El viernes 31 de marzo José Lucas se dio por vencido. Desayunó café con arepas y luego se tragó su orgullo y terquedad, rasgos que siempre le objetaba su familia como sus mayores defectos. Llamó por teléfono a su hermano Juan para ponerlo al tanto de la decisión que había tomado.
La conversación fue breve y ambas partes estuvieron de acuerdo en todo. Así fue como a inicios de mayo, José, de 62 años, dejaba Caracas para regresar a Ecuador en un viaje de cuatro días en bus. La familia le envió 250 dólares para el pasaje. El último de los cinco hermanos, Lucas, abandonó Venezuela a donde había llegado un invierno hacía 30 años.
Sus cuatro hermanos, ahora con hijos adultos y con sus propios hogares, hace seis años viajaron a Manta sin mirar atrás. José se resistía. Su mujer y sus dos hijos también regresaron antes, José no, se quedó. Las cosas iban a mejorar, solo había que tener paciencia, sostenía. Pero las cosas no mejoraron. José aguantó hasta cuando pudo. La crisis económica y social en Venezuela no tiene fecha de caducidad y así lo entendió.
La historia de los Lucas es la de miles de ecuatorianos que dejaron su país y emigraron a Venezuela, pero que han hecho luego el viaje de retorno. Vuelven como se fueron: pobres, casi todos. El hambre los trae de regreso al que fue su primer hogar.
Tal vez Pedro Holguín fue uno de los primeros habitantes de El Aromo que llegó a Venezuela. Quizás también fue de los primeros que convenció a sus familiares para que hicieran maletas y prueben suerte lejos de Manabí.
El Aromo es un pueblo de la zona rural de Manta de dos mil habitantes donde Venezuela ha estado presente desde hace más de 60 años.
Pedro era un pescador y en barcos recorrió varios puertos del mundo. A inicios de 1960 se radicó en Caracas. Trabajó como albañil y luego vendía cervezas en los carros de la empresa Polar. Tenía una zona y personal a su cargo.
Cuando llegó a El Aromo de visita vio lo que conocía: pobreza en su pueblo. Pedro les dijo a los suyos que en Venezuela había trabajo, los hombres en la construcción y en Polar; las mujeres como empleadas domésticas y en la confección de ropa. No era para hacerse ricos, pero sí para vivir sin mayores contratiempos, les explicó.
En 1965 quince de sus familiares y amigos cercanos hicieron el viaje. Otros más siguieron sus pasos porque las noticias que llegaban eran alentadoras: en la tierra de Bolívar existía el trabajo que faltaba en Ecuador donde se vivía una inestabilidad política.

Según los datos, en 1960 se registró la migración de unos 6.000 ecuatorianos en Venezuela, para 1981 eran 40.000 y para 1987 alcanzaban los 42.000 residentes, mientras que en el período de 2000 a 2003 se estimaba en 150.000.
Los principales motivos por los que los ecuatorianos, especialmente de las provincias de Manabí y Guayas decidieron emigrar a Venezuela en lugar de otros países era el clima, el idioma y mayor oferta de trabajo. El viaje era en bus.
Durante una época había tres viajes semanales, entre ida y vuelta con salida desde Manta a Caracas en la cooperativa Panamericana. Las cosas cambiaron hace cuatro años. Solo hay un flete por semana ahora.
César de 66 años y su hermano Carlos Delgado, de 59, trabajaron como albañiles en Venezuela, pero cuando el dinero dejó de alcanzar no lo pensaron dos veces. La realidad los abrumaba.
En marzo de 2017, la canasta básica de alimentos, incluyendo huevos, leche y fruta, costaba 772.614 bolívares. Una cifra que era casi cuatro veces el salario mínimo mensual, según datos oficiales de la época.
Ambos hermanos ahora viven en El Aromo y trabajan en lo que pueden. Hay días en que son albañiles, en otros agricultores. El pueblo está partido en dos por la Ruta del Spondylus, conocida también como la vía Costanera que atraviesa poblaciones que integran las provincias de Esmeraldas, Manabí y Santa Elena.
El día que llegó Chávez
El Aromo, que está a 30 minutos del centro de Manta, tuvo su cuarto de hora de fama cuando en julio de 2008 los presidentes de Ecuador, Rafael Correa, y de Venezuela, Hugo Chávez, pusieron la primera piedra en el sitio en el que se levantaría la Refinería del Pacífico, un proyecto que sería financiado por ambos países.
La propuesta era tener una planta que permita obtener productos petroquímicos y gasolinas de alto octanaje con una capacidad de procesar 300.000 barriles diarios. El crudo venezolano sería importado a Ecuador, y los productos refinados servirían para abastecer el mercado ecuatoriano y para exportar el excedente.
En la fallida refinería se gastaron 1.531 millones de dólares. De eso, lo único que quedó es un terreno aplanado, un acueducto, un campamento que este año fue utilizado como escuela de formación de policías y una vía de acceso.
Murió Chávez, se estancó el financiamiento con China, Correa dejó el poder y del proyecto cuestionado queda el terreno del tamaño de 540 canchas de fútbol.
Manuel Panchay nunca se dejó seducir para viajar a Venezuela. Decidió quedarse. En las fiestas de San Pedro y San Pablo, legiones de familias retornaron al pueblo a las celebraciones desde Caracas.
En las conversaciones, tomando cervezas Polar, sus amigos “venezolanos” lo intentaban convencer para que fuera con ellos a probar suerte. Manuel siempre dijo que no. Reconoce que le daba temor lo desconocido y por eso no fue nunca. Lo suyo es la pesca en alta mar.
Manuel bromeaba. Cuando se habló de la construcción de la refinería les pedía a su familia que se regresara porque iba a ver trabajo para todos en El Aromo. Todo quedó en una broma.

Ahora hay otra noticia. El Gobierno a inicios de este año adjudicó a la empresa Solarpackteam la construcción y operación de una central fotovoltaica. El proyecto cuesta 200 millones de dólares y se levantará en terrenos de la Refinería del Pacífico. Manuel espera que esta vez la promesa se cumpla y se pueda contratar a habitantes de su comunidad.
Eso desea Daniel Alonso de 28 años, que es hijo de una venezolana y un ecuatoriano. Toda la familia llegó a la comunidad hace tres años.
Daniel se ha acostumbrado a su nueva realidad pero dice que extraña la comida de su país y jugar basquetbol y béisbol. En tres años solo ha jugado una sola vez baloncesto.
¿Volverá a su país? Sí, pero todavía no. Las noticias que llegan no son alentadoras, mientras tanto él, su esposa y su hijo son parte de los siete millones de venezolanos que emigraron de su nación.
Por ahora Daniel trabaja como albañil y su pareja en un restaurante en la playa de Santa Marianita.
José Delgado es el presidente de El Aromo y reconoce que no tienen cifras oficiales de cuántos ecuatorianos regresaron para quedarse a vivir en los últimos años en el pueblo.
Para conocer esas información la ONG Plan Internacional realizará un censo este mes. Luego de tener los datos se desarrollarán varios proyectos sociales, señala el dirigente.
Hay días en que una densa niebla cubre el bosque húmedo de Pacoche y aquello llega hasta El Aromo.

La paja toquilla
En la comunidad hay un sector al que se lo denomina La Sierrita, porque hay temporadas de frío y se siembra la paja toquilla, que es un recurso que genera ingresos.
Las mujeres se ocupan del despicado, cocido y secado de la paja toquilla. Ese es el proceso que convierte la hoja de palma en los hilos que luego serán entrelazados para la elaboración de productos como los sombreros.
María López vivió 25 años en Caracas y regresó hace cinco. Es una de las que se dedica a esta tarea. Volvió a trabajar en lo que hizo de adolescente.
En Venezuela su trabajo era otro. Cocía camisetas en serie en su domicilio. Recibía la tela y los demás insumos; el producto logrado, mangas y cuellos, se unían a otras maquilas para lograr la confección final de las camisetas. La crisis destrozó el negocio que estaba a cargo de las ecuatorianas.
María tiene 50 años y dice que no volverá más al barrio El Guarataro en Caracas donde vivió. “De aquí me fui a los 20, ya regresé y no salgo más”, asegura.
Andrea Alonso fue de las últimas que regresó. Partió con sus padres a los ocho años y en el 2022 volvió a El Aromo. Tiene 21 años y para ella los recuerdos de Venezuela, su barrio y sus amigos están muy presentes.
Regresar no es un tema de conversación todavía en El Aromo. Mientras la crisis económica en Venezuela siga, son más los ecuatorianos que parten de allá que los que llegan. Es un viaje de cuatro días que deja atrás casi toda una vida.

Texto: Freddy Solórzano