Cultura urbana

Juana Guarderas: desde los cinco años ostenta el título de carishina

Ilustración: Manuel Cabrera.
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Juana Guarderas, actriz quiteña de gran trayectoria en Ecuador, acaba de regresar de Colombia, país donde presentó junto a la productora y escritora María Beatriz Vergara la obra Antígona Sudaca

Su mundo en el teatro se volcó al tema de las mujeres. Sin que ese haya sido su objetivo, matiza.

Ha formado parte de Las Marujas y de obras tales como Eterno femenino, de Rosario Castellanos. O Monólogos de la vagina

A sus 59 años, Guarderas reivindica el ser y sentirse ‘carishina’. 

La actriz Juana Guarderas estudió en Washington DC. Sacó una Licenciatura en Relaciones Internacionales. Fotografías: archivo personal de la entrevistada.

Tenía cinco años cuando su hermana mayor le puso ese título —el de ‘carishina’—. Lo asumió con gusto. 

Se dio cuenta de que no le agradaban las cuestiones domésticas ni le atormentaba ser desordenada. 

Compartía habitación con su hermana, quien perdía la cabeza cada vez que ella invadía su espacio. 

—No, a la cocina usted no entra, usted es una ‘carishina’ —le marcaba el territorio su compañera de sangre y dormitorio. 

—Bacán, a mi más que cocinar me gusta comer —se resignaba complacida la ahora actriz y se perdía en su bucólico bosque de Machachi, donde trepaba árboles o andaba a caballo.

Más tarde, en su etapa de adolescente se convirtió en una convencida ‘carishina’. 

Estaba en un colegio religioso de mujeres, y para pasar del Ciclo Básico al Ciclo Diversificado debía elaborar un ajuar de bebé, que incluía escarpines, gorritos, babero, pañal… todo tejido.

—Había desarrollado habilidades motoras gruesas, no finas, de modo que mis hábiles tías me dieron haciendo el deber, pero esa tarea me estaba marcando el camino: ser mamá algún día, y la idea no me gustaba.  

A los 17 años, Guarderas empezó su militancia activa en el ‘carishinismo’. 

Desde que era pequeña fue llamada ‘carishina’. Ella se considera una militante irredenta del ‘carishinismo’. 

Casarse no estaba entre sus planes, sino viajar, conocer el mundo. Así se trasladó a Carolina del Norte y luego a Washington DC, donde sacó una Licenciatura en Relaciones Internacionales. También estuvo en Roma y  Rusia. 

Alrededor de su vida, sin embargo, gravitaba un hecho que hizo de ella quien es hoy. Sus padres, Raúl Guarderas y María del Carmen Albuja, eran poco convencionales. 

Su papá, quien se consideraba anarquista y feminista, era una persona que admiraba y respetaba muchísimo a su mamá. 

Guarderas dice que nació bajo el paraguas del matriarcado. “A Dios gracias”. 

Su padre era creativo, apegado al universo artístico y su mamá fue una de las pocas mujeres de su generación que ingresó a la universidad, donde obtuvo una Licenciatura en Pedagogía. 

Esa ecuación le permitió a la joven continuar con su militancia en el ‘carishinismo’.

El teatro fue la tabla de salvación de Juana Guarderas. De este dice: “Era compatible con mi ‘carashinismo’, con esta necesidad de ruptura. El arte me acogió, me salvó de no haberme vuelto una terrorista o una drogadicta”.

—Ahora tengo 59 años, he ido revisando mi proceso de vida y no es que degrade o invalide el trabajo doméstico, que por lo menos ahora es remunerado y exige un seguro, pero es un rol que me ha costado mucho.

Lo respeto, así como a las nuevas masculinidades, sin embargo para mí es simbólico distanciarme de ese estereotipo de la domesticidad. 

Guarderas se casó a los 25 años para sorpresa de todos, no obstante, luego de tres años se divorció, precisamente porque la vida de su pareja cambió al convertirse en diplomático, un puesto incompatible con el ‘carishinismo’ de ella.  

El círculo de su esposo le hacía invitaciones para practicar feng shui, comenta. 

Convencida de que en su órbita sólo cabía la actuación, ingresó de lleno en el Patio de Comedias, dirigido por su madre, donde se sumergió en el mundo del teatro. 

—Quería seguir jugando y el teatro me permitía hacer eso, no me gustaba el entorno, lo que me tocaba vivir.

Mi casa se convirtió en un teatro —El Patio de Comedias—, yo tenía un teatro para mí, eso no era “normal”, pero era lo único que me gustaba porque me dio otro rumbo, el del arte, mi tabla de salvación, lo único compatible con esa necesidad de ruptura y con mi ‘carishinismo’.

El arte me acogió, me salvó de no haberme vuelto una terrorista o una drogadicta en ese tiempo en el que el mundo me apestaba. El teatro me permitió seguir viviendo en un espacio de liberación. 

La actriz Juana Guarderas nació en Quito y vivió 11 años en Machachi.  Es madre de dos hijos. Sus actividades en las tablas la llevaron a ser parte de la directiva de la Asociación de Trabajadores del Teatro.

—¿Qué le diría a la niña Juana Guarderas si pudiera hablarle ahora?

—Le aplaudiría por no haberse traicionado a sí misma, por haber buscado un espacio auténtico, genuino y lejos de los roles establecidos. Me pesaba ese sentido de no pertenencia, pero me interesó aprender. Era tímida y ñoña.

Tímida por la dificultad para adaptarme, y ñoña por tratar siempre de encontrar en el mundo del conocimiento cosas interesantes. 

Eso sí,  también le diría que no está mal aprender a preparar arroz ni ser ordenada, aunque le aclararía que eso no tiene por qué ser todo su universo.