Arriba el telón
El burlesque nació en el siglo XVI como un género literario y dramático, su esencia radica en ridiculizar lo socialmente “bien visto”, engrandeciendo lo inaceptable, lo bohemio, lo “no correcto”. Con el paso del tiempo se incorporaron a este género varias disciplinas artísticas como la música, la danza, la fotografía, y se convirtió en un espectáculo que seduce a propios y extraños.
Durante la época victoriana (1827-1901) varias representaciones eran dirigidas por mujeres, siendo la obra Tartufo, del dramaturgo francés Moliere, una de las favoritas.
Fue durante la llamada época de oro del teatro que el burlesque también vivió sus mejores momentos, dando paso a varios estilos como el vaudeville americano, el cabaret francés, la pantomima y el music hall británico. El burlesque es arte que dialoga acerca de política, comportamiento social, sexualidad, la mercantilización de la cultura y la producción artística, en el que la fantasía interactúa sensualmente con lo real.
Un grupo de burlesque en Quito
En 2020, Paola Brunner y un elenco conformado por actrices, actores, bailarinas y cantantes profesionales emprendieron el reto de diseñar un show que rompa esquemas, utilizando el cuerpo como instrumento para el arte, desmitificando los tabúes de la sensualidad, el erotismo y la feminidad. Así crearon Ladies Blues Night: concierto burlesque.
El objetivo de esta agrupación es capturar la magia del momento, con música en vivo, el baile, la atmósfera… que juegan con los sentidos en teatros, plazas y auditorios de Quito y el país.
Se trata de una puesta en escena que aporta a la construcción de procesos que naturalizan un rol de la mujer sin culpas ni vergüenza de su cuerpo.
Un ambiente coqueto, rodeado de formas y vestuarios llamativos que ayudaron a resaltar la sensualidad de las actrices y actores, se convirtió en el escenario en donde fotografié a ocho integrantes de Ladies Blues Night.
Los miembros de la agrupación posaban, yo disparaba, en el Quito Café Arte, ubicado en el centro norte de la capital.
Cuadros, fotografías, carteles retro, libros, un piano antiguo eran parte de la estética que ofrecía ese entorno bohemio, donde las luces tenues abrigaban los cuerpos semidesnudos que se movían con actitud espontáneamente extravagante frente al lente de mi cámara.
La fotografía y el burlesque, aunque no lo parezcan, son artes hermanos, empeñados en resaltar el cuerpo, capturar un momento e incluso compartir espacios, colores e historias.
Mientras expresan su arte en el escenario, Paola, Chía, Rafael, Karen, Ingrid, Johana, Zully, Ivonne y Keyla asumen diferentes personajes y cuentan historias alusivas a canciones como “Corazón de Melón”, de las Hermanas Benítez, muy populares en los años sesenta, con la misma curiosidad y picardía de mi cámara al momento de retratarlas.
A estas alturas era imposible que varias de las imágenes que hicimos no tuvieran un aire que recuerde a los cuadros de Toulouse-Lautrec (1864-1901) y su obra en el más famoso cabaret parisino del molino rojo, o Moulin Rouge.
Interludio
El burlesque es dramático y colorido, por eso la importancia del color y la estética del corset y el liguero, las luces, los brillos: el rojo y negro enlazados a diálogos acerca de la vida y la libertad con un sensual e impecable sentido del humor.
Esa es otra de las características de este espectáculo.
Abajo el telón
La frase de Hamlet “Ser o no ser” toma sentido cuando se apagan las luces y, luego de lo vivido a través del arte, aprendemos algo de los personajes y obras que admiramos, queremos acaso convertirnos, aunque sea un poquito, en ellos, bailar y cantar como ellos, ser lo que queramos ser, sin que importe la moral y lo establecido socialmente.
Para el momento en el que disparé por última vez mi cámara, ya me sentía como en medio de un rodaje, como si estuviera viendo pasar la película Burlesque, de 2010, pero también con nuevos ímpetus, con ganas de hacer, como decía Celia Cruz, de la vida un carnaval.