura que nació con el don de la actuación, pero que fue consciente de que deseaba hacer teatro cuando a los 17 años sufrió un accidente de tránsito que casi la deja sin el brazo derecho.
—Uno viene a esta vida a servir a través del don. Tuve un momento de iluminación cuando escuché al médico decir que me amputaría el brazo si la infección continuaba, por eso le pedí a Dios —no soy católica pero sí creyente— que me permitiera saber a qué había venido para poder servirle mejor.
Afortunadamente, la virulenta infección que hacía peligrar su extremidad superior cedió, sin embargo, Monserrath no pudo salir indemne de esa tragedia: perdió la movilidad del nervio radial, lo que le impide hasta hoy mover la muñeca derecha.
Después de esa amarga experiencia —confiesa— empezó a mutar.
—Un día era hippie, otro punky, otro roquera, otro hipster. No me ubicaba, no me encontraba socialmente, fue entonces que me acerqué al teatro y me di cuenta de que a través de la actuación podía ser anarquista, cantante, bailarina, vedette.
La actriz Monserrath Astudillo confiesa que es tímida. No pudorosa

¿Es difícil para una mujer ecuatoriana pararse en un escenario y hacer comedia?
Soy tímida, no pudorosa. En el escenario dejo la timidez de lado, pero siempre hay nervios, una adrenalina parecida a la que recorre el cuerpo cuando te lanzas en parapente o haces algún deporte extremo, porque si no hay magia es como hacer cualquier cosa. El otro día tuve una desconexión con mi personaje, entré en un vacío y me asusté porque eso te puede hacer perder energéticamente al público que te va a ver. Por suerte volví.
¿Esa desconexión pudo haber estado ligada a las neblinas mentales que sufrimos quienes estamos ad puertas de la menopausia?
¿Ad puertas? Yo estoy menopáusica desde hace rato —ríe a mandíbula batiente y luego aclara que tiene 49 años—. Son un montón de cosas, pero creo que la etapa de la menopausia es interesante porque tu cuerpo comprende muchas cosas que antes no, por ejemplo rechaza lo que ya no quiere, todo se vuelve más claro. Desde luego, también es fuerte por los desajustes hormonales, por la pérdida de la memoria y de la vista, por los cambios en el cuerpo y en las emociones. Sudores no tengo porque tomo hormonas —explota nuevamente en carcajadas—, pero creo que ese quiebre pudo haber venido de ahí también.
¿Y te sientes representada en tus obras? ¿Cómo es el proceso de armar monólogos?
Mi mamá murió cuando yo tenía 29 años y a partir de ese dolor escribí La llave del armario, una obra introspectiva a través de la cual hablaba del desapego, del desprendimiento, de la muerte.
Luego fui a Guayaquil para trabajar en una telenovela y le pedí a Lucho Mueckay que me dirigiera, pero no tenía tiempo, de modo que comencé a escribir, me veía en el espejo y me dirigía a mí misma. Así fue como empecé a producir mis propias obras.
¿De qué se nutre Monserrath para armar sus monólogos?
De lo que está en el ambiente, de lo que está transmutando, de las cosas que van permeando las circunstancias, por ejemplo mi nueva producción habla sobre la luz y la oscuridad, y eso es algo con lo que estamos todos bregando. La escribí antes de que empezáramos a sufrir estos apagones. Yo creo que el arte, más allá de los artistas, es la conexión que tiene el Universo con los filtros que somos los actores o cualquier persona que se dedica a las artes. No hay nada nuevo bajo el Sol, los temas son los mismos, lo diferente es la forma como son abordados.
Cuando me separé del padre de mi hijo —tenía 43 años en ese momento— escribí sobre esa experiencia y pude cerrar un ciclo. Estos temas son universales, porque todo el mundo se enamora, se desenamora, llora, se quiere morir, y en ese instante de dolor puede surgir un gran guión.
Por ejemplo «María la diabla» —uno de los personajes más célebres de Monserrath— es una poeta urbana que se apropia de su vida, que no tiene dependencia, que es la dueña de su chongo y que toma la vida con sus propias manos.
Monserrath Astudillo: «El teatro en Guayaquil está en manos de personas elitistas con conceptos conservadores»

¿Dónde se encuentra tu mejor público?
Con la Sierra tengo mayor afinidad por la cercanía con el lenguaje, soy cuencana y fui heredando las palabras de mi abuelita —caráspita, ele diantre, elaquela—, términos quichuas muy antiguos.
En la Costa trato de equilibrar, cuesta un poquito pero no me ha ido mal. Tengo muchas ganas de ir a Guayaquil, aunque debo decir, sin ánimo de ofender a nadie, que allá gran parte del teatro está en manos de personas elitistas que tienen conceptos conservadores. Es increíble. La clase alta y media alta es terrible en el sentido del conservadurismo, quizá porque la iglesia todavía maneja los círculos sociales, incluido esto. Me la tienen jurada —jajajajaja—, tengo amigos divinos en Guayaquil, pero es tenaz lo que sucede. He llamado varias veces al director del Sánchez Aguilar, que espero vea este reportaje, y me dice que allí no presentan comedia, sin embargo, he visto que lo hacen, por eso me pregunto qué está pasando. ¡Uy, en Guayaquil, decir teta, nooo, qué terrible! Entonces, qué digo. ¿Biberón?
—Monserrath hace alusión al título de su monólogo Miss tetas lo dicen todo, que no ha podido presentar en Guayaquil.
Rigoberta Bandini, cantante española, se pregunta en la canción Ay mamá por qué dan tanto miedo nuestras tetas. Manifiesta además que sin ellas no habría humanidad. ¿Qué opinas de eso?
Claro, con todo respeto, no sé qué harían los hombres sin nosotras. Damos a luz, damos de lactar, y encima damos criando. A las mujeres se nos caen las tetas cuando damos de lactar y ellos te preguntan los motivos de esa catástrofe.
A través de tus presentaciones también has desmitificado la maternidad, ¿esa osadía te ha generado críticas tomando en cuenta que las madres, las «buenas» madres, deben ser abnegadas?
Tus amigas te hablan de lo hermoso que es la maternidad, te dicen que es una bendición, y sí, lo es, pero la bendición no se cría sola. Cuando veo a una mujer embarazada te juro que limpio el piso por donde camina, le abrazo, le digo que si quiere llorar, llore. El embarazo es llevar nueve meses a otro ser, no es fácil, estás vulnerable, y en este país no se respeta a las embarazadas, además el hombre te dice que no exageres, que no estás enferma.
—Claro, huevón, no estoy enferma pero me pesa, tengo náuseas y tengo sueño —expresa con un tono contestatario.
Nadie te dice que la maternidad es un proceso de soledad por más que estés acompañada. Es un camino de autoconocimiento, de renuncia, de generosidad y de amor, pero en soledad.
La vida te cambia, claro, en mi caso me deconstruyó, mi hijo vino a darme alegrías, a ser mi motor, a ofrecerme serenidad. Hace poco murió un tío, me dieron la noticia a las cinco de la tarde y a las siete salí al escenario porque no podía parar. No puedo parar por mi hijo.
Entré con la lágrima en la garganta pero la audiencia me dio la capacidad para transmutar esa energía.
Abordar la depresión posparto en una obra es enriquecedor porque las mujeres se sienten mejor al saber que no son las únicas, y es bueno que se visibilicen estas cosas sobre todo porque desde otros espacios podemos acompañar a esas madres a las que muchas veces llaman locas o menopáusicas.
Moserrath Astudillo: «Es distinto que un hombre diga una mala palabra a que lo haga una mujer»

¿Y cómo has enfrentado la censura?
Voy a decirte algo super importante, es distinto que un hombre diga una mala palabra a que lo haga una mujer. Se acepta que el mal hablado sea el hombre, por eso ellos pueden decir cualquier babosada que se les ocurra, sin embargo, a las mujeres se nos condena.
A mí no me gusta el lenguaje soez ni la patanería. No es lo mismo hablar crudamente que ser vulgar, por eso cuando digo hijuepé lo hago en un contexto específico, sin embargo hay gente que se espanta con la palabra clítoris como si esta fuera un insulto. A los hijos hay que darles herramientas para que se defiendan, sean independientes, puedan sobrellevar los problemas.
Cuando hablo del orgasmo en el escenario estoy invitando al público a tener más sexo, a conocer su cuerpo sin que sienta vergüenza o miedo. Y eso es distinto a decir «oye, tal y cual»… Yo puedo decir todo lo que vos quieras pero tengo contenido porque mi vida tiene contenido, mis experiencias tienen un contenido profundo y espiritual, y eso es lo que trato de llevar al escenario, además soy consciente de que el humor es un vehículo.
Sí, la maternidad es hermosa pero las personas deben conocer lo que también conlleva.
Consideras que la edad ofrece cierta licencia para producir el humor crudo que tú presentas. ¿Crees que si tuvieras menos años fueras censurada con mayor inquina?
Cuando empecé con mis monólogos tenía 28 años y en ese tiempo no se hablaba de sexo, ahora, en cambio, los jóvenes hablan de diversidad sexual, multiorgasmo sin amor, y poliamor. Cada actor o actriz tiene su público. He visto comediantes jóvenes que están haciendo cosas, lo que sucede es que cuando se escribe sólo para que la gente se ría todo se vuelve efímero. No se trata solo de hacer reír sino de tener una conciencia universal, servir a la comunidad, eso me parece que falta ajustar. Hoy tengo todo tipo de público. Por ejemplo, La casa de la tía Cuquita —obra que la actriz está presentando actualmente— es multitarget.
Monserrath Astudillo: «La tercera edad es de sabiduría. Pero también de mucha soledad»

Ahora que mencionas a la tía Cuquita se me ocurre preguntarte si hay un cliché con las tías. Lo digo porque es recurrente que se les atribuya la fama de metiches y chismosas, como si no tuvieran vida propia por no estar casadas…
Bueno, yo soy la tía zorra y borracha, así que la desmitifico. La tía Cuquita es un arquetipo, no un estereotipo, porque tiene una identidad. No olvides que la tercera edad es de sabiduría, pero también de mucha soledad, y de allí salen las características del personaje. Todos tenemos una tía, una vecina, una hermana de la amiga que, al llegar a la vejez, se olvida de las cosas, o es chismosa.
—Hijita, santodiós de los ángeles de la guarda, que Dios me ampare y me proteja, yo no soy chismosa pero ese que está pasando ahí es el vecino y la que va al lado no es la esposa.
Montserrath se introduce en las cavilaciones de la desalmada tía Cuquita impostando la voz de una mujer criada en las entrañas de la serranía cuencana. Ese acento, que en sus inicios como actriz fue su mayor escollo para ser contratada, hoy forma parte inequívoca de su fortaleza actoral.
¿Estás en la cresta de la ola, profesionalmente hablando?
Las olas van y vienen. Voy a cumplir 50 años, creo que he hecho las cosas bien. Hoy tengo la madurez para abrazar todo esto que he logrado. No es lo mismo tener fama que tener reconocimiento. No me interesa la fama. El público reconoce mi trabajo, me abraza, conecta conmigo. Creo que mis obras tienen contenido, por eso entro en comunión fácilmente con el público. La gente del gremio me dice que ahora soy comercial, o se queja de que me vaya bien, y me da risa porque el éxito que he logrado se debe a que amo lo que hago. No tengo filtros ni doble moral.
Monserrath eligió el derrotero de la actuación cuando en su adolescencia vio actuar al grupo teatral Malayerba en Cuenca, pero lo más próximo a las tablas que pudo encontrar en su ciudad natal fue la carrera de Comunicación Social, de ahí que inmediatamente después de obtener su título universitario se marchó a Quito para cumplir su sueño: ser actriz.
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