«Existe, pero no es necesario creer en él».
Dominique Cerbelaud, Le diable
Aunque para algunos cinéfilos resulte absurdo esto que voy a decir, el cine de terror también encierra múltiples reflexiones y trabajo estético. Más allá de la sangre, las muertes, los efectos. Más allá de aquello y por eso mismo. Por ejemplo, quisiera empezar preguntándome: ¿de dónde nace esta fascinación que tenemos algunos —muchos, por cierto— por el cine que muestra muertes violentas, que pone en funcionamiento nuestros miedos inconfesables? ¿Por qué nos gusta sentir miedo?
Por supuesto, yo, como escritora y fanática del cine de horror, solo puedo ensayar algunas respuestas a estas y otras preguntas. Y, además, supongo que todos en realidad no podemos sino ensayar contestaciones no definitivas a ciertas cuestiones. Pues, siendo así, creo que no es que nos guste sentir miedo, sino que algunos reconocemos que es un sentimiento inevitable, y nos gusta explorar los diversos caminos que nacen de esa percepción.

Explotar el miedo, a través del cine, la literatura y otros, es quizás también una manera de autoconocimiento, una puesta a prueba de nuestro fuero interno. ¿Dónde están nuestros límites sensibles? ¿Qué es lo que realmente nos asusta? ¿Es posible tomar el lugar del villano, el del malo, el de un asesino? ¿Es posible que el ser amado sea aquel a quien más tememos, un monstruo?
Estas preguntas se plantearon los fans del horror en 1978 cuando se estrenó Halloween, historia original de John Carpenter y Debra Hill. Sin embargo, la historia que se cuenta en Halloween habría comenzado mucho antes, en el año de 1963, cuando un niño de seis años, Michael Myers, asesinó a puñaladas a su hermana adolescente, Judith.
Quince años después, Michael escapó del siquiátrico donde se encontraba y comienza entonces la historia de terror de Myers con Haddonfield, el pueblito de Illinois donde la gente, sin saber que el mal lo acecha, vive su vida normalmente, y envía a sus hijos a la calle en una noche de brujas. Esa noche se inició la historia entre Michael Myers y Laurie Strode (Jamie Lee Curtis).
A Myers se lo llama mucho The Bogeyman, lo que en nuestro castellano se traduce como el cuco. Y, si queremos ir más allá, es el eufemismo que utilizamos para no nombrar directamente al diablo.
Y esa es la historia que retoma la nueva trilogía de Halloween, dirigida por David Gordon Green: Halloween (2018), Halloween Kills (2021) y Halloween Ends (2022).
La primera cinta de esta serie no es un remake como el que hizo años atrás Rob Zombie. Tampoco sigue la línea temporal que se estableció luego de la primera entrega. Retoma la historia de cuando Myers y Strode dejaron de verse, quizás en la casa de Tommy Doyle o en el hospital, pero no hay en estas nuevas cintas alusión a que ambos pudieran ser parientes, una teoría que comenzó a barajarse en Halloween II (1981), la primera secuela que fue, de hecho, bastante exitosa para ser una segunda parte. Entonces, ¿por qué persigue Michael a Laurie?
Sencillamente porque ella sobrevivió a su ataque. Y porque ella, de alguna forma, era una presa más allá de la muerte física, era alguien que podía absorber el mal de Myers, hacerlo suyo, y, así, convertirse en su propio monstruo u hombre del saco.

Es decir, Michael Myers es el mal personificado. Nunca fue un ser humano completamente y prueba de ello es que haya cometido su primer crimen a la tierna edad de seis años. Un crimen despiadado. Un crimen que parece repetirse en el tiempo como un eco terrible. Un crimen que produce tal miedo que incluso los otros mortales pueden convertirse en monstruos.
Con esta última idea nace la trilogía de David Gordon Green. ¿Acaso Laurie Strode se convirtió en una especie de monstruo complementario a la brutalidad de Michael Myers?
Esta es, de hecho, la pregunta que se hace constantemente el médico de Myers y que también manejan los periodistas que le muestran a Michael la máscara que usó hace cuarenta años para cometer sus crímenes. ¿Es Laurie Strode un gatillo para la violencia de Michael Myers?
Ese nexo era el que se manejó de una forma u otra en todas las Halloween posteriores a la primera, pero siempre de forma algo rebuscada. Incluso hubo versiones que hacían de Michael Myers una especie de zombie que obedecía órdenes de una secta que actuaba bajo secretos designios en Seimhein.
Pero la verdad es que nunca quedó clara cuál era la conexión entre el asesino y su presa recurrente, Laurie, y que ya en esta trilogía se convierte en lo contrario, una perseguidora de Myers. Gordon Green tuvo buen cuidado de dejar expuesta esta inversión de papeles, haciendo también un homenaje a la primera entrega: Laurie espera algo fantasmal a su nieta Allyson afuera de la escuela, algo así como si la acosara; Laurie también cae del techo de su casa y desaparece enseguida, como le pasó a Michael luego de que el Dr. Loomis le disparara en la primera cinta; y Laurie llega a acosar a Myers, quien podría estar escondido en un clóset. ¿Quién persigue a quién?
En la nueva Halloween, estos roles se intercambian.

Ya en Halloween Kills, el rol de perseguidor pasa a la comunidad de Haddonfield, liderada por el oficial Hawkins y por Tommy Doyle, quien ya ha crecido y quiere vengarse por el miedo de tantos años.
Así, vemos que los vecinos del pacífico y temeroso pueblito, acicateados por el miedo, se tornan en una turba violenta que acosa a un hombre que escapó del sanatorio mental junto a Myers, lo acosan hasta que este salta de un edificio. Y esa persecución se produce al tiempo que la muchedumbre grita: “Evil dies tonight!”.
¿Es que el mal puede morir realmente? ¿Dónde se localiza?
En la tercera película, Halloween Ends, vemos que han transcurrido unos tres años desde que Myers asesinara de nuevo y desapareciera. En ese tiempo, Laurie ha tratado de reinsertarse en la vida del pueblo, vive con su nieta, dado que su hija murió apuñalada por Michael. Y trata de mirar al mundo de otra forma, sin desconfianza, incluso con clemencia. Es por eso que le presenta a su nieta a Corey (Rohan Campbell), un chico que fue acusado por homicidio negligente al asesinar por accidente a un niño al que cuidaba una noche.
La vida de Corey, desde ese suceso, no fue fácil y ha sido objeto de burla y maltrato, lo que nos hace pensar, ¿cómo no pasarse al lado oscuro luego de que la vida te jurara sucio, pasarse al rol de la máscara sin expresión que mata casi por compulsión?

El recurso de la máscara, que es el elemento que ha distinguido a Myers durante todas las cintas, tenía que cobrar otro significado. Ya se había reflexionado en las cintas sobre el reflejo de Myers en la ventana del cuarto de su antigua casa, lo que vio en ese reflejo, lo que no vio. Porque Myers parece desconocer su rostro, así como los espectadores: cabe recordar que la única vez que hemos visto de lleno la cara de Michael Myers fue en la primera cinta, la cara de un niño aún en shock por el asesinato que acaba de cometer.
El resto de cintas nos muestra un rostro a medias, siempre enmascarado, cubierto por una expresión impasible. Y, por eso mismo, escalofriante, porque ahí debajo puede estar el rostro de cualquiera.
Corey era el cuco que necesitaba Haddonfield cuando Myers desapareció de la escena. Y si bien a nivel de historia se entiende este cierre, es imposible quedarse satisfecho por los pocos minutos que tiene Myers efectivamente en la última película. Sí, había que cerrar la historia de Laurie y Michael y había que darle fuerza a la idea del mal como infección, como un algo oscuro que puede crecer en el corazón de todos los seres humanos y transformarlos en la maldad encarnada, pero la figura de Myers va desdibujándose en algo luego de tantas películas en las que era el horror indestructible, el rey de las resurrecciones.

Jamie Lee Curtis, como Laurie Strode. Fotografía: Diario AS.
Y tanto así se da este desdibujamiento que, en los créditos, el actor que hace de Myers no aparece sino como intérprete de “The Shape”. Se entiende la idea, pero ¿es efectiva?
Tampoco se puede negar que la idea está ejecutada bajo una consigna bien establecida. Y, además, de que esta trilogía se plantea como un homenaje al mismo Carpenter, porque es imposible no recordar al personaje de Christine (1983) cuando vemos en pantalla a Corey, en su faceta de maltratado y también en su personificación de monstruo naciente.A Myers no pueden ya resucitarlo.
El cuerpo del hombre fue destruido completamente (algo que los fanáticos llevábamos sugiriendo a gritos desde nuestros asientos desde hace años). Pero ¿murió el mal? Existe, el mal existe, aunque los cinéfilos más cultos no crean en él, ni dentro ni fuera de la pantalla. Los fanáticos de Halloween seguiremos creyendo. Y, supongo, mirando con algo de resquemor nuestro reflejo en las ventanas. Porque, al final, en lo que creemos es que el mal viene de adentro.