Del poliamor y otros demonios

Del poliamor y otros demonios. Revista Bagre
Del poliamor y otros demonios. Ilustración Manuel Cabrera
Para vivir en poliamor, Jake ha tenido que romper los moldes culturales con los que fue educado y reconfigurar su forma de ver el mundo. Investigación, entrevistas y recopilación de datos: Alicia Galarraga.

El día que Jake le contó a su mamá que vivía sus relaciones de pareja en poliamor, la mujer puso un gesto de duda. No sabía exactamente a qué se refería su hijo, así que antes de que él se lo explicara solo atinó a preguntarle si era feliz y le recordó que ella lo amaba. Por la noche le contó a su esposo sobre aquella confesión de su hijo. Pero el hombre no lo tomó muy bien: 

—¿Cómo puede aceptar que su pareja esté con otras personas? —cuestionó indignado.

—Mira, Néstor, tú me engañaste toda la puta vida y me mentiste —encaró la mujer a su marido—. Lo que está haciendo Jake es no mentirle a su pareja. Si alguien le gustó, si quiso o pasó algo con una persona, se lo va a contar. Si no se sienten cómodos con una situación lo discuten. ¡Hablan! No lo hacen escondidito como tú.

Néstor guardó silencio y se tragó el orgullo. 

***  

Jake Castro (así lo llamaremos) tiene 25 años, vive en Nueva York, pero nació en Sudamérica, en donde vivió hasta el año 2017, cuando se mudó por trabajo. Como la mayoría de las personas que viven en América Latina, su educación sentimental tuvo la influencia de las telenovelas, las canciones románticas y demás productos de la cultura popular distribuidos por los medios de comunicación. Tenía 18 años cuando tuvo su primera relación formal, que duró cinco años. Aquel noviazgo estuvo marcado por los patrones del amor romántico, pues Jake creía que ahí estaba la base de la felicidad.

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—Pensaba que existía una media naranja y que alguien debería complementar eso —cuenta Jake—. Tenía muchos patrones de codependencia, para mí el amor era estar todo el tiempo con esa persona. Las telenovelas te enseñan un amor que se basa en la idea de que tiene que durar para siempre o no es válido. Tenemos un patrón en Sudamérica marcado por nuestra cultura, incluso existe el estereotipo de la latina tóxica y el macho posesivo. Está muy normalizado en canciones, como la de J. Balvin: Peleamos, nos arreglamos, nos mantenemos en esa pero nos amamos.

Un largo camino en busca de una relación sana, que lo satisfaga a él y a su pareja, lo llevó hacia el poliamor. A Jake esta forma de vincularse sentimentalmente con otra persona lo ha acercado más al conocimiento de sí mismo. 

—El poliamor se trata de ser libres y radicalmente honestos. Sentirme cómodo de conversar con mi pareja y decirle oye, me gusta esta otra persona; y no esconderlo como muchas otras relaciones tradicionales lo hacen. A mí me gusta la idea de ser completamente honesto, que sepa quién soy yo, para tener confianza y no ponernos máscaras. Porque quisiera, en serio, ser quien soy con la persona que más amo.

La antropóloga Ana Dolores Verdú Delgado, docente investigadora de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), señala que el poliamor no es un invento actual; es una práctica que ha existido siempre, solo que ahora se le ha puesto un nombre.

—Es un modelo que no surge de la psicología, ni de los enfoques científicos o médicos, sino de la propia realidad de las personas, de su experiencia actual o de sus preferencias —observa la investigadora—. Pero no es un modelo que vaya a servir para todos, como tampoco lo es el matrimonio. 

Jake, por su parte, ha tenido que romper con los moldes culturales con los que fue educado en Sudamérica y reconfigurar su forma de ver el mundo. Su voz cuenta la ruta agreste que tomó para llegar al poliamor y, sobre todo, descubrirse a sí mismo.   

***  

Empecé a crecer y a vivir con mi primera pareja, Mariana. Se sintió como una relación madura porque teníamos que pagar cuentas juntos. Pero éramos muy codependientes. Cuando estábamos en la universidad tomábamos casi las mismas clases. Yo tenía esa presión y esa culpa católica de intentar complacer al otro y de manifestar el sacrificio como muestra de amor. En Sudamérica el amor se ve de manera sacrificial: Jesús se sacrificó por nosotros, es el acto más grande de amor que existe en el universo.

Yo me sentía culpable de decirle no a Mariana. Por más que yo quería pasar tiempo con mis amigos o quería tener espacio, mis ideales románticos me decían tú tienes que complacerla. Nos veíamos casi todo el tiempo. Esto creó una codependencia entre ella y yo. 

Encontré trabajo en una casa de moda, en Nueva York; Mariana y yo viajamos juntos. Un día mi jefa me preguntó si conocía a alguien que hiciera exactamente lo mismo que yo. Dije que sí y contrataron a mi novia. Empezó a complicarse bastante la relación porque teníamos una misma identidad, un mismo grupo de amigos, una misma vida; íbamos al trabajo y regresábamos a la casa juntos. Era un 24/7. 

Mariana en ese momento se sentía sola. Yo tenía familia en Nueva York pero ella no tenía a nadie. La relación llegó al límite: cuando yo quería hacer mis cosas ella me decía que se sentía abandonada, que la única persona que la amaba de verdad se estaba alejando. Yo la veía deprimida y entonces cedía. Un día de 2017 fuimos a un viaje  con unos amigos y mis primos. Compramos un tour que incluía pesca, ella se enojó, no quería pagar por eso porque ambos somos veganos. Sufrí un ataque de ansiedad, quería complacer a mi novia, a mis amigos y a mi familia. Al día siguiente, como consecuencia, tuve problemas intestinales y evacué sangre. Peleamos, quería estar con ella, también quería explicarle de alguna manera que para ser felices debíamos tener nuestros espacios, cada quien el suyo, pero no sabía cómo.

En un momento de depresión ella fue a tomar ayahuasca. Regresó con una mentalidad diferente. 

—Lo mejor es que yo me mude —me dijo—. Deberíamos quizás vernos en el trabajo, pero no vivir juntos. 

Y eso me llegó porque yo estaba en el punto de vayamos despacio, tengamos nuestro grupo de amigos. Yo me sentí más inseguro con todo esto. Nuestro plan era casarnos. Después de la ayahuasca ella pudo abrirse más y empezó a hacer amigos. 

Al final de la relación no teníamos tanto sexo. Mariana me dijo que se sentía horrible con la manera en que lo hacíamos. Me llevé una culpa tremenda y sentí los traumas que se generan alrededor de eso. Hasta entonces noté cuánto daño puedo hacerle a una persona por mis prácticas sexuales. Estar en una sociedad muy machista y patriarcal, donde el sexo está basado en la pornografía, marcó muchos de mis comportamientos en una relación. Es complicado en términos del consentimiento, del placer femenino, de la comodidad; es muy falocéntrico, es muy performativo. Para mí no es saludable mentalmente. Ella sentía que no podía pedir lo que quería porque cuando parábamos o intentábamos algo, yo me apagaba y decía que se había arruinado el momento. No tenía ninguna educación sexual para saber cómo resolver el problema. Me sentía muy presionado por haber causado esto. De un día para otro me enteré que lo que hacía era tóxico. Me puse a investigar. Dentro de las relaciones abiertas existe el poliamor. Le comenté a Mariana:

—Tú puedes estar con quien quieras; yo quiero que explores tu sexualidad. No creo ser la persona que puede resolver esto. Lo siento por haberte hecho pasar estos traumas.

A ella le pareció que yo proponía esto porque quería hacer lo mismo algún día en el futuro. Y sí, me parecía interesante, pero en ese momento yo no quería hacer nada. Lo intentamos en el último mes de la relación, pero la verdad es que no teníamos muchos referentes donde pudiéramos ver cómo lidiar con eso. Pero esta situación me abrió el camino para interesarme en el poliamor. 

—Para que la otra persona sea feliz, para que pueda crecer, lo que nos queda es separarnos —le comenté el último día a Mariana—. No nos queda otra opción más que terminar, aunque nos amemos. 

Entonces lloramos. 

Fue muy triste. Una ruptura sin pelea, sin rencor… No terminamos por una traición, por una agresión física, sino porque nos dimos cuenta de que para amar al otro teníamos primero que conocernos y amarnos a nosotros mismos, encontrar que somos felices con una relación o sin ella. 

¡Ay! Romper con la codependencia es complicado, a menos que terminemos y en serio aprendamos a ser personas independientes. Y pasó. Separarnos para encontrarnos a nosotros mismos fue uno de los más grandes y dolorosos gestos de amor que hemos vivido. Aún me llevo con la man, pero ya no somos pareja, solo amigos.

*** 

Pasaron algunos meses y conocí a Odet. Una noche hablamos hasta las tres de la mañana de todo lo que aprendí de mi relación con Mariana. Ella se interesó bastante en mi idea alrededor del amor: que es incondicional, es decir, que no deberíamos poner condiciones a alguien, sino amarlo solo por ser quién es. Yo quería amar a Mariana bien, pero no sabía cómo. Y empecé a aceptar que no sabemos amar, que estamos aprendiendo y que todos estamos en proceso. 

Odet se interesó en todo esto. Ella es cinco años mayor que yo y la persona más inteligente que he conocido. Amaba las matemáticas, no escuchaba música, no veía películas, lo que hacía para divertirse era aprender programación. Su entretenimiento era la lectura y el aprendizaje. Quedé muy cautivado con eso; pero, emocionalmente, creo que yo era más inteligente. Entendía un poco más mis sentimientos, mis emociones y a ella le costaba interpretar lo que sentía. 

Al principio de esta relación poliamorosa, ella estaba con Jacob. No me molestaba mucho, quería probar mis celos. Con Mariana nunca los sentí. Jacob es un hombre más tradicional, era compañero de cuarto de Odet. Empezaron a salir; después él se dio cuenta de que le gustaba tener sexo con ella pero no la quería como pareja, así que terminaron. Yo entré en esa época. 

En los primeros meses hubo mucha ilusión. Luego llegó la pandemia. Fue bonito acompañarnos en esa época en que todo era incierto. Hubo un punto en el que Odet se asustó, perdió su trabajo, quiso mudarse conmigo. Yo acababa de salir de una relación de cinco años, no creía que fuera saludable para mí mudarme con alguien, tenía que aprender a vivir solo. 

Quise terminar con Odet al inicio porque una vez visité a Mariana. Vi mi hamaca, mis cosas, dije ¡ay, no! y me puse a llorar con ella. Además, en ese momento la perdía también como amiga porque se iba a Alemania.

—No sé si debería estar contigo porque no estoy cien por ciento para ti ahorita. Estoy llorando literalmente en la cama de mi ex —le dije a Odet.

—En el poliamor pasan cosas. Si uno está en dos relaciones y en algún punto termina una, no tienes que terminar todas. Puedes, si no te sientes emocionalmente disponible, pero no es necesario que termines todas. ¿Si te peleas con un amigo te peleas con todos? Puedes sufrir por Mariana, estar triste, yo voy a estar aquí para apoyarte hasta que sanes —contestó ella. 

Pasó el tiempo. Un man, uno de sus compañeros de cuarto, se volvió loco durante la pandemia. Metía en cloro los cepillos de dientes de los demás. Ella se espantó. Entonces me preguntó si quería vivir con ella y su compañera de cuarto. Volví a decir que no. Eso abrió la puerta para que Jacob entrara. Ellas se mudaron con él. Esta vez experimenté celos en el poliamor.

Al principio me preocupaba: Jacob era la persona por la que Odet había sentido más emociones. En el poliamor se intenta entender que los celos no dependen de la otra persona. Ella decía que nunca había sentido el amor que muestran en las películas, pero eso era lo que experimentaba con Jacob. Y al principio yo decía que aún no me amaba tanto porque no me conocía mucho. Le pedí que me avisara si tenía sexo con Jacob, que usara condón y se hiciera pruebas, porque en el poliamor debe haber mucha responsabilidad para la salud sexual de tu pareja. Yo también salía con otras personas, sobre todo cuando viajaba a Sudamérica.

La ayudé a mudarse a un octavo piso ¡sin ascensor! Yo cargué los muebles. Luego de tres semanas terminamos. ¿Por qué no fue antes de la mudanza? Le pregunté qué pasó:

—Siento que de ti no puedo obtener compromiso porque estás en un ambiente espiritual, lo respeto, pero es tu momento. 

Yo no podía prometer nada. Con Mariana me di cuenta de que nada está garantizado, que solo vives el momento porque no sabes qué va a pasar. Yo le decía eso a Odet, que había prometido cosas en el pasado y que no se pudieron realizar porque estaban fuera de mi control. Eso provocó la primera ruptura. 

—Creo que no puedes comprometerte, no veo caso a seguir juntos —dijo—. Pero quiero tener sexo contigo.

No me di cuenta de que en realidad ella no superaba a Jacob. Tres semanas después volvimos a hablar. Ella no entendía porque él le atraía, así que le propuso monogamia; pensó que solo así se daría cuenta de que él no era la persona que racionalmente quería, porque ella es poliamorosa y es más libre sexualmente. Y le frustraba mucho no entender sus sentimientos. Sin embargo, él nunca quiso tener una relación con ella, solo sexo. Ni siquiera estaba dentro del poliamor. 

Fue un ciclo que se repitió constantemente y yo estaba ahí cada vez: ven, te conforto, le decía. Y eso me afectó mucho. Por empatía yo me apropiaba de su dolor: me dolía que le doliera. Al final, a pesar de que Jacob no era su pareja, sí era su prioridad. Jacob era la persona por la que ella tenía más sentimientos y no llegaba a ese punto conmigo. Me sentí usado, como plan B. De nuevo me hice Jesús, caí en el patrón del sacrificio. No era consciente en esa época. Daba mucho más de mí de lo que podía dar por amor. Me sentí con una inseguridad tremenda. 

Idealizaba también lo que debía ser el poliamor. Yo me debería sentir cómodo con esta situación y eso no estaba pasando. Pero me convencía de eso. Si lo ponemos en un plano cartesiano, en la monogamia está la exclusividad emocional y exclusividad sexual altísimas. Del otro lado, en el poliamor, en el extremo, está la anarquía de relaciones, donde todas son románticas o no son valiosas, no hay jerarquía.

Una noche Odet se dio cuenta de que para superar a Jacob ya no debían vivir juntos. Yo caché; lo que me ayudó de verdad a superar a Mariana fue el distanciamiento, que se fuera a Alemania en la pandemia. Al siguiente día Odet volvió a decirme si quería mudarme con ella. Yo no la quería perder pero sentí que me estaba usando. 

—Yo no quiero que te mudes conmigo para intentar escapar de él; quiero que te mudes conmigo porque te emociona que vivamos juntos, que creamos un espacio —le dije. 

Ella me amaba de una manera que no entendía, pero no era tan fuerte como lo que sentía por Jacob.  

Yo fui criado por unos padres que me decían en todo momento que me amaban, pero la historia de Odet fue diferente; con su familia no tenía estabilidad emocional. Se crió en la pobreza, sus padres se separaron cuando ella era pequeña y su papá no estuvo disponible emocionalmente. No era malo, pero no le salía un te amo; estaba para ella en lo económico pero no en lo emocional. Su mamá tenía un desorden de personalidad: hacía enemigas a todas las personas. Creía que la querían atacar. Poco a poco se quedó sola, la única persona que permaneció a su lado fue Odet, a quien celaba por miedo a perderla. Por salud mental Odet tuvo que alejarse de su mamá, dejar de hablarle. Hasta ahora ella se da cuenta de cómo le afectó todo eso.

Una semana después terminamos. Yo no podía admitirlo. Puse a Odet en un pedestal porque me aceptaba. Soy un poco raro, muy de izquierda, en un lugar específico donde no soy la mayoría de las personas de nuestra sociedad. Yo tenía muchas expectativas sobre mí profesionalmente, sobre mi apariencia, pero con ella me sentí seguro. Me dejé crecer el pelo, lo pinté. A mis papás no les gustaba, pero Odet me aceptaba, aunque ahora creo que lo hacía porque no sentía tantos riesgos emocionales. Yo siempre sentí que debía llenar las expectativas de alguien. Por eso me sentía atraído hacia ella, porque me aceptaba en todo; nunca había sentido eso en la vida. 

Pero tras la ruptura ¿qué tan probable era hallar a alguien que fuera poliamoroso y radicalmente honesto? Por el trauma generado en mi relación con Mariana y mis relaciones latinas, sentía que no lo encontraría de nuevo 

***

Cuando empezaron a aplicar la vacuna contra el covid comencé a salir. Fui a clases de actuación porque mucha gente poliamorosa es artista. Y sí los encontré. Ahí conocí a Jane. Quería hablar con alguien de mis experiencias pero mi entorno era muy monógamo. 

—¡Bro, estás en Nueva York! —me animó Jane—. Si hay algún lugar donde vas a encontrar gente poli es aquí. Yo organizo fiestas de sexo con mi novio, que son de una manera muy saludables, feministas, se basan en el consentimiento. Tienes que hacer una entrevista, un taller, todo para que no sea un espacio de violencia, que no sea incómodo. 

—¡Bacán! Esas son las cosas que me encantan, el consentimiento. Buenísimo.

Asistí a la fiesta. Solo fui una vez. No tuve sexo porque me di cuenta de que necesito una conexión emocional para experimentar atracción sexual y sentirme cómodo. Pero ahí conocí gente de la comunidad sex positive que me hizo ver desde otra perspectiva mis relaciones.  

—La falta de compromiso puede existir en una relación monógama y una relación poliamorosa. La falta de compromiso es igual —me explicaron.

Me sentí con mucha ilusión ese verano, aprendí más sobre mis relaciones y rupturas. Además empecé a aceptar muchas cosas sobre mi rol de género. Me cuestioné cómo manifestaba mi hombría en la relación. En Sudamérica si te gusta alguien te la tienes que coger. Yo tenía también eso muy metido debido a mi crianza: para tener valor social entre hombres tenía que ser un don Juan. 

Me considero de género no conforme. Yo no creo que el cuerpo de una persona sea de mi propiedad. Yo podría hablar con la voz engolada, pero no es divertido, a mí me gusta bajar y subir el tono, pero eso no se ve masculino; lo estoico sí. Mover las manos, pintarme el pelo y las uñas, todo esto no se ve masculino. Que lo haga Bad Bunny no importa, él es artista, se le pasa; pero yo que soy un regular que va al trabajo, no se me permite. La gente me dice que soy chévere porque no soy tan tóxico como otros, pero también me señalan como hombre light. ¿Debo ser tóxico para ser atractivo? Es raro.

Por esos días en Brooklyn me enteré que después de muchos meses de pandemia abría de nuevo el club House of Yes. Es un lugar full queer, LGBTI. Antes iba con Mariana. Un día nos vimos a su regreso de Alemania y me dio una entrada. El evento no era para todo público. Fui solo; estaba aprendiendo a estar conmigo mismo, a conocer gente, a hacer nuevos amigos. 

Esa noche conocí a Sharon. El club tiene diferentes cuartos y había uno de strip-poker, donde podías jugar y desnudarte en el poker. Es un lugar seguro, de consentimiento. Sharon ingresó por una de sus amigas. No se desnudó, tampoco me vio desnudo; entró justo cuando yo me terminé de vestir. Ahora nos cagamos de risa porque la amiga estaba ahí con las chichis afuera, con la confianza de que nadie la conocía.

No me acuerdo ni siquiera de qué hablamos Sharon y yo; solo recuerdo su energía. Era tan linda. Dije ¡wow! quiero conocer más a esta persona. La invité a una cita de amigos. Fuimos a comer a mi barrio. 

—No tienes que pagar mi cuenta. No tienes que seguir los roles de género —me advirtió y me emocioné. 

Hablamos. Me contó que es artista, que no tiene género, es no binario. Me pareció muy interesante porque justo yo estaba lidiando con mi lado femenino. Había explorado un poco la teoría de género. Me enteré en la tercera cita que es una persona poliamorosa. ¡Por Dios! 

En la cuarta cita Sharon me dijo que buscaba una relación. Yo no me encontraba precisamente en eso, pero estaba abierto a lo que pudiera pasar. No me cerraba a la posibilidad. ¡Y pasó! Desde que empezamos a salir mantuve al tanto a Sharon de que yo tengo sexo con Sandy. No es nada emocional, es netamente sexual. Sharon y yo conversamos del poliamor, de cómo estructurar nuestra relación, qué es lo que nos gusta. Ambos queremos parejas primarias. Esta es su segunda relación poliamorosa, igual que yo. 

Lo que más he aprendido con Sharon es que yo crecí en la monogamia en Sudamérica y por eso me hace sentir seguro una pareja primaria. Sharon es la mía y yo soy la suya. Y no solo eso: para sentir que estoy en una relación romántica, necesito ver a la persona dos o tres veces a la semana. Estamos en el mismo plano, aunque Sahron quisiera que nos viéramos cuatro o cinco veces. En este momento no puedo porque me lo impide el tiempo: tengo que trabajar, dedicar espacio para mi círculo emocional, las personas que me apoyan, mis proyectos. Además, debido al trauma de codependencia, tengo miedito a caer de nuevo. 

He aprendido que para estar responsablemente en una relación debo tener mi espacio: estar con mis amigos, crear mi arte, hacer cosas que me dan alegría fuera de la pareja. Ser feliz y pleno sin depender de la relación. 

*Los nombre de las personas mencionadas en esta historia y algunos lugares fueron cambiados por su pedido expreso.

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