Mi encuentro con Giorgio Armani

Ilustración: Manuel Cabrera.
Armani tiene un imperio económico valorado en $ 8.200 millones, según la revista Forbes.

Me impresionaron sus ojos azules, azulísimos. Tenía el cabello blanco, peinado hacia atrás, y su piel dorada por máquinas artificiales. 

Vestía de negro completo, como manda la moda entre los que se dedican a crear ropa para los demás; y llevaba una camiseta ajustada al cuerpo, que es muy usual entre los italianos. No era alto, pero se notaba que iba al gimnasio durante varias horas al día.

Estaba al frente de Giorgio Armani, uno de los mejores diseñadores del mundo, y casi no podía creerlo. La directora de su equipo de prensa para Latinoamérica, una argentina muy gentil, me presentó como la corresponsal del diario El Comercio de Ecuador.

Lo saludé con la mano y no me atreví a besarlo en ambas mejillas como es la costumbre en la península itálica. Él respondió con una sonrisa y empezamos la entrevista en el Teatro Armani, donde asistí a uno de sus desfiles, en Milán.

Me había preparado para este encuentro con Armani, quien tiene un imperio económico valorado en $ 8.200 millones, según la revista Forbes, que lo sitúa como el sexto hombre más rico de Italia y uno de los 326 del mundo.

Leí todo lo que pude sobre él, su trabajo, su vida y trayectoria. Vi innumerables fotografías de sus diseños para hombre, que es como se inició en el mundo de la “passarella”, de mujeres, interiores y hasta de artículos para decorar las casas. 

Armani tiene 11 líneas, entre las que destacan siete hoteles de lujo por el mundo, uno de ellos en Dubái, en el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, con 160 pisos, desde donde hay una vista maravillosa del Emirato.

Traía mis apuntes y preguntas, y cruzaba los dedos. Hablamos de su propuesta para la primavera-verano próximo -porque así son las presentaciones en los desfiles de moda-, la mujer a la que vestía, el material que utilizaba.

También del concepto de la elegancia y él respondió algo que se quedó grabado en mi cabeza: es sofisticada y atemporal. Es necesario comprar cosas de buena calidad, que duran y se vean muy bien, buenos zapatos, correas, carteras y relojes.  

Para él es mejor vestir con sencillez, sin prendas ajustadas, sin recargar nada. Todo el minimalismo en su esplendor, un concepto muy parecido al del diseñador estadounidense, Calvin Klein.

Además, conversamos de los colores de América Latina trasladados a la ropa. Él dijo que eran maravillosos e inquietantes, pero que deben usarse en el verano como en Europa, aunque en la última década veo morados, rojos o lilas en los inviernos del Viejo Continente.

El tiempo terminó sin que me diera cuenta. La PR (Public Relation) llegó para recordarme que el diseñador preferido de estrellas de Hollywood como George Clooney, Julia Roberts o Gwyneth Paltrow, tenía que partir.

Le agradecí por su tiempo y me despedí. Mientras Armani caminaba hacia la puerta, yo miraba el escenario amplio, de techo hasta las nubes, y casi vacío. 

Allí fue el desfile, con modelos muy bellas, pero esqueléticas, con música que te impulsaba a comprar, y con la primera fila de personalidades como el actor estadounidense Kevin Kline, quien protagonizó la comedia el Beso francés junto a Meg Ryan.

Pasarela de Giorgio Armani en la primavera-verano de 1995, en Milán. Video: Fashion Channel.

Me quedé encantada con lo que vi y recordé que no me tomé ninguna foto con el “stilista”. No me preocupé porque nunca he sido una periodista de “clicks”, con los personajes famosos a quienes tuve la oportunidad de entrevistar en mis 11 años de corresponsalía en Italia.

Salí del “palazzo” y me alejé por las callecitas de piedra del centro de Milán en busca de un “capuccino” para apaciguar esa fría mañana de febrero.

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