Quitofest, el peso masivo de la nostalgia

Quitofest
Fotografía: AHIP, Flickr. Ilustración: Manuel Cabrera.
El Quitofest de las masas y la variadísima oferta ahora junta a los veteranos británicos Venom con la rapera española Mala Rodríguez, los estadounidenses Ho99o9 y los mexicanos Mignight Generation. Una suerte de herejía contra los viejos herejes, que no es nueva en los festivales del mundo.

La última vez que refresqué mis recuerdos sobre el Quitofest estaba en la larguísima fila del Festival Contra Corriente. Fue el sábado 20 de agosto de 2022. Había viento pero la cerveza en las latas estaba tibia y el humo en las ollas de canelazos apenas se disipaba. En el barrio El Dorado caía una lluvia leve sobre miles de espectadores de un concierto que reviviría escenas pasadas en el Parque Itchimbía.

Para Contra Corriente habían armado tres escenarios fuera del Palacio de Cristal, del Centro Cultural Itchimbía. Adentro, se había formado un backstage que incluía zona de camerinos. El concierto, con un cartel muy variado (desde reguetón hasta hardcore), sería la antesala del regreso del Quitofest, aunque por esos días los organizadores de este último apenas tenían certezas sobre el gran escenario que se montaría allí para los shows del 3 y 4 de diciembre. Un festival le había abierto camino al otro.

La nostalgia parece un sentimiento inevitable en los conciertos masivos. Y de tan masivos –al Quitofest 2022 de este 3 y 4 de diciembre se espera que asistan unas 15 mil personas por día– su realización hace sentir a los aficionados habituales de la música en vivo lo que sienten los fanáticos del fútbol: extraños entre tanta gente que no va a este tipo de espectáculos durante todo el año. Pero de repente hay gran expectativa. Y los habituales se incordian, se incomodan, como si la mina que frecuentan fuera saqueada por una multitud.

Público asistente al Quitofest el 4 de diciembre del 2022. Fotografía: Román Miranda para Bagre.

—El Quitofest existe para la gente que no tiene el poder adquisitivo con el que pagar una entrada y que toda la vida ha querido ver a bandas como Venom. O para quienes tampoco pueden viajar a ver esto en otro país —me dice el músico y productor Álvaro Ruiz, director general del Quitofest.

El festival nació con entrada libre hace 19 años, recuerda al otro lado del teléfono, desde Pifo. A partir de este festival –o del trabajo de su equipo– nacieron otros, que sí cobran entrada: El Carpazo, Funka Fest o El Descanso. Pero también Contra Corriente, para el que no se venden boletos.

Uno de los puntos más altos a los que llegó el cartel del Quitofest en cuanto a cartel metalero (por la cantidad de bandas internacionales que convocó) fue el de 2017. A la segunda jornada de conciertos de ese año vinieron Sepultura (Brasil), Kataklysm (Canadá), Barón Rojo (España) y Suicide Silence (Estados Unidos).

La banda española de heavy metal Barón Rojo. Foto: cortesía Fundación Música Joven.

También fue la primera vez que se cobró un precio por la entrada (30 dólares), pero la asistencia fue baja (unas 4.000 personas por día) y las pérdidas, enormes. Un fracaso del que los organizadores todavía no se han recuperado y del que han tratado de salir a través de convenios con proveedores habituales y algunos trabajos culturales.

A mediados de septiembre de este año, los ingleses Venom hicieron público en su portal web que vendrían al Quitofest 2022. Para ese momento, el resto del cartel no se había develado. Ni siquiera había certezas sobre el regreso del festival después de su edición virtual en pandemia y una discreta edición 2018 (cada entrada tuvo un precio de 10 dólares) en el Parque de las Diversidades, al sur de la capital.

Venom es una banda inglesa a la que se le atribuye ser creadora del primer black metal, la música más extrema de su época: la década de los ochenta. Y es también uno de los grupos que mejor aprovechó la estética demoníaca en la historia musical. Solían presentarse cada seis meses en Inglaterra, su país, en lugar de apuntar hacia Estados Unidos, lo que les dio un aura underground que conservan pese a los cambios de formación y a sus devaneos con un pasado que ha sido superado ampliamente por contemporáneos suyos (Mercyful Fate o Motörhead) y, aún más, por quienes aparecieron después en el género (Carcass o Hypocrisy).

Público del Quitofest el 4 de diciembre del 2022. Fotografía: Román Miranda para Bagre.

El Quitofest de las masas y la variadísima oferta ahora junta a estos veteranos británicos con la cantante rapera española Mala Rodríguez, los estadounidenses Ho99o9 y los mexicanos Mignight Generation. Una suerte de herejía contra los viejos herejes, que también tendrá de acompañantes a los ecuatorianos Can Can, Mortal Decisión, La Madre Tirana, Deathweiser, Cometa Sucre, Narcosis, Pikawa, La Bomb, Perro en Misa y los NIN en ensamble con la Banda Sinfónica de Pichincha.

No es nuevo que haya esta oferta en festivales de todo el mundo. Ni siquiera a Venom parece importarle, pero un sector de la audiencia se queja y ha llegado a borronear los nombres de las bandas del cartel como si los ingleses fueran los únicos por los que merece la pena ir al Itchimbía.

Lo bello y lo triste

—Quisimos cobrar desde siempre el Quitofest (las entradas) porque creemos que la música debe ser pagada —le decía el productor Jalál DuBois al músico Jordan Naranjo (de la banda 3Vol) en una entrevista de “Dilemas, ideas & vidas” publicada hace seis meses.

En ese diálogo, el cofundador del festival también se hacía un cuestionamiento que reaparece cada año entre los aficionados a la música independiente o under: “No sé qué tan bien le hicimos a la escena. Aunque no tenemos una industria real. Al final, el público nos dio la espalda cuando cobramos”.

El debate sobre la presunta gratuidad (en realidad, ningún concierto es gratuito, aunque la entrada sea libre: todos cuestan, pero a veces la producción la pagan organismos estatales, con impuestos, y eso hace posible que no se cobre por boleto y se cumplan derechos) ha tenido varias páginas escritas en el periodismo cultural, esas que a veces quedan ocultas entre las caprichosas opiniones de redes sociales.

Público en el Quitofest el 4 de diciembre del 2022. Fotografía: Román Miranda para Bagre.

Lo relevante, creo, es que DuBois también le devolvió la crítica a las bandas nacionales que le exigieron con vehemencia los pagos luego de un concierto que no tuvo el cartel de Sold out colgado en sus boleterías, allá por agosto de 2017:

—Ni una banda se preguntó ¿por qué no tenemos ni mil personas que paguen por vernos? El éxito es tener fans, pero no hubo esa reflexión. No hay autocrítica.

Lo dijo luego de recordar cuando la Fundación Música Joven, que integra, organizó el concierto de Morrissey en el Teatro Nacional en 2015. De un aforo de 2 200 espectadores, al show del exintegrante de The Smiths fueron 800. Pero Morrissey, antes de irse de su hotel en Quito hacia el aeropuerto, le dijo a DuBois: “perdóname por no haber podido darte una casa llena”. Él, sí, autocrítico.

Ahora que el equipo de producción del Quitofest –unas ocho personas que Álvaro Ruiz califica de “esencial”– ha retomado el evento, los productores explican que el hecho de que haya bandas que vuelven a integrar el cartel de cada edición se debe a “momentos históricos, coyunturas que atraviesan; como MadBrain que presenta un nuevo disco y regresa al festival a los doce años. O Can Can que estuvo mucho tiempo sin tocar y repite escenario luego de trece años. Deathweiser, que toca thrash metal, había abierto la jornada metalera de hace un lustro, pero por su calidad ahora estará en otro horario”, uno mejor, dice Ruiz.

—Odiadores siempre van a haber. Me gusta leer comentarios positivos, claro, pero no nos afectan las críticas. No se puede complacer a todo el mundo. Han de ir y han de pasar chévere.

La impronta femenina y un ensamble sinfónico-andino

Mientras en el colombiano Rock al Parque las bandas Crypta (Brasil), Asagraum (Países Bajos) y Frantic Amber (Suecia) representaron la impronta de las artistas mujeres dentro del metal, en el ecuatoriano Quitofest la idea de que un cartel se nutra de músicas se ha consolidado poco a poco.

Ambos festivales se diferencian por la magnitud de sus convocatorias anuales, pero suelen recibir críticas similares. Álvaro Ruiz confirma que se acercaron a los redivivos Pantera, pero el presupuesto que requerían los sobrepasaba. El criterio para traer a Venom tuvo que ver con su arribo a festivales cercanos.

—De las 16 bandas que presentaremos, cinco incluyen a mujeres: La Bomb, Can Can, Perro en Misa y, obviamente, Mala Rodríguez —recuerda Álvaro—. Nos interesa cambiar ese espectro, que sea un número representativo, que sean cada vez más.

Rima Roja en Venus en el Quitofest de 2013. Foto: Sacha Green / Flickr.

Otra de las novedades es el ensamble de los 43 músicos de la Orquesta Sinfónica de Pichincha con los raperos kichwas Los NIN, que recorrió la “Ruta Sonora de los Yumbos” en donde participaron medio centenar de gestores culturales de la Sierra. Hubo talleres para lutieres y el proceso culmina con los montajes en escenario.

El maestro Wilson Haro López es quien lleva la batuta de la Orquesta y ya han realizado varios conciertos con este ensamble. Al Quitofest llegan por gestión de la Prefectura de Pichincha, mientras que el resto del festival tiene como financista a la Secretaría Metropolitana de Cultura del Municipio de Quito.

El acceso de un gran público a este tipo de eventos es válido como intento de cerrar una brecha en la oferta cultural. Quizá dejar de lado la nostalgia que nos provocan bandas ochenteras y conocer a nuevos grupos, aunque nosotros estemos envejeciendo, nos permita extender hacia el futuro lo que añoramos de un pasado no tan lejano.

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