La valentía, el más importante requisito para ser pescador

Revista Bagre Pescadores
La piratería en la península de Santa Elena tiene atemorizados a los pescadores; sin embargo, las obligaciones los orillan a arriesgar su vida permanentemente.
William recuerda cuando en una ocasión se quedó varado seis días en medio del océano, producto del robo del motor de la embarcación en la que faenaba.

William lleva una camiseta roja de Barcelona; una visera blanca, valentía y un trapo naranja amarrado al cuello para protegerse del perverso sol que intenta cernirse por su nuca. 

Mientras narra sus batallas cotidianas, arregla un espinel, una especie de palangre que lleva una cuerda gruesa de la que, a tramos, penden los reinales con anzuelos que usa para pescar dorado, lija y guapo.

“En este momento es temporada del pez dorado, que se encuentra a ocho millas, es decir, a media hora de aquí porque las lanchas corren duro”, explica William desde la embarcación en la que realiza sus faenas.

La fibra, que mide diez metros de largo, se bambolea levemente en el muelle de Anconcito con el movimiento oscilante de las olas. 

A este atracadero, en el que convergen entre 500 y 600 fibras, tienen acceso solamente pescadores, comerciantes mayoristas y autoridades de pesca, de manera que es inútil ingresar sin pedir autorización previamente. 

Anconcito es una comuna cuya población se aproxima a las 12.000 almas.

Situada a veinte minutos de Salinas, en la provincia de Santa Elena, el 70% de sus habitantes se dedica a la pesca artesanal, una actividad que les sirve como acicate para paliar el desempleo.

William tiene 42 años y pesca desde hace 25

Con sus compañeros de faena  ha capturado cuatro quintales de dorado en una jornada corta pero productiva, no obstante hay días en que el grupo pernocta en la fibra hasta tres o cuatro días con cartones, una tolda, carne y un fogoncito a carbón.

Allí se ovillan, duermen, cocinan y sacian su hambre.

William residió hasta su adolescencia en La Floresta ll, en la ciudad de Guayaquil, pero ante la falta de trabajo viajó a Anconcito para vivir con su abuela.

Desocupado y sin plata, le pidió a uno de sus vecinos que lo llevara a pescar y desde ese día encontró su derrotero.

Con el paso del tiempo ese camino se ha vuelto intrincado porque la piratería no lo deja trabajar en paz. 

Revista Bagre. Ecuador. Pescadores.
La delincuencia en el mar, más conocida como piratería, actúa con total impunidad. Los pescadores son víctima del robo de sus motores o de los productos del mar constantemente. Fotografía: Isabel Hungría.

Narra que una tarde de hace 25 años estuvo a punto de ahogarse cuando jugando con un amigo suyo, como si fuera carnaval, se volcó el bote.

Ese juego casi le cuesta la vida porque quedó debajo de la embarcación, no podía salir y por varios segundos creyó que le había llegado la parca. 

En aquella ocasión pudo salvarse, aunque se asustó del mismo modo que lo ha hecho las siete veces que ha sido asaltado en alta mar. 

El número de robos que sufren los pescadores es alarmante, manifiesta, pero más todavía “que seamos asaltados a más de 100 millas, es decir a seis o siete horas de la costa”, lo que le orilla a suponer que los piratas salen de Puerto Bolívar (provincia de El Oro). 

“Estos señores no nos permiten trabajar con tranquilidad, se llevan los motores, que cuestan seis mil o siete mil dólares, y nos dejan botados dos o tres días en alta mar”, se lamenta.

Recuerda vívidamente cuando en una ocasión se quedó varado seis días en medio del océano producto del robo del motor de la embarcación en la que faenaba y tuvo que navegar a pura vela hasta que un barco grande lo remolcó.

—¿Hay que ser fuerte para ser pescador? —le consultamos.

—No, hay que ser valiente —responde.

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