Derechos humanos

Una agencia de empleo en plena calle

Ilustración: Manuel Cabrera.

Isaac de León tiene 65 años y es uno de los 354.324 desempleados que hay en el país, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), pero, lejos de apesadumbrarse por ser parte de esas estadísticas en rojo, se presenta alegre y hasta dicharachero. 

Vive en Guayaquil ya 30 años y, a juzgar por su vestimenta, no da muestras de estar sin trabajo. Usa gafas oscuras, reloj muñequera, zapatos deportivos, una camisa de mangas largas, y en su cabeza lustrosa el sol de la mañana muestra todo su poderío. 

“Yo llegué aquí peladito, no tenía más de 20 años. Soy de San Lorenzo (provincia de Esmeraldas), a solo ocho horas de aquí”, comenta sonriente, en tanto la cuadra de la calle Luque comienza a llenarse de personas con las mismas urgencias, expectativas, y sobre todo, con las mismas ganas. Llegan de todos lados y de todas formas: en bicicleta, en moto, en los buses urbanos que circulan por el sector y hasta a pie. 

Allí todos son maestros en algo, por eso el saludo que se repite en cuanto se reconocen es este: “Maestro, buenos días”.

De León corresponde con efusividad a los saludos. Cree, firmemente, que él es un maestro de la gasfitería a carta cabal y sus manos, curtidas por el oficio, honran ese aprendizaje que comenzó apenas llegó a Guayaquil.

Fotografías: Lente Verde.

“Comencé trabajando como oficial cuando comenzaron a construir la ciudadela Alborada —recuerda—, hace un gajo de años. Me tocó romper el pavimento a puro puño, con combo y cincel. Eso sí era duro, pero ahí aprendí los secretos de este oficio”.

Para De León, la falta de trabajo tiene mucho que ver con la actitud de la gente, pues asegura que hay personas que ni bien son contratadas en alguna casa ya se van llevando algo: “Eso no se hace, mi pana. Y por uno pagamos todos. Lo bueno es que a uno ya lo conocen, mi Dios sabe que es así”.. 

Son las 10:00 de la mañana, por los portales de la calle Luque circulan vendedores de café, yerbaluisa, chocolate y sánduches de queso y mortadela. Siguen deambulando porque, para muchos, ese será su almuerzo si no logran conseguir algún trabajo. 

De León está tranquilo porque ayer se hizo 120 dólares en tres horas de trabajo en una villa de Samanes, donde ya lo conocen. Pese a ello, está allí porque no sabe lo que le deparará el destino y solo “Dios es el que dice: toma, ahí te mando, 20, 10, lo que sea”.

En camiones se los llevaban

A pocos metros de allí se encuentra Luigi Paguay, de 63 años, oriundo de Jipijapa (provincia de Manabí), arrimado a un poste, justo frente al edificio Charni Dáger Abifandy, de Radio Cristal. En actitud introspectiva, solo muestra un bailejo con mango de madera al que el uso y el tiempo le ha sacado filo.

Lo mismo que De León, aunque con cierta desconfianza y sin mirar de frente, Paguay cuenta que llegó al barrio cuando todo era muy distinto pero, sobre todo, cuando había trabajo no solo por dos o tres días, sino por algunos meses.

“Por los ochenta, a esta hora, esto era full de gente, hombres y mujeres —asegura Paguay—. No me va a creer, pero a la gente se la llevaban en camiones, en especial a las mujeres que trabajaban puertas adentro, en esa época esa era la costumbre. Las chicas venían con maleta y todo porque sabían que se iban a vivir en las casas donde las contrataban”.

De rato en rato, golpea el bailejo contra el poste en una especie de señal de que está listo para el trabajo, y sigue con sus apreciaciones sobre la situación actual:

“La cosa está dura. Mire usted si ha venido algún carro a pedir un maestro. El único que vino fue un señor a buscar chofer para un camión, pero quería pagar 20 el día y sin almuerzo. Tuvo que irse porque nadie trabaja así, al menos un chofer profesional”. 

Las “bases”

Sin dejar de mirar hacia abajo, como si estuviera leyendo en el piso todo cuanto dice, Paguay tiene su propia teoría sobre la falta de trabajo en este sector: lo que él llama “bases”, que no son otra cosa que los grupos de maestros albañiles, pintores y electricistas que se agrupan en sectores estratégicos de las ciudadelas del norte como Sauces, Samanes, La Puntilla y todas las ciudadelas de Samborondón. Y sobre estas afina: “¿para qué van a venir hasta acá a buscar (a la calle Luque) si allá mismo los consiguen?”.

Con una voz entre nostálgica y desanimada, y tal vez sin saber que no faltan quienes dicen cosas parecidas de los migrantes ecuatorianos en el extranjero, afirma que la llegada de venezolanos perjudicó la demanda de mano de obra, pues “ellos se van a trabajar por la mitad de lo que cobra uno de nosotros, aunque esos manes no saben bien del oficio. Dicen que a uno se le había caído una losa el otro día”.

Paguay, que ha llegado a las siete siete de la mañana, solo se quedará hasta la una de la tarde. De León hasta las cinco y la mayoría hasta las seis, cuando el ímpetu del día deponga sus armas y oscurezca.

Una ayudita

Uno de los que se queda hasta más tarde es Joselo, quien viste una camiseta de la selección, jean y zapatos Nike que ya piden urgente relevo. 

A diferencia de los demás, él no busca empleo; él ayuda a encontrarlo. Tiene un manojo de tarjetas en la mano izquierda con nombres de “personas influyentes” que siempre están necesitando, por ejemplo, empleadas domésticas. 

Joselo no está quieto en un solo sitio, sino que se mueve de un lado a otro en busca de alguien a quien recomendar.

“Ahí me dan cualquier cosita por la ayuda —dice—. Pero no crea que yo recomiendo a cualquiera. Es gente conocida que por alguna causa pierde el trabajo y regresa acá a buscar alguito. Usted sabe, hay patrones que hostigan, que son de pocas pulgas y que no aguantan mucha vaina”.

Un terremoto que no deja de temblar

A diferencia de los hombres, hay pocas mujeres en busca de empleo en este sector: no pasan de diez en las cuatro esquinas que delimitan la “agencia de empleo” de la calle Luque. La mayoría quieren trabajar como empleadas domésticas, pero aceptan lo que haya porque el tiempo no está para muchas exigencias. 

Una de ellas es Dolores Vélez, de 22 años y oriunda de Bahía de Caráquez (Manabí), a quien el terremoto del 16 de abril de 2016 la echó con todo y familia hasta Guayaquil, donde tuvieron que empezar de cero. 

Bachiller y con un modo de expresarse firme y aplomado, la joven de ojos negrísimos, como uvas recién lavadas, no tiene reparos en contar su historia.

“El terremoto nos dejó con lo que teníamos puesto. Perdimos lo poco que teníamos y nos vinimos a Guayaquil, donde unos tíos que ya vivían tiempo acá. Así comenzamos. Mi papá encontró empleo de guardia de seguridad, mi mamá es costurera y yo primero me metí en una camaronera de Durán”, relata la joven.

De la camaronera tuvo que salir hace apenas 15 días porque el frío le estaba afectando a los huesos y el pago no era tan bueno. Tenía que llenar dos gavetas diarias de camarones para ganar ocho dólares. 

De súbito, un auto blanco aparece, baja la velocidad y, antes de que detenga la marcha del todo, al menos 10 personas lo han rodeado con la esperanza de conseguir algo. Todos hablan, todos preguntan, todos se dicen los mejores, todos quieren asegurar el pan del día. Tras un breve diálogo, solo uno se embarca con rumbo desconocido. 

Dolores observa el desenlace feliz de aquel favorecido y marca discretamente un número en su celular de baja gama. Lo único que se le escucha decir es que le guarden el almuerzo…, así llegue un poco tarde.

Una pandemia antilaboral

El expresidente Lenín Moreno firmó el 17 de marzo de 2020 el Decreto Ejecutivo 1017, mediante el cual se establecieron una serie de medidas para afrontar la pandemia de covid-19. 

Entre estas estuvieron restricciones a la libertad de tránsito y reunión, se implementó un toque de queda, se cerraron parcialmente aeropuertos, se suspendieron las clases de forma presencial y las actividades no esenciales y se instauró el teletrabajo. 

Como consecuencia, según cifras del Banco Central, el Producto Interno Bruto cayó 12,5 %, lo cual se vio reflejado en una mayor pérdida de empleo. A septiembre de 2022, en Ecuador ya habían 354.324 desempleados, de acuerdo con datos del INEC. O, lo que es lo mismo, el 4,1 % de la Población Económicamente Activa no tenía trabajo.

Se sabe, por un reporte del segundo trimestre de 2022 del INEC, que la ciudad con mayor tasa de desempleo en el país es Quito, con 9,2 %, muy por encima de Guayaquil, que tiene 3,8 %, y de Cuenca, con 5,1 %.

Las cifras del INEC, no obstante, reflejan cierta mejoría con respecto al decrecimiento del desempleo, toda vez que, en septiembre de 2021, el número de desocupados era de 412.441; y el ministro de Economía Pablo Arosemena prevé que para este año el empleo crezca un 2,7 %. 

De vuelta al barrio, el panorama sin embargo no parece muy distinto. Se oyen bromas, risas, apodos, palabras que se cruzan entre sí y dejan entrever una cierta camaradería a prueba de crisis. Mientras, la esperanza sigue pasando de mano en mano hasta que a alguien, quizá al menos pensado, se le haga realidad.