El fútbol llegó a la vida de Carolina Almeida en 1991, cuando a sus ocho años, en su natal Las Villegas, cantón La Concordia de la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, recibió una invitación en su escuela para que fuera parte de un campeonato de fútbol femenino.
Acudió al llamado y conectó con el balón desde el minuto uno, de ahí que siguiera jugando ya no solo en su diminuto terruño, sino también en otros dominios, como La Concordia y Santo Domingo.
Por eso, cuando su madre y su padrastro decidieron trasladarse a Quito, cinco años después, en búsqueda de un futuro mejor, lo primero que ella hizo fue buscar un equipo de fútbol.
En esa época, este deporte era una actividad connatural y casi exclusiva de la liturgia machista y heteropatriarcal. Pero Carolina ya tenía 13 años, amaba jugar, y experimentaba la tozudez de la adolescencia.
—Jamás vas a tener futuro en ese deporte— escuchó decir en repetidas ocasiones a su padrastro.
Entonces, se abstraía de las insidiosas elucubraciones del esposo de su madre y volvía a consignar sus sueños en la pelota.

Fue así que ganó todos los campeonatos en los que jugó durante sus estudios secundarios. No muchos, por supuesto, dado que la conformación de planteles de fútbol femenino en esos tiempos era la excepción y no la norma.
Ya graduada, ingresó a la UDLA —Universidad de Las Américas —, en donde volvió a conectar con un grupo de chicas que sentía la misma pasión que ella por el balompié. Allí conoció además a su mentora, Vero Marín, ahora directora de Dragonas, en donde jugaría más adelante, profesionalmente, durante cuatro temporadas.
La voz interior
Afrodescendiente, futbolista, mujer y bisexual, Carolina experimentó dos epifanías en su vida.
La primera cuando se alejó del fútbol para convertirse en bartender en un emprendimiento familiar, y la segunda cuando una peritonitis casi acaba con su existencia.
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En la primera ocasión, a sus 22 años, la voz interior la interpeló cuando el negocio que la distanció de su sueño quedó en la ruina.
¿Esto es lo que quieres para tu vida?, le espetó su conciencia. Entonces, arregló sus papeles, hizo sus maletas y viajó a la Argentina.
En la segunda ocasión, ya con 26 años, la vida le habló al oído cuando su cuerpo titilaba de pánico en la mesa del quirófano.
En ese momento, su temeroso juicio le dijo a su “yo” más íntimo: «Dios, todo este tiempo he vivido agradando a las personas, dame una oportunidad».
Finalmente, salió indemne de la cirugía, pero el peligroso affaire que había vivido su apéndice con el camposanto la orilló a resignificar su vida. En consecuencia, la mujer complaciente fue reemplazada por la mujer empoderada.
Hoy, a sus 33 años, además de ser futbolista, ofrece talleres en los que divulga información sobre diversidad y empoderamiento, desde su condición de futbolista y coach.
—Amo el fútbol, pero necesitaba complementarlo. Por eso decidí potenciar mis habilidades mentales, me gradué como coach deportiva profesional, y volví a jugar, pero desde otro lugar, sin permitir abusos y sopesando lo que a mi salud le hace bien.
Caro estaba menstruando
Carolina es consciente de que el talento, la disciplina y la dignidad no son atributos suficientes para que se tome en cuenta a las jugadoras en un equipo.
Anécdotas para dar testimonio de aquello le sobran, a pesar de que fue la primera futbolista ecuatoriana en ganar un torneo en un equipo extranjero —Independiente de Avellaneda— y de que en este plantel, en donde fue una de las goleadoras, completó 31 partidos invictos.
Tres años después de dicha hazaña y todavía con un inmejorable nivel, el director técnico desmembró el equipo, echando a varias de sus compañeras.
Ella decidió irse. Parte de sus valores son, asegura, “la lealtad y la autenticidad”.
En Lanús, otro de los conjuntos en los que jugó, le sucedió algo parecido.
Tenía un partido muy importante contra Gimnasia y Esgrima, pero no pudo entregarse como le hubiera gustado porque la menstruación le había llegado con un fuerte dolor en el vientre.
—Hiciste un pésimo partido —fue cuestionada de manera hostil por el director técnico, luego del encuentro. A partir de ese momento empezó a relegarla.
Para él y para su asistente las cosas había que ganárselas.
—¿Ganármelas? Yo no necesitaba demostrarles nada a ellos, sino a mí misma.
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«Hay cosas más importantes que la fama»

El día en que Andrés Encalada, seleccionador de la TRI Femenina, convocó a Carolina para que participara en un microciclo —2018—, ella volvió a Ecuador pletórica de contenta.
Esa felicidad, no obstante, le duró un suspiro.
La concentración fue en Guayaquil, en un lugar en donde los dormitorios y la comida —según relata— dejaban mucho que desear.
—Los postres tenían demasiada azúcar, y el trato recibido no era el que nos merecíamos, pero a muchas compañeras no les importaba que les faltaran el respeto, con tal de llevar puesta la camiseta de la selección.
La participación de Carolina en la TRI fue breve.
Encalada siempre tuvo una línea fija de futbolistas, manifiesta, de manera que ella era una volante de relleno, jugando, además, en una posición que no era la suya, y decidió marcharse.
—No importó mi trayectoria. Muchas jugadoras nos vendemos por estar en un equipo, incluso si estamos en la banca. ¿De qué sirve que te convoquen si no te dejan jugar? Hay cosas más importantes que la fama.
“No eres lo suficientemente negra”, ¿un obstáculo para destacar en el fútbol femenino?
Cuando Carolina llegó al Club Leonas del Norte varios hechos le sorprendieron.
Allí se vio forzada a poner límites a sus colegas más jóvenes, que desdeñaban las reglas de convivencia.
—No botaban la basura y ponían música a todo volumen.
Esa queja, elevada a la dirigencia, le valió un largo acuse de recibo: sus compañeras la hicieron a un lado, no le pasaban la pelota, no la querían en el equipo.
Además, Jenny Herrera, la entonces entrenadora del plantel, censuró el proceder de Carolina por haberse saltado el organigrama al haberse quejado.
—Me di cuenta, en ese momento, de que estamos a años luz de ser profesionales. Las chicas me hacían bullying por leer, y por no ser lo suficientemente negra.
—Tú eres pintada —le decían.
«Pareces macho»

El que Carolina se preparara para dejar de ser obsecuente, con las injusticias y con las cosas que no están bien, fue un obstáculo para que asegurara su permanencia en Universidad Católica, en donde jugó unos meses.
Ingresó a este equipo, sobre todo, para elevar su nivel, pero se encontró con una novedad que la inquietó: el maltrato que había entre sus compañeras.
— Hay jugadoras que maltratan a sus colegas, a las menores, sobre todo. Y algunas de esas maltratadoras son extranjeras.
Carolina protestó y hubo consecuencias.
–Nos botaron a todas las que nos quejamos, pero soy una persona que no se queda callada y que si debo pagar un precio, lo pago…
Justamente, en este equipo, una de sus compañeras, sin ningún atisbo de rubor, le hizo un comentario homofóbico.
—¿Por qué te rapas el pelo así? ¡Pareces macho!
Ese tipo de ofensas, con apariencia de pregunta, suelen ser comunes en el campo deportivo, dice Carolina. A ella este comentario, sin embargo, la despedazó.
—En el fútbol hay mucha diversidad, pero por agradar al entrenador o a la entrenadora las chicas dejan de ser ellas, pierden sus valores y su humanidad. Es muy difícil salir del clóset.
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Gay Games y sororidad en el fútbol femenino
Actualmente, Carolina está en conversaciones con algunos equipos del ascenso. Sin embargo, se siente decepcionada con todo lo que ha visto y vivido. De modo que ha volcado su mente y sus expectativas en el activismo, en talleres de salud mental, en un emprendimiento gastronómico con capital semilla de la Fundación Diálogo Diverso, y en un proyecto cuyo objetivo es la conformación del primer equipo ecuatoriano de Gay Games (especie de olimpiadas pero de la población LGBTIQ+).
En eso se halla la mujer que gambeteó en los estadios Libertadores de América y El Cilindro; que disputó los clásicos Racing/ Independiente; que marcó goles en el Ferro; que se paseó por el Ducó…
Que jugó en Universidad de Las Américas, en la San Francisco (USFQ), en Nacional, en la Selección de Pichincha, en la Selección de Ecuador, en Independiente de Avellaneda, en Huracán, en Lanús, en Leonas del Norte, en Dragonas y en Universidad Católica.
Equipos en los que pudo conocer a compañeras que la respetan y que, sobre todo, valoran sus exigencias para que el fútbol femenino goce del mismo nivel, atención y prestigio que el masculino.
—¿Qué necesita el fútbol femenino ecuatoriano para salir adelante? —le preguntamos.
—Entrenadores o entrenadoras realmente preparados, que estén dispuestos a hacer lo que se requiere para sacar a un equipo adelante, y eso incluye estudiar el cuerpo de la mujer. Por el lado de las chicas, ser disciplinadas y estudiar, y no me refiero a la educación tradicional. Sino a oratoria, negocios, superación, habilidades que una debe desarrollar y que el club nunca te va a enseñar. ¿Sabes por qué? Porque una mujer preparada es una mujer que no puede ser discriminada ni explotada.





