Según un proverbio italiano, la belleza de una mujer reside en su pelo. Puede que este enunciado sea de una frivolidad insultante, pero en él subyace de cierta forma la importancia que tiene el cabello para nosotras las mujeres.
Anabel, de 33 años, trabaja con gel, una peinilla, una agujeta, hilos y sus habilidades para trenzar y coser. Se ubica todos los días, excepto los domingos, a un lado del puente que muere en las calles Manabí y Chile, en la Bahía de Guayaquil.
Sentada sobre un banquito rojo espera —junto a cinco compañeras— a alguna clienta que desee ponerse bajo el rigor de sus diestras manos. No come ansias. Ya llegarán, siempre llegan.
Mientras aguarda revisa su celular y cada tanto levanta la mirada. Es que labora sobre la calle, a la intemperie, lo que supone dos riesgos para ella: que le roben el teléfono o que algún vehículo la arrolle.
De pronto aparece Ginet Cabrera, venezolana, de 27 años y urgida porque la atiendan: luce dos trenzas torcidas, una más gruesa que la otra.
—No puedo andar así —dice con una sonrisa atenuada mientras pacta con Anabel el precio que le permitirá deshacerse del entuerto que lleva sobre su cabeza.
Una vez que ambas acuerdan la cifra —diez dólares— la peluquera se encarama sobre el cabello de Ginet. O más bien sobre su pseudocabello. A simple vista, todo lo que lleva la clienta sobre su cuero cabelludo parece natural, pero no es así.
Su melena ha sido mal entrelazada con unas extensiones de kanekalon, una fibra sintética de 20 pulgadas cuyo largo le llega hasta la sexta o séptima vértebra dorsal.


“Bendito” kanekalon
El kanekalon es una de las fibras más utilizadas en la industria capilar. Es versátil, duradero, práctico y resistente al calor, según los catálogos que lo promocionan. Pero sobre todo es barato.
Los tres ramilletes de kanekalon que lleva Ginet consigo le costaron diez dólares. Aunque su decisión de desafiar la parsimonia con la que crece su melena empezó hace una década, es la primera vez que lleva este tipo de extensiones.
—Las extensiones están de moda, pero no se trata solo de eso. Cuando te pones extensiones una vez, quieres llevarlas siempre, además puedes cambiar de look constantemente.
Esta maracucha de fácil conversación renueva su imagen —según relata— todas las veces que desea, de liso a rizado, de rizado a liso, de negro a rubio o de rubio a rojo.
—Ahora todo el mundo se pone extensiones. Tu ves que las artistas se cambian el pelo de rojo a azul. ¿Verdad? Ellas llevan extensiones porque el pelo no aguanta tanta decoloración.
Mientras Ginet habla de farándula —Karol G usa peluca, aclara— Anabel criba el cabello: separa el natural de las extensiones y coloca las hebras superficiales, como si fueran melcochas, en las divisiones del enrejado de la calle.
Luego las tensa y las coloca nuevamente en la cabeza de su clienta. Para ello unta gel en las hebras naturales —así doma el frizz— y va apretando el cabello para que el punto de la trenza guarde simetría. Lo hace con fuerza.
Anabel, quien tarda quince minutos en la faena, no tiene que pergeñar agujetas. Va fijando las extensiones a través del trenzado.

Anabel, quien aprendió el arte de hacer trenzas desde que era pequeña, también lleva extensiones, pero de cabello natural.
Las compró en Amazon —cuatro moñas— por la cifra de 250 dólares. Las adquirió afuera porque en Guayaquil solamente una moña —rodete de cabello— cuesta entre 150 y 200 dólares.
—Son para toda la vida, me baño con ellas, les pongo acondicionador; las llevo puestas uno o dos meses y luego me pongo otras que son onduladas.
Los cien gramos de pelo humano pueden llegar a costar entre 70 y 120 dólares en el mercado paralelo. El rizado —natural— es el más apetecido.

El cabello humano
La compra de cabello humano es otro negocio que se desarrolla en los alrededores de la Bahía. Por el pelo natural pagan —siempre que sea largo— entre 30 y 40 dólares. Hicimos un recorrido por la Bahía en búsqueda de las compradoras de cabello y encontramos a seis a tres cuadras de donde Anabel improvisa su peluquería.
Caminan sobre la vereda situada en la parte frontal de la Caja del Seguro, calles Olmedo y Francisco de Paula Lavayen, donde se dedican a abordar a potenciales clientas para convencerlas de que les vendan su cabello.
Nos aproximamos a una de ellas para preguntarle cuánto ofrece por el cabello y dónde realiza el corte. La jovencísima mujer responde que pagan entre 30 y cien dólares, dependiendo del largo, y que realizan la operación en la calle de atrás, en la Calixto Romero Tutivén.
Después de responder, la joven se retira del lugar con los ojos en su espalda. Asumimos que es migrante, asumimos que no tiene papeles, asumimos que tiene prohibido dar información, asumimos que el color de su piel —ante el manifiesto racismo ecuatoriano— la pone a la defensiva.

El cabello, la vida
El cabello significa tanto en la sociedad que no sólo ha sido un indicador simbólico de género, sino también de la condición social y religiosa. La forma en que cada uno lo presenta habla del individuo en sí, de cómo se siente, de cuál es su identidad.
Para los egipcios, el cabello en mujeres, hombres y niños tenía sus propias reglas. Los niños y las niñas llevaban el pelo afeitado, a excepción de un largo mechón del lado izquierdo, hasta llegar a la pubertad. El faraón casi siempre usaba peluca, igual que las mujeres.
El corte de cabello fue durante mucho tiempo un símbolo de identidad. Cada casta, cada tribu, cada comunidad lucía un estilo diferente como marca identitaria.
De acuerdo con estudios sociológicos, una buena parte de las mujeres se definen por su apariencia externa. Tener el cabello saludable puede ser un gran catalizador de belleza, y, desde luego, de autoestima. Por ello ir a una peluquería puede ser tan relajante como ir a una sauna o recibir un masaje.
La universidad de Yale —0una de las más prestigiosas del mundo, situada en New Haven, Connecticut— avala esta conclusión: “tener el pelo bonito da más energía que un buen desayuno”.
Según el estudio, el pelo tiene consecuencias psicológicas positivas que nos permiten ser más productivas, sentirnos más seguras, menos estresadas y más fuertes. La investigación, llevada a cabo entre 4.400 mujeres de todo el mundo, fue dirigida por la psicóloga Marianne LaFrance, quien ha consagrado parte de su carrera al análisis de las consecuencias que tiene el pelo en la psicología y de qué manera influye cómo llevamos el cabello.
—Un buen corte de pelo o color puede hacernos sentir más guapas o rejuvenecidas.
Pelucas y extensiones hacen magia
Una peluca de cabello natural cuesta 390 dólares en un local de la Bahía de Guayaquil. El set de siete capas de extensiones de cabello humano, de 22 pulgadas, con clips listas para colocar, cuesta 250 dólares en efectivo y 270 con tarjeta de crédito. El set de 7 capas de extensiones de cabello humano con clips, de 26” tiene un costo de 330 dólares en efectivo y 360 dólares con tarjeta de crédito.
Mientras que las extensiones de cabello sintético cortina (crespo), cuestan 15 dólares en efectivo y 18 dólares con tarjeta de crédito.

Las pelucas de cabello sintético tienen un valor de 30 dólares en efectivo. El precio de las extensiones de cabello 100% humano depende de la colección, pero puede costar entre 170 y 340 dólares. La colocación de extensiones de cabello lacio seminatural cuesta, con todo, 60 dólares. Las de trenzas africanas 70.
Un negocio dudoso
Si bien es cierto que el robo de cabello a mujeres es un delito de larga data en países como México, Colombia, Venezuela o la India, según reportes de medios como BBC, Excélsior, El Tiempo o El Clarín, en Guayaquil no existen registros de este tipo de atracos.
Pero en países como Ecuador, con graves problemas de desempleo y delincuencia, puede tener asidero. Hay que considerar además que se trata de un delito de fácil ejecución, y que poner una denuncia de estas no debe ser fácil para ninguna mujer.
¿Por qué? Acudir a una fiscalía con el cabello macheteado supone verse taladrada no solo por las miradas sino también por las risas.
En todo caso, Anabel, la peluquera trabajadora que se arriesga todos los días ubicándose en el borde de la calle, dice que las captadoras de clientas venden el cabello natural en una suma que oscila entre los 150 y los 200 dólares.
—Dicen que te van a comprar el cabello por treinta o cuarenta dólares, tú aceptas, te lo cortan, te pagan y cuando te das cuenta te han dejado huecos en la cabeza. Ni siquiera te puedes hacer un moño.

En la India, según un reportaje del año 2017, del diario mexicano Reforma, integrantes de una banda de roba cabellos, a quienes llaman peluqueros fantasmas, ingresaron a varias casas para buscar a sus víctimas. En Colombia, Argentina o Venezuela los ladrones han tomado a las mujeres del cabello a plena luz del día.
En Venezuela, en 2013, según la BBC, la alerta se hizo nacional luego de que una joven fuera apuñalada al resistirse al robo de su cabello.
Conocidos como pirañas en Venezuela, en la ciudad de Maracaibo es donde más robos de este tipo se han registrado.
El proverbio italiano sobre la belleza y el cabello se hace carne al observar los casos de robo de cabello. Y es que cuando nos miramos al espejo la mirada se dirige primero a la cabeza, de ahí que resuene tanto la frase: “tu cabello es la única corona que no te quitas”… A menos, claro está, que te lo roben.