Soy del páramo. Qué lindo es vivir entre gigantes de roca, fuego y hielo

Paramo
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: IACO P. ROMOLEROUX CAJAS
Por esta y otras razones, solo me queda por repetir: qué bonito es poder contemplar millones de años de evolución en forma de roca, nieve, fuego, y sentir la fuerza vital de los volcanes y montañas.

“Sobre la montaña florida Sueltan los caballos En el cielo otoñal” Natsume SosekiTu

Vivir en los Andes implica estar rodeado todo el tiempo de cerros, montañas, nevados y volcanes. Esta cercanía hace que se puedan apreciar múltiples detalles a pesar de las grandes distancias. Por ejemplo, en un día despejado se puede ver tranquilamente desde Quito a varios de los grandes colosos como el Cotopaxi, Antisana y Cayambe, con sus cumbres nevadas llenas de inquietantes texturas que hacen imaginar batallas entre seres mitológicos, y cuya nieve brilla con una luz dorada, especialmente en el atardecer.

El mirador de Cruz Loma se encuentra en el volcán Rucu Pichincha, a media hora de Quito, y es un sitio ideal para observar gran parte de la cordillera y disfrutar de una relajada caminata en el páramo.

El atardecer es una de las mejores horas para acampar y tomar fotografías, o para realizar alguna caminata montañera, porque el dramatismo que generan las sombras y las siluetas en las superficies de las montañas, tanto por el ángulo como por la temperatura y calidad de la luz, transmiten una atmósfera de envolvente misterio y resaltan las formas ancestrales de las rocas.

Es simplemente increíble admirar, además, cómo a esa hora el cielo y sobre todo las nubes parecen estar en medio de una explosión de tonalidades anaranjadas, rojas, amarillas y violetas. A partir de las seis de la tarde la luz empieza a hacerse más suave, angulada, y cálida, lo que se conoce como “la hora dorada”, y es inequívocamente una de las mejores iluminaciones para tomar fotografías debido a la suavidad de la luz y las sutiles sombras que se producen.

El Quilindaña, Pasochoa y Cotopaxi, bañados por la dorada luz del atardecer, vistos desde el Rucu Pichincha.
El Quilindaña, Pasochoa y Cotopaxi, bañados por la dorada luz del atardecer, vistos desde el Rucu Pichincha.
Un dorado atardecer desde las orillas de la laguna de Mojanda, entre las provincias de Pichincha e Imbabura. Al fondo se puede observar el cerro Fuya Fuya.

Y resulta que el espectáculo no termina ahí, puesto que cuando el sol se oculta, empieza el surgimiento de un cielo repleto de incontables estrellas, las cuales, con poca contaminación lumínica proveniente de las ciudades, se pueden admirar de manera tan clara que es posible jugar a encontrar las distintas constelaciones, o pasar horas contemplando la vía láctea y las espontáneas estrellas fugaces, y reflexionar sobre la relación entre la vida y el infinito cosmos.

Carl Sagan decía que hay más estrellas que todos los granos de arena de todas las playas de la Tierra juntas, lo que sin duda refuerza el interés y las interrogantes relacionadas con el cosmos y el universo profundo. Esto se puede apreciar fácilmente en una noche despejada pero sobre todo en espacios donde no exista contaminación lumínica, la cual proviene casi exclusivamente de las ciudades.

Vía láctea vista desde la comunidad de Nieblí de la Compañía de Jesús. Tiempo de exposición: 50 segundos.
Vía láctea vista desde la comunidad de Nieblí de la Compañía de Jesús. Tiempo de exposición: 50 segundos.
Constelación de Orión vista desde Rumibosque, en el cantón Rumiñahui. Tiempo de exposición: 40 segundos.
Constelación de Orión vista desde Rumibosque, en el cantón Rumiñahui. Tiempo de exposición: 40 segundos.

Cuando la noche está por terminar, empiezan a asomar los primeros rayos de luz, que con su tonalidad cálida contrastan armónicamente con el frío azul del cielo en que se enmarcan, simbolizando el encuentro entre el fuego y el hielo. Inmediatamente hace acto de presencia el dios Inti, cuya energía y presencia se siente en forma de un reconfortante calor que literalmente “saca el frío de los huesos”, sobre todo después de dormir muchas veces a temperaturas bajo cero en las heladas noches del páramo.

El coloso Cayambe recibiendo los primeros rayos del sol, mientras Quito aún permanece envuelto en helada y espesa neblina.
El coloso Cayambe recibiendo los primeros rayos del sol, mientras Quito aún permanece envuelto en helada y espesa neblina.

No es nada raro que luego de una fría noche la temperatura haya descendido tanto que llega a congelar no solo el paisaje sino también las carpas, el agua y cualquier elemento que hubiera quedado a la intemperie. Hermoso fenómeno que dura tan solo unos minutos hasta que los primeros rayos del sol, asomándose sobre la cordillera, empiezan a calentar el día.

Madrugada helada en el páramo del Rucu Pichincha. En el horizonte se pueden ver el Antisana, Sincholagua y Quilindaña.
Madrugada helada en el páramo del Rucu Pichincha. En el horizonte se pueden ver el Antisana, Sincholagua y Quilindaña.

Además, algo sumamente importante que se debe mencionar es la hermosa y variada biodiversidad que se puede apreciar en un paseo por las montañas, siempre y cuando se realice con respeto y silencio para perturbar lo menos que se pueda: desde pequeños ratoncitos y conejos que se escabullen entre el pajonal, veloces y coloridas aves como colibríes, curiquingues y halcones, hasta lobos de páramo, venados o, con mucha suerte, osos de anteojos y cóndores. Es asombrosa la variedad de colores y distintos diseños que se pueden admirar tanto en las plantas como en los animales, sobre todo en las aves. También se debe resaltar la rapidez y sigilo con los que se desplazan.

Colibrí estrellita del Ecuador, curiquingue y venado de cola blanca.
Colibrí estrellita del Ecuador, curiquingue y venado de cola blanca.

Por estas y un par de razones más, solo me queda por repetir: qué bonito es vivir en los Andes, qué bonito es poder contemplar millones de años de evolución en forma de roca, nieve, fuego y poder sentir la fuerza vital de los volcanes y las montañas en la tierra, el agua, el viento, las plantas, los animales, el sol, la lluvia, la neblina, en la sangre, en la piel…, en la vida.

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