Derechos humanos

Ya basta de “bla, bla, bla” sobre el clima

COP
Ilustración: Manuel Cabrera.

El día en que Greta Thunberg llegó a la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático de 2018, más conocida como COP24, tenía solo quince años, y sin embargo su reclamo a los líderes del mundo se basó en algo que, a esa edad, es poco común recriminar a los mayores: la falta de madurez. 

No son “lo suficientemente maduros para decir las cosas como son”, dijo indignada la activista sueca. Se apropió de las frases más usadas en esas cumbres y, en 2021, le puso lo suyo: “reconstruir mejor, bla, bla, bla”, “economía verde, bla, bla, bla”, “emisiones cero para el 2050, bla, bla, bla”. 

Ese ha sido uno de los mecanismos mediante los que Greta y otros tantos jóvenes y adultos han renovado la atención mundial en torno a un encuentro que estaba relegado en la agenda de los medios, principalmente por, más allá de lo diplomático, no aportar ningún o muy pocos ingredientes noticiosos para hacer frente a la crisis climática.

Y más aún si se considera que la meta de limitar el aumento de la temperatura en el planeta se acordó por primera vez en Copenhague, en 2009. Miles de jóvenes en todo el mundo se sumaron por entonces al pedido de eliminar el carbón como fuente de energía; se esperaba, al menos si nos basamos en las declaraciones y discursos, que llegaran las acciones necesarias para llegar a la meta. 

Sin embargo, han pasado veintisiete años de cumbres climáticas de las Naciones Unidas sin mayores resultados. El 18 de noviembre finalizó su última edición en Egipto con ningún acuerdo concreto para detener la utilización de combustibles fósiles. Se habló de un fondo para compensar a las víctimas de la crisis climática, aunque con detalles poco claros sobre cómo será ejecutado. O como diría Greta: “bla, bla, bla”. 

La joven sueca Greta Thunberg, activista medioambiental, ofrece un discurso sobre los peligros del cambio climático.

¿Cómo se explica ese resultado algo menos que tibio tras tantos años de debates? La respuesta quizá esté detrás de las cámaras de la COP, pues varias empresas a las que no favorecen los acuerdos sobre sostenibilidad son los principales auspiciantes. En este año, por ejemplo, entre los diecinueve patrocinadores estuvieron una multinacional de gaseosas cuestionada por su impacto ambiental y una aerolínea responsable de un accidente en el que murieron sesenta y seis personas por la combustión de un cigarrillo que alguien fumó en cabina. Y otros más con ese tipo de cosas que dan qué pensar. 

Como si no fuese suficiente la presión por no quedar mal con los auspiciantes, a las conferencias asisten, además, personas encargadas de resguardar los intereses de las corporaciones con mayor huella ecológica en el planeta: se estima que a la COP de este año asistieron 636 lobistas, un hecho sobre el que los más suspicaces intuyen (intuimos) que se debe a que aún no es “buen negocio” dejar los combustibles fósiles. 

Mientras tanto el tiempo corre. El planeta se calienta. Y los estudios científicos dicen que nos quedan 41 años hasta el fin del petróleo, 155 hasta el fin del gas y 405 años hasta el fin del carbón.

¿Ecopostureo?

A los más críticos no les ha temblado la voz para decir que las COP adolecen de empatía. Para muchos presidentes y líderes mundiales esos encuentros sirven para lo que ambientalistas e investigadores han llamado “ecopostureo”. Lo que significa: llegar, tomarse fotos y pronunciar un discurso que suele resumirse en dos partes. En la primera le dicen al mundo sus “acciones” y hablan sobre su “compromiso” por la lucha ambiental; en la otra responsabilizan al resto de líderes por las acciones que aún no se han tomado.

Luego suele venir el apretón de manos, y la foto, la sonrisa o actitud comprometida con la crisis climática, y la foto, y no faltan medios que se ocupan de lo que más parecería importarle a varios de los líderes que asisten a esas cumbres: publicar dichas fotos. 

Para el momento del acuerdo final, la mayoría por lo general ya ha vuelto a sus países de origen y así, en muchas ocasiones, evitan responder preguntas incómodas sobre los pobres avances respecto a los temas importantes sobre el clima.

De modo que para que las COP tengan resultados efectivos tal vez lo mejor sea que se reestructure todo, desde la organización, en la que no se deberían recibir auspicios de empresas con un claro interés en que las economías del mundo dependan de combustibles fósiles, hasta las dinámicas de las discusiones mediante las que se llega a un acuerdo final. Exigirlo queda en manos de quienes votamos. Ya lo dijo la activista y ambientalista alemana Luisa Neubauer: “nada asusta más a un gobierno que ver a sus votantes salir a la calle”.

Han pasado veintisiete años desde la organización de la primera cumbre climática de las Naciones Unidas y aún no se vislumbra ningún resultado.

Todo cambia, no solo el clima

Las alteraciones en el clima son solo una parte de los cambios globales que produce la crisis ambiental. Por si hay quien aún no “cree” que se trata de una crisis, algunos datos: 12,6 millones de personas mueren cada año por vivir o trabajar en un medioambiente degradado; cada día respiramos, comemos y bebemos microplásticos y nanoplásticos, lo que deviene en enfermedades respiratorias, cardiacas y genéticas, entre ellas, el cáncer. Y, según la misma entidad organizadora de las COP, es decir, las Naciones Unidas, una de cada seis muertes en el mundo se relaciona con enfermedades ocasionadas por la contaminación. 

La cifra anterior triplica la suma de las muertes por sida, malaria y tuberculosis y es quince veces mayor a las muertes causadas por guerras, asesinatos y otras formas de violencia. 

Con la extinción de ecosistemas que provoca la crisis del clima también se extinguen especies y, en ese camino, se incrementa el riesgo de alterar el equilibrio del planeta. La ciencia desconoce aún cuántas especies son necesarias para que la Tierra “funcione” para los humanos. Pero, por citar un ejemplo, hay microorganismos que controlan ciclos biogeoquímicos como el del oxígeno: parte del aire que respiramos es producido por microbios que hacen la fotosíntesis en el mar, y si se extinguen sobra decir que sería muy grave. 

La microbiología, sin embargo, ni siquiera suele entrar en los debates sobre el cambio climático, debido a que es muy difícil que alguien se preocupe por un microbio que no puede ver y quizá ni siquiera sabe que existe. 

No es el caso de otras especies, como el oso panda, un mamífero que salió de la lista de especies en peligro de extinción en 2016. En su caso, la ciencia demostró que la ternura que inspira y su carácter bonachón (¡quién no ama a los pandas!) estimulan la producción de oxitocina en los humanos, una hormona que desencadena sentimientos de amor y protección. La misma que producimos al estar en contacto con un bebé. 

De acuerdo con un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (o WWF en inglés), la extinción de otras especies nos hace vulnerables a futuras pandemias provocadas por virus. Entenderlo no es difícil: al tener menos “huéspedes” potenciales, los virus buscan la manera de sobrevivir y, en ocasiones, pasan a los humanos. De hecho, al inicio de esta última pandemia se creyó que el mamífero en peligro de extinción más traficado en el mundo, el pangolín, era el propagador del coronavirus. Tras analizarlo no se encontraron rastros de SARS-CoV-2, pero sí otros virus capaces de pasar a los humanos y causar afecciones como el VIH

De ahí que la comunidad científica alertó al mundo sobre una posible y próxima gran pandemia, que podría originarse por un virus transferido del pangolín a personas. Y el riesgo parece mayor cuando se considera que el consumo de su carne es sinónimo de estatus social alto en Vietnam y otras regiones de Asia.

Al inicio de esta última pandemia se creyó que el mamífero en peligro de extinción más traficado en el mundo, el pangolín, era el propagador del coronavirus. Tras analizarlo no se encontraron rastros de SARS-CoV-2.

Un grado más de temperatura no es poca cosa

En la Tierra ya se han dado cinco grandes extinciones. De ellas, la más devastadora fue la del periodo conocido como pérmico, hace más de 250 millones de años, y su causa principal habría sido el calentamiento del planeta. En ese entonces, para que desapareciera el 96 % de las especies, solo fueron necesarios cuatro grados centígrados de incremento en la temperatura global.

Pensemos que ahora la Tierra es un grado centígrado más caliente en relación con los siglos XVII y XVIII, antes de la revolución industrial. A ese respecto, los estudios sobre registros fósiles y extinciones no son muy alentadores: las primeras especies en desaparecer generalmente son las más grandes y abundantes. Es decir, en los tiempos actuales, los humanos. Y hay algo más: las extinciones suelen ocurrir por un hecho que se convierte en catástrofe en un tiempo relativamente corto, en lapsos de dos o tres años.

Los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) estiman que el mundo alcanzará un calentamiento de 1,5 grados entre 2030 y 2052. Por eso, la meta de evitar que la temperatura global ascienda dos grados. Si eso pasa, “los impactos serán severos, generalizados e irreversibles para las personas y los ecosistemas”, y en aquello hay consenso entre la comunidad científica.

El IPCC ha alertado también acerca de que, si no se toman las medidas necesarias, al final de este siglo el aumento de la temperatura global tendrá un promedio de cuatro grados centígrados. Es decir, el mismo incremento que habría causado la extinción del 96 % de las especies en el planeta hace 250 millones de años. 

El futuro lo hacemos todos los días

Hay un hito en la lucha contra el cambio climático que, además de ejemplo, resulta esperanzador: la recuperación de la capa de ozono como resultado de la cooperación entre la ciencia, los líderes políticos de entonces, actores sociales…, la humanidad. Y no es algo lejano. Ocurrió antes de que terminara el siglo anterior, cuando las industrias dedicadas a la fabricación y venta de sistemas de refrigeración, aires acondicionados, aerosoles, solventes y demás utilizaban unas sustancias químicas llamadas clorofluorocarbonos (en adelante, CFC).

En 1974, los ganadores del Premio Nobel de Química, Irvine Sherwood y Mario Molina, plantearon que los CFC degradaban la capa de ozono. En 1985 se comprobó que era cierto, y al ver en riesgo aquella especie de filtro que nos protege de la radiación ultravioleta, del cáncer de piel, las cataratas, los daños a nuestro sistema inmunológico, entre otras afecciones, se emitió una alerta internacional que llevó a que dos años después se firmara el Protocolo de Montreal, en Canadá.

Mediante la firma de ese acuerdo los países del mundo se comprometieron a eliminar el uso de los CFC y el hueco que crecía sobre la Antártida se ha recuperado, al punto de que hoy en día se considera un problema controlado. Pero, a diferencia de otros encuentros internacionales, ¿por qué funcionó el Protocolo de Montreal? 

La recuperación de la capa de ozono es el resultado de la cooperación entre la ciencia, líderes políticos del siglo anterior, actores sociales…, la humanidad.

Las claves podrían resumirse en que, por un lado, la comunidad científica planteó una hipótesis que se demostró y fue puesta en conocimiento de la humanidad; y, dos: no solo se alertó al mundo sobre un problema, sino que se dieron alternativas para solucionarlo, a partir de incentivos para que la industria desarrolle sustitutos de modo que la gente pueda seguir con su vida y costumbres, utilizando los artefactos de siempre, pero sin el daño que causa el uso masivo de los CFC al planeta.

Ahora, la pregunta de la que depende el futuro es: ¿la humanidad podrá replicar ese hito para eliminar la propagación de gases de efecto invernadero en la atmósfera? 

Y la respuesta es que sí, que podría. Pero para eso son necesarias las decisiones y acciones concretas y efectivas que deberían asumir los cerca de 200 países que participan cada año en las COP y otras cumbres mundiales sobre el clima. Porque el esfuerzo individual no es inútil si se piensa en que somos ocho mil millones de personas las que habitamos el planeta. Porque todavía estamos a tiempo. 

Ya basta de tanto bla, bla, bla.