Lo admito, consumo compulsivamente series (documentales o ficciones) y películas sobre crímenes. Tal vez —y solo tal vez— sería una buena idea que, cuando la empresa de cable llega a tu casa con la caja codificadora, te explique que en realidad no está instalando un dispositivo de transmisión; sino una adicción enfermiza al true crime (nombre con el que se conoce hoy en día a este género audiovisual cuyo eje temático son los asesinatos), en la plenitud de tu cerebro.
Llevo al menos una década el ritual de ver como mínimo un capítulo de una serie de true crime antes de dormir. La tabla de contenidos que me ofrece Netflix todas las noches, podría confundirse fácilmente con la versión gringa de cualquier diario amarillista que produce crónica roja en Latinoamérica. Así, esta plataforma de streaming concluye alegremente: Porque viste Sé dócil: Oración y obediencia (podría gustarte) Soy un asesino. Y tiene toda la razón.
Pero, como en el Ecuador no existe otra alternativa que consultar la errática información que elaboran estos medios tremendistas, para poder actualizar la lista de femicidios que ocurren en el país (actualizo a diario el catastro); llego hasta la pregunta necia sobre cuál es el límite entre el morbo y el levantamiento de datos.
Contestarla me conduce a indagar en las experiencias de las y los expertos.
Los estudiosos del comportamiento humano advierten tres momentos en la historia de la humanidad que ponen de manifiesto la relación entre los medios de comunicación y los asesinatos: fines del siglo XIX, la necesidad de vender periódicos de forma masiva; los horrores que dejó la Segunda Guerra Mundial; y, el tedio que supuso el confinamiento debido a la pandemia del coronavirus, en 2020.
Jack… los destripadores
El historiador británico Andrew Cook, determina en su libro Jack the Ripper: Case Closed —tras una investigación acuciosa de muchos años— que los diarios londinenses reunieron los crímenes perpetrados por Jack el destripador y otros asesinos, con el ánimo de construir impúdicamente el mito sobre este asesino serial; y, elevar de este modo las ventas de los tabloides. Lo lograron con creces.
A los testimonios de forenses y expolicías se suma la confesión escrita por el destripador —dejada al lado de una de las prostitutas a las que mató— a manera de ufanada confesión. La carta —según narra Cook— fue en realidad escrita por el periodista Frederick Best y publicada en el diario The Star.
Sin lugar a duda, este cronista hizo honor a su apellido al convertirse en el mejor referente de este modelo noticioso del que pronto se contaminaron los medios impresos de occidente.
Ese periodismo británico decimonónico (que muchos lo habrán llamado del Primer Mundo) nunca ha estado tan presente en la crónica roja como en el siglo que transcurre, cuando el simple deslizamiento de nuestros dedos sobre la pantalla de un teléfono nos descubre el cadáver de una mujer semidesnuda, que yace entre la maleza, con el rostro pixelado (en el mejor de los casos).
Los diarios que lideran la espectacularización de la violencia no se pondrán de acuerdo. Cada uno escribirá el nombre y la edad de la fémina de manera diferente, otro más, ubicarán el suceso en la ciudad donde están basados; no así, a cientos de kilómetros de distancia, donde tuvo lugar.
Si el otro lo hace… entonces está bien
Sigmud Freud (neurólogo austríaco, considerado el creador del psicoanálisis) advierte que el conflicto bélico en cita desencadenó un borronamiento de la frontera entre lo que se consideraba familiar, privado; y, aquello que quedó al descubierto.
Lo que antes fue secreto, escondido (y en algunos casos reprimido) dentro del hogar; se transformó en siniestro, ominoso; se ha desatado la angustia. Desasosiego que —mientras sea ajeno y lejano— necesitamos escudriñarlo tan a fondo como el morbo que nos corroe lo permita.
La Real Academia de la Lengua, por su parte, define al morbo desde dos acepciones: Interés malsano por personas o cosas y Atracción hacia acontecimientos desagradables.
Con frecuencia, el término se asocia a dos significados preponderantes: el sexo (principalmente conectado a parafilias y perversiones) y la muerte (con sus vínculos semánticos posibles, la violencia, lo degradado; entre otros).
Si de violencia se trata, Adam Golub, profesor de estudios estadounidenses en la Universidad Estatal de California y Laura Brand, practicante de psicología forense; han pasado décadas entrevistando a asesinos seriales confinados en prisiones estadounidenses.
Ambos afirman que una de las razones que nos llevan a consumir el true crime compulsivamente, se debe a la necesidad de aprender cómo operan los agresores para protegernos. (Si ello fuese un meme, lo compartiría con el encabezado: Sí soy. Y, no faltará el sobelotodo que cite a Plutarco: El morbo es la desobediencia de la razón).
Entonces, llega a la escena del crimen el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung a contarnos que del morbo al asesinato hay un paso: en la comodidad de una poltrona, cubiertos por una manta y comiendo canguil; sentimos un placer vicario al contemplar en la pantalla cuando el que mata es el otro, un desconocido.
Decimos coloquialmente: Es que me provoca torcerle el cuello, pero no lo hacemos. Nuestro neocórtex no se ha sumergido en la sombra lo suficiente como para atisbar la psicopatía y pasar de ser neuróticos a ser perpetradores.
¡Qué aburrimiento!… veamos series de crímenes
En los años sesenta del siglo pasado, Andy Warhol se propuso extirpar la última gota de romanticismo a los dioses griegos Eros (el del amor) y Tánatos (el de la muerte). Tomó la imagen de otras dos deidades que terminaron sus días trágicamente, Elvis Presley y Marilyn Monroe, y los convirtió en obra de arte pop; que —con el paso de las décadas— alcanzaron cifras astronómicas en el ámbito del coleccionismo.
No conforme con eso, derivó en un lienzo la foto de un accidente aéreo con un titular escandaloso.
Este gesto banalizador de la desgracia, constituye el hito que —según el cientista social argentino Juan Pablo Schneider— disparó las balas que cesaron la última noción de empatía desde los medios hacia las víctimas, desde el espectador hacia su vecina a quien el marido terminó por matarla; después de tantas palizas diarias. Tarde para hacer algo, pero nunca para que este cómplice silencioso salga con brío en los noticieros a contarle a todos que la conocía… la saludaba cuando iba a comprar el pan.
Luego del auge en 2016 de la serie Criminal Minds (charla de sobremesa del estadounidense promedio, de aquel año), el género entró en un letargo del que despertó con furia en plena cuarentena del covid-19.
El rating alcanzado por Tiger King (Netflix), encendió la mecha con la que esta plataforma hizo estallar la bomba del true crime. A octubre de 2022, surfeamos en la cresta de la ola con Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer (que la hemos visto en una maratón de una noche, máximo dos) sobre el carnicero de Milwakee que seducía a hombres, tenía sexo con ellos, los mutilaba, los congelaba; y, comía sus órganos.
Hemos creado un monstruo
El párrafo que precede a esta línea, ha sido escrito desde esa ambigüedad (privilegiada y cómoda, ciertamente) de tomar el ejercicio de ver series sobre crímenes como la canción de cuna que se la canta al bebé para dormirlo; y, los testimonios de asesinos seriales que están hoy en el corredor de la muerte, como el de Wayne Adam Ford: Lo que puedo decirles es que hay el doble de asesinos en serie en la calle hoy en día porque estos ya son tipos inteligentes, y ahora lo están viendo y aprendiendo y volviéndose cada vez más inteligentes sobre cómo cubrir sus huellas, esconder cuerpos, todo eso. (Independent en Español, 2022).
La preocupación de Ford, se torna indignación e impotencia en la madre de Dahmer. Joyce Anette Dahmer nunca pidió para su hijo la excarcelación, pero sí la transferencia a un hospital psiquiátrico. A ella se suman las familias de las víctimas de estos asesinos. Su reclamo hace énfasis en la brutal rectivimización que supone para ellos cuando los casos son difundidos a manera de series, películas y/o noticias por toda la eternidad.
El afán de revivir estas historias no es otro que el de contar lo que nadie ha dicho, de formular a la familia la pregunta incómoda que otros no se atrevieron a lanzar, de conseguir seguidores en redes sociales; sostiene Sarah Turvey, quien en 2001 acudió a canales de TV como estrategia de búsqueda de su hermana desaparecida.
Turvey denuncia que los influencer del true crime monetarizan sus contenidos en YouTube, Reditt y TikTok; es decir, lucran con la tragedia de ese otro que no son.
No es tan malo después de todo
Más tarde, llega al lugar de los hechos Jason Sarlanis, presidente de Crimen y Contenido de Investigación Lineal y Streaming de Investigation Discovery; con la tarea de darnos a conocer que luego que haber televisado sus temporadas, fueron atrapados treinta y siente fugitivos que asesinaron a sus víctimas de formas crueles. En ello estriba —dice— lo positivo de su existencia.
Punto de vista colegido por el cineasta Bobby Kennedy III (nieto de Robert F. Kennedy). Él invita a los detractores del true crime a marcar una diferencia entre los que se enriquecen con el dolor ajeno y quienes realizan contenidos que orquestan la captura de criminales seriales.
Con no menos de treina años de true crime vertidos ante mis ojos, a través de diversas pantallas; y, desde el conocimiento de causa de cómo funciona la crónica roja de la Mitad del Mundo, me quedo con la propuesta de Sarah Turvey que —hastiada del morbo de los unos y los otros sobre el caso de su hermana Maura— abrió su propio sitio en el que produce podcasts. De esa manera, restablece la voz que Maura perdió tras un sinnúmero de versiones deshumanizantes sobre su desaparición.
…Veamos qué nos depara la quinta temporada de The Crown, en la que Lady Diana será otra víctima de Phillipe the Ripper.
¡Hola, #TribuBagre, viajemos a las profundidades de las historias! 🧜🧜♀️🧜♂️
— Bagre Revista Digital (@BagreRevista) October 23, 2022
¿Sabías que, cada vez que nos adentramos en una, integramos una pieza al rompecabezas de nuestro relato? Encuentra tu historia en la edición No. 19 de Bagre, la #RevistaDigital de 🇪🇨 https://t.co/VIs78Xv28r pic.twitter.com/qyCc7ilvk9